Caramon intenta recordar dónde guardó su armadura
—Bien —dijo Tika mientras se ponía de pie con actitud enérgica—, si tenéis que marcharos antes del amanecer, más vale que empieces a prepararte.
—¿Qué? —Caramon miró fijamente a su esposa—. No hablarás en serio.
—Por supuesto que sí.
—Pero…
—El chico es tu sobrino, instó Tika, puesta en jarras.
—Sí, pero…
—Y Sturm era tu amigo.
—Eso ya lo sé, pero…
—Es tu deber, y no se hable más —concluyó Tika—. Veamos, ¿dónde guardamos tu armadura? —Lo miró con actitud crítica—. El peto no servirá, pero la cota de malla podría…
—¿Esperas que vaya montado en un Dragón Azul a un… una…? —Caramon miró a Sara.
Una fortaleza —dijo esta—. En una isla muy al norte en el mar de Sirrion.
—Una fortaleza en una isla. Una plaza fuerte secreta. ¡Repleta de legiones de paladines oscuros dedicados al servicio de Takhisis! Y, una vez allí, se supone que habré de raptar a una caballero adiestrado, en la flor de la vida, y llevarlo a rastras a hacer una visita a la Torre del Sumo Sacerdote. E incluso si llego vivo allí, cosa que duda, ¿esperas entonces que los caballeros de Solamnia nos dejen entrar por las buenas? ¿A mí y a un caballero del Mal?
Caramon no tuvo más remedio que gritar eso último, ya que Tika había ido a la cocina dejándolo con la palabra en la boca.
—¡Si un grupo no me mata, lo hará el otro! —bramó.
—No chilles, querido, o despertarás a los chicos —advirtió su mujer, que regresaba cargada con una bolsa que olía a carne asada y un odre—. Tendrás hambre por la mañana. Iré a coger una camisa limpia. Tendrás que buscar la armadura. Ahora recuerdo que está en el arcón que hay debajo de la cama. Y no te preocupes, querido —añadió mientras se paraba para darle un beso apresurado—. Estoy segura de que Sara tiene pensado el modo de introducirte en la fortaleza. En cuanto a la Torre del Sumo Sacerdote, a Tanis ya se le ocurrirá un plan.
—¡Tanis! —Caramon la miró sin entender nada.
—Bueno, lógicamente recogerás a Tanis de camino. No puedes ir solo. No estás en la mejor forma. Además… —Echó una rápida ojeada a Sara, que se había puesto la capa y esperaba junto a la puerta, con aire impaciente. Tika agarró a su marido por una oreja y tiró hacia abajo hasta que tuvieron las cabezas a la misma altura—. Kitiara podría haber mentido —susurró—. Cabe la posibilidad de que Tanis sea el verdadero padre. Debería ver al chico.
»Además —añadió en voz alta, en tanto que Caramon se frotaba la oreja—, Tanis es el único que pude conseguir introducirte en la Torre del Sumo Sacerdote. Los caballeros tendrán que dejarlo pasar. No se atreverían a ofenderlo a él o a Laurana. —Tika se volvió hacia Sara para explicárselo.
»Laurana es la esposa de Tanis. Fue la cabecilla de los Caballeros de Solamnia durante la Guerra de la Lanza, y la tienen en alta estima. Actualmente ella y Tanis actúan como enlace entre los caballeros y las naciones élficas. Su hermano, Porthios, es el Orador. Ofender a Tanis o a Laurana equivaldría a ofender a los elfos, y los caballeros jamás harían algo así. ¿Verdad, Caramon?
—Supongo. —El hombretón parecía aturdido. Las cosas estaban pasando muy deprisa.
Tika lo sabía; sabía cómo manejar a su marido. Tenía que lograr mantener un ritmo frenético. Si le daba ocasión de pararse a pensar, no habría quien le hiciera cambiar de opinión. A decir verdad, se dio cuenta de que ya empezaba a rumiarlo.
—Quizá deberíamos esperar hasta que los chicos vuelvan de las llanuras —sugirió, intentando escabullirse.
—No hay tiempo, querido —repuso Tika, que ya había visto venir algo así—. Sabes que siempre pasan un mes con Riverwind y Goldmoon, que salen de caza y a aprender conocimientos prácticos para moverse por bosques, y ese tipo de cosas. Además, una vez que hayan puesto los ojos en las hermosas hijas de Goldmoon, nuestros chicos tendrán menos ganas aún de marcharse. Vamos, muévete. —Empujó a Caramon que parpadeaba y se rascaba la cabeza, hacia la puerta que conducía a sus habitaciones privadas—. ¿Recuerdas cómo llegar al castillo de Tanis?
—¡Sí, claro que me acuerdo! —espetó prontamente el hombretón.
Con demasiada prontitud. Y, en consecuencia, Tika comprendió que no se acordaba; tendría que pensar en eso, lo que era estupendo, ya que significaba que tendría la mente ocupada en pensar cómo llegar a casa de Tanis durante el tiempo que tardaría en prepararse para partir. Lo que quería decir que ya llevaría un buen rato de viaje antes de que empezara a rumiar sobre cualquier otra cosa.
Como el peligro, por ejemplo.
Una vez que Caramon se hubo perdido de vista, la actitud briosa de Tika desapareció y sus hombros se hundieron.
Sara, que vigilaba a través de la ventana, se volvió al notar el repentino silencio. Al reparar en la desdichada expresión plasmada en el rostro de Tika, la otra mujer se acercó a ella.
—Gracias por lo que has hecho. Sé que no debe de ser fácil para ti dejarlo marchar. No diré que no hay peligro, porque sería mentira. Pero tienes razón, he pensado en una forma de introducirlo en la fortaleza. Y la idea de que Tanis nos acompañe es excelente.
—Debería estar acostumbrada —dijo Tika, que estrujaba la bolsa de la carne entre las manos—. Me despedí de mis dos hijos mayores ayer. Son más jóvenes que el tuyo, y quieren ser caballeros. Sonrío cuando me despido de ellos, y les grito mientras se marchan que volveré a verlos d3entro de una semana o de un mes o cuando sea. Y no me permito pensar que no será así, que quizá no vuelva a verlos nunca. Pero la idea de que puede ocurrir está ahí, en mi corazón.
—Lo comprendo —manifestó Sara—. He hecho lo mismo. Pero tú al menos sabes que tus chicos camina bajo el sol, que no los envuelve la oscuridad… —Se cubrió la boca con la mano y sofocó un sollozo.
Tika la rodeó con un brazo.
—¿Y si llego demasiado tarde? —Gimió Sara—. Debí haber actuada antes, pero… Jamás creí que realmente siguiera adelante con eso. ¡Siempre esperé que renunciaría a ello!
Caramon salió de la habitación. Iba enfundado en una cota de malla que encajaba bien sobre sus hombros, pero no cumplía del todo con su función a la altura del estómago. El hombretón exhibía una expresión agresiva.
—¿Sabes, Tika? —empezó solemnemente, mientras miraba ceñudo la cota tintineante—. No recordaba que este trasto pesara tanto.