El hijo de Kitiara
Caramon se quitó la capa e intentó colgarla, pero no acertó a dar con la clavija y la prenda cayó al suelo. No se molestó en recogerla. La mujer observó aquello con creciente desconfianza.
—¿Por qué no vais a buscarlo?
—Porque ya lo habéis encontrado. Soy Caramon Majere.
La extraña se quedó sorprendida, y después su expresión se tornó dubitativa.
—Podéis preguntar a cualquiera —se limitó a decir Caramon mientras agitaba la mano señalando la posada y hacia fuera—. ¿Qué ganaría mintiendo? —Enrojeció, se palmeó el estómago y después se encogió de hombros—. Sé que no tengo aspecto de héroe…
La mujer sonrió de repente. El gesto la hizo parecer más joven.
—Esperaba encontrarme con un gran señor. Me alegro de que no lo seáis. Así resultará más fácil. —Lo estudió atentamente—. Ahora que os miro, tendría que haberos reconocido. Ella os describió como «un hombretón, don más músculo que cerebro, pensando siempre de dónde vendrá la próxima comida». Perdonadme, señor. Son palabras de Kitiara, no mías.
—Supongo que sabéis, milady, que mi hermana está muerta. —La expresión de Caramon se había ensombrecido—. Mi hermanastra, debería decir. Y sabéis que Kitiara era una Señora del Dragón, aliada con la Reina de la Oscuridad. ¿Por qué iba a contaros nada sobre mí? Supongo que me tendría cariño en algún momento, pero eso lo olvidó como si nada.
—Sé cómo era Kitiara, quizá mejor que la mayoría —repuso la mujer con un suspiro—. Vivió conmigo durante varios meses, ¿comprendéis? Eso fue antes de la guerra, unos cinco años antes. ¿Escucharéis mi historia desde el principio? He viajado cientos de kilómetros para encontraros, y corriendo un gran peligro.
—Quizá deberíamos esperar a mañana…
—No —lo atajó, sacudiendo la cabeza—. No me atrevo. Es más seguro viajar antes de que amanezca. ¿Querréis escuchar lo que tengo que contaros? Si decidís no creerme… —Se encogió de hombros—. Entonces os dejaré en paz.
—Prepararé algo de té —dijo Tika, que se marchó a la cocina después de posar la mano en el fornido hombro de su marido, un gesto con el que le encarecía que escuchara.
—De acuerdo. —Caramon tomó asiento pesadamente—. ¿Cómo os llamáis, milady? Si se me permite preguntarlo.
—Sara Dunstan. Resido, o residía, en Solamnia. Y fue allí, en un pueblo no muy distante de Palanthas, donde comienza mi historia.
»Por entonces tenía veinte años. Vivía sola, en una cabaña que perteneció a mis padres. La peste había acabado con los dos unos años antes. Yo también la padecí, pero fui uno de los afortunados que sobrevivió. Me ganaba la vida como tejedora, oficio que me había enseñado mi madre. Era una solterona. Oh, no me faltaron ocasiones de casarme, de joven, pero rechacé las propuestas. Los vecinos decían que era demasiado quisquillosa, pero en realidad lo que pasó es que no encontré a nadie que despertara mi amor, y no me conformaba con menos.
»No era especialmente feliz, pero pocos lo eran en aquellos duros tiempos previos a la guerra. Ignorábamos lo que nos aguardaba. En caso contrario, nos habríamos considerado dichosos.
Aceptó el vaso de té caliente que le ofreció Tika, la cual tomó asiento al lado de su marido mientras le tendía una farra con té. El hombretón la cogió, pero la dejó en la mesa y no tardó en olvidarse de ella. Su gesto era sombrío.
—Continuad, milady.
—No deberíais llamarme así. No soy y nunca fui una dama noble. Como he dicho, era tejedora. Trabajaba un día en el telar en mi casa, cuando alguien llamó a la puerta. Miré fuera. Al principio creí que era un hombre quien se encontraba de pie en el umbral de mi casa, pero de repente me di cuenta de que era una joven, vestida con armadura de cuero. Portaba espada, y el pelo, negro, tenía un corte varonil.
Tika echó una ojeada a Caramon para ver su reacción. La descripción encajaba perfectamente con Kitiara, pero el rostro del posadero se mantuvo inexpresivo.
—Empezó a pedirme algo, agua, creo, pero antes de que pudiera decir nada se desplomó inconsciente a mis pies.
»La metí en casa. Estaba muy enferma, eso saltaba a la vista. Corrí a buscar a una anciana, una druida, que era la curandera del pueblo. Esto ocurrió antes de que los clérigos de Mishakal reaparecieran, pero la druida era diestra a su manera y había salvado muchas vidas. Quizá se debió a eso por lo que nunca caímos en las mentiras de aquellos falsos clérigos y sus trucos.
»Pero cuando regresé con la druida, la mujer, Kitiara, dijo que se llamaba, había vuelto en sí e intentaba levantarse de la cama, pero se encontraba demasiado débil. La anciana la examinó y le dijo que se tumbara y no se moviera.
»Kitiara se opuso. «Sólo es un poco de fiebre», dijo. «Dadme algo para bajarla y me pondré en camino».
«No es fiebre y lo sabes bien», repuso la druida. «Estás preñada y si no te tumbas y descansas perderás ese niño».
El rostro de Caramon se había quedado blanco de repente. Tika, que también había empalidecido, tuvo que soltar su taza de té por miedo a derramas el líquido. Alargó la mano para agarrar la de su marido. El fortísimo apretón de él fue agradecido.
»«¡Quiero perder al mocoso!». Kitiara empezó a maldecir ferozmente.
Jamás había oído utilizar un lenguaje tan grosero a una mujer. —Sara se estremeció—. Era horrible escucharla, pero la druida ni se inmutó. «Sí, perderás al bebé, y a ti con él. Morirás si no tienes cuidado».
»Kitiara rezongó algo sobre no creer a una necia vieja desdentada, pero me di cuenta de que estaba asustada, quizá por encontrarse tan débil y enferma. La druida quería llevarla a su casa, pero yo dije que no, que me encargaría de cuidarla. Tal vez os parezca extraño, pero estaba sola y… había algo que admiraba de vuestra hermana.
Caramon sacudió la cabeza, sombrío el gesto. Sara sonrió y se encogió de hombros.
—Era fuerte e independiente —continuó—. Era lo que yo habría sido si hubiese tenido el coraje suficiente. Así pues, se quedó conmigo. Estaba muy enferma. Tenía las fiebres, de las que se cogen en los pantanos, y estaba fuera de sí por lo del bebé. Obviamente no lo quería, y la ira por estar embarazada no la ayudaba en absoluto.
»La cuidé hasta que las fiebres remitieron. Estuvo enferma un mes o más. Por fin mejoró, y no perdió el bebé, pero las fiebres la dejaron muy debilitada… ya sabéis cómo es eso. Apenas podía levantar la cabeza de la almohada. —Sara suspiró—. Cuando estuvo bien, lo primero que pidió a la druida fue que le diera algo para poner fin al embarazo.
»La anciana le dijo que, para entonces, ya era demasiado tarde. Que perdería la vida. A Kitiara eso no le gustó, pero estaba demasiado débil para discutir o para cualquier otra cosa. A partir de ese momento, empezó a contar los días que faltaban para el nacimiento del bebé. «Ese día me libraré del pequeño bastardo», repetí, «y podré reanudar la marcha».
Caramon tragó saliva sonoramente, tosió, y su gesto se tornó aún más sombrío. Tika le apretó la mano.
—Llegó la hora del parto —prosiguió Sara—. Para entonces, Kitiara había recobrado las fuerzas, por suerte, ya que fue un parto largo y difícil. Tras dos días con contracciones, por fin nació el bebé. Era un niño, un niño sano y fuerte. Por desgracia, no podía decirse lo mismo de Kitiara. La druida, a la que no le caía nada bien, le dijo sin rodeos que probablemente iba a morir y que debería decirle a alguien quién era el padre, para que así ese hombre pudiera reclamar su vástago.
»Esa noche, cuando estuvo al borde la muerte, Kitiara me dijo el nombre del padre del bebé y todas las circunstancias que rodearon su concepción. Mas, debido a esas circunstancias y a quién era el padre me obligó a jurar que no se lo diría a él.
»Fue muy vehemente respecto a eso. Me hizo prestar un juramento terrible por la memoria de mi madre. «Lleva al chico con mis hermanos Caramon y Raistlin Majere. Criarán a mi hijo para que sea un gran guerrero, en especial Caramon. Es un buen luchador. Lo sé, porque le enseñé yo».
»Se lo prometí. Le habría prometido cualquier cosa. Sentía mucha lástima por ella. Estaba tan abatida y tan débil que no me cupo duda de que iba a morir. «¿Hay alguna cosa que pueda llevar a tus hermanos para convencerles de que el niño es tuyo?», le pregunté. «Si no, ¿por qué iban a creerme? ¿Alguna joya que puedan reconocer, por ejemplo?».
»«No tengo joyas. Sólo mi espada. Lleva mi espada a Caramon. La reconocerá. Y dile… dile…». Kitiara miró débilmente en derredor y sus ojos se detuvieron en el bebé, que plañía desconsoladamente en una cuna junto a la chimenea.
»«Mi hermano pequeño solía llorara así», susurró. «Raistlin siempre estaba enfermo. Y cuando lloraba, Caramon intentaba entretenerlo para que se calmara. Había figuras de sombras así». Levantó las manos, pobrecilla, apenas tenía fuerzas para ello, y puso los dedos de manera que formó la cabeza de un conejo, así.
»«Y Caramon le decía: Mira Raist, conejitos».
Caramon emitió un profundo gemido y reclinó la cara en las manos. Tika lo rodeó con el brazo y le susurró algo.
—Lo siento —dijo, preocupada, Sara—. Olvidé lo terrible que esto sería para vos. No tenía intención de disgustaros, sólo quería demostrar…
—No pasa nada, milady. —Caramon alzó la cabeza. Su semblante estaba demacrad pero sereno—. Los recuerdos son duros a veces, sobre todo cuando surgen… así. Pero ahora os creo, Sara Dunstan, y siento no haberlo hecho antes. Sólo Kit o… o Raist habrían sabido ese detalle.
—No tenéis que disculparos. —Sara bebió un sorbe de té y rodeó la taza con las manos para calentársela—. Por supuesto, Kitiara no murió. La vieja druida no podía creérselo. Decía que Kitiara debía de haber hecho un pacto con Takhisis. Posteriormente pensé en eso, cuando me enteré de que Kitiara era responsable de la muerte de tantas personas. ¿Prometería almas a la Reina Oscura a cambio de la suya? ¿Fue por eso que Takhisis la soltó?
—¡Que idea tan espantosa! —Tika se estremeció.
—No es ninguna fantasía —contestó Sara con aire apagado—. He visto hacerlo.
Guardó silencio durante unos largos segundos mientras Caramon y Tika la contemplaban con horror. Ahora la veían como la vieron en el primer momento, llevando el yelmo del Mal y el lirio de la muerte como ornamento.
—Decís que el niño vivió —manifestó bruscamente el posadero, ceñudo—. Presumo que Kit lo dejó atrás.
—Sí —Sara reanudó su relato—. Kitiara no tardó en encontrarse lo bastante fuerte para proseguir su viaje, pero durante su recuperación le cogió cierta simpatía al pequeño. Era un niño excelente, despierto bien formado. «No puedo quedarme con él», me dijo. «Están a punto de ocurrir cosas trascendentales. Se están creando ejércitos en el norte, y me propongo hacer fortuna con mi espada. Encuéntrale un buen hogar. Enviaré dinero para su crianza, y cuando tenga edad suficiente para ir a la guerra conmigo, volveré a buscarlo».
»«¿Y tus hermanos?», me aventuré a sugerirle.
»Se volvió hacia mí furiosa. «¡Olvida que dije que tenía familia! ¡Olvida todo lo que te conté! ¡Y sobre todo olvida lo que dije sobre su padre!».
»Accedí, y entonces le pregunté si podía ser yo quien se quedara con el niño. —Sara tenía la vista prendida en el fuego de la chimenea; su tez se sonrojó—. Veréis, me sentía muy sola, y siempre había querido tener un hijo. Me pareció que los dioses, si es que existían, habían escuchado mis plegarias.
»A Kitiara le encantó la idea. Había acabado confiando en mí, e incluso creo que hasta me apreciaba un poco, tanto como ella podía apreciar a otra mujer. Me prometió que enviaría dinero cuando dispusiera de él. Le dije que eso no me importaba, que podía mantenerme a mí misma y a un niño. Y le prometí que le escribiría cartas contándole cosas del pequeño. Luego, cuando se marchó, le dio un beso y me lo puso en los brazos.
»«¿Qué nombre quieres ponerle?».
»«Llámalo Steel», respondió. Y se rio cuando lo dijo, una especie de broma, considerando el apellido de la criatura.
—Que sería Semielfo —le susurró Caramon a Tija en un aparte—. No le veo la gracia, a no ser una broma de mal gusto para el pobre Tanis. Todos estos años sin saberlo. —Sacudió la cabeza, sombrío.
—¡Chist! —Instó en un susurro Tika—. Eso no lo sabes con certeza.
—¿Qué? —Preguntó Sara, que había oído el intercambio—. ¿Qué decís?
—Lo siento, pero no pillo la chanza —repuso Caramon—. Por lo del apellido del bebé. «Semielfo», ¿entendéis?
—¿Semielfo? —Sara estaba perpleja.
Sonrojado, extremadamente azorado, el posadero tosió.
—Mirad, todos sabemos lo de Tanis y Kit, así que ya no tenéis que ocultarlo…
—Ah, creéis que el padre del bebé era Tanis Semielfo —dijo Sara, entendiendo de repente—. No, os equivocáis.
—¿Estáis segura? —Caramon se quedó desconcertado—. Podría haber habido alguien más, por supuesto…
—Cualquiera con pantalones —masculló Tika entre dientes.
—Pero dijisteis que el bebé nació cuatro años antes de la guerra. Kit y Tanis eran amantes, y eso tuvo que ocurrir después de que se marchara de Solace con… —El hombretón enmudeció de golpe y miró a Sara de hito en hito—. ¡Eso es imposible! —Gruñó— Kit mintió. No me lo creo.
—¿A qué te refieres? —Demandó Tika—. ¡No entiendo nada! ¿De qué habláis?
—¿No recuerdas que por aquel entonces…?
—Caramon, era una cría cuando tú, Raistlin y los demás os marchasteis de Solace —lo interrumpió—. Y ninguno de vosotros mencionó nunca lo que ocurrió durante esos cinco años.
—Cierto, nunca hablamos de nuestros viajes —convino lentamente Caramon, dando voz a sus pensamiento—. Fuimos en busca de los verdaderos dioses, esa era nuestra meta, pero, mirándolo desde la perspectiva actual, me doy cuenta de que en realidad salimos a buscarnos a nosotros mismos. ¿Cómo puede un hombre o una mujer describir ese periplo? Y así, guardamos silencio, guardamos las historias en nuestros corazones, y dejamos que los tejedores de leyendas, que sólo buscan sacar una moneda de acero, se inventaran las historias absurdas que quisieran.
Observó larga y seriamente a Sara, la mujer bajó la vista a la taza de té, que se enfriaba entre sus manos.
—Admito que no tengo pruebas. Es decir —rectificó—, tengo pruebas, pero nada que pueda presentar en este momento. —Levantó la cabeza con gesto desafiante—. Hasta ahora me habéis creído.
—Ya no sé qué creer —contestó el posadero. Se puso de pie y se acercó a la chimenea.
—¿Quiere alguien explicarme qué pasa? ¿Cuál era el nombre del bebé? —demandó, exasperada, Tika.
—Brightblade. Steel Brightblade[1] —Respondió Sara.