Escritora de pornografía para mujeres.
Bien; así que no estaba desnuda por Internet, ni ayudando por teléfono a pervertidos a que se masturbaran. No era nada siniestro ni ilegal. Ella solo escribía historias eróticas. Sobre él.
Ben no quería volver a casa de Molly, pese a que se lo hubiera prometido. Estaba agotado, lejos de su cama, y el alivio que había sentido horas antes, al saber que Molly ya estaba segura, había pasado a un segundo plano.
Brenda había dicho cosas amargas sobre los libros de Molly, y a la primera oportunidad que había tenido, él había buscado las historias en Internet. Y allí estaban, las dieciséis. ¡Más de la mitad, ahora disponibles en formato impreso! La editorial la promocionaba citando las críticas increíbles que había recibido, sus muchos premios y las cifras de ventas. Aquella mujer era una estrella. Y Ben era el protagonista de, al menos, una de sus novelas.
Él no quería creer aquella parte. Si ella solo hubiera sido escritora de historias eróticas, estaría bien. Sería raro, pero estaría bien. Sin embargo, Besos Robados era, sin duda, sobre él. Solo era necesario leer el pasaje de dos páginas que había en la página web. Un pequeño pueblo de montaña. Una chica y el mejor amigo de su hermano. Un apartamento encima del supermercado, por el amor de Dios. Parecía que lo único que había cambiado eran sus nombres y su edad. Ah, y también lo que había pasado aquella noche. Aunque eso no lo sabría nadie.
Al llamar a la puerta de casa de Molly, tenía un nudo tenso y doloroso en el estómago. Esperaba que ella siguiera durmiendo, pero no tuvo suerte. Ella abrió la puerta fresca e inocente como una flor. Llevaba unos pantalones vaqueros cómodos, un jersey amarillo y el pelo recogido en dos trenzas. Aparte de las ojeras, parecía la adolescente que fue una vez.
—Siento llegar tan tarde.
—Pasa —dijo ella con amabilidad. Como si supiera lo que él iba a decirle. Sin embargo, él no tenía ni idea de lo que iba a decirle.
—Brenda lo ha confesado casi todo —dijo él. Se quedó en la entrada con el sombrero en la mano, como si nunca hubiera entrado en aquella casa ni hubiera estado en la cama de Molly. Molly se cruzó de brazos y asintió.
—Dice que ella no saboteó tu coche, pero eso puede costarle una acusación de tentativa de asesinato, y sin duda lo sabe.
—Chica lista.
—Sin embargo, está claro que fue ella la que entró en tu casa, y eso sí lo ha admitido. Usaba las herramientas de la comisaría para entrar.
—Mala publicidad.
Él arqueó una ceja, y ella bajó la cabeza.
—¿Y ahora que va a pasar? —preguntó Molly rápidamente.
Tal vez lo estuviera preguntando por su relación, pero Ben prefirió eludir la cuestión.
—El Fiscal del Distrito estudiará el caso y decidirá qué cargos presenta contra ella. Algunas veces hay que investigar más antes de que suceda eso, pero en este caso todo está bastante claro. No me sorprendería que Brenda solicitara un trato con la fiscalía. Esto podría terminar rápidamente.
Él se encogió al oír sus propias palabras, y la mirada de Molly se volvió fría.
—Me lo imagino.
Él se caló aquel sombrero y estiró el ala.
—Bueno, será mejor que me vaya. Tengo que ducharme y comer algo. El Fiscal del Distrito quiere que tengamos una reunión a las tres. ¿Estás bien?
—Sí.
—Ha sido una noche traumática. Tal vez debieras ir a quedarte con tus padres durante unos días.
—¿Hasta que pase el furor?
—Más o menos.
—O —replicó ella con una sonrisa—, tú podrías llevarme a tu cabaña, como habíamos planeado, y podríamos recuperarnos juntos.
—Yo… eh… Ahora ya no creo que pueda tomarme una semana libre. Todo va a ser una locura. Lo siento.
—Claro. Por supuesto. Yo también lo siento. De verdad.
—Molly…
—Los dos sabemos que esto es por mis libros.
A él se le encogió el estómago.
—Ahora no tengo tiempo para esto.
—Oh, seguro que no tardamos mucho.
—¿Qué significa eso?
—Significa que quieres terminar con esto, pero no sabes cómo hacerlo. No sería apropiado romper con tu novia a la mañana siguiente de que alguien intente matarla, ¿no?
—Yo no puedo… Tú… Tú…
—Vamos, dilo, Ben.
Ella estaba tan indignada que él tuvo ganas de gritarle. Así que lo hizo.
—¡Yo nunca pensé que tu secreto tuviera algo que ver conmigo! Podías mantener en secreto el resto de tu vida, pero no tenías derecho a ocultarme eso. En primer lugar, no tenías derecho a mezclarme en ello.
Ella asintió como si estuviera de acuerdo, pero su expresión era pétrea. Sin embargo, él no se ablandó.
—¿Qué justificación puedes darme para haber hecho eso?
Molly se encogió de hombros y sacudió la cabeza.
—¿Cómo justificas el hecho de haberte acostado conmigo sin mencionar que habías estado escribiendo indecencias sobre mí?
—No son indecencias.
—Oh, lo siento. ¿Prefieres la palabra «pornografía»? ¿O «porquerías»? ¿O «fantasías perversas»?
—No es nada de eso —insistió ella—. Entiendo por qué lo dices, pero si leyeras mis libros…
—¿Yo, y todos los demás habitantes de este pueblo?
—Sé que es malo, pero…
—Malo. Sí, claro. ¿Es que no te dejé bien claro que no quería volver a pasar por otro escándalo sexual?
—Sí…
—Lo sabías desde el momento en que volviste al pueblo.
—Yo…
Ben se quitó el sombrero y se golpeó el muslo con él para interrumpirla.
—Lo sabías cuando escribiste esa maldita historia.
Ella apretó los puños.
—¡Nunca pensé que llegaría a publicarse! No pensaba eso, ni siquiera cuando conseguí el contrato… Las publicaciones por Internet eran un negocio completamente nuevo. Pensé que tal vez lo leyeran cien personas, y que ganaría unos cuantos dólares, y que todo quedaría ahí. Cuando me di cuenta de que…
—¡Podías haberme dicho esto durante las dos semanas pasadas! ¡Demonios, podías habérmelo dicho durante los diez años anteriores!
—¡No podía!
Él estaba tan enfadado que temblaba.
—¿Y por qué no? Dime la verdad por una vez, Molly.
Ella retrocedió un poco, y aflojó los puños. Tenía los ojos brillantes de dolor, como si le estuviera rogando en silencio que tuviera un poco de piedad.
—Ben… Yo tenía que habértelo dicho. Hace mucho tiempo que sabía que tenía que decírtelo, pero no podía. Me gustabas. Siempre me has gustado, y no podía soportar que leyeras mis fantasías personales.
—Pero no te importaba que las leyeran otros miles de personas.
—¡Nadie sabía que era yo! Y nadie sabía que eras tú. No es real, así que parecía…
—¿Y cómo voy a convencer yo a mis amigos, y a mi familia, y a todos los que conozco, de que no es real?
—¡Yo se lo diré!
—¿Y te van a creer?
—Supongo que… supongo que no tendrían razón para creerme.
—No, claro que no. Se ha terminado, Molly —dijo él, y se miró las manos, los dedos con los que había retorcido el sombrero y lo había dejado hecho un desastre—. Se ha terminado.
Ella suspiró.
—Quieres decir que nosotros hemos terminado. Pero esta mañana… me dijiste que me querías, y yo pensaba que podíamos intentar…
—Esta mañana no sabía que me habías traicionado, que me habías estado ocultando algo tan importante. Esta mañana no sabía que ibas a arrastrar mi nombre por el fango porque eras demasiado cobarde como para contarme la verdad. Y esto no habría sucedido si no me hubieras permitido que me enamorara de ti, Molly. Así que no, no podemos intentar nada.
—Está bien —dijo ella, asintiendo—. Está bien. Lo siento.
«No está bien». Ben quería gritarle que no estaba bien, pero no podía soportar ver sus lágrimas cayéndole por las mejillas, ni la horrible necesidad de seguir arremetiendo contra ella. Así que se dio la vuelta y escapó. Volvió a su furgoneta antes de decir algo que después pudiera lamentar de verdad. Algo que le hiciera tanto daño a Molly como el daño que estaba sintiendo él.
Molly volvió calmadamente a la cocina, se tomó un vaso de agua y lavó los platos. Después revisó su correo electrónico, descargó algunas sugerencias de su editora y puso al día su página web.
Solo era mediodía. No podía acostarse. El mundo no se detenía porque su pequeño universo se estuviera derrumbando. Por lo menos, ella llevaba preparándose durante semanas. Ben debía de estar tambaleándose por aquella traición de la mujer a la que podía haber amado.
Ella estaba mirando por una de las ventanas traseras, observando a una urraca que se movía a saltitos alrededor del comedero vacío de los pájaros, cuando sonó el teléfono. Miró su nueva pantalla de identificación de llamadas. Era del Love’s Garaje; a Molly se le hundieron los hombros de la desesperación. No era Ben, y ella no quería hablar con ninguna otra persona.
Cuando se dio cuenta de que estaba arrodillada junto al teléfono, sollozando, pensó que tal vez fuera buena idea acostarse.
No se levantó durante dos días. No trabajó. No comió.
Pero aquellas cuarenta y ocho horas de depresión le sirvieron de algo. Pensó en su vida y en su futuro. Pensó en Ben, y en lo que él significaba para ella. Había algo especial e importante entre ellos, y serían unos tontos si lo dejaran pasar. Así que, ¿cómo iba a convencer a Ben de que estaba siendo un tonto?
Cuando por fin salió de entre aquellas sábanas arrugadas, Molly Jennings estaba deprimida, sucia y hambrienta. Pero tenía un plan.