Capítulo 19

Ben vio a Molly botar sobre el asiento de su todoterreno híbrido color cereza recién estrenado.

—¿Te lo estás pasando bien?

—¡Sí! —gritó ella, flexionando las manos sobre el volante.

—¿Todavía quieres ir a la cabaña? Porque parece que estás muy emocionada apretando todos esos botones nuevos.

—Ummm —ronroneó ella—. Dame unos minutos. No esperaba que me lo entregaran hoy.

—De acuerdo —dijo Ben—. Os dejaré a solas. Nos vemos dentro de media hora, más o menos.

Ella estaba demasiado ocupada posando la mejilla sobre el volante como para responder, así que Ben subió a su furgoneta y se marchó hacia Main Street. Tenía un par de cosas que hacer antes de salir del pueblo.

El primer recado era fácil. En el ordenador de su despacho de la comisaría, comprobó que Cameron estaba de baja administrativa en el Departamento de Policía de Denver, y su vista para la libertad condicional iba a celebrarse el martes. Las acusaciones, allanamiento de morada, agresión, secuestro, amenazas, eran tan graves como para que no volviera a trabajar jamás en la policía.

Molly le había confesado que no le importaba que le concedieran la libertad condicional a Cameron siempre y cuando le impusieran una terapia por orden judicial. Ben no se sentía tan generoso. De hecho, soñaba con los días en que Australia era una colonia penal. Sin embargo, allí ya no se aceptaban reos, así que Ben tendría que conformarse con los meses que Cameron iba a pasar en la cárcel. Además, seguramente tendría que cumplir la libertad condicional en arresto domiciliario, con un dispositivo de localización en el tobillo.

Sin embargo, aquel fin de semana no iba a ocurrir nada más, y él estaba desesperado por pasar unos días a solas con Molly. Solo tenía que hacer una parada más, y tendrían dos días en privado para renegociar su relación. O para tener relaciones sexuales. Él estaba impaciente por hacer ambas cosas.

Mientras el ordenador se apagaba, Ben se preparó para su siguiente recado. Tomó una hoja de papel de su escritorio y salió de la comisaría. Recorrió Main Street a pie y se detuvo ante la casita azul de Miles Webster.

El porche acristalado servía de redacción del Tribune, así que Ben no se molestó en llamar antes de entrar. Miles se quedó helado, y Ben sintió una satisfacción infantil al ver su nerviosismo.

—Ya he pagado esa multa, Ben. Y he puesto la pegatina en el parabrisas.

—Ya lo he visto.

—Entonces, ¿qué quieres? Tengo todo el derecho a entrevistar a Kasten, así que espero que no hayas venido a pedirme que no publique la entrevista.

Ben apretó los dientes y negó con la cabeza. Había terminado de preocuparse por Miles y por sus historias. Por los cotilleos. No iba a preocuparse por nada más, salvo por convencer a Molly de que su desordenada vida podía encajar perfectamente en su cuidadoso mundo.

—He venido a poner un anuncio.

Miles arqueó las cejas.

—¿Un anuncio?

—Sí —dijo Ben, y le entregó el papel—. Quiero que salga en la próxima edición. Solo en el periódico en papel, no online.

A Miles le tembló un poco la mano al tomar la hoja, y Ben se sorprendió al darse cuenta de lo viejo que se estaba haciendo. Tenía casi ochenta años, pero seguía trabajando duramente en el periódico, además de cuidar a su nieta pequeña tres veces a la semana.

—¿Vas a dar una fiesta? —le preguntó Miles con incredulidad.

—Sí. Molly acaba de conseguir un gran contrato con una editorial nueva y vamos a celebrarlo. Una fiesta en The Bar. Todo el mundo está invitado.

Miles sonrió con sorna.

—¿Y sus nuevos libros van a ser sobre ti, Ben?

Ben ni siquiera pestañeó. No, las historias no serían sobre él. Molly ya le había prometido que iba a mantener en privado su vida privada. Sin embargo, la gente podía pensar lo que quisiera. Él no podía controlar eso, así que ni siquiera iba a intentarlo.

—Tú asegúrate de que el anuncio salga el próximo lunes, Miles. Nos veremos en la fiesta.

Había pensado que se sentiría ligeramente mareado al salir de allí, pero en vez de eso, se sintió aliviado. Ligero. Libre.

Y completamente preparado para tener una cita con Holly Summers.

Molly oyó los pasos aproximándose por el corto pasillo de la cabaña y se irguió en la cama, con un gritito de emoción. Oh, vaya. Por fin su semana estaba dando un giro positivo.

Se tiró de la minifalda para que le llegara a una altura casi decente. No demasiado decente, claro; solo para ocultar el hecho de que no llevaba braguitas. Se suponía que eso era una sorpresa.

Esperó con los ojos pegados a la puerta.

Cuando Ben entró, ella se alegró, porque él no había cumplido sus instrucciones al pie de la letra. No estaba desnudo; llevaba botas y unos vaqueros, y lo más importante, el sombrero negro.

—Señora —dijo él, inclinándose el ala hacia delante.

Molly estuvo a punto de desmayarse. Aquellos hombros anchos. Aquel estómago plano cubierto de vello suave. Todo ello, enmarcado en la madera rústica de la pared del dormitorio. Él debería haber sido el modelo de la portada de El salvaje Oeste.

Ella tuvo que tragar saliva antes de hablar.

—¿Seguro que no haces esto porque te sientes culpable?

—¿Culpable? —le preguntó él, pasando la mirada por sus piernas—. Si es así, esta es la primera vez que tengo una erección culpable.

—¿La primera vez? ¡Ooh, me encanta!

Él se tocó el ala del sombrero con dos dedos, a modo de saludo.

—A su servicio, señora.

Molly esperaba que él no hubiera oído que se le entrecortaba la respiración. Era embarazoso lo mucho que la estaba excitando aquello.

Cuando él se quitó las botas y se desabrochó los pantalones, el aire de la habitación subió de temperatura. Ella le metió prisa con la mirada, se humedeció los labios y agarró las sábanas con los puños. Ben sonrió.

—He estado pensando… —dijo.

«¡No! Pensar, no».

—La cremallera —dijo ella con la voz ronca. Quería verlo totalmente desnudo, totalmente excitado, sin nada encima, salvo aquel sobrero y su mirada de perversión.

—¿Sabes? Brenda te estaba acosando, pero ella no era la única acosadora.

—Ummm —murmuró ella distraídamente, sin quitarle los ojos de encima.

—Así que, en realidad, los dos teníamos razón.

¿De qué estaba hablando? ¿Acaso no había sufrido ella lo suficiente aquella semana?

—Claro, claro. Quítese los pantalones, sheriff. Quiero decir, Jefe.

Él sonrió, pero no de felicidad. No, era una sonrisa depravada.

—Así que he estado pensando en que… los dos perdimos esa apuesta. O, más bien, los dos la ganamos. Señora.

Por fin, ella salió de su abstracción y entendió lo que él le estaba diciendo.

—¿Eh? Quieres decir que… Aaah…

Él se acercó como un gran puma, y se detuvo frente a la bolsa de viaje que había sobre la cama. Después de abrir la cremallera, miró a Molly con una orden silenciosa, y ella pensó que iba a tener un orgasmo en aquel mismo instante.

—No quiero ser irrespetuoso, señora —dijo él—, pero me debe un espectáculo.

Ella sintió un espasmo de placer, y se dio cuenta de que estaba muy húmeda, caliente y excitada. Haría cualquier cosa por él. Cualquier cosa.

—¿Y si me niego?

—Bueno, en ese caso… Tenemos formas de encargarnos de los tramposos en este pueblo, señora.

En realidad, no tenía sentido hacerse la tímida y la coqueta cuando él podía oír sus jadeos, así que Molly metió la mano en la bolsa y sacó su juguete.

—¿Es esto lo que estabas buscando, vaquero?

—Sí, señora. Creo que sí.

—¿Y esto? —preguntó Molly y, con una sonrisa, flexionó una rodilla, sabiendo que él iba a tener un pequeño atisbo de lo que quería.

Ben perdió un poco el control, y tuvo que tragar saliva.

—Sí, señora.

—Entonces, quítate esos pantalones y dame un poco de inspiración para trabajar.

Para ser un curtido sheriff del Oeste, obedeció rápidamente.

Se quitó toda la ropa y dejó a la vista su erección dura y gruesa, algo que ella había echado de menos. Entonces, Ben se bajó más el ala del sombrero, de modo que ella solo pudo ver el brillo de sus ojos y su sonrisa prometedora.

Molly se tendió en la cama, separó los muslos y se subió la falda, y vio que a él se le contraían los músculos ante aquella visión.

Quería pagar la apuesta de la mejor manera, pero en aquel punto, las cosas ya estaban completamente fuera de su control. Ben le dijo, exactamente, lo que quería que hiciera con Azulito, y sus palabras duras y eróticas fueron la ruina para ella. Su espectáculo llegó al final en cuarenta y cinco segundos.

Por suerte para ella, la actuación de Ben duró más de media hora. Y él le prometió que iba a repetirlo todos los días, durante tantos años como ella quisiera.

Y Molly quería. Vaya si quería.