La noticia me tomó por sorpresa:
—Pasado mañana será liberado Toño.
Era Rómulo al teléfono. Me despertó. Por fortuna fui yo quien descolgó el auricular y nadie más en la casa se dio por enterado, no se despertaron.
—Cabrón, a qué horas se te ocurre llamarme. ¿Qué pedo contigo? —le pregunté.
—Pasado mañana será liberado Toño. Al fin lo sueltan por obra y gracia del espíritu santo y de su tío, el que le echó los kilos para que lo soltaran. ¿Cómo la ves?
—A toda madre, ¡a huevo! Aunque ese cabrón se merecía 100 años, nomás por pendejo. Ojalá y haya escarmentado el muy güey —le advertí.
—¡Puta, que si no…! Ahí o te aclimatas o te chingan, de seguro aprendió la lección el mariguano ese —no tuvo empacho en externar “mi buen”.
—¿Y para eso me despertaste a las dos de la madrugada, pinche Rómulo? Me lo podrías haber dicho unas horas más tarde, como cualquier gente civilizada, güey —le reclamé.
—Pero es que ahí no termina todo, güey. Su tío quiere verme antes de, así es que me cité con él al mediodía en el café de Polanco, donde siempre.
—¿Y yo qué pinto en ese entierro, mamón? Por mí puedes ir y te doy mi bendición, no chingues.
—Es que vas a ir conmigo, güey, por eso te hablé ahorita —me aclaró.
Me insistió y finalmente accedí. Me alegraba el hecho de saber que pronto nos encontraríamos con Toño, quien para colmo había perdido a su padre estando enrejado —“Qué chinga”, pensé— y ahora tendría que reaccionar positivamente para salir adelante.
—Y Adela, ¿también irá? —le pregunté a Rómulo.
—No tengo ni idea. Bueno, ni siquiera sé de qué quiere hablarme el tío, supongo que es algo relacionado con Toño, o ve tú a saber de qué, por eso no sé si ella también irá.
—De acuerdo, güey, entonces nos vemos allá a las 12, a ver qué pedo, ¿no? —le confirmé.
Con Adela había hablado por teléfono dos semanas antes. La noté más animada ante la posibilidad de que saliera su hermano; era casi un hecho y así me lo expresó. Esa niña valía oro, y merecía mejor suerte después de tantos descalabros que había sufrido en su vida, ya era justo que por lo menos le tocara la lotería.
Cuando llegué al café encontré a Rómulo solo y su alma:
—Como que ya se tardó, ¿no crees?
—Espero que no se haya perdido.
—¡A poco! No mames, si este lugar lo conoce todo el mundo —le advertí—. Si fue abusado para sacar al güey de la barranca, con más razón para saberse orientar en esta méndiga ciudad, ¡no mames! Bueno, ¿y qué le vamos a decir para justificar mi presencia? Yo no fui invitado.
—Me vale. Tú eres tan amigo de Toño como yo, ¿o no? Lo que me diga a mí te lo puede decir a ti, y al grano: que hable —enfatizó Rómulo, que parecía no estar de buen humor.
Quise averiguarlo:
—¿Qué te pasa?, como que hoy no es tu día, ¿o me equivoco?
—Sólo estoy sacado de onda. Estoy intrigado porque me temo que algo no anda bien, eso es todo.
—No, si en eso tienes razón: el que nunca ha andado bien es precisamente él, Toño, y eso ya lo sabemos, de qué te sorprendes.
Rómulo me recordó muchas cosas que yo, en el fondo, no olvidaba, pero lo escuché. Había que echarle una mano a Toño ahora que salía de ésta.
—No debemos olvidar —me dijo— que a pesar de que ha sido un huevón y un hijo de puta con su hermana, a pesar de todas las chingaderas que ha hecho, no es una mala persona ni un mal amigo. No tuvo una verdadera familia, no lo olvides —agregó—, perdió a su madre desde muy niño, su padre se las vio negras trabajando como loco y no tuvo tiempo para dedicárselo a ellos, y hablo también de Adela. Nunca tuvo una guía, alguien que tuviera la autoridad para frenarlo; su hermana intentó desempeñar ese papel, pero fracasó, y ahí lo tienes, detrás de los barrotes de una cárcel y, de seguro, desorientado. Nos necesita, Santiago, de eso estoy seguro.”
Tenía razón, así era. Había hecho pendejadas en Guanajuato —pensé— pero ya las había pagado, y ahora se trataba de solidarizarse con él y no de recriminarle lo que había sucedido… Desde que era niño ya pintaba para esos desmadres, si lo sabía yo, ¡estaba desquiciado! En mi casa le temían desde aquella vez que, por sus pistolas, se echó a todos los patos, ¡ahogándolos! Era un caso muy serio…
—Si lo que nos va a pedir su tío es que le hagamos la balona y tratemos de influir para que no vuelva a caer en excesos, que es lo que intuyo que nos va a decir, tenemos que comprometernos, Santiago, si es que somos sus amigos, ¿estás de acuerdo?
—Por supuesto, ni lo dudes, aunque tengamos que asumir el pinche papel de educadores, no mames, que me revienta.
—A mí también me incomoda, es de hueva, lo sé, pero es que tampoco podemos aplaudirle todo lo que haga, ni madres, ni lo que piense. Yo no puedo hacerme cómplice de todas sus mamadas, si es que todavía le queda cuerda para seguir en el desmadre. Por lo mismo es que tenemos que frenarlo.
La presencia del tío interrumpió nuestra conversación. Ahí estaba, frente a nosotros, de pie, a un lado de Rómulo, que lo conocía desde el funeral de su hermano, el padre de Toño, y, por ende, lo identificó de inmediato.
—¿Cómo está? Él es Santiago, también es amigo de Toño y, sobre todo, amigo mío, por eso lo invité a que nos acompañara.
—Me da mucho gusto conocerte, aunque de nombre te ubico claramente, mi sobrina Adela te aprecia mucho.
—Yo también a ella, por eso quise venir.
El tío se disculpó por la tardanza y, tras sentarse frente a la mesa y a mi lado, entró de lleno en materia.
—No hay mucho que agregar a lo que ustedes ya saben de Toño. Si estoy aquí es porque mi sobrina me lo pidió. Adela no cuenta con más parientes que yo y no pude negarme a ayudarla. Toño no se lo merece, realmente fue él quien cavó la tumba de mi hermano… pero bueno, no es eso lo que vine a decirles, sino otra cosa.
El hombre no quiso entrar en detalles en torno a la liberación de Toño que, por lo visto, era inminente. “Mañana vuelo a Tijuana con Adela para recibirlo.”
—La orden de excarcelación ya está dada y sale a mediodía, de eso me he ocupado hasta ahora. Aquí en la ciudad de México he tenido que hacer miles de trámites y contactos para obtener su libertad, pues, aunque parezca increíble, nada se mueve en el interior del país si no se dan las órdenes desde la capital; en esta complicada ciudad he tenido que recurrir a las más altas esferas de la procuración de justicia y de los derechos humanos para que me escucharan —nos explicó.
—¿Derechos humanos? —preguntó Rómulo— ¿Por qué?
—No quiero hablar de los pormenores de este embarazoso asunto, sería tedioso para ustedes que les reseñara las mil y una peripecias por las que he tenido que pasar antes de lograr mi objetivo…
Hizo una pausa, bajó la cabeza y clavó la mirada en la taza de café que le habían servido, la cubrió con sus manos como si la ocultara, respiró profundamente, retuvo el aire en sus pulmones y lentamente se dispuso a liberarlo mientras parecía medir las palabras que iba a pronunciar a continuación. El ambiente se tensó cuando levantó la mirada para dirigirla a nosotros; tenía que decirnos algo grave:
—Toño tiene SIDA.
Nos quedamos atónitos, la vista se me nubló, después Rómulo y yo nos miramos a los ojos y me di cuenta de que su rostro había palidecido, como seguramente lo había hecho el mío, y no supimos qué decir. “Trágame tierra”, pensé, y me recargué en el respaldo de la silla y eché la cabeza hacia atrás, sujetándola con los brazos, para aflojar el cuerpo. El rostro de Rómulo se había desfigurado con una mueca de dolor. Sus ojos enrojecidos, a punto de llorar, lo decían todo.
—Se preguntarán por qué Adela no está aquí conmigo, en este preciso momento… Es que ella no lo sabe aún ni creo que sea el momento de que se lo diga, lo he pensado muy bien. Además, Toño no quiere que ella se entere, por ningún motivo. Como verán, mi sobrino también cavó su tumba con lo que hizo, está pagando con creces los errores que cometió… Ahora comprenderán por qué recurrí a esas instancias, por qué logré conseguir su libertad, si es que al salir de la cárcel va a ser realmente libre…
—¿Y en dónde lo adquirió? —se atrevió a preguntarle Rómulo, que no salía de su asombro.
—¡Vayan ustedes a saber! No sé, ustedes saben mejor que yo de los excesos que vivió fuera de la prisión, o ¿es que acaso se cuidó en el viaje a Guanajuato? Y si no fue ahí, ocurrió en Tijuana, pues esa ciudad de la frontera se presta para todos los desmanes inimaginables. En el reclusorio de esa ciudad fue a expiar su culpa, desafortunadamente. Ésa es la realidad.
—¿Y nosotros qué tenemos que hacer? —pregunté.
—En su momento podrán hacer mucho. Adela confía plenamente en ti, Rómulo, me lo ha dicho, y estoy seguro de que piensa lo mismo de ti, Santiago. El hecho es que ella no lo sabe y no estoy dispuesto a quitarle la alegría de ver a su hermano libre y de nuevo a su lado, aunque sea por poco tiempo…
—¿…cómo?
—Toño está en la etapa terminal. No es fácil conservar la salud en esos mal llamados centros de rehabilitación social, no ha podido cuidarse y carece de defensas. Se ve muy mal, muchachos.
—Por eso, ¿qué podemos hacer nosotros? —insistí.
—Adela tiene claro que Toño no va a salir rozagante, así es que para ella será normal verlo hecho un guiñapo, lo entenderá. Lo que yo me propongo es hospitalizarlo como Dios manda cuando salga de esa cueva y llevarme a Adela conmigo a Los Ángeles, California, donde radico; alejarla de todo esto le hará bien. Venderemos la casa que les dejó su padre y se irá a vivir con mi familia, aquí no tiene a nadie más.
—¿Y nosotros? —le reclamó Rómulo, apesadumbrado.
—Me podrán ayudar a convencerla cuando llegue el momento. Cuenta con ustedes, lo sé porque me lo ha dicho, sé que son parte importante en su vida…
Rómulo lo interrumpió abruptamente, reclamándole:
—Entonces por qué dice que “aquí no tiene a nadie más”, ¿y nosotros qué somos?
—Corrijo, tienes razón, me expresé mal, pues como ya les dije, ustedes son parte importante en su vida, pero no pueden hacerse cargo de ella, tienen que tomar su propio camino, están en eso y no sería justo que tuvieran que…
—¡Ni madres!, así no son las cosas, no son como usted las plantea, la amistad no es un juego o un capricho, es un sentimiento solidario que no es movido por el interés o las conveniencias, sino por algo más sólido y auténtico: el amor, que es incondicional, desprendido y sobre todo, se basa en complicidades. También los amigos se quieren, así es que yo no voy a entrar a ese juego que usted nos propone, ¡no le entro! —afirmó Rómulo, evidentemente perturbado y molesto.
—Tranquilo, Rómulo, tranquilo, no te pongas así, sólo intento ayudarla sacándola de este atolladero y buscándole un mejor futuro…
—¡Pues no le busque nada ni la saque de ningún lado! —intervine—. Ella es quien tiene que decidir lo que hará con su vida y su futuro, no es un muñeco de trapo ni ha dependido antes de usted, ¿por qué tendría que hacerlo ahora?
—Porque nos necesita.
—¡Que lo diga ella! Tiene que enterarse de todo, enfrentarse una vez más a su realidad, como lo ha hecho tantas veces. Adela es más fuerte de lo que usted cree, así es que no se vale subestimarla.
—Santiago tiene razón. Valoramos lo que ha hecho por ella y por su hermano en estos momentos difíciles. Por primera vez recurre a ustedes, finalmente lo hizo y está bien, pero que no sea a cambio de que le quiten la libertad de decidir qué hacer con su vida… y con la poca vida que le quede a Toño, ¡eso no se vale!
—Es que Toño no quiere que ni ella ni nadie se enteren de que está infectado, y en eso es en lo que quiero que le ayuden, si es que siguen siendo sus amigos…
—Eso se llama chantaje —le advertí— y no es por ahí por donde nos va a ablandar. Adela debe saberlo, nunca nos perdonaría que no se lo dijéramos, con nuestro apoyo y solidaridad ella sabrá muy bien qué hacer después.
Esa misma noche, encerrados los dos en mi cuarto, lloramos como pendejos. Fue de dolor, es verdad, pero también de rabia, de mucha rabia.
Poco tiempo después murió nuestro amigo. Adela no estuvo sola. Sus amigos le agradecimos al tío de Toño lo que hizo por él, fue una acción de enorme calidad humana que valoramos todos. Se portó admirablemente. Habría sido aún más triste y desgarrador que la vida de nuestro amigo se esfumara encerrado en esas pocilgas degradantes, escuelas del terror, en que se han convertido las cárceles de México.
Arropado con el calor de su hermana, y el silencio solidario de nosotros, sus amigos, que siempre estuvimos a su lado, murió en paz. Se fue apagando lentamente, sin tener que explicarnos nada, sin tener que rendimos cuentas, ¿por qué habría de hacerlo? Fue mi amigo desde la infancia, igual que Rómulo, nos quisimos y nos soportamos, nos vimos y nos dejamos de ver, como suele ocurrir entre los verdaderos amigos, que no se tienen que frecuentar para serlo, pero al final volvimos a estar juntos.
Adela se quedó en México, no vendió su casa y ahora la comparte con Marcela y Françoise. Las tres tienen muchas historias que compartir… Marcela conoció a Toño más que nadie, lo amó, lo sufrió, lo aguantó, hasta que se liberó de él para encontrarse con Carlos, que la quiere bien. Y Françoise conoce, como Adela, el infierno de la soledad, la violencia y la incomprensión. La hermana de Toño decidió por sí misma, como tenía que ser, y nosotros la respaldamos. Ahora también Adela puede descansar…
Al final Toño hizo algo bueno. Así tenía que ser: el día de su velorio volvió a juntar a la banda.