Molly tenía que aceptar la verdad. Estaba atrapada. Totalmente atrapada.
Ben había resultado ser inmune al encanto de Kasten. Había entendido perfectamente cuál era su verdadera personalidad. Y si sumaba eso a todo lo demás, Ben era el hombre perfecto para ella. Y ella, una idiota.
Tenía que habérselo contado todo desde el principio, y entonces habrían comenzado su relación con todas las cartas sobre la mesa. Pero no era así, y ahora ella estaba enamorada, y no sabía cómo continuar.
Nunca había estado enamorada. Nunca. Y en aquel momento había muchas posibilidades de que se le rompiera el corazón antes de haber podido disfrutarlo.
Habían pasado cuatro días desde que Cameron había aparecido en Tumble Creek, y Molly se había encerrado a trabajar para no tener que tomar una decisión. Y tenía que tomar una decisión, lo sabía. Sin embargo, no podía soportarlo. Tendría que romper con Ben o contarle la verdad. Y si le contaba la verdad y él le daba la espalda… Oh, eso le iba a doler mucho.
Tenía un nudo en el estómago. Tenía que ser sincera con él, y eso la asustaba mucho, así que seguía escribiendo y comportándose como si todo fuera estupendamente bien.
Por lo menos en el aspecto laboral todo iba estupendamente bien. Había terminado El salvaje Oeste y había enviado el documento a la editora. Estaba terminado, y era bueno, y podía sentirse orgullosa de ello. Así que había convencido a Lori para ir a Grand Valley a cenar y a ver una película. Antes de irse, Molly pasó por la comisaría para darle un beso a Ben.
Después de cerrar cuidadosamente su casa, Molly bajó la colina con sus botas de tacón favoritas y su pantalón vaquero más sexy. Cuando llegó a su destino, abrió la puerta de la comisaría y entró con una sonrisa en los labios. Y se encontró de frente con Brenda Hamilton.
Vaya.
—Hola, Brenda.
La mujer miró a Molly con inquina.
—Señorita Jennings.
—¿Está el Jefe?
—Está ocupado. Si quiere dejarle un mensaje, se lo entregaré —dijo la recepcionista con el tono de una asesina en serie.
—Brenda, siento mucho la escena del otro día. Seguro que Ben ya te lo ha dicho, pero la verdad es que Cameron y yo rompimos hace mucho tiempo y él me ha estado causando muchos problemas. Siento que el desenlace ocurriera aquí en la comisaría.
En vez de responder, ella miró con frialdad el atuendo de Molly, terminando con una mueca despreciativa hacia sus botas.
Molly suspiró y se encogió de hombros.
—Mira, si puedo ver a Ben un minuto…
—El Jefe Lawson está ocupado. Tal vez no entienda usted lo que significa una jornada de trabajo honrado, pero él sí. Así que deje el mensaje y, por favor, permítame seguir con mi…
—Brenda —dijo Ben, sorprendiéndolas a las dos.
—Jefe —murmuró Brenda, pero rápidamente se recuperó—. Le estaba diciendo a la señorita Jennings que estaba usted hablando por teléfono con la Policía del Estado y que no podía atenderla.
Ben miró a Brenda con frialdad.
—Brenda, tu turno ya ha terminado. Hablaremos mañana por la mañana.
—Pero…
—Mañana. Ahora, márchate a casa.
Brenda enrojeció violentamente.
—Muy bien, pero esta chica no es más que una cualquiera, y todo el mundo lo sabe. Se están riendo de usted, Jefe.
Aunque él se puso igual de rojo que Brenda, Ben mantuvo un tono frío y calmado.
—Márchate. Y mañana no vuelvas a trabajar si no eres capaz de comportarte con profesionalidad y mantener tus prejuicios al margen. ¿Entendido?
Brenda murmuró un «sí» que contradecía su expresión de furia. Se puso en pie y recorrió el pasillo hacia una de las habitaciones traseras.
Ben tomó a Molly del brazo y se la llevó en dirección contraria, a la calle.
—Lo siento, Ben —dijo ella.
—No, yo soy el que lo siente. Eso ha sido horrible, y completamente fuera de lugar.
—Oh, no completamente —respondió ella con una risa forzada, aunque por dentro estuviera temblando.
—Molly, estoy enfadado con ella en el aspecto personal, pero como jefe estoy furioso con ella. Su comportamiento no ha sido profesional, y ha sido mezquino.
—Bueno, yo soy una ciudadana de este pueblo.
—Exactamente.
Bueno, en eso sí había estado bromeando, pero Ben se tomaba su trabajo muy en serio.
—Lo siento, Molly. Vaya un comienzo más agradable para tu noche. ¿Vas de camino a casa de Lori?
—Sí. Me ha dicho que mi coche ya está listo, pero quiere hacerle más pruebas, así que nos vamos a llevar su furgoneta.
—Bien —dijo él, sin apartar la mirada de la puerta de la comisaría—. Puede que haya alguna nevada esta noche. Tened cuidado.
—De acuerdo —respondió Molly. Finalmente, se le acabó la paciencia y dijo—: Ben, creo que Brenda está enamorada de ti.
Eso captó la atención de Ben.
—¿Cómo? —le preguntó, mirándola a los ojos.
—Que está enamorada de ti.
—¡Claro que no!
Molly miró al cielo con resignación y pensó, no por primera vez, que los hombres eran criaturas verdaderamente tontas.
—Brenda se ha portado de un modo muy raro conmigo desde que llegué al pueblo, y ahora está echando espuma por la boca. Está celosa.
Ben estuvo negando con la cabeza durante todo el tiempo.
—No. Brenda y yo somos amigos. Ella cree que me está cuidando; eso es todo.
—Ponte la gorra de policía —le susurró Molly, al ver que se abría la puerta de la comisaría.
Brenda salió apresuradamente, envuelta en su abrigo. Se quedó un poco azorada al verlos allí, a pocos metros, pero siguió caminando por la acera hacia su pequeña casa.
Ben se quedó mirándola. Molly se inclinó hacia él.
—Tal vez sea Brenda —le dijo en voz baja.
Él observó a la recepcionista mientras torcía la esquina.
—Sus huellas están en la base de datos. El ordenador las habría identificado con las que se tomaron en tu casa.
—Trabaja en una comisaría, Ben. Seguro que sabe ponerse unos guantes.
—No. No puede ser Brenda. En realidad, yo había pensado en Miles. Tal vez lo esté haciendo para crear nuevas historias para su periódico.
Ella negó con la cabeza.
—Quieres que sea Miles porque lo odias. Claramente, es Brenda.
—De ninguna manera. La conozco de toda la vida, ¡y no está enamorada de mí!
—¿Y por qué me odia?
—¿Es que las mujeres no tenéis ese tipo de rarezas todo el rato?
—¡Si apenas la conozco! —insistió Molly—. Por lo menos, piensa en ello, ¿de acuerdo?
—Lo investigaré, pero me parece muy improbable. Esa primera noche que me llamaste me dijiste que habías visto un hombre, no una mujer.
Ella arrugó la nariz ante aquel argumento tan lógico.
—Bueno, no quiero ser grosera, pero Brenda es un poco, eh… fornida. No sería difícil confundirla con un hombre de lejos y a oscuras.
—Está bien. Intentaré tener la mente abierta —le prometió él, y le pasó la mano por el pelo—. Voy a repasar su horario del último mes, e intentaré recordar cualquier acto sospechoso por su parte. Pero ella no está enamorada de mí.
—Ya. Yo hago la cena para hombres descarriados todo el tiempo. Porque es lo más normal.
—¿No es hora ya de que te marches a casa de Lori?
—Ah, te estás ruborizando. Seguro que Brenda no es la única mujer que siente un amor no correspondido por ti. Hombres de uniforme. Soledad estoica. Fortaleza y calma. Eres el sueño de cualquier treintañera, Lawson. Eh, no habrás estado abrazando a otras mujeres con esos brazos grandes y fuertes, ¿no? Porque yo personalmente mataré por eso.
—No.
—Ummm… ¿Estás seguro de que no te has acostado con nadie más? Esa Jennifer que atiende en el supermercado es bastante mona.
—Y eso es todo lo que hace falta.
—Exactamente.
Ben se cruzó de brazos y entrecerró los ojos.
—Que te diviertas con Lori esta noche. Nos veremos sobre las once.
Ella dio un balanceo extra a las caderas mientras se alejaba.
—Molly —le dijo él.
Se volvió con una sonrisa, y vio a Ben acercándose a ella. Él le acarició la barbilla con un dedo y le pidió:
—No hables con ningún chico.
—Ummm… Si lo hago, ¿me vas a dar una azotaina?
Aquello borró la preocupación de la mirada de Ben, e hizo que le brillaran los ojos mientras entornaba los párpados de un modo que consiguió que ella se derritiera.
—Siempre y cuando seas buena, no tendré que hacerlo.
—Pero sabes que me resulta muy difícil ser buena.
Él le dio un beso en los labios.
—Sí, lo sé.
Molly se estremeció cuando la soltó, preguntándose si iba a poder cruzar la calle sin tropezarse. Él había hablado en un tono tan peligroso como su sheriff oscuro, y todas las horas que había pasado con aquella historia la habían dejado inquieta y ardiendo.
—Intenta ser buena, Molly —murmuró él, y ella prometió que iba a hablar con todos los chicos que se encontrara.
—¡No puedo creerme que no me digas cuál es tu trabajo! —exclamó Lori.
—No puedo.
—Bueno, ¿y cómo voy a ayudarte si no sé los detalles?
—Tienes la información que necesitas. Una carrera profesional secreta que a Ben no le gustaría. Nada ilegal ni inmoral. ¿Cómo se lo digo?
Lori soltó una mano del volante para agitarla suavemente.
—Eso no es información. Necesito algo más.
—No, lo siento. De todos modos no importa —dijo Molly con un suspiro—. Sé que tengo que decírselo sin rodeos, y no quiero.
—Si no tiene nada de malo, entonces él no va a romper contigo. ¿Por qué estás preocupada?
—Porque es algo que va a chocar frontalmente con todos sus miedos. Miedo a ver violada su privacidad. Miedo al escándalo…
—¿En qué trabajas, fresca?
—Bueno, supongo que si trabajara para el National Enquirer sería peor, pero…
—Ugh —dijo Lori—. Díselo ya, para que puedas contármelo a mí.
—Dios Santo, eres la encarnación del egoísmo, ¿lo sabías?
—Sí. ¡Eh! ¿Sabes que Juan se quedó sin gasolina a unos treinta minutos al sur del pueblo ayer?
—No, pero es un cotilleo fascinante de conductora de grúa.
Lori soltó un resoplido mientras botaban en un bache de la carretera.
—Esa no es la parte interesante. Lo interesante era con quién estaba cuando se quedó sin gasolina.
—¿Con quién?
—¡Con Helen! —gritó Lori, riéndose.
—¡No! ¿Lo dices en serio?
—Oh, Dios mío, tenías que haber visto la cara de Helen cuando me vio. Intentó agacharse en el asiento para que yo no la viera. Y parecía que el pobre Juan se iba a echar a llorar de vergüenza por haberse quedado sin gasolina en mitad de su cita.
A Molly se le escapó un jadeo.
—¿Él lo llamó «cita»?
—No, pero llevaba unos pantalones y una camisa bonitos, y eran las nueve. Creo que Helen no quería ir a Grand Valley, así que fueron a ese restaurante que hay en el cañón.
—¡Me alegro por ella! Helen está recuperando la alegría.
—Vamos a quedar con ella en The Bar y le sonsacamos todos los detalles. Yo vivo a través de los demás.
Molly miró de reojo a su amiga.
—Yo creía que el camarero te estaba mirando.
—Pero no tenía más de diecinueve años.
—Pero tenía las manos grandes, ¿no te has dado cuenta?
—Tal vez —murmuró Lori.
—No tan grandes como las de Ben —dijo Molly, solo por ser cruel, y Lori gruñó como si la estuvieran asando en una parrilla—. ¿De verdad hace tanto tiempo?
—Buenooo… —canturreó su amiga, e ignoró la pregunta—: ¿De verdad crees que la persona que te está acosando puede ser Brenda?
—Quizá. Bueno, entonces, o eres virgen, o hace poco has tenido relaciones sexuales con alguien completamente inapropiado. ¿Cuál de las dos cosas?
—Soy pura como la nieve recién caída.
—Oh, Dios mío, ¿con quién? ¿Fue con Aaron?
—¡No! No es nadie que conozcas, y ocurrió hace meses. Pero puede que tengas razón en cuanto a lo de Brenda. Esa mujer siempre está muy tensa. Todavía vive con la bruja de su madre. Eso sería suficiente para desesperar a cualquiera.
—Ben tiene sus dudas.
—Él es un hombre, y ella es una mujer. Además, no le gustará saber que lo han engañado tanto.
Molly se estremeció al oír eso. Sí, sería un golpe para Ben.
Cuando entraron en Tumble Creek, Lori la miró con preocupación.
—No tengo que llevarte a tu casa, ¿no? ¿Te quedas en casa de Ben?
—Hasta que le diga la verdad y me eche, sí. Otro buen motivo para retrasarlo unos días más. Déjame en la comisaría. Seguro que él todavía está allí.
—Mira, Molly, estaba bromeando cuando te decía que necesito saberlo todo para darte mi opinión. No tienes por qué contármelo a mí, pero a Ben… Es un buen chico, y va en serio contigo. Díselo. Sea lo que sea, él lo superará.
Molly tomó aire.
—No quería enamorarme de él.
—Sí, bueno, pero estás totalmente enamorada. Y será mejor que hagas que funcione, o este pueblo se va a convertir en un lugar demasiado pequeño para vosotros dos.
—Gracias. Eres un ángel que me ha enviado el Cielo para alegrarme.
—Esa soy yo —dijo Lori, y detuvo el coche a dos centímetros del parachoques de la furgoneta de Ben—. Mañana al mediodía ya tendré preparado tu coche. Te llamaré. Hasta ese momento, por favor, ten cuidado. Si es Brenda, probablemente estará haciendo locuras esta noche. No salgas sola al jardín si oyes algo raro.
—Bah. Ben inspecciona todo el jardín. Yo hago el sótano —dijo Molly. Se despidió de Lori y bajó del coche, y se encontró con que Ben ya estaba allí, tendiéndole la mano.
Él entrelazó los dedos con los suyos y giró la cabeza hacia la comisaría.
—Andrew ya está aquí. ¿Nos vamos a mi casa?
Ella se inclinó para besarlo. Sí, estaba deseando irse a casa con él. Y no parecía que él estuviera de humor para hablar, lo cual era estupendo.
—He sido una niña muy traviesa —susurró contra sus labios.
Ben se irguió y señaló su coche.
—Entra.
Molly ya estaba excitada. Corrió hacia la puerta del pasajero y subió a la furgoneta. Él arrancó el motor.
—¿Me llevas primero a mi casa? Se me olvidó la bolsa.
—Traviesa e irresponsable.
—Una completa delincuente —dijo ella. Entonces, posó la mano en su pierna y comenzó a acariciarle el muslo, y más arriba. Cuando llegaron a la calle de su garaje, él estaba completamente excitado.
—No llevas falda —dijo él con la voz ronca—. Otra infracción.
Molly soltó una risita y bajó de un salto de la furgoneta.
Ben bajó también, pero con movimientos más rígidos.
—Tardo un segundo. Está sobre la mesa de la cocina.
—Te acompaño —replicó él, en un tono que no admitía réplica.
A Molly le pareció bien. Tal vez ni siquiera llegaran a casa de Ben. Tal vez lo hicieran en la encimera de la cocina, medio desnudos y llenos de lujuria. Ella nunca había hecho algo así.
Ella tuvo esperanzas de que su plan se hiciera realidad cuando metió la llave en la cerradura y Ben la detuvo poniéndole las manos en la cintura y girándola para que lo mirara. Él apoyó la mano en la puerta y se inclinó sobre ella, sin tocarla, pero rodeándola. Le dio un beso suave en la coronilla, y a ella se le aceleró el corazón.
—Molly… —dijo.
—¿Sí?
—He pensado que podríamos ir a mi cabaña este fin de semana. No es una casa lujosa. Tiene una cocina pequeña, un baño…
—¿Y un manantial de aguas termales?
—Sí.
—Me encantaría. Pero tú dijiste algo sobre la cabaña…
—Sí. Quiero estar a solas contigo, aunque tú no admitas que eres mi novia. Y me ayudaría a aclararme la cabeza sobre el asunto de Brenda.
—Entonces, ¿te lo has tomado en serio?
—Claro que sí. Yo nunca descarto nada que tenga que ver con tu seguridad, y menos porque piense que es algo ridículo.
—¡Ja! Te apuesto lo que quieras a que es ella. ¿Hacemos una apuesta de verdad? Si tengo razón, te pones el sombrero de vaquero para mí. Solo el sombrero.
—¿El sombrero del uniforme oficial? No, no creo que ese sea un uso autorizado. Pero bueno, como no vas a tener razón, está bien. Acepto la apuesta. ¿Y si gano yo?
—Te haré un numerito privado… con Azulito.
—Trato hecho —dijo él, guiñándole un ojo—. Será mejor que le compres pilas nuevas.
Molly sonrió, pero se puso seria enseguida, y lo miró fijamente.
—Este fin de semana —dijo—, cuando estemos solos… Vamos a hablar, ¿de acuerdo? Quiero decir, que yo voy a hablar. Voy a contarte cosas. Sobre mí.
—Molly —susurró él, y sus ojos de color chocolate se derritieron ante ella, tan dulcemente que Molly sintió un dolor en el corazón. Ben se ruborizó un poco—. Molly, te quiero.
Oh, Dios. Dios, Dios, Dios.
—Ben, yo… yo…
—Hablaremos este fin de semana, Molly. No hay prisa, de verdad.
Ella se dio cuenta de que sus esperanzas superaban a sus miedos por primera vez durante semanas, meses. Quiso llorar de alivio. Sin embargo, sonrió, con los ojos llenos de lágrimas, y se volvió hacia la puerta para abrirla. No podía decirlo todavía. Tenía miedo de decirlo ya, pero le demostraría lo que sentía en cuanto llegaran a su casa. O a la cocina de la tía Gertie. O a cualquier sitio más allá del porche.
Estaba flotando por sus palabras y sus caricias cuando entró. Estaba embriagada de Ben.
Cuando los dos estaban dentro, lo oyeron. Era un murmullo extraño, suave. Ben la estrechó contra sí y comenzó a retroceder hacia la puerta abierta, y Molly vio una luz débil que provenía del salón, y una sombra que se movía por el suelo.
A Molly se le enganchó el tazón en el zapato de Ben, y se le escapó un jadeo. Él le susurró que mantuviera silencio, pero era demasiado tarde. La sombra apareció y se detuvo en seco al verlos. Ben la hizo retroceder más deprisa, pero la sombra los encañonó con un arma, y ambos se quedaron inmóviles.
—¿Qué estáis haciendo aquí? —preguntó alguien con un sollozo.
—¿Brenda? —murmuró Ben.
—¿Qué estáis haciendo aquí? —gritó ella, como si fuera un animal herido.
—Brenda, baja el arma para que podamos hablar de esto.
—Oh, claro que vamos a hablar —respondió Brenda con desprecio—. Cierra esa puerta.
—No, no creo que…
Brenda dio un grito y lo interrumpió, y apuntó directamente al pecho de Molly. Ben cerró la puerta.
—Quítale las manos de encima —le ordenó Brenda—. No sabes nada de ella. Es una fulana.
Molly susurró «Vaya», y Ben le clavó los dedos en el brazo antes de soltarla. Ella se alejó lentamente, diciéndole con los labios «Te lo dije», pero él no se inmutó.
«Vamos», quiso decirle. «Brenda no me va a pegar un tiro, porque tendría que pegártelo a ti también».
Ben alzó sutilmente las manos para que Brenda viera que Molly se había alejado lo suficiente.
—Bueno, Brenda, ya está. ¿De qué quieres hablar?
—De esta mujer —dijo Brenda—. Esta mujer no es lo suficientemente buena para ti. Es una mentirosa y una pornógrafa.
Oh, mierda.
—Vamos, Brenda. Somos amigos —dijo Ben, con una voz suave y calmada—. No tengo ni idea de qué quieres decir, pero vamos a tomar una cerveza y hablaremos de ello.
—Yo no bebo —le espetó ella—. No bebo, y no llevo ropa de fulana, y no te miento. No como ella.
Él volvió a alzar las manos con un gesto conciliador, mientras Molly intentaba acercarse, lentamente, hacia él, y hacia la puerta.
—Me parece bien —dijo Ben, pero Brenda negó furiosamente con la cabeza.
—¿Sabes en qué trabaja? ¿Sabes cómo se gana su sucio dinero? Ven aquí. Ven aquí y te lo enseñaré.
Ben dio un paso hacia delante inmediatamente, asintiendo.
—Enséñamelo.
Sin embargo, Brenda no se dejó engañar, y movió el arma con furia.
—Tú primero —le gruñó a Molly.
—Deja que se vaya —le dijo Ben—. Si dejas que se vaya, yo me sentaré contigo para que me lo enseñes todo. Eso es lo que quieres, ¿no? ¿No querías enseñarme cuál es la verdad?
—Sí —dijo Brenda, y comenzó a llorar de un modo extraño. Sin embargo, su llanto no la distrajo, porque siguió apuntando a Molly mientras se enjugaba las lágrimas—. Pero ella no puede irse. Quiero que la veas tal y como es.
—Está bien, de acuerdo. Enséñamelo y después ella se irá.
Molly entró en el salón seguida por Ben, y Brenda encendió la luz.
—Oh, mierda —murmuró Molly. No había duda de lo que había estado haciendo la recepcionista. Su ordenador estaba encendido, y el armario que había junto al escritorio tenía las puertas destrozadas. Los libros estaban dentro; Brenda tomó uno y se lo arrojó a Ben.
—Ella escribe esta… esta indecencia —le dijo, mientras él giraba el libro y lo miraba—. Holly Summers —añadió, y con su voz, el nombre sonó como un pecado—. Eso es lo que es: Holly Summers. Escribe estos libros, estas historias asquerosas.
Entonces, Molly respiró profundamente e irguió los hombros.
—Es cierto, Ben. Escribo novelas románticas y eróticas. Eso es. Fin de la historia.
—Oh, ya quisieras —dijo Brenda—. Eso es solo el comienzo.
Ben, golpeándose suavemente la palma de la mano con el libro, sonrió cuidadosamente a la mujer.
—Bueno, has resuelto el misterio. Buen trabajo. Yo no tenía ni idea.
—¡No me sigas la corriente! No soy tonta. ¡Llevo cinco años trabajando para ti! Te he hecho el café, te he llevado la comida y me he dado cuenta de cuándo estabas cansado. Te conozco, Ben Lawson. Tal vez no sea guapa, ni sexy. No llevo faldas cortas ni tacones. No soy el tipo de mujer en el que se fijan los hombres, pero te conozco. Te cuido.
—Sí, es cierto —dijo Ben suavemente.
Brenda asintió.
—Pero malinterpreté la situación. Mi madre siempre dice que incluso los hombres buenos se pierden por las chicas llamativas, por las fulanas que se pavonean. Como ella —dijo, y fulminó a Molly con la mirada, sin dejar de apuntarla con la pistola—. Tal vez sea delgada, simpática y atractiva, pero tú no le importas.
—Brenda, vamos a…
—Ella sabe que tú valoras mucho tu privacidad. Sabe lo que ocurrió con tu padre. Y sin embargo…
—Oh, no —gruñó Molly, mientras Ben daba un paso hacia Brenda.
—¡Ella no solo escribe indecencias, Ben! ¡Escribe indecencias sobre ti!
Él alzó las manos de nuevo, en señal de buena voluntad.
—Eso no tiene importancia, Brenda.
—¡Claro que sí! Te está usando, está escribiendo historias de sexo sobre ti. Todo el tiempo que habéis pasado en la cama ella ha estado grabándolo, escribiéndolo. Te va a causar la ruina, pero antes, yo la destrozaré a ella.
—¿Que escribió sobre mí? —preguntó él, casi en un susurro.
—¡Sí! —gritó Brenda—. ¡Sí! ¿No lo ves? Escribió cosas sobre ti. Escribió una historia ridícula sobre relaciones sexuales contigo en ese apartamento que hay encima del supermercado. Y el nuevo libro es incluso peor…
—Dímelo —le pidió Ben, alejándose un poco de Molly, acercándose un poco a Brenda.
—No vas a creértelo. Algo asqueroso, con cuerdas y látigos. Horrible. Es como si quisiera hacerte caer tan bajo como sea posible. Quiere destruirte. Todo el mundo se va a reír de ti, Ben.
—Pero tú no.
—No —respondió Brenda con un sollozo, y comenzó a llorar de nuevo—. No. Yo supe desde el principio que ella era mala. Lo sabía.
—Es cierto. Trataste de decírmelo.
—Yo nunca habría…
Ben se movió con la rapidez de un rayo, más rápidamente que nada que hubiera visto Molly en toda su vida. Estaba hablando con Brenda de manera amigable y relajada, y al instante siguiente, el arma estaba volando por los aires y Brenda gritando de dolor y rabia.
Molly debería haberse marchado. Ben le estaba gritando que echara a correr, pero él se había quedado como en trance, mirando el arco que estaba dibujando la pistola en el aire al caer al suelo. «Esa mujer podía haberme matado».
Sabía que iba a estar mucho más asustada después, y se sintió agradecida por la extraña conmoción que se había apoderado de ella. La escena entre Ben y Brenda era como una película. Por fin, la pistola cayó al suelo y él empujó a Brenda hacia el suelo para tenderla boca abajo y poder ponerle unas esposas.
—No hagas eso —decía Brenda, entre sollozos—. No hagas eso. Te quiero.
Ben murmuró una palabrota entre dientes, y después la cacheó. No encontró ninguna otra arma, porque se puso en pie y abrazó a Molly.
—He ganado —le dijo ella, hablando contra su pecho—. No pierdas ese sombrero, Jefe.
—Dios Santo, ¿estás bien?
—Sí, estoy bien, pero creo que a ti te tiemblan las manos.
—¿De veras?
Ben sacó su transmisor de radio y habló con la comisaría en código, o Molly estaba más conmocionada de lo que creía. Pareció que el hombre que recibía el mensaje lo entendía, porque su respuesta también tenía un tono de espanto.
Molly miró a Brenda. Brenda los estaba mirando a ellos, con la mejilla posada en la alfombra. Molly tuvo unas ganas incontenibles de salir de allí. Comenzó a retroceder; Brenda siguió cada uno de sus movimientos con la mirada.
—No te va a querer —gruñó—. A mí no me quiere, pero tampoco va a quererte a ti.
—Ya lo sé —susurró Molly.
Ben terminó de hablar por radio y la llevó a la sala de estar. Se oían unas sirenas que cada vez se acercaban más.
—Estás muy pálida. En estado de shock.
—Sí, pero estoy bien. Estaré bien.
Él hizo que se sentara en una silla y la tapó con la manta del sofá.
—Tengo que vigilar a Brenda. ¿Vas a estar bien aquí? Solo será un momento.
—Estoy bien.
—Andrew llegará dentro de un minuto.
—Sí, ya lo he oído.
No parecía que él estuviera cómodo con aquella actitud. No dejó de mirarla mientras iba hacia el salón, pero tenía que vigilar a una criminal, después de todo. No podía hacer de niñera para su novia.
Brenda continuó protestando desesperadamente, pero Ben no dijo ni una palabra. Seguramente, estaba demasiado ocupado mirando los libros de Molly. Ella se arrebujó en la manta y se hundió en la silla, intentando defenderse del presentimiento de que aquello no iba a terminar bien. Las sirenas no ayudaban a mitigar su tensión. Se tapó la cabeza con una esquina de la manta.
Cuando por fin llegó Andrew, con otro oficial, alrededor del refugio de Molly se hizo el caos. Hubo preguntas, maldiciones y órdenes. Ben fue a verla un momento, y después, alguien empezó a hacer fotografías del armario que había destrozado Brenda y de las demás pruebas, y él volvió a sus ocupaciones.
Estaba empezando a sentir somnolencia entre toda la actividad que había a su alrededor, cuando todo se detuvo un momento.
—Llama a Jake. Brenda necesitará un abogado.
Ben estaba diciendo eso mientras Andrew y él sacaban a Brenda del salón. La recepcionista estaba más apagada, pero al ver a Molly, le gritó: «¡fulana!». Ben tiró de ella hacia la puerta. La abrió para salir, pero todos quedaron cegados por una explosión de luces. Molly se levantó de un salto y corrió hacia la ventana delantera, pero en realidad solo había una luz, y era de un flash. Miles estaba allí tomando fotografía tras fotografía mientras Brenda intentaba darse la vuelta. Entonces, debió de pensarlo mejor y se giró hacia él.
—Es Holly Summers —gritó—. Ya no podrá ocultar la verdad. Es Holly Summers, ¿me oyes, Miles?
—¡Lo tengo! —exclamó él alegremente, y a Molly se le cayó el alma a los pies.
Claro. Esa era la espada de Damocles que había estado colgando sobre su cabeza mientras ella estaba sentada en aquella silla. ¿Por qué se había dado tanta prisa en darle la razón a Brenda cuando le había dicho que Ben no iba a quererla? Aunque Miles no hubiera estado allí, el arresto y el juicio habrían sido del conocimiento público.
Que Ben supiera lo de sus libros era una cosa. De todos modos, ella iba a contárselo dentro de pocos días. Sin embargo, el hecho de que Ben supiera que todos los demás lo sabían también… Eso no era tan fácil.
Tal vez pudiera sacar a Miles de la carretera en aquella curva tan peligrosa y cortar el problema de raíz. Ummm… ¿Cómo podía llevarlo a cinco kilómetros del pueblo?
—¿Molly?
Ben tenía un tono de urgencia que hizo que ella diera un respingo y le golpeara el mentón con la coronilla.
—Ay.
—¿Estás bien?
—Creo que me he quedado dormida.
—Ya hemos terminado.
—Entonces sí que me he quedado dormida.
Ben asintió. Su mirada era distraída, más de lo debido, en opinión de Molly.
—No quiero hacerte esto, pero tengo que interrogar a Brenda esta misma noche, cuanto antes. Lo siento. ¿Llamó a Lori o…?
No debería haberse sentido herida por eso. Él era el jefe de policía, y tenía que irse. Sin embargo, Molly no quería que él la dejara sola, no quería que tuviera tiempo para pensar, quería hacer algún intento por conservar el castillo de naipes que habían construido. Sin embargo, si él se marchaba en aquel momento… todo se desmoronaría.
Y ella no podía evitarlo.
Así que Molly sonrió e hizo lo que hacía siempre.
—Eh, estaba esperando a que te fueras para poder llamar a Lori y hacer nuestra pelea de almohadas semanal.
—Moll —dijo él, en un tono dolido y preocupado. Ella lo zanjó con una carcajada.
—No necesito que venga Lori. Estoy bien. Ya no hay amenaza, así que ve a hacer lo que tengas que hacer.
Él cabeceó. Estaba cansado, perdido y adorable. Demonios.
—Volveré en cuanto pueda. Deja que llame a Lori.
—Ben, soy una mujer adulta. Nos veremos dentro de pocas horas. Vete.
Así que él se fue, y Molly llamó de todos modos a Lori para llorar y contarle lo que había ocurrido. Después se quedó dormida en el sofá.
La luz de la mañana la despertó, y ella sintió un nudo tenso en el estómago. Ben no volvió hasta las once, y todo fue tan mal como ella había pensado.