9

Lirio negro, rosa blanca

—La fortaleza conocida como la Torre del Sumo Sacerdote la mandó construir Vinas Solamnus, fundador de los Caballeros de Solamnia, durante la Era del Poder. Guarda el paso Westgate, que conduce a la calzada por la que se entra o sale a una de las mayores ciudades de Ansalon: Palanthas.

»Después del Cataclismo, del que muchos culparon erróneamente a los Caballeros de Solamnia, la Torre del Sumo Sacerdote quedó prácticamente desierta, abandonada por los caballeros, que tuvieron que esconderse para salvar la vida. Durante la Guerra de la Lanza, la Torre volvió a ocuparse y resultó crucial para la defensa de Palanthas y el territorio colindante. Astinus registró las heroicas gestas de aquellos que combatieron y conservaron la Torre. Podéis encontrar esa crónica en la Biblioteca de Palanthas, bajo el título de La tumba de huma.

»En ese libro leeréis que Sturm Brightblade murió enfrentándose solo al terror de los dragones. Dice así:

»«El caballero estaba de cara a levante, tan cegado por el brillo del sol que sólo vislumbraba a su rival como un inmenso punto de negrura. El animal descendió a increíble velocidad hasta situarse por debajo del parapeto y entonces Sturm comprendió que pretendía aproximarse desde abajo para que fuera el jinete quien lo atacase. Los otros dos dragones se rezagaron, dispuestos a entrar en acción si su jefe precisaba su ayuda llegado el momento de aniquilar a tan insolente caballero».

»«El cielo quedó vacío durante un momento de criaturas siniestras hasta que el dragón surgió repentinamente por el borde del parapeto, lanzando estruendosos rugidos que hicieron estallar los tímpanos de Sturm. Le produjo náuseas el aliento del reptil, y la cabeza le dio vueltas. Aunque se tambaleó un instante, logró mantener el equilibrio y arremeter con su espada. La vetusta hoja abrió un surco en el hocico del animal, del que brotó un chorro de sangre negra. El dragón bramó enfurecido».

»«El golpe fue certero, pero le costó caro a Sturm, que no tuvo tiempo de recobrarse».

»«El Señor del Dragón empuñó la lanza, cuya punto brilló bajo los nacientes rayos solares. Se inclinó entonces hacia delante y embistió. El acero traspasó armadura, carne y hueso».

Steel lanzó una mirada petulante a los dos hombres que lo acompañaban. Observó el efecto que causó su recitación de aquel pasaje en cada uno de ellos.

—Buen dios. —Su tío estaba boquiabierto. La cara redonda y un tanto estúpida (como calificó burlonamente Steel para sus adentro) del hombretón manifestaba una profunda estupefacción.

—Tienes buena memoria —comentó Tanis, que observaba al oscuro paladín con gesto severo.

—Es esencial que un guerrero, como nos enseña milord Ariakan, conozca a su enemigo —repuso Steel. No mencionó que había sido su madre, Sara, la que le relató esa historia por primera vez, hacía mucho tiempo cuando era un niño.

Los ojos de Tanis se desviaron hacia uno de los altos parapetos, próximo a la torre centras.

—En esa almena murió tu padre. Si subes allí todavía podrás ver la sangre en las piedras.

Steel alzó la vista, aunque sólo fuera llevado por la curiosidad. En la actualidad la muralla no estaba vacía. Los caballeros la recorrían manteniendo una vigilancia constante ya que, aunque la Guerra de la Lanza había acabado hacía mucho tiempo, en Solamnia no reinaba la paz. Sin embargo, mientras Steel observaba, los caballeros desaparecieron de repente, salvo uno que aguantó firme, solo, sabiendo que estaba condenado a morir, aceptando su muerte con resignación, convencido de que era necesario y esperando que sirviera para unir a los desorganizados y desmoralizados caballeros y así proseguir con la lucha.

Vio llamas y el sol radiante; vio sangre negra y otra roja fluyendo sobre la armadura plateada. El corazón le latió más deprisa, con secreto orgullo. Siempre le había encantado eso historia, razón por la que podía recitarla con tanta precisión. ¿Sería porque poseía algún significado profundo que sólo su alma conocía?

De repente el joven fue consciente de los dos hombres que aguardaban en silencio junto a él.

«Por supuesto que no, no seas necio, Steel —se reprendió para sus adentros—. Les estás haciendo el juego. Sólo era una historia, nada más».

—Veo una muralla —dijo en voz alta, tras encogerse de hombros—. Pongámonos manos a la obra y dejemos de hablar.

Habían bajado hasta el pie de las estribaciones del lado oeste de la Torre del Sumo Sacerdote. A corta distancia del lugar donde se encontraban agazapados, escondidos entre los arbustos, un amplio camino en rampa conducía a la entrada de la torre principal. Debajo de aquella entrada se encontraba la Cámara de Paladine, donde Sturm Brightblade y los otros caballeros que habían caído durante la defensa de la Torre yacían enterrados.

Todos los caballeros de Takhisis y los aspirantes a serlo habían dedicado muchas horas estudiando la distribución y el diseño de la torre del Sumo Sacerdote con el plano que les había proporcionado Ariakan, que había estado prisionero allí.

Pero una cosa era mirar un dibujo y otra muy distinta contemplar la propia construcción. Steel estaba impresionado. No se había imaginado la fortaleza tan grande, tan imponente. Sin embargo, se apresuró a desechar la sensación de temor reverencial y empezó a contar el número de hombres que caminaban por los parapetos, así como el número de guardias situados en la puerta principal. Esa información le sería útil a su señor.

El camino estaba siempre muy transitado, y esa mañana no era diferente de cualquier otra. Un caballero con su esposa y varias bonitas hijas pasaron lentamente a caballos por delante de ellos. Unos cuantos comerciantes conducían carretas cargadas de comida y barriles de cerveza y vino hacia el interior. Un regimiento de caballeros montados, acompañados por escuderos y pajes, salió a medio galope quizá de camino a combatir bandas de hobgoblins o draconianos merodeadores, o tal vez simplemente para desfilar por las calles de Palanthas en una impresionante exhibición de fuerza. Steel observó las armas que llevaban, y el tamaño de la caravana de abastecimiento y pertrechos.

Ciudadanos corrientes llegaban o se marchaban, algunos por asuntos de negocios, otros acudiendo en busca de caridad, y otros para protestar porque los dragones habían atacado sus pueblos.

Un grupo de sonrientes kenders —encadenados juntos, de manos y pies— salió de la Torre conducido por caballeros de rostros severos, que aligeraron a los hombrecillos de todas sus posesiones, en medio de sus indignadas protestas afirmando que las habían «tomado prestadas», antes de dejarles libres fuera de las murallas de la fortaleza.

—No ves a Tas ¿verdad? —preguntó Caramon, que escudriñaba atentamente a los kenders que pasaban, corriendo y riendo, delante de su posición.

—¡Paladine no lo quiera! —deseó fervientemente Tanis—. Bastantes problemas tenemos ya.

—¿Qué plan tenéis exactamente para entrar? —inquirió fríamente Steel, que había observado, al igual que los otros dos hombres, que los caballeros que guardaban las puertas hacían parar a todos los que querían entrar y los interrogaban.

—Dejaron pasar a los kenders —hizo notar Caramon.

—No, no les dejaron —repuso el semielfo—. Ya sabes el viejo dicho: «Si una rata puede entrar, también puede hacerlo un kender». De todas formas tú no cabrías por un agujero utilizado por kenders, Caramon.

—Eso es cierto —convino el hombretón, sin inmutarse.

—Tengo una idea. —Tanis le tendió la capa azul a Steel—. Ponte esto sobre la armadura, y quédate detrás de Caramon. Yo entretendré a los caballeros de la puerta conversando con ellos y mientras los dos os metéis.

—No —se negó rotundamente el joven.

—¿Cómo que no? —instó Tanis, exasperado.

—No me ocultaré ni ocultaré a quién debo lealtad. No me colaré como… como un kender. —La voz de Steel rebosaba desdén—. O los caballeros me admiten como soy o no entraré.

La expresión de Tanis se endureció. Iba a iniciar un discurso cuando Caramon se le adelantó al soltar una carcajada.

—A mí no me parece nada divertido —espetó el semielfo.

Caramon se atragantó y se aclaró la garganta antes de hablar.

—Lo siento, Tanis, pero… ¡Por los dioses! Steel me ha recordado a Sturm y no pude evitarlo. ¿Te acuerdas aquella vez, en la posada, cuando encontramos la Vara de Cristal Azul y los goblins y los guardias del Buscador subían la escalera, dispuestos a quemarnos en la hoguera? Y todos corrimos como alma que lleva el diablo, esperando escapar por la cocina, excepto Sturm.

»Se quedó sentado en la mesa, bebiendo tranquilamente su cerveza. «¿Salir corriendo? ¿Huir de esa gentuza?», contestó cuando le dijiste que teníamos que escapar. La cara de mi sobrino al manifestar eso de que los caballeros le dejaran pasar, me trajo a la memoria a Sturm aquella noche.

—La cara de tu sobrino me trae a la memoria muchos cosas —repuso sombríamente Tanis—. Como por ejemplo el modo en que Sturm, con su obstinación y su sentido del honor, casi consiguió que nos mataran en más de una ocasión.

—Y lo queríamos por ser como era —arguyó suavemente Caramon.

—Sí. —Tanis suspiró—. Sí, lo queríamos, aunque había ocasiones, como ahora, en que le habría retorcido su caballeroso cuello.

—Enfócalo de este modo, semielfo —intervino Steel con timbre burlón—. Puedes tomarlo como una señal de tu dios, el gran Paladine. Si quiere que entre, se encargará de que lo consigamos.

—Muy bien, joven, acepto tu reto. Confiaré en Paladine. Quizá, como dices tú, esto sea una señal. Pero —Tanis levantó un dedo con gesto de advertencia—, no abras la boca, diga lo que diga yo. Y no hagas nada que pueda provocar problemas.

—No lo haré —repuso Steel con un aire de gélida dignidad y desdén—. Mi madre se encuentra en estas montañas con un Dragón Azul, ¿recuerdas? Si algo me ocurre, lord Ariakan descargará su ira en ella.

Tanis no dejaba de observar fijamente al joven.

—Sí, y lo queríamos por ser así —masculló entre dientes al cabo.

Steel simuló no haberlo oído. Volvió el rostro hacia la Torre del Sumo Sacerdote, abandonó la cobertura de los arbustos y salió al camino en pendiente. Dio por sentado que su tío y el semielfo lo seguirían.

Tanis y Caramon flanqueaban al paladín oscuro mientras avanzaban por el amplio camino que conducía a la puerta de la torre principal. El hombretón llevaba la mano apoyada en la empuñadura de la espada, y su semblante mostraba un gesto sombrío y amenazador. Tenis observaba atentamente a quienes pasaban junto a ellos, esperando, tenso, alguna exclamación de conmocionado horror y desprecio, el grito de alarma que echaría sobre ellos un escuadrón de caballeros.

Steel caminaba con porte erguido y orgulloso, impasible el atractivo y frío semblante. Si estaba nervioso, no daba señales de ello.

Sin embargo, fueron contados los que les dedicaron una mirada. La mayoría de quienes viajaban por esa calzada iban absortos en sus propios asuntos y preocupaciones. Además, ¿quién iba a fijarse en tres hombres armados a las puertas de un bastión de hombres de armas? Los únicos ojos que reparaban en ellos eran los de las bonitas jóvenes que acompañaban a sus padres caballeros a la Torre. Sonreían al apuesto joven con admiración y hacían de todo salvo caerse de los carruajes para atraer la atención de Steel.

Tanis no salía de su asombro. ¿Es que los símbolos de terror y muerte que el oscuro paladín lucía ostensiblemente en su persona ya no causaban efecto en la gente? ¿Acaso los solámnicos habían olvidado el terrible poder de la Reina de la Oscuridad? ¿O simplemente habían caído en una insensata apatía durmiéndose en los laureles?

Al mirar a Steel, Tanis lo vio curvar la boca con sorna. La situación le resultaba divertida. El semielfo apretó el paso. Todavía faltaba cruzar la puerta principal.

El semielfo había pensado y descartado varias explicaciones para que se permitiera el acceso de un Caballero de Takhisis al bastón de Paladine. Al final no le quedó más remedio que admitir que no existía ningún argumento lógico. Como último recurso, haría valer su posición como renombrado héroe y respetado funcionario del gobierno para entrar, recurriendo a la intimidación si era preciso.

Deseando haber ido vestido con toda la pompa de sus ropajes ceremoniales, en lugar de llevar el atuendo de viaje, mucho más cómodo pero ya algo ajado, Tanis adoptó la expresión de «harás lo que yo diga y se me antoje», y se encaminó hacia los caballeros que guardaban la puerta principal.

Caramon y Steel se pararon a un paso de distancia. El gesto del joven era duro, la mirada impenetrable, y alzaba la cabeza con actitud desafiante.

Uno de los caballeros que montaban guardia se adelantó para salir a su encuentro. Su mirada pasó de uno a otro con amistosa curiosidad.

—¿Vuestros nombres, amables señores? —preguntó cortésmente—. Y el asunto que os trae aquí, por favor.

—Soy Tanis Semielfo —Tanis estaba tan tenso que las palabras le salieron con un estallido seco, casi un grito. Se obligó a calmarse y añadió en un tono más suave—. Él es Caramon Majere…

—¡Tanis Semielfo y el famoso Caramon Majere! —El joven caballero estaba impresionado—. Es un honor conoceros, señores. —Después, bajando el tono de voz, le dijo a un compañero—. Es Tanis Semielfo. Corre a buscar a sir Wilhelm.

Probablemente era el oficial al cargo de la vigilancia de la puerta.

—Por favor, no es menester dar tanta importancia a nuestra presencia —se apresuró a pedir Tanis en un tono que esperaba que sonase apropiadamente modesto—. Mis amigos y yo hemos venido en peregrinaje a la Cámara de Paladine. Sólo queremos presentar nuestros respetos, simplemente.

El semblante del joven caballeros asumió de inmediato una expresión de seria compasión.

—Sí, por supuesto, milord. —Desvió los ojos hacia Caramon, que le dirigió una mirada fulminante y pareció dispuesto a enfrentarse a toda la fortaleza sin ayuda de nadie cuando el caballero miró a Steel.

Tanis se puso tenso. Podía imaginar lo que se avecinaba: la estupefacción del joven guardias dando paso a la ira, el vibrante toque de trompeta dando la alarma, el puente levadizo bajando, las espadas rodeándolos…

—Veo que sois un Caballeros de la Coros, señor, al igual que yo —oyó decir al guardia… ¡dirigiéndose a Steel! El solámnico se tocó el peto, sobre el que aparecía un símbolo del rango más bajo de los caballeros de Solamnia. Dedicó a Steel el saludo adecuado al reconocer a un compañero, alzando la mano enguantada hacia el yelmo—. Soy sir Reginald. No os recuerdo, señor caballeros. ¿Dónde realizasteis el entrenamiento?

Tanis parpadeó, mirándolo de hito en hito. ¿Acaso permitían el ingreso de caballeros cortos de vista en la actualidad? Volvió la vista hacia Steel y contemplaba la negra armadura con los símbolos de la Reina de la Oscuridad; el lirio, el hacha y la calavera. A pesar de ello, el solámnico sonreía al caballero de Takhisis y lo trataba como si fuesen compañeros de barracón.

¿Habría lanzado Steel algún tipo de conjuro sobre el caballero? ¿Era tal cosa posible? Tanis lo observó intensamente, y enseguida se relajó. No, saltaba a la vista que Steel se sentía tan desconcertado como él por lo que estaba ocurriendo. El gesto desafiante se había borrado de su rostro, y ahora parecía aturdido, casi con cara de bobo.

Caramon tenía la boca tan abierta que se le podría haber metido un gorrión para anidar en ella y ni se habría dado cuenta.

—¿Dónde realizasteis en entrenamiento, señor? —preguntó de nuevo el caballero en actitud amistosa.

—En K… Kendermore —dijo Tanis. Fue lo primero que le vino a la cabeza.

El joven caballero adoptó una expresión compasiva de inmediato.

—Ah, un destino difícil, según tengo entendido. Antes preferiría patrullar por Flotsam. ¿Es vuestra primera visita a la Torre? Tengo una idea. —El caballero se volvió hacia Tanis—. Después de que hayáis presentado vuestros respetos en la Cámara de Paladine, ¿por qué no dejáis a vuestro amigo conmigo? Dentro de media hora acabo mi servicio, y lo acompañaré a conocer toda la Torre, nuestras defensas, las fortificaciones…

—¡No me parece una buena idea! —Exclamó Tanis, que temblaba y a la par sudaba bajo la armadura de cuero—. Nos… nos esperan en Palanthas. Nuestras espesas, ¿verdad, Caramon?

El hombretón pilló por sorpresa la insinuación, cerró la boca de golpe y luego se las arregló para mascullar algo incomprensible sobre Tika.

—Quizás en otro momento —añadió el semielfo, pesaroso. Miró se soslayo a Steel, creyendo que la absurda situación le estaría resultado muy divertida al joven.

Steel estaba pálido, conmocionado, con los ojos bien abiertos. Parecía que le costaba trabajo respirar.

«Bueno —pensó Tanis—, eso es lo que pasa cuando una le echa un pulso a un dios».

Sir Wilhelm llegó y se hizo cargo de ellos al instante. Tanis advirtió, con pesar, que era un caballero al viejo estilo, pomposo e inflexible, de los que dejaban que el Código y la medida pensaran por él. La clase de caballeros que Sturm Brightblade siempre había detestado. Por fortuna, actualmente había muchos menos caballeros de ese tipo que antaño. Lástima que algún dios —o diosa— lo hubiera puesto en su camino.

Y, por supuesto, sir Wihelm insistió en acompañarlos personalmente a la tumba.

—Gracias, milord, pero este es un momento muy doloroso para nosotros como podréis imaginar —arguyó Tanis en un intento de librarse de él—. Preferiríamos estar a sola…

¡Imposible! (carraspeo). Sir Wilhelm no permitiría nunca tal cosa. (Carraspeo). El famoso Tanis Semielfo y el famoso Caramon Majere y su joven amigo, el caballero de la Corona, en su primera visita a la Cámara de Paladine. No, no. (Carraspeo, carraspeo). ¡Tal cosa requería toda una escolta de caballeros!

Sir Wilhelm reunió a su escolta de seis caballeros, todos armados. Los hizo formar en fila y él encabezó la marcha hacia la Cámara de Paladine caminando con paso lento y solemne, como si dirigiera un cortejo fúnebre.

—Y quizá lo sea —masculló entre dientes Tanis—. El nuestro.

Echó una ojeada a Caramon. El hombretón se encogió tristemente de hombros. Por decoro, no tuvieron más remedio que seguirlo.

Los caballeros se encaminaron hacia dos puertas de hierro cerradas, con el símbolo de Paladine grabado en ellas. Detrás de aquellas puertas una estrecha escalera descendía al sepulcro. Steel se situó al lado de Tanis.

—¿Qué hiciste ahí fuera? —demandó en voz baja mientras echaba miradas desconfiadas ora al semielfo ora a los caballeros que marchaban delante.

—¿Yo? Nada —repuso Tanis.

—No serás una especie de hechicero ¿verdad? —instó el joven, que obviamente no le creyó.

—No, no lo soy —fue la respuesta malhumorada de Tanis. Todavía no había salido de esto, ni con mucho—. Ignoro qué pasó. ¡Lo único que se me ocurre es que tuviste la señal que pedías!

Steel se puso pálido. En su semblante se reflejaba un temor reverencial. Tanis se ablandó. Por extraño que pudiera parecer, resultaba que el joven le caía bien.

—Sé cómo te sientes —le dijo en tono quedo. Los caballeros habían llegado a las puertas de hierro y cogían antorchas para alumbrar el oscuro hueco de la escalera—. Una vez me encontré ante su Oscura Majestad. ¿Sabes lo que tenía ganas de hacer? Quería caer de hinojos y rendirle pleitesía. —Tanis tembló al evocar aquel momento, a pesar de que habían transcurrido años.

»¿Entiendes lo que digo? La reina Takhisis no es mi diosa, pero es una deidad, y yo un pobre e insignificante mortal. ¿Cómo no iba a reverenciarla?

Steel no respondió. Estaba pensativo, serio, sumergido en algún rincón profundo de sí mismo. Paladine había dado al joven caballero la señal que había pedido en son de mofa. ¿Qué significado guardaría eso para él… si es que guardaba alguno?

Las puertas de hierro se abrieron y los caballeros, caminando con paso solemne, empezaron a bajar la escalera.