Capítulo 11

En el puerto, flanqueado por las figuras encapuchadas de Will y el capitán Toms, Merriman levantó ambos brazos todavía más alto en un gesto que era mitad ruego mitad orden y recitó a la obscuridad que se cernía sobre Trewissick las atronadoras palabras del hechizo de Mana y el hechizo de Reck y el hechizo de Lir.

Por todas partes se levantaron oleadas de cólera contra ellos, que los golpeaban como un gran vendaval originado por una fuerza invisible.

—¡No! —gritó la atronadora voz de la Brujaverde, llena de furia—. ¡No! ¡Dejadme en paz!

—Mostraos, Brujaverde —gritó Merriman—. Los hechizos os lo ordenan.

—Sólo pueden obligarme a salir una vez —rugió la voz— y del mar salí. Me lo ordenaron y vine. ¡Ya está!

—Mostraos, Brujaverde. —La voz cristalina de Will refulgió en la obscuridad como un rayo de luz—. La Dama Blanca os pide que nos escuchéis. Tethys nos permitió hablar con vos antes de que regreséis a las profundidades.

La furia los rodeó como un maremoto. Detrás de ellos, el mar gruñía y murmuraba y la tierra temblaba bajo sus pies.

Pero entonces, a pesar de que ellos no podían verlo, la presencia los rodeó hirviendo de ira y resentimiento.

—El secreto no os pertenece, Brujaverde —dijo Merriman—. Vos sabéis que no deberíais quedároslo.

—Me lo encontré. Estaba en el mar.

—No debería haber estado allí, pero en una batalla entre la Luz y la Obscuridad se cayó y lo perdimos.

—Estaba en el mar, en el reino de mi madre.

—Vamos, amiga —dijo amablemente el capitán Toms con su dulce acento de Cornualles—. Vos sabéis que no pertenece al mar, sino que forma parte de un Objeto de Poder.

—Yo no tengo amigos —replicó la Brujaverde—. Me trae sin cuidado lo que ocurra entre la Luz y la Obscuridad.

—Ah —exclamó Merriman—, si este Objeto de Poder cae completo en manos de la Obscuridad es posible que sí os importe. Ya tienen la mitad del Objeto y la otra mitad esperan obtenerla de vos. Si lo consiguen y consiguen todo el poder del Objeto, habrá problemas en el mundo de los humanos.

—Los humanos no tienen nada que ver conmigo —musitó la voz.

—¿Los humanos no tienen nada que ver con vos? —La voz de Will atravesó la noche, alta y clara—. ¿De verdad pensáis eso, Brujaverde? Los humanos tienen que verlo todo con vos. Sin ellos no existiríais. Ellos os fabrican cada año. Año tras año os lanzan al mar. Sin ellos la Brujaverde nunca habría nacido.

—Ellos no me fabrican —dijo la voz con amargura—. Lo hacen por interés; los humanos sólo se preocupan de sus necesidades. Aunque me dan forma de criatura no fabrican más que una ofrenda, como en tiempos remotos ofrecían un gallo, una oveja u otro hombre. Yo no soy una ofrenda, Antiguos, ya no. Si los humanos me creyeran viva me matarían como hacían con los gallos, las ovejas y los otros hombres, a modo de sacrificio. En lugar de eso fabrican una imagen con ramas y hojas. Es un juego, un sustituto. Sólo la Dama Blanca me da la vida, la vida que me permite llegar hasta las profundidades del océano. Y en esta ocasión se ha despertado en mí otra vida diferente porque me atrajeron a la tierra, me sacaron del mar. Fue… —la Brujaverde reflexionó, luego añadió con cierto aire de astucia—: La Obscuridad.

—Quitaos esa idea de la cabeza —dijo al instante Merriman—. Nadie hay más interesado que la Obscuridad. Tethys os lo habrá explicado.

—¡Interesado! —Aquella voz escondía una profunda amargura—. Todos sois unos interesados: la Luz, la Obscuridad, los humanos. No hay lugar para la Magia Salvaje, a nadie le importa… a nadie…

Los tres Antiguos retrocedieron en contra de su voluntad, empujados por la fuerza de la furia y la cólera de la Brujaverde que vibraba a su alrededor como un gran corazón desbocado.

Merriman consiguió mantenerse erguido, tambaleándose y con la capa ondeando a su alrededor y la capucha caída, dejando al descubierto su melena blanca y rebelde, que refulgía a la luz de las farolas.

—¿Nadie se ha preocupado por vos, Brujaverde? ¿Nadie? —¡Nadie!— La voz resonó por todo el pueblo, las colinas y los páramos, retumbando y repitiéndose como un trueno lejano. —¡Ninguna criatura! ¡Nadie! Ni… una… —La fiereza se desvaneció y la voz perdió intensidad. Durante bastante rato sólo oyeron el arrullo del mar, las olas rompiendo contra los acantilados. Después la Brujaverde susurró—: Nadie excepto una criatura. Nadie excepto el niño.

—¿El niño? —dijo sin querer Will con cierto deje de incredulidad; por un instante creyó que la Brujaverde se refería a él.

—La criatura que te deseó felicidad —apuntó en voz baja Merriman, sin prestar atención a Will.

—En realidad fue una niña que estaba en el cabo durante la fabricación —dijo la Brujaverde—. Le contaron la vieja historia de que si tocas a la Brujaverde antes de que la lancen por el acantilado y pides un deseo te será concedido. Así que podría haber pedido lo que quisiera. —Por primera vez, la voz habló con calidez—. Podría haber pedido cualquier cosa, Antiguos, incluso que recuperarais la parte perdida del Objeto de Poder. Sin embargo, cuando me tocó, me miró como si también yo fuera humana y dijo: «Desearía que fueras feliz».

El fragor que aún subsistía acabó de apagarse y el puerto quedó en silencio, repleto de la memoria de la Brujaverde.

—Desearía que fueras feliz —repitió suavemente la Brujaverde.

—Así que ella… —empezó a decir Will, pero Merriman lo tocó en el brazo para que callara.

El aire empezaba a iluminarse y a aligerarse: por una noche, Trewissick iba a ser testigo de todos los cambios de humor de la Brujaverde. La voz seguía musitando para sus adentros dulcemente y a Will le pareció que la tierra y el mar se volvían más acogedores por momentos.

—La niña también es una interesada, como todos los demás —interrumpió una voz fría desde las penumbras de la noche.

Todo quedó en silencio. Después, el pintor apareció en el fondo del muelle. El hombre de la Obscuridad se situó bajo la luz amarilla de una farola, de cara a los demás. Su silueta era negra y fornida.

—Intereses —habló para nadie—, intereses. —Luego se volvió hacia Merriman y añadió—: Yo soy el maestro en tales cuestiones, no tú. Los hechizos que la sacaron del mar fueron los míos. La criatura está a mis órdenes, Antiguo, no a las tuyas.

Will oyó un ruido sordo y las luces parpadearon débilmente.

—No es cuestión de dar órdenes, sino de amabilidad —dijo Merriman—. Los hechizos que la trajeron desde el mar ya no pueden hacer nada más.

El pintor se rió con desdén. Dio media vuelta con los brazos en cruz.

—¡Brujaverde! —gritó—. He vuelto a buscar el secreto. ¡Os doy una última oportunidad antes de que caiga sobre vos la ira de la Obscuridad!

El ruido sordo que había oído Will se convirtió en un gruñido atronador y después volvió a extinguirse.

—Cuidado —dijo en voz baja el capitán Toms—. Mucho cuidado.

Pero el tono autoritario del hombre de la Obscuridad era frío como el hielo, fruto de la arrogancia que a través de los siglos había postrado y aterrorizado a los hombres.

—¡Brujaverde! —gritó el pintor—. ¡Entrega tu secreto a la Obscuridad! ¡Obedece! ¡La Obscuridad ha vuelto de nuevo, por última vez! ¡Ha llegado la hora, Brujaverde!

Will apretó los puños con tanta fuerza que se clavó las uñas en la palma de las manos; incluso un Antiguo sentía la fuerza de aquella orden. Observaba la escena con la respiración contenida, expectante; no sabía cómo afectaría a la Magia Salvaje semejante desafío. La Magia Salvaje no pertenecía ni a la Luz, ni a la Obscuridad ni a los humanos.

El aire silbaba a su alrededor, transmitiendo los feroces deseos del mensajero de la Obscuridad y hundiéndolos a ellos en la más absoluta incertidumbre… hasta que gradualmente, muy sutilmente, algo empezó a cambiar. La fuerza que dominaba el aire titubeó y retrocedió imperceptiblemente hacia la maraña de hechizos que había poseído aquel pequeño rincón del planeta desde que la Brujaverde había abatido al pintor. La Magia Salvaje estaba resistiendo el desafío, invencible como Trwyth, el rey jabalí. Will respiró tranquilo, empezaba a intuir lo que vendría a continuación.

Solo en mitad del muelle, el pintor empezó a girar sobre sí mismo, tambaleándose y agitando los brazos en el aire como si intentara atrapar algo que no pudiera ver. Lejos de aquella obscuridad, sobrevolando el pueblo, se oyó una extraña voz que repetía:

Ha llegado la hora, pero no el hombre.

Ha llegado la hora, pero no el hombre.

Ha llegado la hora, pero no el hombre.

Y el silencio que siguió a aquellas palabras se llenó gradualmente con el susurro de mil voces murmurando, llamando: «¡Roger Toms! ¡Roger Toms!». Las sombras acudieron en masa al puerto, procedentes de todas partes; sombras y espíritus y fantasmas de aquella noche encantada: los antiguos aldeanos de Trewissick que a lo largo de los siglos habían ocupado aquel pequeño pueblo costero se reunieron en un único punto del tiempo. «¡Roger Toms! ¡Roger Toms!». Primero lo llamaron en voz baja, pero fueron subiendo de intensidad gradualmente. Era una llamada, una acusación y un juicio, y se repetía sin descanso por todo el puerto y a través del mar.

En silencio, discretamente, los tres Antiguos volvieron a cubrirse con las capuchas y juntos se hicieron a un lado, ocultándose bajo la sombra de una pared lateral del puerto para poder contemplar la escena sin ser vistos.

En el muelle, el pintor se volvió lentamente, incapaz de creer lo que veía y oía: el pasado lo acechaba, atrapándolo bajo su sombra alargada. Con gran esfuerzo logró levantar los brazos y agitarlos sin energía en el aire.

Pero no logró alejar de él la cólera irracional que la Magia Salvaje había levantado en la aldea para convertir a su atacante en chivo expiatorio. Las voces seguían bramando enfurecidas «¡Roger Toms! ¡Roger Toms!», cada vez más fuertes y exigentes.

—¡No soy yo! ¡Os confundís! —chilló el pintor—. ¡Roger Toms! —clamó la multitud—. ¡No! ¡No!

La muchedumbre lo rodeó, gritándole y chillándole, señalándolo mientras los aldeanos del presente se reunían y empujaban a la Brujaverde para lanzarla por el acantilado como si la acabaran de fabricar.

Y desde las profundidades de la noche, por encima de los techos de Trewissick apareció navegando el mismo barco fantasma de Cornualles, con un único mástil, aparejo redondo y un bote en la parte trasera, que había surgido del mar de medianoche. Se deslizó silenciosamente sobre casas, carreteras y muelle, pero esta vez no iba vacío, había alguien al timón. El hombre ahogado, chorreante y resuelto, que Jane había visto salir del mar estaba de pie en la cubierta, manejando el timón de su barco negro y muerto sin mirar ni a diestra ni a siniestra. Y con un alarido de placer la muchedumbre de sombras se abalanzó hacia el barco arrastrando con ellos a la figura forcejeante del pintor.

—¡Roger Toms! ¡Roger Toms!

—¡No!

Las velas fantasma se hincharon con un viento que ningún humano podría percibir y el barco partió mar adentro, hacia la negra noche. En el muelle de Trewissick sólo quedaron los tres Antiguos.

Al principio Jane durmió plácidamente, pero en mitad de la noche empezaron a acosarla los sueños. Vio al hombre de la Obscuridad pintando; volvió a ver todas las cosas horribles que había presenciado desde la ventana de su habitación. Soñó con Roger Toms y los contrabandistas, con el barco llamado Lotería huyendo de los recaudadores y la lucha entre ambas tripulaciones; y en su sueño el Lotería se convertía en el barco fantasma de color negro que increíblemente había dejado el mar para seguir navegando tierra adentro.

Mientras se revolvía en sueños le pareció oír voces llamando a Roger Toms que se fueron apagando lentamente, dejando paso a la Brujaverde.

Jane no podía verla como había hecho en el otro sueño; en esta ocasión la Brujaverde no era más que una voz perdida entre las sombras. No era feliz. «Pobrecita —pensó Jane—, siempre está triste».

—Brujaverde, ¿qué son todas estas cosas horribles?

—Es Magia Salvaje —le contestó con tristeza la Brujaverde en su sueño—. Así es como tortura a las mentes de los hombres, despertando los temores que siempre han tenido o que tuvieron sus antepasados. Todas las viejas maldiciones de Cornualles que siempre han atormentado a sus hombres, eso es lo que has visto.

—Pero ¿por qué ocurren esta noche?

La Brujaverde suspiró hondamente. Fue como una ráfaga de viento en el mar.

—Porque estaba enfadada —contestó—. Nunca me enfado, pero el hombre de la Obscuridad me ha molestado. Y no es buena cosa provocar la ira de los que formamos parte de la Magia Salvaje. El pueblo ha pagado las consecuencias, ha sido poseído.

—¿Ya se ha acabado?

—Sí, todo ha pasado. —La Brujaverde volvió a suspirar—. La Magia Salvaje se ha llevado al hombre de la Obscuridad. El mensajero de la Obscuridad estaba solo, intentaba burlar a sus amos. De modo que no lo protegieron y la Magia Salvaje lo ha enviado al Tiempo exterior, del que quizás no regrese jamás…

—¡Pero tiene el grial! —gritó Jane—. ¿Qué pasará con el grial?

—Yo no sé nada de ningún grial —dijo con indiferencia la Brujaverde—. ¿Qué es un grial?

—No importa —contestó Jane con un gran esfuerzo—. ¿Al final os quitó vuestro secreto? ¿Se lo disteis?

—Es mío —dijo rápidamente la Brujaverde—. Yo lo encontré, pero nadie quiere que me lo quede.

—¿Se lo entregasteis a la Obscuridad?

—No.

—Gracias a Dios. Es muy, muy importante, Brujaverde. Para la Luz, para todos… De verdad. Para las gentes que os fabricaron, para mis hermanos, para mí…, para todos nosotros.

—¿Para ti? —preguntó con melancolía la Brujaverde, y su voz retumbó a su alrededor como olas dentro de una cueva—. ¿Mi secreto es importante para ti?

—Pues claro.

—Entonces, ten. Cógelo.

Después Jane ya no recordaría qué estaba haciendo en su sueño en aquel momento, si estaba de pie, sentada o tumbada, si estaba dentro o fuera, si era de día o de noche, si se encontraba bajo el mar o sobre una roca.

Únicamente recordaría haber sentido una inmensa oleada de felicidad y sorpresa.

—¡Brujaverde! ¿Me daréis vuestro secreto?

—Ten —repitió la voz, y Jane se encontró entre las manos la cajita de plomo que había caído al mar al término de la aventura que los había llevado a conseguir el grial y que contenía el único manuscrito que permitiría descifrar el secreto del grial—. Cógelo. Pediste un deseo para mí, no para ti misma. Nadie lo había hecho antes. A cambio te doy mi secreto.

—Gracias —susurró Jane. Estaba rodeada de obscuridad, como si en el mundo no existiera nada a excepción de ella misma, de pie en medio del vacío, y la gran voz incorpórea de aquella extraña cosa salvaje, una criatura del mar confeccionada con ramas y hojas de la tierra—. Gracias, Brujaverde. Os encontraré un secreto aún mejor. —Enseguida lo visualizó en su mente—. Lo dejaré en el mismo lugar donde encontrasteis este.

—Demasiado tarde —dijo la voz con tristeza—. Demasiado tarde… —Sus palabras fueron resonando y repitiéndose cada vez más débilmente—. Me voy con mi madre, a las grandes profundidades. —El eco se desvanecía en la obscuridad, dejando un último susurro—: Demasiado tarde… demasiado tarde…

—¡Brujaverde! —gritó, angustiada, Jane—. ¡Volved! ¡Regresad! —Jane corrió a ciegas por la obscuridad, palpando a tientas la penumbra—. ¡Brujaverde!

Y en aquel preciso instante el sueño terminó y Jane se despertó.

Estaba en su pequeño dormitorio blanco iluminado por el sol y animado por las alegres cortinas amarillas de las ventanas y tapada hasta la barbilla con el edredón de idéntico color. La suave brisa que se colaba por la ventana a medio abrir desde la noche anterior mecía lentamente las cortinas. Jane tenía en la mano una cajita de plomo con manchas verdes como las de una piedra que hubiera pasado mucho tiempo sumergida en el mar.