Aude aguardaba el regreso de Solal. Tumbada en la alfombra, junto a la chimenea en la que ardían sin llamas tres impecables troncos, con un pequeño centro de mesa lleno de fondants a su lado, escribía en su cuaderno secreto un decimosegundo cuento poblado de rosados animales adornados con cintas que servían a la Princesa Ignorante raptada por el rey jinete Ermitaño. Se detuvo en el instante en que este último, mientras sostenía un austero discurso, se atrevió, ante los escandalizados ojos de la narradora, a pronunciar una indecencia con tono desenvuelto. Lo releyó poniéndose encarnada, se comió un fondant, se sentó en medio de la alfombra que imaginó voladora, cerró los ojos, revivió los tres años transcurridos desde la mañana maravillosa en que él la arrebatara del coche y se la llevara en su caballo.
Tras el rapto, habían ido a Sicilia. Pero al cabo de dos semanas, se habían quedado sin dinero viéndose obligados a regresar a Ginebra. Una noche, aprovechando que Solal dormía, Aude se había presentado en las Primaveras. Sin recriminaciones inútiles, el señor de Maussane había dejado caer el monóculo y dado su consentimiento, con el consuelo sin duda de pensar que el raptor hubiera podido llamarse también Isaacsohn o Guggenheim. «Además —dijo al señor Sarles, quien tardó lo suyo en entender—, han pasado quince días juntos». El pensar que el joven pertenecía al pueblo de Dios había reconfortado una pizca al buen pastor a quien, por otra parte, no le resultaba demasiado desagradable el pensar en la consternación de su mujer y en la indignación de la señorita Granier. Esta última, nada más conocer la enojosa noticia, se fue con su amiga a Zermatt donde esperaba poder recuperarse de su crisis moral.
La impresión fue mayúscula entre los medios bienpensantes. Algunas señoras que no creían en la inspiración literal admiraron el valor de Aude y el espíritu de tolerancia de que daban prueba su padre y su abuelo; la extrema derecha profetizó la decadencia de Ginebra y depositó todas sus esperanzas en un despertar religioso; la mayoría se sorprendió y se encomendó a Dios.
Durante las dos semanas que precedieron a la boda, las reuniones misioneras fueron especialmente concurridas. Las allí asistentes se emborrachaban con té al tiempo que discutían de los aspectos psicológicos y morales del descabellado matrimonio. Fue en el transcurso de una de esas reuniones cuando las ocho amigas íntimas de la señora Sarles decidieron que el día fúnebre del desposorio estrecharían con fuerza, sonriendo, pero sin abrir la boca, la mano de la querida víctima. El gesto fue muy comentado.
Al concluir la ceremonia, el señor de Maussane besó a su hija y a su yerno y mandó que lo llevaran a la estación. En el coche cama que lo devolvía a la política y a sus amores, debió de murmurar, al tiempo que se friccionaba con colonia, que todo se solucionaba en la vida y bastante mal.
Luego, los novios viajaron a Egipto. A la vuelta, Solal celebró largas entrevistas con banqueros socializantes a quienes gustaba. Un mes después, fundaba el periódico que convirtió a su director en uno de los líderes del partido socialista.
Aude oyó cerrarse la puerta, escondió el cuaderno y la bombonera, se acordó de que la bata era transparente y se puso delante de la chimenea. Entró Solal. Sonrió, con ojos soñolientos, y sus labios rozaron la frente. Ella se quejó. ¿Por qué no la quería más y la besaba tan fríamente?
Se sentó, la hizo callar con un gesto. Ella se arrodilló a su lado, endurecidas todas las yemas por la imagen de aquella niñita dócil. Lo miraba y pensaba:
«Qué bien sabe sentarse es alto y musculoso lo descubrí y lo vi mientras dormía Me gusta antes era algo que me horrorizaba en las estatuas y decía que las mujeres son más hermosas además es verdad Pero él es el amado ni un rasgo de la cara se le mueve está menos vivo que antaño más impresionante cada movimiento que hace lo piensa De día cuando vive tiene gestos aterradores precisos máquina pero no vive de veras Sabe que lo vigilo Por mucho que finjas que nada te afecta mientes todo te hiere a Mí en el fondo me da miedo muto medo Aude Conmigo es todo solicitud sus amigos lo admiran y no vive Quizá desgraciado perdido angustiado sin saber adónde va En el fondo es celoso se hace el indiferente cuando me hablan los hombres pero inquieto en realidad máscara Hijo mío confía en mí sabré amarte siempre Si blasfemo es para tranquilizarme Eres un desconocido No me atrevo a tutearte cuando te hablo Por qué no me hablas nunca de tus padres Me gustaría saber qué debo amar y qué detestar comprende que estoy esperándolo Me llamo Solal amado mío enséñame Te dije el otro día que no me gustaba Cristo de niña me daba miedo me pareció que ibas a pegarme Ayer te dije que lo admiraba y pusiste cara de celos Lo que amas hoy lo aplastas mañana conque yo ya no sé Si te hablase ahora te levantarías y no te volvería a ver nuca más nuca más hata mañana. Me he vuelto tonta tralaralará Me gustaría tanto conocer tu auténtico yo Sol porque sé que sientes un gran respeto desgarrado sin esperanza pero no sé Resulta literario lo que estoy diciendo En el fondo eres ingenuo Sois mi señor lo proclamo Él es el demonio lo sabe todo lo puede todo lo desprecia todo y no me quiere nunca querrá a nadie y mañana con la misma sonrisa me abandonará para siempre Tú amado en qué piensas Está aquí tu niña esperando que hables que te despiertes amadísimo basta de complicaciones Sé que me quieres No cierres tus hermosos ojos anda y no te estires anda Te amaré sin tanta posturita venga fachendoso teatral hipócrita bandidobribongolfo lesa majestad qué se le va a hacer un poco de libertad Tú cuando desaparezcas montado en el caballo blanco de tus sueños te llevarás a tu niña contigo o la dejarás abandonada en la playa con arena entre los dedos Literario pero es para agradarte aunque no me oigas Tú niño querido eres tan gracioso cuando hablas de los destinos del partido eres peor que socialista pero resultas tan niño con esos aires tétricos puede que creas en lo que dices tanto me da mírame Tú no Jacques perrito vamos échate kss sino El el amado que te ha aplastado pobre minuetillo picobobo Tú el maravilloso Sol contempla qué guapa soy despréciame al menos un poco por inclinarme para que me veas los pechos tan hermosos Tu boca en ellos mucho mucho tiempo que se me irrite la piel Ah le arrancaré el pelo y que grite este hombre pobre Adrienne aplastada locomotora Yo también tengo celos de ti adónde vas qué haces cómo no estás siempre conmigo qué me importan tus éxitos te quiero sólo mío Tú tantas mujeres seguramente esas ojeras eres malo asqueroso tipejo hasta puede que con esa asquerosa actriz de padre seguro cómo no te da vergüenza Oh un hijo tengo derecho a obtener un hijo Yo me he casado con un dios y no estoy nada tranquila eres el hijo de Dios qué más da que lo diga si no me oye nadie y es tan diabólicamente intelijudío que sonríe sonrisa solapada en plan adivina lo que pienso bueno al fin y al cabo en realidad dirige un periódico y es diputado socialista lo furioso que se puso mi padre pero ahora ni chistar porque es muy poderoso mi marido Mi marido perfumes para turbarte siempre tiene miedo de que le ofendan sí pero espera la metamorfosis bonita palabra flor que se abre ser Juana de Arco me gustaría bastante o emperatriz con otro amante todas las noches perdón perdón Amado no es cierto sólo pienso en ti en nosotros dos Cómo ha sabido envolverme este hombre Si me mira fijo cálido profundo a los ojos un momento me abro en el centro exfoliado Tengo talento tu lengua Y ya como si me poseyeras Ooh bueno es bueno tan bueno en el fondo tú Sol eres tremendamente casto no siempre adiosgracinismo y entonces es tremendo y aguardo más abierta que el mar y antes era Aude tenis altivez y basta pero bueno Sol no te mueves estás marmóreo o dormido Sí hay cosas que no sé Los maridos se las explican a sus mujeres éste nunca explica nada estás hecho un pontífice Yo no sé nada ni siquiera sé realmente cómo es porque siempre ocurre a oscuras Me gustaría conocer también los vicios y los placeres horripilantes Sol compraré libros de medicina gaver Te advierto que no te tengo el menor miedo exsecretario y me enteraré de todo y se lo contaré a Ruth Únicamente por la vista no sé Quiero morir siempre debajo de él eternamente negro Los hombres me asqueaban antes como los perros Oh ése ha sabido envolverme Perdona amado te respeto Por la noche cuando estoy debajo de él cuatro cinco veces no no me atrevo a decir esa palabra leí en un libro que se dice gozar pero cuando él expira ya no sé loca de alegría orgullo lo miro y yo le he dado ese placer me desea quiere mis labios mi lengua quizá en ese momento y no sé pero además es bueno también que yo quiera y que él no sepa que quiero Oh pureza de antaño oh brincos en el jardín oh miradas claras y gestos pensaría menos en eso si estuviese segura de que me quieres pero se entretiene conmigo en espera de la metamorfosis el bueno y simpático de Jacques que ya no es agregado militar qué se te ha perdido por Marruecos contenta de que coseche éxitos con su pintura pero no me gusta lo que hace pobre Jacques es que le falta ves sé palabras que he aprendido en el diccionario permaes pero lo más importante Sol son tus ojos de bondad y seré pura pura para ti y siempre leal fiel Tú mi señor de todo oh todo el cuerpoalma Pienso tremendamente en eso aunque me hable de su Cámara Diputados o de Spinoza en eso me hace pensar siempre Espantoso muchacha perdida y todas las mujeres son como yo Toca tómame con fuerza Aplástame bien Malvado poderoso autoritario no se puede resistir él ordena phallix phoenus Entra bien preparada para ti desde siempre tu nupcial Sol es mi amante amado marido Terrible calor los ojos pecho sed beber esclava golpeada y brota la sangre tanto mejor pero sangre blanca Por qué casi nunca Entonces cuando consiente gran acontecimiento místico para pobre de mí árida esperando seca torre en el desierto Me gustaría todas las noches a todas horas y más y más hasta la muerte y en el cielo pues también si hay aún si no no Oh chorros de lava por todas partes Suspiro impaciente cálido y cálida Ahaa absorberlo todo mío mío Morder el cuello Las piernas tan levantadas oprimen la cintura Qué abismo Bueno pues lo hacen todos qué mal hay en ello Yo lo pienso y no hago nada Pobre Aude Ahaa tan levantadas que se apoyan ampliamente Ahora áspera lengua y comerlo todo horrendo y quedárselo todo Qué llamada Oh bendíceme Su piel terciopelo pero también gran peso Me gustaría también una vez igual que él a ver si son privilegiados Bueno en el fondo ocultamos en lo más hondo una sonrisilla un tanto despreciativa para el enemigo aun tan adorado Como una serpiente en el fondo Cuando empieza a crecer tremendo Pero aun así lo más bonito es su pecho y más aún sus ojos que ríen y perdonan Oh el más amado me aferro a la salvación de tus ojos Quiere Vuestra Señoría gozar de su pequeña esclava Aude Yo primero alegría vivir ya es hora y apresar con mil bocas al joven dios muslos de cedro tumbado entre las altas hierbas pero una hierba más alta que mira Yo desde el corazón un gran río hasta ahí y ahí remolinea agita las orillas que se estiran hacia el terror Yo literaria quizá ah no demasiado deseo Y no me mira adrede Batín entreabierto Maldito pero mira de una vez a quien tiene esos muslos más hermosos que yo Toda mi piel enferma de deseo Vergüenza Pues sí estoy cínica esta noche Al fin y al cabo estoy en mi derecho Sí no me tomas con bastante frecuencia Pero bueno por qué no todas las noches Cierto es que cuando tomas es tremendo En qué horrenda mujer me he convertido Y eso que sé que soy pura Pero me enloqueces con tus gestos tus silencios tus inmovilidades distracciones Dios mío si peco es de amor perdonad a vuestra esclava Aude oh Sol ven ven Ven golpéame más rápido aún y luego impersonal y necesario eternamente Hermosa leche intensos Ahahaha Tus ojos Muerte en el bosque Amadoamadoamado oh oh Y no ha sabido Fatigada oh mitigada Tan bueno Los ojos siguen maravillosos Bueno Sol se acabó ese silencio empiezo a hartarme no me gustan esos grandes aires misteriosos ya sabemos que eres elegante gran señor Enamorada de mi marido mi marido Me gustaría en mi boca Te advierto que a partir de ahora mando yo».
Alargó una mano suplicante.
—Amigo querido —moduló humildemente.
—La escucho —contestó él con esa majestad que la sacaba de quicio de admiración y de enojo.
—Nada, Sol. Un niño desnudo que jugase ante el fuego y te arañase. No te enfades Sol, no he dicho nada. —Posó la cabeza en el sitio establecido para toda la eternidad, el hombro de su marido.
Tras lanzar furtivas miradas a su dueño, alzó la cabeza, abrió desorbitadamente los ojos a placer espantados y jugó con su pie desnudo.
—¿Sabe, Sol, el bonito traje ruso —pegó la cabeza al pecho de su marido—, el traje que le sentaba tan bien? Le he mandado hacer tres preciosos, iguales que ése. ¿Se los pondrá en casa, verdad, quizá? No se enfade, Sol. —Posó la mano en el pecho de su marido—. ¿Permite mi señor que se los regale? Que te los regale.
Se levantó él.
—Muchas gracias —dijo sin acabar de enterarse—. Le voy a presentar a mi tío. Esta aquí.
—¿Cómo? —exclamó ella con voz súbitamente mudada y casi mundana—. ¿Le ha hecho esperar tanto tiempo? Cuánto lo siento. Me alegraré mucho. Daré órdenes.
Cuando Saltiel penetró en el saloncito, se inclino, balbució que estaba encantado y se dio cuenta por la leve sonrisa de Solal de que la dueña de la casa no estaba allí. Permaneció de pie, temiendo una catástrofe, se ahuecó la mata de pelo blanco y aguardó, pegada la mano al pecho, sin atreverse a hablar a su sobrino que lo miraba con regocijada maldad. Preparaba una interminable frase mundana («Me resulta grato, señora, saludar en usted a la vez a la entrañable compañera…») en el momento en que entró Aude. Retrocedió, se acercó, besó, en plan gentleman de los coches cama, la mano de la joven, buscó inútilmente la preciosa frase tan amorosamente preparada.
—Encantado —dijo esgrimiendo una pobre sonrisa distinguida.
Su cerebro aturullado no acertaba a entender las palabras que le decía la maravillosa criatura. Al tiempo que miraba de cuando en cuando, con terror, a su sobrino que se embriagaba con un cigarrillo, sustituía la elocuencia con pequeños ademanes insignificantes, vivos, amables, tímidos; con inclinaciones japonesas; con deslizamientos de suela; con arrugas del rostro y sobre todo, bendito sea el tío Saltiel, con una mirada apasionadamente sincera y entregada. Aude, compadecida, le preguntó no sin torpeza si podía ofrecerle licores o a lo mejor un jarabe.
—Sí, señor —contestó.
—¿Puedo preguntarle si le gusta la benedictine?
—Muy agradecido, señorita.
Aude se volvió hacia Solal para invitarlo a acudir en socorro de su tío y le preguntó si no opinaba que este último preferiría quizá el licor oriental que acababan de recibir. Solal, olvidando sus preocupaciones, disfrutaba del espectáculo, aguardaba con interés el resultado de tan peregrina conjunción. Ni pensó en contestar a Aude que estaba púrpura.
—¿Raki? —preguntó una voz débil—. Sí, gracias, señora.
Satisfecho de aquel inicio de conversación, Saltiel se atrevió a mirar a su sobrino. De inmediato hubo de arrepentirse.
—Pero, tío, ¿qué quiere usted, raki o benedictine? Ha dicho usted que sí a las dos cosas. ¿Quizá té? Creo que le gusta el té.
—Con mucho gusto, té —contestó enjugándose la frente el desdichado tío que aborrecía el té.
Salió Aude, tras suplicar a Solal con la mirada. Saltiel preguntó con voz apagada si no era preferible que se fuera. Solal lo tranquilizó, se acercó a estrecharle las manos, le dijo que todo iba de maravilla y que raras veces había visto tanta simpatía en los ojos de su mujer.
—Entonces, ¿tú crees, Sol, que no le he producido muy mala impresión? Es un ángel, hijo mío, y como uva moscatel. Pero no me gustá el té, hijo mío —agregó Saltiel con tono de suave reproche.
Llamaron. ¿Quién podía ser a tales horas? Entró el señor de Maussane, se disculpó, anunció que traía una noticia muy importante, frunció el entrecejo cuando divisó al majareta cuya expulsión había presenciado y que admiraba hipócritamente un cuadro tras un sillón. Solal los presentó. El presidente aseguró con furia que estaba encantado, se llevó a su yerno a un rincón del salón y le habló en voz baja.
Mientras la joven charlaba con Saltiel que asentía y mudaba sin cesar de postura para dar con otra más elegante, Maussane confiaba a Solal los motivos por los que se había presentado tan tarde.
—Amigo mío, estos disturbios huelguistas me están dando no pocos quebraderos de cabeza. Evidentemente, su grupo, dicho sea entre paréntesis jamás alcanzaré a comprender por qué se ha metido usted en la cabeza que es socialista, en fin dejémoslo, su grupo, digo, me dejará en minoría cualquier día de éstos. No me da la gana de que así sea y tengo intención de desprenderme de los derechistas de mi equipo. Vengo del Elíseo. El Presidente está conforme. Convenza a su grupo de que, hum, participen y le ofrezco una subsecretaría o si no, no, mire, la cartera de Trabajo. ¡Quéjese! Ministro a los veinticinco años. Pues conforme y gracias. Y le confieso que he acudido también por otro motivo. Amigo mío, el respetable personaje que está hablando con mi hija ha producido peregrina impresión hace un rato en el ministerio. Se ha hecho notar lo suyo. Pero, en fin, Francia no saldría más perjudicada por ello de no haberse descubierto que gracias a usted pudo lucir en el cuerpo diplomático su frac alquilado y confiar a no sé quién sus opiniones sobre no sé qué punto de doctrina israelita. Y eso es una minucia, pero es que ha contado, los ordenanzas se partían de risa, muchacho, que, como buen tío, le frotó a usted los labios con ajo en el momento de nacer. Ha cometido usted una chiquillada proporcionándole esa invitación. Todo se sabe y todo se arregla, pero no conviene tirar de la cuerda. El pequeño incidente de esta noche no debe repetirse. Por supuesto que respeto sus convicciones personales. Digo que «no debe» si realmente quiere usted triunfar como parece ser su intención hasta el momento. Si ése es su deseo, sólo hay una actitud posible. Nada de ambigüedades. Francés, únicamente francés y todo lo que eso conlleva. Se le envidia, ándese con ojo. Naturalizado, socialista, mañana ministro. Es el consejo de un hombre que desea su bien, y el de su hija claro está. Compréndame y no me depare el placer de leer artículos titulados, yo qué sé, «Los avatares familiares del ciudadano Solal», o «El tío, los cacahuetes y el nuevo ministerio Maussane». Dele usted un billete de primera para Atenas o para cualquier otra capital donde no tenga sobrinos ministrables y no se hable más del asunto.
El inocente Saltiel, alentado por la amabilidad de Aude, se las daba de petimetre, no paraba de echarse azúcar en el té con la mano derecha mientras enarbolaba donosamente con la mano izquierda las pinzas que explicaban cómo se echa a perder un negocio maravilloso.
—Lo repito —concluyó el señor de Maussane—, ¡quiera usted a sus parientes, pero de lejos, por Dios, de lejos! No se enfade, y déjeme decirle una cosa con entera confianza: mi bisabuela, pues sí señor, de Alsacia. Para que vea usted que no pongo en ello prejuicio alguno. Mis mejores amigos, además. Pero no tan puros —concluyó lanzando una mirada hacia Saltiel que dejó de echarse azúcar, atenazado por una sospecha.
El señor de Maussane aguardaba una decisión, miraba a su hija con semisincera indignación, se paseaba a lo largo y a lo ancho, lanzaba miradas escandalizadas al intruso y, con las manos en los bolsillos, husmeaba el techo.
A Saltiel se le hizo una luz. Apuró de un sorbo el horrendo brebaje ardiente y se levantó. Aude, que veía que estaban a punto de saltársele las lágrimas, se esforzó en hacer que se quedara. Pero Saltiel, herido por la insolencia del señor de Maussane y lastimado por el silencio de Solal, se inclinó casi majestuosamente ante la joven, dirigió un seco saludo a ambos hombres y abrió valientemente la puerta. Bien es cierto que lo echó todo a perder diciendo al criado:
—Mozo, mi vestuario.
Al poco, marchó el señor de Maussane. A Solal le entraron violentas ganas de lavarse. Tras un efímero deseo de matarse, se enjabonó silbando, se interrumpió, temiendo que lo oyese Aude y no comprendiese que no se había casado con un hombre serio sino con un niño. Sentado en el borde de la bañera de vidrio que le tenía enamorado, pensaba que la única verdad radicaba en la vida injusta que va, crea, destruye y va. Volvió a ponerse el batín rojo porque habían llamado. Entró ella, conteniendo la indignación.
—No está bien, Sol. Haber dejado marchar así a su pobre tío. Mañana mismo vamos a verlo. ¿Qué quiere usted hacer?
—Tomarla.
Aude trató de resistirse. Pero el batín rojo cayó. Dos criaturas quisieron conocerse y fue el gemido que sube que sabe extasiado de la mujer que aspira y del hombre que expira y renuncia en el sueño.
En la calle, unas voces llamaron a Solal. Aude abrió suavemente la ventana, miró y retrocedió. Ante el farol, tres jóvenes que eran semejantes a él.
Despertó, se levantó, sonriendo de miedo, fue a abrir la puerta. Oyó ruido de pasos. Cuatro voces de Solal. Luego, un tumulto. Un chillido, dos risas y un sollozo en la escalera.
Regresó, envejecido, humillado, arrugado por un sabbat. Ella le preguntó quiénes eran aquellos tres hombres. Contestó, con risa absurda y enseñando tres dedos y luego otro, que era el misterio de la trinidad. Volvió a preguntarle. No contestó.
Aude advirtió con terror que se había dormido. Con la mano aún alzada, los ojos cerrados, sonreía.