Jane estaba al borde de las lágrimas.
—¡No pueden haber desaparecido sin más! ¡Seguro que les ha pasado algo horrible!
—Tonterías —dijo Merriman—. De un momento a otro entraran corriendo, pidiendo el desayuno.
—Pero hace más de una hora que hemos desayunado.
Jane contemplaba distraídamente el ajetreo del puerto iluminado por el sol.
Estaban en el caminito empedrado de los adosados, por encima de la red de escaleras y callejones que descendían en dirección al puerto.
—Seguro que están bien, Jane —dijo Will—. Se habrán despertado temprano, habrán ido a dar una vuelta por ahí y se habrán alejado más de lo previsto. No te preocupes.
—Supongo que tienes razón. Seguro que sí. Es sólo que no puedo quitarme de la cabeza esa horrible imagen de los dos camino de Kemare Head, como hacían siempre el verano pasado, y con alguno de ellos atrapado en el acantilado o algo… Vaya, ya sé que me estoy comportando como una estúpida. Lo siento, Gumerry. —Jane se echó atrás la melena con impaciencia—. Imagino que todo esto es culpa de haber visto cómo tiraban a la Brujaverde. Ya me callo.
—Ya sé lo que haremos —dijo Will—. ¿Por qué no nos acercamos a Kemare Head a echar un vistazo? Te sentirás mucho mejor.
—¿En serio? —les preguntó Jane con la mirada iluminada.
—Pues claro —contestó Merriman—. Y si esos tardones llegan mientras no estamos, ya les dará el desayuno la señora Penhallow. Adelantaos vosotros dos, yo iré a hablar con la señora Penhallow y después os alcanzo.
—Así es mucho mejor —dijo Jane más animada—. Esperar es terrible. Gracias, Will.
—De nada —contestó él de buen humor—. Es una mañana muy bonita para salir a pasear.
—Creo que los tiene la Obscuridad —le dijo telepáticamente a Merriman, bastante más triste—. ¿Lo notas?
—Pero están bien —fue la fría respuesta telepática que recibió Will — y quizás nos convenga más así.
Barney estaba de pie en el umbral del carromato parpadeando por culpa del sol.
—¿Qué? ¿Las cogemos o qué?
—¿El qué? —preguntó Simon.
—Pues las bebidas, claro.
—¿Qué bebidas?
—Pero ¿a ti qué te pasa? Las bebidas que nos acaba de ofrecer. Ha dicho que tenía unas latas en el armario y que nos sirviéramos nosotros mismos. Y algo de una caja de cartón. —Barney dio media vuelta para entrar en el carromato, pero vio que su hermano lo miraba muy sorprendido y se detuvo en seco—. Simon, ¿me quieres decir qué te pasa?
Simon estaba lívido, su rostro crispado y arrugado con una extraña expresión adulta de preocupación y angustia. Se quedó mirando a Barney unos instantes y luego, haciendo un gran esfuerzo, se obligó a ponerse al mismo nivel de conversación que su hermano.
—Cógelas —le dijo—. Cógelas tú y tráelas fuera. Se está muy bien al sol.
Oyeron un ruido a sus espaldas, procedente del interior del carromato y Barney vio que su hermano saltaba como si acabara de recibir una puñalada y luego volvía a esforzarse por mantener el control. Simon se apoyó en la pared del carromato, de cara al sol.
—Vamos, Barney —dijo.
Desconcertado, Barney entró en el carromato, cuyo interior iluminaba el sol que entraba por las ventanas. El pintor estaba tomándose una taza de café apoyado en la mesa.
—¿Aquí? —Barney señaló con el pie un pequeño armario que había bajo el fregadero.
—Sí —contestó el hombre.
Barney se arrodilló, sacó dos latas de naranjada y revisó el contenido del armario.
—Dijo que había una caja de cartón. No la veo.
—No era nada importante —contestó el pintor.
—Aquí hay algo… —Barney estiró el brazo y sacó una hoja de papel. Le echó un vistazo y se sentó sobre los talones mirando al pintor con rostro inexpresivo—. Es mi dibujo. El que me quitó.
—Bueno, por eso viniste, ¿no? —Sus ojos negros miraron con frialdad a Barney desde debajo de un ceño fruncido—. Cógelo, bébete el refresco y lárgate.
—Me gustaría saber por qué me lo quitó.
—Me hiciste enfadar —contestó el hombre escuetamente. Dejó la taza de café y acompañó a Barney hasta la salida—. Ningún mocoso critica mi obra. No volvamos a empezar —advirtió con voz amenazadora cuando Barney abrió la boca—. Ahora, vete.
—¿Qué ocurre? —preguntó Simon desde el umbral.
—Nada —dijo Barney. Enrolló el dibujo, cogió dos latas de refresco y salió del carromato.
—En realidad no tengo sed —le dijo su hermano.
—Bueno, pues yo sí. —Barney bebió un buen trago de naranjada.
El pintor los observaba con el ceño fruncido mientras les impedía la entrada al carromato. Fuera, su enorme caballo dio un paso adelante y siguió pastando rítmicamente bajo el sol.
—¿Ya podemos irnos? —preguntó Simon.
—Yo no tengo ningún poder sobre vosotros —se apresuró a contestar el hombre entrecerrando los ojos—. ¿Por qué me lo preguntas?
Simon se encogió de hombros.
—Barney acaba de decir que nos fuéramos y usted nos ha dicho que todavía no. Por eso.
El rostro obscuro del pintor pareció aliviado.
—Tu hermano ya tiene su querido dibujo, así que fuera, ya os podéis ir. A la izquierda, pasada la granja, encontraréis un atajo que lleva al pueblo —y señaló hacia el sendero cubierto de hierba que desaparecía a la vuelta de la esquina—. El camino está lleno de maleza, pero os llevará hasta Kemare Head.
—Gracias —dijo Simon.
—Adiós —dijo Barney.
Cruzaron el claro sin volver la vista atrás. Fue como salir de una niebla densa.
—¿Crees que será una trampa? —susurró Barney—. Podría haber alguien esperándonos en la granja.
—Demasiado retorcido —dijo Simon—, no necesita tendernos trampas.
—Muy bien. —Barney miraba con curiosidad a su hermano sin dejar de caminar—. Simon, de verdad, tienes muy mal aspecto. ¿Seguro que te encuentras bien?
—Que te calles —le contestó Simon en voz baja pero firme—. Estoy bien. Vamonos de aquí.
—¡Mira! —dijo Barney en cuanto doblaron la esquina—. ¡Está vacía!
Frente a ellos se erigía una granja gris y de una sola planta claramente abandonada: no había movimiento, la maquinaría se oxidaba desparramada por el patio y se veían varias ventanas sin cristales o con los cristales rotos. La cubierta de paja de una edificación anexa se caía sin remedio y el bosque comía terreno a la casa, acosada por las verdes ramas de las zarzas.
—No me extraña que viva en el carromato. ¿Crees que es medio gitano de verdad?
—Lo dudo —contestó Simon—. Me pareció una excusa inventada para justificar ese aire extraño que tiene. Yo no sé por qué lo dice, pero seguro que Gumerry lo sabrá. Ahí está el camino. —Se dirigió hacia un pasadizo abierto en la maraña de vegetación que crecía cerca de la casa y ambos se adentraron en un estrecho sendero lleno de zarzas.
—Me muero de hambre —dijo Barney—. Espero que la señora Penhallow haya preparado huevos con beicon.
Simon echó un vistazo alrededor con la misma expresión demacrada de antes.
—Tengo que hablar con Gumerry. Los dos tenemos que hablar con él. No sabría explicarte por qué, pero es muy urgente.
Barney lo miró, asombrado.
—Bueno —dijo—, estará en casa, ¿no?
—Quizás. Pero debe de hacer siglos que han desayunado, seguro que nos están buscando.
—¿Dónde?
—No lo sé. Podríamos probar con la Casa Gris, para empezar.
—Vale —dijo Barney alegremente—. Este sendero debe de llevar cerca de la casa. Y podemos… —Se paró en seco, con la vista clavada en Simon—. ¡Rufus! ¡Nos lo hemos olvidado! ¡Simon, es horrible, me he olvidado por completo de él! ¿Dónde habrá ido?
—Se escapó. Esa es una de las cosas que tengo que explicarle a Gumerry. —Simon continuó caminando cansinamente—. Todo está relacionado. Tenemos que encontrar al tío abuelo Merry inmediatamente o puede ocurrir algo terrible.
—Por aquí no se ve ni rastro de ellos. —Will trepó hasta la cima de las rocas que formaban el extremo de Kemare Head.
—No —dijo Merriman. Estaba de pie, quieto, dejando que su pelo blanco ondeara al viento como si fuera una bandera.
—Habrán bajado por la siguiente bahía —dijo Jane—. Vayamos a ver.
—De acuerdo.
—Esperad —dijo Merriman. Alzó el brazo y señaló tierra adentro, hacia el silencioso grupo de rocas que coronaba la bahía de Trewissick. Al principio Jane no vio nada, pero luego descubrió una mancha cobriza que se acercaba a ellos muy rápido, una mancha que al cabo de unos instantes se convirtió en la imagen de un perro corriendo desesperadamente.
—¿Rufus?
El setter cobrizo se detuvo derrapando delante de ellos, jadeando y resollando con ladridos entrecortados.
—Siempre va corriendo de un lado para otro tratando de explicarse —dijo Jane con impotencia, y se agachó a acariciarle la cabeza—. Ojalá pudieras hablar. ¿Quieres venir con nosotros, Rufus? ¿Quieres ayudarnos a buscar a Barney y a Simon?
Pero enseguida quedó claro que Rufus sólo intentaba persuadirlos de que desandarán el camino que había recorrido por el cabo. Saltó, aulló y ladró hasta que lo siguieron.
Y a medida que se aproximaban a las rocas, los inmensos monolitos de granito gris que se levantaban solitarios entre las hierbas azotadas por el viento, vislumbraron a Simon, Barney y el capitán Toms acercándose por el camino del pueblo.
Avanzaban lentamente porque el anciano necesitaba el bastón, pero Jane adivinó la impaciencia contenida de sus hermanos por su forma de andar.
Merriman los esperó detrás de las rocas. Luego miró a Simon con expresión interrogativa.
—Así que echó un chorrito de aceite en el grial —dijo Simon—, que se quedó flotando sobre el agua y Barney se sentó a mirarlo.
—¿Sentarme? —preguntó Barney—. ¿Dónde?
—A la mesa. En el carromato. Estábamos a obscuras, salvo por aquella luz verde tan rara que salía del techo.
—No recuerdo ninguna luz verde. Anda ya, Simon, no recuerdo haber visto el grial ni siquiera un segundo… Estoy seguro de que no lo he visto.
—Barney —se quejó su hermano tratando de contenerse. Simon se recostó en una de las rocas—. ¿Te vas a callar o no?
Estabas bajo los efectos de algún tipo de hechizo, por eso no te acuerdas de nada.
—Sí que me acuerdo, recuerdo todo lo que hicimos, que fue casi nada. Quiero decir que sólo estuvimos allí un par de minutos, lo justo para recuperar mi dibujo. Y no me senté dentro…
—Barnabas —interrumpió su tío abuelo en voz baja pero con una dureza que dejó a Barney petrificado. Luego añadió en un susurro—: Perdona.
Simon no le prestaba atención. Tenía la mirada vidriosa y perdida, como si contemplara algo que no estuviera allí.
—Barney estuvo un rato mirando en el interior del grial y luego el ambiente se enfrió repentinamente; fue horrible. Barney empezó a hablar, pero —tragó saliva— pero… no con su voz, era otra voz y también hablaba de un modo extraño, con palabras diferentes… Dijo un montón de cosas que no entendí, sobre alguien llamado Anubis y sobre prepararse para recibir a los grandes dioses. Luego dijo «Están aquí», pero no explicó a quién se refería. Y el pintor, el hombre de la Obscuridad, empezó a preguntarle cosas y Barney le iba respondiendo, pero con aquella voz profunda y extraña que no era la suya. Parecía la voz de otro.
Simon se revolvió nerviosamente; los demás estaban sentados a su alrededor, entre las enormes piedras, escuchándolos en silencio, concentrados. El viento ululaba suavemente entre la vegetación, rodeando las columnas pétreas.
—El hombre preguntó: «¿Quién lo tiene?», y Barney contestó: «La Brujaverde». El pintor dijo: «¿Dónde?» y Barney: «En las profundidades verdes, inalcanzable en el reino de Tethys». Entonces el otro dijo: «No para mí» y Barney se quedó callado durante un rato hasta que se puso a hablar con su verdadera voz y empezó a describir lo que veía. Parecía muy alterado. Dijo: «Hay una criatura grande y extraña, toda de color verde, y todo está a obscuras menos un lugar de donde sale una luz muy brillante, pero brilla tanto que no se puede mirar… y tú no le gustas, ni yo, ni nadie…, no dejará que nadie se le acerque…». El pintor estaba muy nervioso, tanto que apenas podía permanecer sentado. Le preguntó a Barney qué hechizo afectaría a la criatura. De repente Barney dejó de ser él mismo, otra vez parecía como si no estuviera allí y habló con aquella voz profunda que no era la suya; dijo: «El hechizo de Mana y el hechizo de Reck y el hechizo de Lir y, no obstante, ninguno de ellos si Tethys se pone en tu contra. Porque muy pronto la Brujaverde se convertirá en la criatura de Tethys y tendrá toda la fuerza que emana del mar».
—Ah —dijo el capitán Toms.
—El hechizo de Mana y el hechizo de Reck y el hechizo de Lir. ¿Estás seguro de que dijo eso? —preguntó Will bruscamente.
Simon, cansado y resentido, levantó la cabeza y lo miró con desdén.
—Por supuesto que estoy seguro. Si hubieras oído una voz como esa saliendo de la boca de tu hermano recordarías todas y cada una de sus palabras durante el resto de tu vida.
Will asintió lentamente, sin que su cara redonda trasluciera ninguna emoción.
—Sigue, sigue —pidió Merriman con impaciencia.
—Entonces el pintor se acercó a Barney y le habló en susurros. Yo casi no podía oír lo que decía. Le preguntó si estaba siendo vigilado. Pensé que Barney se moría. Miró al interior del grial con la expresión contrahecha y los ojos en blanco, pero después se recuperó y la voz dijo: «Estarás a salvo si no empleas los hechizos fríos». El hombre asintió con un gesto y dejó escapar un ruidito sibilante; parecía muy contento. Se recostó en la silla. Creo que ya había preguntado todo lo que quería saber pero de repente Barney se levantó y aquella voz horrible se puso a gritar diciendo: «A no ser que descubras el secreto del Objeto de Poder ahora que la primavera ha llegado a su clímax, el grial tendrá que ser devuelto a la Luz. Debes apresurarte antes de que la Brujaverde se adentre en las grandes profundidades, date prisa». Después la voz se calló y Barney se desplomó en la silla y… —Simon levantó la cabeza desafiante y añadió con voz temblorosa—… y agarré a Barney para ver si estaba bien y el pintor se enfadó mucho y me chilló. Supongo que pensó que rompería el hechizo o algo así. Así que yo también me enfadé y le grité que no llegaría a ninguna parte después de que te explicáramos lo que había pasado. Entonces se volvió a sentar sonriéndome de una forma muy desagradable y me dijo que con sólo chasquear los dedos podía hacer que olvidáramos todo lo que él quisiera.
—Y Barney lo ha olvidado —dijo Jane—. Pero tú no. —Oímos a Rufus ladrando fuera— continuó Simon —y Barney y yo salimos a buscarlo, pero el hombre de negro se levantó de un brinco y chasqueó los dedos una sola vez delante de nosotros. Barney tenía la mirada vidriosa y se movía muy despacio, abrió la puerta como un sonámbulo. Así que lo imité porque estaba claro que tenía que ir con muchísimo cuidado para que el pintor no sospechara que podía recordar lo que había pasado. Rufus ya no estaba. Se había escapado. Barney parpadeó, sacudió la cabeza y, de repente, se puso a hablar como si acabáramos de llegar al claro. Como si hubiera retrocedido en el tiempo. Yo intenté hacer lo mismo que él. —Pues no te salió demasiado bien— dijo Barney. —Tenías un aspecto espantoso, pensaba que te ibas a poner a vomitar…
—¿Qué pasó con el grial? —preguntó Jane.
—Imagino que todavía lo tiene el pintor.
—No sé —dijo Barney—. No recuerdo haberlo visto. Lo que sí recuerdo es que me devolvió el dibujo. Mira. —Le entregó el dibujo a Merriman, que lo hizo girar entre los dedos distraídamente sin quitar la vista de encima a Simon.
—Simon —dijo Jane—, ¿por qué funcionó el chasquido de dedos con Barney y contigo no?
—Fue por las bebidas —respondió Simon—. Ya sé que suena estúpido, pero tiene que haber sido eso. Nos dio unos refrescos de naranja y seguro que estaban envenenados.
—Burdo —dijo Merriman—. Anticuado. Interesante. —Miró a Will, que le devolvió la mirada, también impenetrable.
—Pero las latas estaban cerradas —protestó Barney con incredulidad—. Por eso nos las bebimos, porque no podía haberles metido nada. Y de todos modos tú ni siquiera abriste la tuya.
—El hechizo de Mana —le dijo en voz muy baja Will Stanton a Merriman—. Y el hechizo de Reck.
—Y el hechizo de Lir.
—No, Barney —dijo Simon—. En realidad entraste a por las bebidas dos veces, pero la primera es una de las cosas que has olvidado. Y aunque la segunda vez no bebí nada, la primera fingí que tomaba un poco de naranjada. Así que el pintor creyó que la treta funcionó con los dos.
—No podemos esperar más —le dijo Will a Merriman—. Tenemos que ir inmediatamente.
Simon, Jane y Barney se quedaron mirándolo. Su voz tenía un tono decidido y escueto nada infantil. Merriman asintió, con expresión adusta y tensa.
—Cuida de ellos —le pidió al capitán Toms sin dar más explicaciones. Luego se volvió hacia Simon y con la misma lúgubre expresión añadió—: ¿Estás seguro de que al final la voz que hablaba a través de Barney dijo: «Antes de que la Brujaverde se adentre en las grandes profundidades»?
—Sí —contestó nerviosamente Simon.
—Entonces todavía sigue aquí —dijo Will y, para perplejidad de los niños, él y Merriman salieron corriendo hacia la punta del cabo.
El anciano larguirucho y el niño robusto echaron a correr con la veloz gracilidad de los animales, cada vez más rápido, de una manera que hacía olvidar su edad y cualquier impresión de familiaridad.
Al llegar a las rocas del borde del cabo no se detuvieron, sino que siguieron adelante. Ágilmente, Will se subió de un salto a la cima de Kemare Head y se lanzó al vacío, quedando suspendido en el aire con los brazos abiertos; detrás de él se lanzó Merriman, con su pelo blanco ondeando al viento como la cresta de una garza. Durante unos segundos pareció que las dos figuras extendidas de brazos y piernas quedaban colgadas del cielo y luego, con una lentitud que invitaba a pensar que el tiempo mismo contenía el aliento, cayeron y desaparecieron de la vista. Jane gritó.
—¡Se matarán! —exclamó Simon, horrorizado—. ¡Se matarán!
El capitán Toms se volvió hacia los niños con expresión severa. No se apoyaba sobre el bastón, parecía incluso más alto que antes. Extendió el brazo y los señaló con la mano abierta.
—Olvidad —dijo—. Olvidad.
Los niños, cogidos de improviso, parecían indecisos. Después desapareció el terror de sus caras y adoptaron un gesto perdido, inexpresivo.
—Nuestra misión —explicó con mucho tacto el capitán-consiste en mantener alejado de la Brujaverde al hombre de la Obscuridad. Will y vuestro tío abuelo se han unido a los pescadores… Nosotros cuatro tenemos que vigilar por otro lado, desde los adosados y la Casa Gris. Y ahora, no tengáis miedo.
Bajó lentamente el brazo y, como marionetas, los niños volvieron a la vida.
—Será mejor que nos vayamos —dijo Simon—. Vamos, Jane.
—Yo voy con usted, capitán —dijo Barney.
—Te prepararé el desayuno, que ya es muy tarde —dijo el capitán Toms guiñándole un ojo, apoyado otra vez en el bastón.