EL DERROCAMIENTO DE LARGO CABALLERO
Fortalecidos por su acuerdo secreto con los prietistas, los comunistas solo necesitaban ahora una oportunidad propicia para llevar a una culminación su lucha con Largo Caballero. No tuvieron que esperar mucho.
El 3 de mayo —bajo circunstancias que aún no han sido analizadas plenamente— surgió un conflicto armado entre las fuerzas antifranquistas de Barcelona, capital de Cataluña, seguido de cuatro días de lucha cruenta.[1] Valiéndose de este episodio, los comunistas pidieron la supresión del POUM antiestalinista,[2] partido marxista al que hacían responsable del derramamiento de sangre, y a cuyos líderes desde hacía mucho tiempo habían denunciado como trotskistas y agentes fascistas. Inmediatamente pusieron en movimiento todo el aparato de propaganda del que disponían, a fin de imponer su voluntad, y su agitación política adquirió un carácter frenético:
«Nuestro enemigo principal es el fascismo, son los fascistas —declaraba José Díaz en un mitin público el 9 de mayo—. Pero los fascistas tienen sus agentes para trabajar. Naturalmente, que si los agentes que trabajan con ellos dijesen: “Somos fascistas y queremos trabajar con vosotros para crear dificultades”, inmediatamente serían eliminados por nosotros.
Por eso tienen que ponerse otro nombre… Unos se llaman trotskistas. Es el nombre bajo el cual trabajan muchos fascistas emboscados, que hablan de revolución para sembrar el desconcierto y yo digo: Si esto lo saben todos y lo sabe también el Gobierno ¿qué hace el Gobierno que no los trata como a tales fascistas y los extermina sin consideración?…
Todos los obreros deben conocer el proceso que se ha desarrollado en la URSS contra los trotskistas. Es Trotski en persona el que ha dirigido esta banda de forajidos que descarrilan los trenes en la URSS, practican el sabotaje en las grandes fábricas, y hacen todo lo posible por descubrir los secretos militares para entregarlos a Hitler y a los imperialistas del Japón y cuando esto ha sido descubierto en el proceso y los trotskistas han declarado que lo hacían en combinación con Hitler, con los imperialistas del Japón, bajo la dirección de Trotski, yo pregunto: ¿es que no está totalmente claro que eso no es una organización política o social con una determinada tendencia, como los anarquistas, los socialistas o los republicanos, sino una banda de espías y de provocadores al servicio del fascismo internacional? ¡Hay que barrer a los provocadores trotskistas!
Por eso yo decía en mi discurso ante el Pleno del Comité Central, recientemente celebrado, que no solamente en España debe ser disuelta esa organización, suspendida su prensa y liquidada como tal, sino que el trotskismo debe barrerse de todos los países civilizados, si es que de verdad quiere liquidarse a esos bichos que, incrustados en el movimiento obrero, hacen tanto daño a los propios obreros que dicen defender. Hay que terminar con esta situación.
En España ¿quiénes si no los trotskistas, han sido los inspiradores del putch criminal de Cataluña? La Batalla del 1.º de mayo está llena de incitaciones descaradas al golpe putchista… Todavía se tira este periódico en Cataluña… ¿Por qué? Porque el gobierno no se decide a meterle mano, como lo piden todos los antifascistas…
Si a los diez meses de guerra no hay una política firme para poner a la retaguardia a la altura en que se van colocando algunos frentes, yo, y conmigo estoy seguro de que pensarán todos los antifascistas, comienzo a pensar; o este Gobierno pone orden a la retaguardia, o si no lo hace tendrá que hacerlo otro Gobierno de Frente Popular».[3]
Unos días después, el 13 de mayo, en una reunión dramática del Gabinete, Jesús Hernández y Vicente Uribe, los dos ministros comunistas, pidieron la disolución del POUM en términos que no dejaban lugar a componendas. Pero Largo Caballero disintió con vehemencia del punto de vista comunista de que este partido era una organización fascista, y se negó firmemente a adoptar medidas que él creía no sólo injustas, sino ventajosas para sus contrarios. En el transcurso de estos intercambios mordaces con los dos ministros, declaró que no disolvería ningún partido ni sindicato, que él no había entrado en el Gobierno para servir los intereses políticos de ninguna de las facciones representadas en él y que los tribunales decidirían si una organización determinada debía o no ser disuelta.[4]
Al no recibir satisfacción, los dos ministros se levantaron y abandonaron el Consejo.[5]
«Cuando surgió la ruptura en pleno Consejo de Ministros y los señores Jesús Hernández y Vicente Uribe abandonaron la sala… —testifica Indalecio Prieto— Largo Caballero pretendió que prosiguiera el despacho ordinario de los asuntos, y yo, que me sentaba a su derecha y junto a él… le dije: Mira, Caballero, aquí acaba de ocurrir algo grave, y es que se ha roto la coalición ministerial, puesto que se separa del Gobierno uno de los partidos que lo integraban. En consecuencia, creo que corresponde a tu deber, sin proseguir las tareas del Consejo, dar cuenta de lo sucedido al Presidente de la República y resolver con él la situación».[6]
«La tesis expuesta por Prieto —escribe Julián Zugazagoitia, socialista moderado también y ministro de la Gobernación en el Gobierno siguiente— sorprendió a Largo Caballero, quien creía que el Consejo podía seguir sus deliberaciones… El juicio de Prieto, perfectamente constitucional, fue anatematizado como una parte de la maniobra iniciada por los comunistas para derrotar a Largo Caballero».[7]
Frustrado en su intento de continuar la sesión, el Primer Ministró notificó al presidente de la República que los ministros comunistas se habían retirado del Gabinete. Enterado de la crisis, Azaña sugirió que se aplazara hasta que se hubiera iniciado una importante ofensiva militar que se estaba planeando.[8]
«Desde hacía meses —escribe Luis Araquistáin, líder socialista de izquierda— Largo Caballero venía preparando una operación militar por Extremadura en el Oeste de España. Se trataba de cortar las comunicaciones del ejército rebelde con el Sur por donde le venían constantemente refuerzos de tropas marroquíes e italianas. El éxito de esa operación dividiendo al enemigo en dos partes incomunicantes y privándole de las tropas y del material de guerra extranjero que entraba por los puertos próximos al Estrecho de Gibraltar, pudo haber cambiado completamente el curso de la campaña. Se hubiera salvado el Norte, se hubiera recobrado toda Andalucía. Probablemente se hubiera ganado la guerra… En todo caso, la victoria de Franco no hubiera sido tan rápida ni tan decisiva, y hubiera habido tiempo y circunstancias propicias para negociar una paz diplomática por lo menos.
Todo estaba preparado para la operación, fijada para mediados de mayo. Hubo que vencer a última hora algunas resistencias militares. El general Miaja, a quien se dio la orden de enviar parte de las tropas de Madrid al sector de Extremadura, se negó al principio.[9] Su desobediencia fue inspirada por los comunistas, que entonces eran los verdaderos jefes de Miaja y que hicieron de él —un militar de cortos alcances— una gran figura internacional. Al fin tuvo que desistir Miaja de su indisciplina ante la actitud enérgica de Largo Caballero y fueron enviadas las tropas requeridas.[10]
Pero, de pronto, un día, muy pocos antes del señalado para la ofensiva, en pleno consejo de ministros, dimiten el de Instrucción Publica y el de Agricultura,[11] los dos comunistas, con un pretexto cualquiera. Largo Caballero va a ver al Presidente Azaña y le presenta la dimisión de todo el gobierno. Al mismo tiempo le da cuenta de la operación que se preparaba, lamentando que los comunistas provocaran la crisis en un momento tan inoportuno. Azaña ruega a Caballero al informarle de la importantísima e inminente ofensiva, que continúe al frente del gobierno hasta realizar la operación ya ultimada.
Enterados —tal vez por el propio Azaña, que solía estar en constante comunicación con Indalecio Prieto, ministro socialista de la Marina y Aire— de su entrevista con Largo Caballero, horas después se presentaban en el despacho de éste dos ministros socialistas (Pertenecientes a la facción centrista), uno de ellos Negrín,[12] para decirle que, dada la actitud de los ministros comunistas y considerando que en aquellas circunstancias no se podía prescindir de ese partido, ellos dos y Prieto dimitían también. La maniobra estaba clara: los tres ministros centristas… se hacían solidarios con los comunistas para eliminar a Caballero. Había que impedir que llevara a cabo la operación de Extremadura, no sea que resultara victoriosa. Este estado de ánimo lo expresó Simeón Vidarte, un diputado socialista del grupo de Prieto, con estas cándidas criminales palabras: «Si Caballero tiene éxito con esa ofensiva, no hay quien le eche del Gobierno”».[13]
Fue la dimisión de los ministros socialistas moderados —dimisión que había sido decidida por la Comisión Ejecutiva del partido[14] y que podía haber sido evitada de haberlo querido Prieto en vista de la influencia que aún ejercía sobre Ramón Lamoneda, el secretario, y González Peña, el presidente de la Comisión Ejecutiva— lo que transformó en certidumbre la sospecha de que el líder de la facción centrista había actuado en concierto secreto con los ministros comunistas. Además, no se había olvidado que fue Ramón Lamoneda quien llevó a cabo, a petición de Prieto, la sutil maniobra que había dado por resultado la destitución de Largo Caballero de la Comisión Ejecutiva del Partido Socialista antes de estallar la guerra civil.[15]
Cuando el 15 de mayo Largo Caballero fue encargado por el Presidente Azaña de formar una nuevo Gobierno, el acuerdo del Partido Comunista y la Ejecutiva Socialista no fue menos patente que al principio de la crisis. Aunque no hicieron objeciones abiertas a que fuese Primer Ministro, no ocultaron su deseo de excluirle del Ministerio de la Guerra. Mientras el Partido Comunista insistía, entre otras cosas, en que el Primer Ministro del nuevo Gobierno debería ocuparse exclusivamente de los asuntos de su propio departamento,[16] la Ejecutiva Socialista pidió que Indalecio Prieto ocupara un nuevo departamento denominado Ministerio de Defensa Nacional,[17] destinado a combinar no sólo el Ministerio de Marina y Aire, que había ocupado en el Gobierno saliente, sino también el Ministerio de la Guerra. Estas demandas —formuladas indudablemente de acuerdo con un convenio anterior entre los líderes comunistas y socialistas moderados—[18] fueron tanto como rechazar a Caballero no sólo como ministro de la Guerra, sino también como Primer Ministro, puesto que los prietistas y comunistas conocían muy bien la psicología del líder socialista de izquierda; sabían que no cedería voluntariamente parte alguna de su autoridad, que en su corazón había orgullo indestructible y que se negaría a convertirse en figura ornamental en un Gabinete en el que Prieto, su adversario perenne, asumiría el control del Ministerio más vital. Efectivamente, aun antes de hacer públicos sus puntos de vista, la Ejecutiva de la UGT, controlada por los socialistas del ala izquierda, declaró que no apoyaría a ningún Gobierno en el cual tanto el cargo de Primer Ministro como el de Ministro de la Guerra no estuviesen ocupados por Largo Caballero.[19] Esta manifestación había sido inspirada indudablemente por el mismo Largo Caballero, pues coincidía con su propia postura durante la crisis.
«Usted recordará que los comunistas querían echarme del Ministerio de la Guerra y dejarme de fantasmón de proa —escribió a un colega del Partido Socialista—. Entonces manifesté que, como socialista y como español, estaba obligado a continuar en Guerra y que si no era así, yo no aceptaría la Presidencia; pero esto no lo dije porque me considerase insustituible, ni mucho menos, sino porque tenía el propósito decidido de dar la batalla al Partido Comunista y a todos sus auxiliares y eso no lo podía realizar nada más que desde Guerra».[20]
En sus esfuerzos para retener el Ministerio de la Guerra y el cargo de Primer Ministro, Largo Caballero recibía pleno apoyo de la CNT. Mientras los editoriales de la prensa anarcosindicalista declaraban que la clase obrera deseaba que continuara en su puesto como «garantía de la revolución proletaria»,[21] que veía en él «la figura más apta y honrada para presidir el Gobierno que ha de llevarnos a la victoria»,[22] y que su presencia en la Presidencia del Consejo de Ministros y el Ministerio de la Guerra era «… la garantía más sólida que tiene el proletariado de que la lucha que sostiene contra la reacción internacional no va a ser desnaturalizada por nada, ni por nadie»,[23] el Comité Nacional declaraba enfáticamente que no colaboraría con ningún Gobierno en el que no fuera Largo Caballero Ministro de la Guerra y Presidente del Consejo de Ministros.[24] Sin embargo, a pesar de este apoyo, Largo Caballero no se molestó siquiera en consultar a los anarcosindicalistas cuando preparaba su plan para un nuevo Gobierno; y en realidad sólo les ofreció dos puestos, la mitad de los que tenían en el anterior Gabinete.[25] Este trato irritó en extremo a la CNT, y en su respuesta a Largo Caballero declaró que aunque no pretendía aumentar su representación en el Gobierno, no podía aceptar menor número de carteras que antes, ni estar de acuerdo, bajo ningún pretexto, en quedar en pie de igualdad con el Partido Comunista, a quien también se le habían ofrecido dos puestos, y que —afirmaba— había provocado la crisis y no había colaborado en el Gobierno con la misma lealtad que la CNT.[26]
Si bien Largo Caballero había redactado su plan para el nuevo Gobierno sin consideración alguna para los puntos de vista de la CNT, aún menos tuvo en cuenta la opinión de los comunistas.
Lejos de acceder a su demanda de que el Presidente del Consejo debía ocuparse exclusivamente de los asuntos de su departamento, reclamó para sí, como en desafío, no sólo el control de las fuerzas de tierra, sino también el control de la flota, de las fuerzas aéreas y de la producción de armamentos.[27]
Si realmente esperaba que los comunistas y sus aliados iban a aceptar su contrapropuesta, sus esperanzas estaban condenadas a sufrir un rápido desengaño, pues mientras José Díaz contestó que no revelaba la más mínima intención de tener en cuenta los deseos del Comité Central de su partido, que eran los del pueblo español en conjunto, y que los comunistas no podían formar parte del Gobierno bajo las condiciones propuestas,[28] Ramón Lamoneda declaraba en nombre de la Ejecutiva socialista que su partido no podía aceptar representación en el Gobierno, porque el plan no tenía presentes las demandas de la Ejecutiva, y además porque el Partido Comunista había respondido negativamente.[29] Igualmente unido a los comunistas en su hostilidad a la solución de la crisis propuesta por Largo Caballero, estaba el Partido de Izquierda Republicana, que en su respuesta se hizo eco de la demanda comunista de que el Primer Ministro en el nuevo Gobierno debía ocuparse exclusivamente de los asuntos de su propio departamento.[30]
Para mantener las apariencias, el Presidente Azaña —que compartía con Indalecio Prieto la esperanza de que una limpieza de socialistas del ala izquierda y anarcosindicalistas en el Gobierno persuadiría a Gran Bretaña y Francia a romper su política de neutralidad,[31] pero que como Jefe de Estado no podía intervenir abiertamente en la política de los partidos— intentó reducir las diferencias entre Largo Caballero y sus contrarios;[32] pero como los comunistas permanecían intransigentes, según era de esperar, y los prietistas y los republicanos de izquierda los apoyaban, Largo Caballero se vio obligado a abandonar su intento de formar Gobierno.[33]
Entonces el Presidente Azaña confió a otro hombre la tarea de organizar un Gobierno. Este fue Juan Negrín, candidato de los comunistas, de los socialistas moderados y de los republicanos de izquierda.
Hombre infinitamente más flexible que el austero y terco Largo Caballero, y considerado como más aceptable para las democracias occidentales que el líder socialista de izquierda debido a sus antecedentes moderados,[34] hacía mucho que había sido elegido como sucesor de Largo Caballero para el cargo de Primer Ministro por Arthur Stashevski, enviado comercial soviético.[35]
«En mis conversaciones con Stashevsky en Barcelona, en noviembre [1936] —escribe el general Krivitsky, jefe de la Información soviética en la Europa Occidental— los próximos movimientos de Stalin en España se estaban dejando ver ya. Stashevsky no me ocultó que Juan Negrín sería el próximo jefe del Gobierno de Madrid. En esa época, Largo Caballero era considerado universalmente como el favorito del Kremlin, pero Stashevsky había escogido ya a Negrín para sucederle…[36]
«El doctor Juan Negrín… tenía todas las características de un político burocrático. Aunque profesor, era hombre de negocios. Justamente, el tipo que Stalin necesitaba;… Él impresionaría al mundo exterior con la “sensatez” y la “legitimidad” de una causa republicana española; no asustaría a nadie por sus observaciones revolucionarias…
El doctor Negrín, por supuesto, vio la única salvación de su país en la cooperación estrecha con la Unión Soviética. Era evidente que el único apoyo podía venir de alli. Estaba dispuesto a seguir a Stalin, sacrificando toda clase de consideraciones para asegurar esta ayuda».[37]
Largo Caballero había sido vencido y los comunistas habían triunfado. En pocos meses el hombre que gozaba de mayor influencia y popularidad que ningún otro político del ala izquierda al estallar la guerra civil, había sido reducido, en realidad, a la impotencia. No sólo había perdido el control de la UGT de Cataluña y la Federación del Partido Socialista Español en aquella región, no sólo había sido despojado de su autoridad en la Federación de Juventudes Socialistas Unificadas, sino que había sido traicionado o abandonado por algunos de sus colaboradores más íntimos, así como por innumerables seguidores que desempeñaban puestos de mando en la UGT y en los grupos socialistas locales. Por otro lado, los comunistas, a través de su hábil penetración de casi toda la maquinaria estatal, se habían elevado en el mismo periodo desde una posición insignificante a otra en que virtualmente controlaban los destinos del campo antifranquista.
Pero este poder nunca lo hubieran conseguido sin el apoyo activo, la complicidad, la ingenuidad y la ofuscación de otros. Como se pregunta «El Campesino», el excomunista español citado ya en esta obra:[38]
«Salvo excepciones, sobre todo durante el primer periodo de la guerra, ¿cuántos políticos y militares españoles dejaron de acoger a los agentes comunistas con los brazos abiertos y cuántos se negaron a hacerles el juego? Por lo menos yo era un comunista convencido y mi actitud respondía a una lógica; pero ¿a qué lógica respondía la actitud de los demás? Sin una incomprensión y una complicidad semigeneralizadas ¿hubiera sido posible que un partido tan débil numéricamente como el comunista llegara, en el transcurso de unos meses, a intervenir —y casi a dominar— todo el aparato oficial? ¿Hubiera Podido derribar primero a un Largo Caballero, apoyado por dos fuerzas tan decisivas como la UGT y la CNT, y luego a un Indalecio Prieto para ocupar decisivamente a un Juan Negrín, instrumento ambicioso y dócil de los comunistas?
No busco disculpas a mis errores, pero desearía que cada cual reconociera los suyos. Si los comunistas españoles cometimos abusos y demasías y nos impusimos o estuvimos a punto de imponernos completamente, fue porque los demás, con muy pocas excepciones, no estuvieron a la altura de las circunstancias. Los partidos comunistas son fuertes en la medida en que los demás Partidos y las organizaciones sindicales son débiles y vacilantes y les hacen el juego. Esa fue la lección española y esa es hoy la lección europea y mundial. Europa y el mundo se salvarán si lo comprenden o se perderán si no lo comprenden».[39]