Molly oyó unos pasos que ascendían por las escaleras. Esperó con los ojos muy abiertos y la garganta en carne viva. Había gritado todo lo que había podido a través de la mordaza, pero dudaba que la visita hubiera oído algo. Cameron había puesto la televisión para tapar sus gritos.
Sin embargo, tal vez hubiera sido Ben, y tal vez él hubiera arrestado a Cameron a punta de pistola. Cualquier cosa era posible. Pero los pasos que se aproximaban eran lentos y relajados, no sigilosos ni urgentes, y Molly sentía cada vez más pánico.
—¿Dónde demonios están las copas de vino, Molly? —le preguntó Cameron cuando abrió la puerta—. Vives como una paleta en este pueblo.
«¿Qué ha ocurrido?», gritó ella en su cabeza, intentando gritar con los ojos y con la cara, pero Cameron ignoró sus gruñidos y caminó despreocupadamente hacia la cama.
—Casi se me olvida esto —dijo, y sacó una máscara negra de la bolsa.
«¿Qué demonios ha ocurrido ahí abajo?», volvió a preguntarse ella. Clavó ambos tacones en el suelo e intentó volcar la silla.
—¡Ooh! ¿Esto te excita? —preguntó él entre carcajadas—. No tengo mucha experiencia con esto, pero creo que sé por dónde me gustaría empezar.
Cameron se quitó los zapatos y empezó a desabotonarse la camisa, y Molly perdió lo poco que le quedaba de calma. Comenzó a hiperventilar. Quería salir de allí en aquel mismo instante. Él ni siquiera se dio cuenta.
Cameron se quitó la camisa. Tenía un pecho esbelto y musculoso. No era tan grande como Ben, pero era fuerte y, lo más importante, estaba completamente loco. Sonrió serenamente.
—No te preocupes, solo me estoy poniendo cómodo —dijo, y le miró las piernas durante un largo instante, pensativamente—. Sé que parezco un tipo muy seguro de mí mismo, pero lo pasé muy mal cuando te fuiste. Al principio todo iba muy bien entre nosotros. No entendí por qué te distanciaste de mí, por qué rompiste conmigo. Sin embargo, ahora veo que no tenía nada que ver conmigo. Es algo sobre ti, sobre tu incapacidad para abrirte a los demás. Para contar tus secretos. Eres capaz de compartir tus pensamientos más ocultos con extraños, pero no con la persona que te quiere. Eso es muy triste —dijo Cameron. Se encogió de hombros y añadió—: Pero eso ya ha terminado. Vamos a solucionarlo. ¿Qué te parece si empezamos con fotografías?
—¿Eh? —balbuceó Molly a través de la mordaza.
—Fotos. Cuando estaba preparando este viaje, pensé que tal vez Lawson todavía anduviera contigo. ¿Qué mejor manera de librarnos de él que enseñarle lo unidos que estamos?
Entonces, se inclinó sobre la bolsa y sacó una cámara. Era grande. Una cámara de aspecto profesional.
Molly gruñó. Oh, Dios. Aquello era justo lo que necesitaba para aumentar el desastre de su vida. Seguramente, él le enviaría aquellas fotografías a su familia, las pasaría por la comisaría, las pondría en Internet. «¿Veis? Os dije que seguía loca por mí».
Sin embargo, lo que más le dolió fue pensar que pocas semanas antes había estado pidiendo que le hicieran fotos eróticas. ¡Pero las quería con Ben, no con Cameron! No con ningún otro. Solo con Ben.
Y, a cambio, Ben le había regalado algo muy bello.
Comenzó a llorar otra vez. Cameron oyó sus gemidos, y por fin se fijó en su cara. Entonces se le congeló la sonrisa en los labios.
—Demonios, Molly, ¡estás hecha un espanto! Estás hinchada y roja —dijo, y se estremeció—. ¿Eso es parte del juego? Porque no me gusta nada, y las fotografías no van a salir bien.
Entonces, Cameron salió del dormitorio y volvió del baño con una caja de pañuelos de papel. Como ella estaba atada, se vio obligado a ser él quien le limpiara la nariz. Cuando estuvo satisfecho, se alejó de nuevo.
—Aunque —continuó, como si no hubiera habido ninguna interrupción— no es que no quisiera tomar fotografías si no existiera Ben. De hecho, no puedo creer que no lo haya hecho nunca. Tal vez, si te hubiera hecho fotos, no me habría sentido tan solo estos meses. Te he echado de menos de verdad.
Molly lo observó. A cada minuto que pasaba estaba más agotada. Tenía el cuerpo entumecido y había empezado a dolerle la cabeza. Y no quería, por nada del mundo, que él le hiciera aquella clase de fotografías.
—Bueno —dijo Cameron, en voz tan alta que ella dio un respingo—. Vamos a empezar la fiesta, ¿de acuerdo?
Molly lo miró con odio cuando él comenzó a apretar el disparador de la cámara. Su miedo se había transformado en ira y en disgusto.
Ben sabía cómo era el deseo en sus ojos. Si veía aquellas fotos, entendería la verdad. Tal vez Cameron tuviera pensado enviárselas enseguida por correo electrónico. Intentó cruzar los dedos, pero no pudo moverlos. Le lanzó puñales con la mirada a Cameron.
—Bueno —murmuró él—. Muy bien, ya tenemos los preliminares. Y ahora… —con una sonrisa de gato de Cheshire, dejó la cámara y sacó un par de tijeras de la bolsa. Molly se estremeció.
—Lo primero es lo primero —continuó Cameron—. Deja que te vea esos preciosos pechos.
Molly tuvo un ataque de pánico e intentó retroceder en la silla. La madera no se la tragó, así que rezó para que las tijeras no estuvieran tan afiladas como parecía.
Cameron se agachó a su lado e, ignorando sus gemidos de miedo, comenzó a cortarle el jersey. A la espera de ver la lana blanca empaparse de sangre roja, Molly estaba tan concentrada conteniendo la respiración que no oyó los pasos que subían por las escaleras.
—Oh, por el amor de Dios —suspiró Cameron. Dio dos tijeretazos más y dejó que el jersey se abriera—. Si es ese Lawson otra vez, le voy a poner una querella por acoso. Es increíble.
¡Ben! ¡Era Ben quien había estado allí antes!
Cameron le acarició con el pulgar la parte superior del pecho y después se lo pasó entre los dos senos con más presión.
—Se irá —murmuró. Se había quedado hipnotizado al ver el sujetador de color marfil que ella había elegido para Ben—. Dios, qué guapa eres. Siempre me han encantado tus pechos. Casi odio tener que compartir esta imagen tan bonita, pero haré lo que sea necesario para que te quedes conmigo, Molly.
Sonó el timbre mientras él estaba deslizando una de las hojas frías de la tijera por debajo de la tira de tela que unía las dos copas.
Clic.
Molly se encogió. El pulso se le aceleró de pánico. Sin embargo, al abrir los ojos vio que el sujetador estaba intacto, o casi. Aquel no era un sujetador de WalMart. Aquella preciosidad estaba reforzada.
—¡Mierda! —gritó Cameron, y arrojó las tijeras a la pared más cercana—. Ahora mismo vuelvo. Ese alboroto me está volviendo loco.
«Como si no lo estuvieras ya», pensó ella.
Abajo, los golpes se habían convertido en un aporreo constante, y Molly supo que era Ben. Oh, Dios, si Ben había ido a rescatarla, lo amaría para el resto de su vida. Él tendría una acosadora personal a tiempo completo, con derecho a llamadas sexuales a cualquier hora del día o de la noche.
Cruzó los dedos mentalmente y cerró los ojos, esperando que se produjera algún ruido esperanzador en el piso de abajo.
Ben mantuvo la palma de la mano abierta, baja, haciéndoles un gesto a sus hombres para que siguieran escondidos. Si Cameron tenía un arma, tal y como sospechaba Ben, no quería que ninguno de los chicos le avisara de que iban a arrestarlo. Sin embargo, estaba empezando a sentir pánico; el instinto le decía que algo marchaba muy mal. Llevaba más de un minuto llamando a la puerta, y quería echarla abajo de una patada; pero si Cameron estaba arriba con Molly, y tenía un arma…
Debería haberlo atrapado cuando había estado con él a solas, en la puerta de la casa. Pero Ben no tenía la pistola consigo y no había llamado a la comisaría, y no sabía cuáles eran las intenciones de Cameron.
De repente, oyó un golpe dentro de la casa, seguido por un grito y una maldición. Se oyeron unos pasos furiosos antes de que la puerta se abriera.
—¿Qué demonios quiere? —le gritó Cameron.
—Me gustaría que saliera un momento.
—¡No! —respondió Cameron. Iba a cerrar de un portazo, pero Ben agarró la puerta con la mano izquierda y posó la derecha sobre su arma.
—No ha sido una petición, sargento, ha sido una orden.
Cameron enrojeció de ira. Incluso se despeinó.
—¡Váyase a la mierda! Estoy ocupado tirándome a su novia, Jefe.
De repente, todo le pareció muy fácil. Ben atravesó el umbral, agarró a Cameron por el cuello y lo sacó al porche al mismo tiempo que desenfundaba la pistola. Puso a Cameron contra la pared con el cañón del arma bajo la barbilla, antes de que el tipo hubiera dejado de gritar.
—¿Va armado, sargento?
—¡Voy a ponerle una querella, Jefe Lawson!
—Su arma, sargento.
—¿La que uso para el trabajo, o la que acabo de usar con Molly?
Ben supuso que debía ponerse contento cuando Frank dijo «Jefe» justo a su espalda, pero sintió mucho resentimiento al oír aquella advertencia.
—Cachéelo —le ordenó al oficial.
Cameron lo miró con desprecio mientras Frank comenzaba a cachearlo.
—Es usted patético —gruñó—. Molly quiere un hombre de verdad. Acéptelo.
—¡Arma! —exclamó Frank, y confirmó lo que había sospechado Ben.
Mientras el oficial estaba descargando la pistola, Ben hizo girar a Cameron y lo esposó.
—Es mi pistola reglamentaria, idiota. Tengo todo el derecho a llevarla.
—Y está legalmente obligado a informar de su tenencia a un oficial de policía. Le leeré sus derechos en un instante, sargento. Frank, mételo en tu furgoneta. Andrew, ven conmigo.
—Jefe —dijo Andrew suavemente, mientras entraban en el vestíbulo—. Nos vamos a meter en un buen lío si no pasa nada.
—Ya lo sé —dijo Ben. Pero no le importaba. Sabía que algo no iba bien.
Subió las escaleras y se dirigió hacia el dormitorio de Molly. Giró el pomo y respiró profundamente antes de abrir. Entró en la gran habitación con la pistola en alto, y miró a su alrededor.
La vio antes de oír su gemido.
—Oh, Dios mío.
Ben no sabía qué esperar, pero no era aquello. Molly estaba atada y medio desnuda, con una mirada de terror sobre una mordaza blanca.
—Molly, ¿hay alguien más en la casa, aparte de Cameron?
Ella negó con la cabeza, y entonces Ben corrió hacia ella y se arrodilló a sus pies.
—Oh, Molly —dijo, mientras le desanudaba el pañuelo—. Lo siento. Lo siento…
Por fin, consiguió soltar el pañuelo, y ella jadeó y se apretó los labios hinchados mientras intentaba tragar saliva.
—Molly —susurró él, mirándola fijamente a los ojos—. Lo hemos detenido. Ahora estás a salvo.
—Quítame… quítame estos malditos zapatos.
Ben agitó la cabeza y tragó para intentar deshacerse el nudo que tenía en la garganta. Ella había pasado por algo tan traumático que ya no sabía cuál era la realidad.
—Shhh. Todo está bien, Molly. Estoy aquí.
—¡Quítame estos malditos zapatos, por favor! ¡Por favor!
—De acuerdo.
No tenía sentido discutir con ella en aquel estado, así que él se agachó y le quitó los dos zapatos de tacón.
—Oh, gracias, Ben. Gracias. No puedo creer que estés aquí. Gracias. Te quiero. Te quiero de verdad. Y no lo estoy diciendo porque…
—Solo estoy haciendo mi trabajo, Molly —dijo él, solo para frenar todas aquellas flechas que se le estaban clavando en el corazón. Consiguió cortar rápidamente las ataduras de plástico de los tobillos, pero las esposas eran un problema.
—Tengo que encontrar la llave, Molly. Voy a buscarla por la habitación. Ahora vuelvo.
Ella asintió mientras él hablaba por radio con sus oficiales para decirles que había encontrado a la señorita Jennings y que la casa estaba despejada.
—Dadme un minuto antes de subir —añadió. Quería ahorrarle a Molly la vergüenza de que la vieran antes de que él le hubiera quitado las esposas y la hubiera cubierto.
Con más calma, Ben se volvió hacia la cama para buscar la diminuta llave de las esposas. Al ver lo que había sobre la colcha, comenzaron a temblarle las piernas. Con la mano temblorosa se tapó los ojos; pasó un rato hasta que pudo abrirlos de nuevo.
Un látigo, una pala de madera, una venda para los ojos. Otro par de esposas y una cuerda negra. Y unas tijeras muy afiladas en el suelo, junto a la silla.
Él miró cada uno de los objetos y movió la cabeza.
—Ben —susurró Molly a sus espaldas.
Aquella vocecita lo devolvió al mundo, y él asintió. Allí estaba. En la mesilla de noche, la llave brillaba bajo la lámpara.
—No pasa nada —dijo ella, mientras él tomaba la llave y volvía a su lado.
—Lo siento. No debería haber… Lo siento, Molly. He permitido que te hiciera daño.
Abrió la cerradura y la liberó por completo. Al mover los brazos, Molly gimió.
—Oh, cómo duele.
Ben le masajeó cuidadosamente los hombros, hasta que ella suspiró. En cuanto pudo posar las manos en el regazo, él tomó la manta de la cama y la envolvió. Después, la abrazó.
—Hay que llevarte al médico.
—No. Estoy bien —respondió ella, y apretó la cara contra su pecho.
—Molly… No estás herida, ¿verdad? ¿Te ha herido?
—No. Has llegado justo a tiempo, Ben.
—Gracias a Dios.
Por fin, le fallaron las rodillas y cayó sobre el colchón, sentándose sobre la pala de madera y el látigo, pero no le importó lo más mínimo.
—¿Solo tenía que hacer esto para volver a tenerte en mi cama? —le preguntó Molly con un susurro—. ¿Dejar que me secuestraran y me torturaran?
—Cállate —gruñó él, y la estrechó contra su cuerpo.
—Jefe —gritó la radio. Él quería que el mundo desapareciera, quería quedarse a solas con ella, pero era un profesional, y no podía echar abajo aquel caso.
Les dio a sus hombres la orden de que subieran, y después besó a Molly una docena de veces en el pelo y en la frente.
—Lo siento, pero tenemos que procesar las pruebas e interrogarte.
—Perfecto, siempre y cuando pueda declarar sin tacones y sin esposas.
—Creo que eso podemos arreglarlo.
Pese a las bromas, ella empezó a llorar de repente contra el pecho de Ben, mientras él la mecía suavemente.
Él había dejado que le ocurriera aquello, por sus celos y su ira. En vez de creer en Molly, en la inteligente, afectuosa y alegre Molly, había confiado en sus miedos y en las palabras de un imbécil psicótico. Nunca se lo perdonaría. Y tal vez ella tampoco.
Oyó a sus hombres subir por las escaleras. Le sería fácil evitar aquello en aquel momento, pero él necesitaba decirle la verdad.
—Molly, vi a Cameron en el pueblo, pero no lo detuve.
—Ya lo sé.
—Me tragué sus mentiras.
—Solo por mi jueguecito. Yo había estado presionándote, intentando ponerte celoso.
—Eso no es excusa —insistió él, pero Andrew entró en aquel momento por la puerta, y su conversación terminó. O eso pensaba él.
A Molly no le importó tener público.
—Has venido a buscarme —dijo ella, y se retiró ligeramente para poder mirarlo a los ojos—. Pese a todo, has venido y no te has dejado engañar.
—Casi demasiado tarde —replicó Ben.
La tomó en brazos y se la llevó al otro dormitorio para que Andrew pudiera empezar a tomar notas y fotografías.
—Voy a usar esto para volver contigo. ¿De qué sirve, si no, que te aten y te amordacen?
—Ya basta —dijo él.
—En serio. Voy a tener pesadillas. Ansiedad. Necesitaré que me cuides.
—Molly…
—Bueno, en realidad no quiero que me quieras solo por lástima. O tal vez sí. No lo sé. Pero, por favor, deja de estar enfadado conmigo. Yo no quería hacerte daño, Ben. Te necesito…
—Shh. Eres boba.
—Oh. Oh, lo siento. Es que… Demonios…
Molly se derritió contra él, en su pecho, en su regazo. Estaba cálida, estaba viva, y él no podía pensar en alejarse de ella ni un segundo.
—Hace un buen rato que dejé de estar enfadado contigo, Molly.
—¿De veras? Entonces, ¿qué sientes ahora? ¿Has superado lo nuestro?
—No.
Ben la agarró de la mano y le acarició la piel suave, y notó que se le había roto una uña. Podría pasarse días acariciándola, pegado a su cuerpo.
—No voy a decirte que todo esto no me ha hecho daño —dijo él—. No tenemos tiempo de hablar ahora, y hay que hablar de muchas cosas. Pero, por favor, dime que no puedes vivir sin mí, porque… porque estoy hundido, y te necesito.
Ya. No había sido tan difícil. Casi no le había temblado la voz. No, decirlo no había sido tan malo.
¿Pero cuando ella gritó y saltó sobre él, y le metió la lengua en la boca justo cuando sus hombres entraban en el dormitorio con las armas desenfundadas? Eso sí fue bastante malo.