Capítulo 5

Gil cabalgaba a través de una zona del bosque particularmente umbría, pensando con inquietud que aquel sería el lugar perfecto para una emboscada, cuando el grifo descendió entre una abertura en el denso dosel de árboles y se posó en la calzada, junto delante de él.

El joven nunca había visto una de esas extraordinarias bestias, que eran amigas de los elfos y de ninguna otra raza de Krynn. Se alarmó y se sobresaltó ante su aparición. El animal tenía la cabeza y las alas de un águila, pero su parte posterior era la de un león. Sus ojos relucían feroces, y su pico, terriblemente afilado, podía —según la leyenda— atravesar las escamas de los dragones.

Su corcel estaba aterrorizado; la carne de caballo era una de las comidas favoritas de los grifos. El animal relinchó y se encabritó, ciego de pánico, y a punto estuvo de desmontar a Gil. El joven era un experto jinete, ya que la equitación había sido un ejercicio recomendado por considerarse beneficioso para su salud, y de inmediato sofrenó al caballo y lo tranquilizó con suaves palmadas en el cuello y quedas palabras de sosiego.

El jinete del grifo —un elfo madura, vestido con ricas ropas— lo observó con aprobación. Cuando el caballo de Gil estuvo de nuevo bajo control, el otro elfo desmontó y se aproximó a él. Un segundo elfo, uno cuyo aspecto era lo más extraño que Gil había visto nunca, se quedó esperando detrás. Ese elfo extraño casi no llevaba ropa, de manera que quedaba a la vista gran parte de un cuerpo musculoso y decorado con dibujos fantásticos y de colores muy vivos.

El elfo mayor se presentó:

—Soy Rashas del Thalas-Enthia. Y vos, supongo, debéis de ser el príncipe Gilthas. Bien hallado, nieto de Solostaran, es un placer.

Gil desmontó y respondió con palabras corteses, como le habían enseñado. Los dos intercambiaron el beso formal de saludo y siguieron con el ritual de presentación. Durante dicho proceso, el grifo no dejó de lanzar feroces miradas en derredor, sus fieros ojos penetrando las sombras del bosque. En cierto momento chasqueó el pico y sus garras se hincaron y desmenuzaron el suelo de tierra, en tanto que la cola leonina se agitaba con desagrado.

El elfo que acompañaba a Rashas dirigió unas cuantas palabras el grifo, que giró la cabeza, flexionó las alas y pareció apaciguarse, bien que de un modo hosco.

Gil observaba al grifo, intentaba mantener tranquilo a su caballo, echaba miradas de reojo al sirviente elfo pintado y trataba, al mismo tiempo, dar la réplica correcta y adecuada al senador. No era de extrañar pues que se sintiera un tanto confuso. Rashas reparó en las dificultades que pasaba el joven.

—Permitid que me disculpe por asustar a vuestro caballo. Ha sido una falta de consideración por mi parte. Tendría que haberme dado cuenta de que vuestro animal no estaba acostumbrado a nuestros grifos. Los caballos de Qualinesti están entrenados para moverse entre ellos, ¿comprendéis? No se me pasó por la cabeza que los caballos de Tanthalas Semielfo no lo estuvieran.

Gil se sintió avergonzado. Los grifos habían sido las monturas de los elfos desde hacía muchos siglos. No estar familiarizado con esas bestias magníficas le parecía equivalente a no estar familiarizado con los de su propia raza. Su intención era balbucir una disculpa en nombre de su padre, pero para su sorpresa se encontró diciendo algo completamente distinto.

—Los grifos vienen a visitarnos —manifestó con orgullo—. Mis padres intercambian regalos con ellos anualmente. El caballo de mi padre está entrenado, pero el mío es joven aún…

Rashas lo interrumpió cortésmente.

—Creedme, príncipe Gilthas, lo entiendo —dijo en tono serio y con una mirada de fría piedad que hizo enrojeces al joven.

—Creed, señor —empezó Gil—, creo que os equivocáis…

—Pensé que sería placentero para vos, príncipe Gilthas —prosiguió Rashas como si no hubiese oído—, al igual que instructivo, vislumbrar Qualinesti por primera vez desde el aire. En consecuencia, y actuando impulsivamente, salí a vuestro encuentro volando en grifo. Me sentiría muy honrado si aceptáis volar conmigo a Qualinost. No os preocupéis, el grifo puede transportarnos a ambos con facilidad.

Gil olvidó la ira que sentía por el insulto. Miró a la magnífica bestia con ansiedad y admiración. ¡Volar! ¡Parecía que todos sus sueños se estuviesen haciendo realidad al mismo tiempo! Pero su entusiasmo se desvaneció rápidamente. Su interés principal era el bienestar de su caballo.

—Gracias por vuestra amable oferta, senador…

—Llamadme Rashas, mi príncipe —lo interrumpió el elfo mayor.

Gil hizo una inclinación de cabeza correspondiendo al cumplido.

—No puedo dejar solo a mi caballo sin atención. —Palmeó el cuello del animal—. Espero que no os ofendáis.

Sin embargo Rashas parecía complacido.

—Todo lo contrario, mi príncipe. Me alegra ver que os tomáis esa responsabilidad seriamente. ¡Hay tantos jóvenes que no lo hacen hoy en día! Pero no tenéis que perderos el viaje por eso. Mi sirviente kalanesti —Rashas agitó una mano hacia el elfo de aspecto extraño— llevará de vuelta el caballo a los establos de vuestro padre.

¡Kalanesti! Ahora lo entendía. Así que ese era uno de los famosos Elfos Salvajes de leyendas y canciones. Nunca había visto uno.

El kalanesti inclinó la cabeza, indicando en silencio que nada le complacería más que hacer tal cosa. Gil respondió de igual modo, incómodo, preguntándose qué decisión tomar.

—Veo que dudáis. ¿Os encontráis bien? He oído que vuestra salud es precaria. Quizá deberíais regresar a casa —dijo Rashas solícitamente—. Los rigores del vuelo podrían resultar perjudiciales para vos.

El comentario, ni que decir tiene, zanjó el asunto.

Sintiendo arderle las mejillas, Gil manifestó que le encantaría acompañar al senador en el grifo.

Sin pensarlo más, el joven ordenó al sirviente kalanesti que se ocupara de caballo, y sólo cuando se encontró bien afianzado en la silla del grifo se le ocurrió preguntarse cómo sabía el senador que había decidido viajar a Qualinesti, y también dónde encontrarse con él.

Gil tuvo la pregunta en la punta de la lengua, pero estaba impresionado por el elfo mayor, por su aire elegante y digno. Laurana había enseñado bien a su hijo, le había inculcado ser diplomático. Hacer tal pregunta sería una descortesía, daría a entender que Gil no confiaba en el elfo. Sin duda había una explicación lógica.

El joven se puso cómodo, dispuesto a disfrutar del viaje.