LARGO CABALLERO ROMPE CON MOSCÚ
Con toda su gravedad, el episodio de la Columna de Hierro no pasó de añadir una onda al remolino de discordias que durante semanas se había estado removiendo en Valencia, sede del Gobierno.
A principios de febrero de 1937 las enemistades adquirieron malignidad mayor con la caída del estratégico puerto de Málaga, desde donde las columnas de milicianos, organizadas sin cohesión y equipadas inadecuadamente, divididas por disensiones y sospechas mutuas, se vieron obligadas a emprender la retirada en precipitada confusión a lo largo de ciento treinta kilómetros de costa, ante una fuerza enemiga abrumadoramente superior, compuesta de unidades españolas e italianas. De este desastre, cuya responsabilidad individual y colectiva estaba diseminada, se aprovecharon los comunistas cuanto pudieron.[1]
Día tras día y semana tras semana habían estado apremiando a que las medidas militares adoptadas por el Gobierno durante los primeros meses de existencia se llevaran a efecto,[2] y ahora la pérdida de Málaga daba un sentido dramático a sus palabras. Ciertamente, la agitación mediante la cual medraban no carecía de cierto interés personal, pues veían en la estricta aplicación de aquellas medidas un medio no sólo de ganar la guerra sino también de crear una máquina militar que, bajo el control del partido, aseguraría el ascendiente del Partido en los asuntos del Estado. Estaban, por tanto, incomodados por la indulgencia que mostraba Largo Caballero hacia las milicias anarcosindicalistas, y en particular por su política dilatoria en lo que se refería al servicio militar obligatorio, sobre todo en vista de que el reclutamiento de voluntarios había decaído y era necesaria una corriente continua de hombres para reemplazar las bajas. Debido en gran parte a la insistencia de los comunistas el Gobierno había ya decidido movilizar los reemplazos de 1932 y 1933,[3] pero esta decisión no se había puesto en ejecución, en parte porque Largo Caballero creía en la moral superior y en la mayor eficacia combativa de los voluntarios,[4] y en parte, porque sabía que los anarcosindicalistas se oponían al alistamiento de sus miembros en unidades del Gobierno.[5] Al ser criticado por una delegación de la Junta de Defensa de Madrid, poco después de la caída de Málaga, por no haber puesto en vigor la disposición, replicó que el Gobierno no tenía cuarteles en que albergar a los movilizados ni dinero y armamentos para pagarles y equiparles;[6] pero los comunistas no consideraron estos argumentos como válidos, y pocos días después sus representantes en el Gobierno, aprovechando la caída de Málaga, le obligaron, respaldados por los ministros republicanos y socialistas moderados, no sólo a reiterar la orden de movilización de los reemplazos de 1932 y 1933, sino a incorporar los de 1934, 1935 y 1936.[7]
El Partido Comunista pudo explotar el desastre de Málaga aún en otro sentido: pidió la purga de todos los puestos de mando. Esta demanda, dirigida ostensiblemente contra los oficiales que eran sospechosos o incompetentes,[8] demostró pronto estar específicamente lanzada contra los nombrados por Largo Caballero, que se oponían a la penetración comunista en las fuerzas armadas. Es natural que su blanco principal fuera el general Asensio, puesto que como subsecretario de Guerra tenía el cargo más importante del Ministerio, sólo inferior al del mismo Largo Caballero, puesto al que, como se recordará, el ministro, en un gesto de desafío, le había elevado en réplica a la demanda de los comunistas de que fuera relevado del frente central.[9] Desde entonces este general se había convertido en tal obstáculo a sus planes de hegemonía que el embajador ruso, Marcel Rosenberg, en una de sus visitas a Largo Caballero pidió que fuera depuesto del cargo. A esta demanda, Caballero, ardiendo de indignación, replicó expulsando al diplomático soviético de su despacho.
Este señalado suceso, confirmado por varios colegas del Primer Ministro y por el propio Largo Caballero,[10] es recordado pintorescamente por el diputado a Cortes, socialista del ala izquierda, Ginés Ganga, quien afirma que Rosenberg amenazó retirar la ayuda soviética si su demanda de destitución del subsecretario de Guerra no era atendida.
«A quienes frecuentábamos el Ministerio de la Guerra —escribe— nos llamaba la atención al principio y acabamos por acostumbrarnos a la visita cotidiana de su Excelencia el embajador soviético, quien pasaba en el despacho de Largo Caballero varias horas todos los días. Aunque Caballero hablaba con bastante corrección el francés, el Embajador Rosenberg se hacía acompañar habitualmente por un traductor. ¡Pero qué traductor! No era un secretario de Embajada, sino el mismo Ministro de Estado de la República, don Julio Álvarez del Vayo.
Una mañana llevaba ya dos horas largas de visita a puerta cerrada. De repente oyéronse gritos del “viejo” Caballero. Los secretarios se apiñaron en la puerta del despacho, pero por respeto no se atrevieron a abrir. Las voces de Caballero arreciaban; de súbito se abrió la puerta del despacho presidencial y el anciano Presidente del Gobierno de España, de pie ante su mesa, con el brazo tendido y el dedo tembloroso señalando a la puerta, decía en agitada voz: ¡A la calle, a la calle! ¡Habrá de saber usted, señor Embajador, que los españoles somos muy pobres, necesitamos mucho de la ayuda extranjera, pero nos sobra orgullo para consentir que un embajador extranjero intente imponerse al jefe del Gobierno de España, y usted, Vayo, más le valiera no olvidar que es español y ministro de Estado de la República, y no prestarse a venir a coaccionar con un diplomático extranjero, a su Primer Ministro!».[11]
A pesar de la escena con el embajador ruso, que proporcionó una prueba tan dramática de la antipatía de Largo Caballero hacia los rusos, a pesar de la fricción constante en otros asuntos, Moscú y los comunistas españoles no abandonaron por completo sus esperanzas de llegar a manejar al líder socialista. Aún esperaban poder utilizar su influencia para facilitar la fusión de los partidos socialista y comunista[12] como ya había facilitado la unificación de los dos movimientos juveniles. Pero en realidad, aunque había abogado apasionadamente por la unificación de los dos partidos antes de estallar la guerra, y no había desde entonces hecho ninguna crítica pública de las deprecaciones comunistas contra el movimiento socialista, sus experiencias recientes habían apagado la última chispa de su entusiasmo por la integración. Es verdad que, unos meses más tarde, cuando había caído de su cargo, Largo Caballero explicó de otra manera su cambio de actitud hacia esta cuestión.
«Únicamente lo que pido —declaró— es que aquellos que en algún tiempo querian hacer esta fusión se mantengan en el mismo terreno que antes nos manteníamos, que era el de hacer una fusión de los dos partidos con un programa revolucionario. Yo recuerdo bien que cuando hablábamos de esto el Partido Comunista nos ponía como condición, porque así se había acordado en Moscú, que rompiéramos relaciones con todos los partidos burgueses.[13] ¿Lo mantienen ahora? ¿Mantienen ahora que rompamos con todos los partidos burgueses como querían antes? No, al contrarío. La consigna de ahora es que volvamos otra vez a antes del 18 de julio».[14]
Cualquiera que pudiese haber sido la verdadera importancia de esta consideración en determinar el cambio de actitud de Largo Caballero y de otros líderes socialistas de izquierda hacia la fusión de los dos partidos, no cabe duda de que no fue tanto su desagrado por el abandono por parte del Partido Comunista de su antiguo programa revolucionario y su colaboración con los partidos republicanos, como el temor de que a la larga los comunistas absorbieran a los socialistas. Esto lo sugiere la siguiente relación de una conversación entre un grupo de dirigentes del ala izquierda del Partido Socialista que tuvo lugar en enero de 1937.
«… la conversación —dice Rodolfo Llopis, subsecretario del Primer Ministro— recayó en uno de los temas más dramáticos para toda conciencia auténticamente socialista; la deslealtad de los comunistas. Quien hablaba, nos describía un panorama sobradamente conocido de todos: las campañas de los comunistas en los frentes y en la retaguardia; su afán por desplazar a los socialistas de las organizaciones, aprovechando la circunstancia de que nuestros compañeros estaban entregados a las tareas de la guerra; su descarado proselitismo, apelando, sin escrúpulos, a los procedimientos más reprobables; su constante deslealtad para con nosotros. Se habló de la conducta de los jóvenes socialistas que se habían marchado al Partido Comunista. Se habló de la “conquista” hecha por los comunistas de dos diputados elegidos como socialistas, Nelken y Montiel… Y, entretanto, nuestro Partido no daba señales de vida. La Ejecutiva continuaba silenciosa…
Hablaron algunos compañeros. Habló Caballero. Pocas palabras. Claras. Tajantes. ¿Quién habla de absorción? A mí —vino a decir— no me absorbe nadie. El Partido tiene una tradición y una potencialidad, que no se pueden echar por la borda… El Partido no puede morir. Mientras yo viva habrá un socialista».[15]
Ni los intentos de seducir a Largo Caballero hechos por los miembros del Politburó, ni siquiera la promesa de que él podía presidir el partido unido,[16] pudieron inducirle a acceder. Tampoco lo logró la intervención del propio José Stalin, que instó a Largo Caballero en un mensaje personal, entregado a través de Marcelino Pascua, embajador de España en Moscú, a que apoyara la fusión de los dos partidos.
«Largo Caballero —escribe Luis Araquistáin— contestó que no creía llegado el momento de la unificación por la labor proselitista de los comunistas, que tanto molestaba a los socialistas. Pascua llevó esta categórica respuesta a Moscú».[17]
Esta expresión inequívoca de la intratabilidad de Largo Caballero, que tuvo lugar unos días después del incidente con el embajador soviético, convenció finalmente a los rusos de que era inútil cualquier otro intento de manejar a su gusto al líder socialista con sus propósitos y fue la señal para lanzar una campaña que destruyera su prestigio y autoridad.
«¿Por qué se ha hecho esa campaña? ¿Sabéis por qué? —preguntaba Caballero a su auditorio en un mitin publico unos meses después—. Porque Largo Caballero no ha querido ser agente de ciertos elementos que estaban en nuestro país y porque ha defendido la soberanía en el orden militar, en el orden político y en el orden social. Y cuando esos elementos comprendieron, bien tarde por cierto, que Largo Caballero no podía ser un agente de ellos, entonces, con una nueva consigna se emprendió la campana contra mí. Yo afirmo aquí que hasta poco antes de iniciarse la campaña se me ofrecía cuanto hay que ofrecer a un hombre que pueda tener ambiciones y vanidades. Yo podría ser el jefe del Partido Socialista Unificado; yo podía ser el hombre político de España; no me faltarían apoyos de todos los elementos que me hablaban. Pero había de ser a condición de que yo hiciera la política que ellos quisieran y yo dije: de ninguna manera. Decía yo que tarde me conocieron. Podían haber comprendido desde el primer momento que Largo Caballero no tiene ni temperamento ni madera de traidor para nadie. Me negué rotundamente, hasta el extremo de tener en alguna ocasión… escenas violentísimas con personas representativas de algún país que tenían el deber de tener más discreción y no la tenían y yo les dije delante de algún agente suyo, que por cierto desempeñaba entonces cartera de ministro, que Largo Caballero no toleraba injerencias de ninguna clase en nuestra vida interior, en nuestra política nacional».[18]
Sin desanimarse por el fracaso del embajador soviético en su intento de asegurar la destitución de Asensio de la Subsecretaría de Guerra, los comunistas ejercieron presión desde otras posiciones. Sin nombrarle, Mundo Obrero, su diario de Madrid que gozaba de amplia difusión en el frente, dio una grave biografía que no dejó ninguna duda en cuanto a la verdadera identidad del «organizador de derrotas» que había «dado motivos para la máxima sanción»,[19] y en una reunión del Gabinete, unos días después, los ministros comunistas pidieron formalmente la destitución de Asensio, demanda a la que Álvarez del Vayo, ministro de Asuntos Exteriores, a pesar de su convicción personal de que el general era «incuestionablemente uno de los oficiales más capacitados e inteligentes del ejército republicano»,[20] prestó fuerte apoyo.
«… Habiendo decidido que el factor fundamental no era la propia confianza personal en el general —explica— sino la sospecha que inspiraba en un gran sector de las tropas, yo fui uno de los ministros del Gabinete que insistió más firmemente en su dimisión… La lucha emprendida por Largo Caballero contra lo que consideraba una injusticia cometida en la Persona de su subsecretario tuvo cierta grandeza. Sentía profundamente el hecho de que yo, por primera ve, tomara una postura distinta a la suya, y desde aquel día, con gran pesar mio, dejé de ser su ministro de más confianza».[21]
No obstante su vehemente defensa a favor del general Asensio, Largo Caballero fue derrotado por una amplia oposición que se extendía desde los ministros anarcosindicalistas a los republicanos de izquierda.[22] Al día siguiente se publicó en la Gaceta Oficial la dimisión de Asensio.[23]
Si Álvarez del Vayo había hecho mucho para minar la posición de Largo Caballero en esta crisis, no había contribuido menos a esto la actitud hostil de la CNT y la FAI hacia el general, tanto en el Gabinete como en la prensa.[24] De Asensio, disciplinario riguroso que había empleado medidas severas contra la retirada de los milicianos cuando tenía el mando del frente del centro,[25] se había recelado durante mucho tiempo en los círculos libertarios, donde en los primeros días la oposición a los oficiales profesionales y al militarismo en todas sus formas había constituido un articulo de fe. De aquí que la CNT y la FAI se habían adherido fácilmente a la campaña contra el general, y sin desearlo conscientemente facilitaron con ello la obra de los comunistas contra Largo Caballero.[26]
Pero Largo Caballero no iba a ser fácilmente despojado de un colaborador en cuya capacidad técnica tenía la máxima confianza, y, con objeto de utilizarle en alguna forma en el Ministerio de la Guerra, resolvió que fijara su residencia en Valencia a sus inmediatas órdenes.[27] Al mismo tiempo, provocado por la lucha contra Asensio, emprendió una acción vigorosa frente a la influencia comunista en el Ministerio de la Guerra. Destinó al teniente coronel Antonio Cordón, miembro del Partido Comunista y jefe del Secretariado técnico de la Subsecretaria de Guerra[28] al frente de Córdoba;[29] destituyó a su ayudante de campo, teniente coronel Manuel Arredondo, por sus simpatías con el partido[30] y le envió junto con el capitán Eleuterio Díaz Tendero, jefe criptocomunista del departamento vital de Información y Control,[31] al frente del Norte.[32] Además, por Orden Circular, nombró a seis inspectores, todos socialistas del ala izquierda,[33] a sus inmediatas órdenes para vigilar la labor de los generales, jefes y oficiales del Ejército así como la de los altos funcionarios del Comisariado General de Guerra[34] y la de los comisarios políticos de todas las categorías.[35]
Intimidados por el momento a la discreción ante esta reacción vehemente, los comunistas se aventuraron a una suave crítica sólo de la última medida[36] y se abstuvieron de mencionar en su prensa la destitución de sus hombres en los puestos clave del Ministerio de la Guerra, por temor a exacerbar todavía más la ira de Largo Caballero. Sin embargo, sin riesgo propio, idearon el medio de denunciar estas destituciones y, además, impedir a Largo Caballero retener a Asensio en el Ministerio de la Guerra, gracias a la ingenuidad de Díaz Tendero. Como exjefe del Departamento de Información y Control, Díaz Tendero había mantenido contactos amistosos con todas las organizaciones y estaba en condiciones —debido a que su fidelidad a los comunistas era apenas conocida fuera del Ministerio de la Guerra— de sacar partido de las páginas de Nosotros, portavoz de la Columna de Hierro,[37] cuyo disgusto contra Largo Caballero no fue atemperado por las consideraciones políticas que restringían el lenguaje de los órganos libertarios menos extremistas, que a pesar de sus ataques a Asensio y de su hostilidad al líder socialista antes de la guerra, se daban cuenta de su valor actual como aliado contra los comunistas. En consecuencia, el número de Nosotros del25 de febrero, documentado por Díaz Tendero, publicó con el título de «Cómo se está haciendo la depuración en el Ejército» un artículo conteniendo una lista de «jefes y oficiales republicanos sinceros» destituidos de sus puestos, y otra de jefes y oficiales nombrados para reemplazar, a los que «nunca seles conocieran ideales republicanos» y eran «desleales o simplemente indiferentes». La primera lista incluía los tres oficiales comunistas y procomunistas destituidos del Ministerio de la Guerra y la segunda el nombre del teniente coronel Fernández, que había sucedido a Díaz Tendero en la Oficina de Información y Control, y era, según Nosotros, gran amigo de Asensio. Pero más interesante que todos estos datos, afirmaba el periódico, era que aunque se había creado la impresión de que el general Asensio había sido destituido, en realidad, lo que había sido era relevado de toda responsabilidad y colocado entre bastidores como consejero técnico del ministro y del nuevo subsecretario.
«Por otra parte, su designación ha sido hecha por una simple Orden ministerial, cuando los destinos y nombramientos de los generales en toda situación deben ser por Decreto; es decir, con la firma del Jefe del Estado, a propuesta del Consejo de Ministros».[38]
Aunque no existen pruebas de que fuera dictada tal Orden ministerial por Largo Caballero —y, efectivamente, hemos de observar que el mismo Asensio negó su existencia—,[39] el ministro de la Guerra tenía ciertamente la idea de utilizar los servicios del general, como éste ha admitido.[40] Sin embargo, ningún nombramiento formal se hizo y se puede decir con seguridad que el alegato iba destinado a prevenir cualquier intento de revivir la autoridad de Asensio en el Ministerio de la Guerra.
Además del artículo arriba mencionado, salió Nosotros con la siguiente invectiva contra el ministro de la Guerra:
«Largo Caballero, se es viejo, demasiado viejo, y no se tiene la agilidad mental necesaria para resolver ciertos problemas, de cuya solución depende nuestra propia vida, y la vida y libertad de todo un pueblo.
Cuando los periódicos, todos los periódicos —excepción hecha de aquél o aquéllos que el propio ministro de la Guerra inspira— acusan a un hombre; cuando en las trincheras, en los cuarteles, en los Comités, en las calles y en los mismos Ministerios se habla o se murmura diciendo que el General Asensio, por ineptitud o mala fe, ha ido, como jefe de las fuerzas, de derrota en derrota, cuando el “vox populi” dice que la misma noche en que se tuvo conocimiento de la caída de Málaga, ese general, hoy consejero de Largo Caballero, se emborrachó en un cabaret como cualquier individuo que no pensase más que en revolcarse en el cieno y envilecerse, el ministro no puede, con gritos destemplados, que dicen muy poco en favor de su sensatez y serenidad, enviar cartas a la Prensa, tomando, para silenciar ese rumor, que es clamor y que es ya vergüenza, actitudes trágicas…[41]
El pueblo ve con malos ojos que se le engañe, y engaño es la dimisión de ese general, ya que, a espaldas del pueblo, se le enaltece, llevándole a un puesto de mayor confianza del ministro…
Tenga en cuenta el ministro de la Guerra, camarada Largo Caballero, que es viejo; que es algo más que viejo, puesto que está llegando y cayendo en la senilidad, y que los seniles no pueden ni deben gobernar».[42]
Exasperado por este lenguaje abusivo y por el alegato referente al destino de Asensio —alegato que le obligó a abandonar toda idea de utilizar sus servicios, aun extraoficialmente, en el Ministerio de la Guerra, si no quería ser acusado de burlarse de la opinión pública y de la voluntad del Gabinete—,[43] Largo Caballero hizo que Ángel Galarza, ministro de la Gobernación, socialista del ala izquierda, suspendiera la publicación de Nosotros[44] y averiguara la fuente de su información. La verdad salió a luz pronto. Dos días después el ministro anunciaba —sin mencionar a Díaz Tendero por su nombre— que un oficial del ejército regular, sospechoso de inspirar varios artículos, había sido arrestado y que en su casa se habían encontrado unos doscientos ejemplares de Nosotros.[45]
Este incidente coronó la campaña de injurias que Largo Caballero había sufrido de manos de los comunistas, Durante meses había observado su furtiva penetración en el movimiento socialista y en las fuerzas armadas, penetración que tuvo como resultado la pérdida de una parte sustancial de sus propios seguidores, incluyendo muchos íntimos asociados; pero sin duda temiendo perder los suministros soviéticos y temiendo no menos revelar al mundo exterior —en particular a Francia e Inglaterra, de donde aún esperaba conseguir que fuera levantado el embargo de armas— cuán profunda era la penetración comunista tras la fachada republicana,[46] se había abstenido de hacer ninguna manifestación pública contra sus incansables adversarios.[47] Sin embargo, no pudo contener por más tiempo la ira que fermentaba dentro de su ser, y saliendo de su silencio, atacó con el siguiente manifiesto, en el que sus referencias a los agentes fascistas eran alusiones inconfundibles a los comunistas:
«El domingo día 14 del corriente desfilaron por las calles de Valencia, testimoniando así su adhesión a la legalidad republicana y al Gobierno que la encarna, cuya gestión me cabe el honor de dirigir, nutridísimas representaciones de la España antifascista…[48]
Mientras la voluntad de apoyar sin reservas la gestión del Gobierno se expresaba, y cuando en los días inmediatamente posteriores al 14 del actual la estela clamorosa de la manifestación pública robustecía a los ojos del mundo la posición de la España republicana y de su Gobierno legítimo, los agentes del fascismo tradicionalmente republicanos y obreros encontraban cierto eco, y hasta algún apoyo, para sus manejos y propósitos y entre los nuestros, disfrazados, validos de nuestra bondad republicana, sembraban el desconcierto, despertando pasiones y alentando la indisciplina… Sabe el Poder público que con carnets de los partidos republicanos, socialista y comunista, de la UGT y de la CNT circulaban libremente por el suelo de la España leal a su régimen legítimos mandatarios del enemigo, la acción criminal de los cuales había logrado desorientar a muchos militares republicanos y aun a gentes civiles cuya lealtad y buena fe abonan limpias y abnegadas historias…»
Parte de la prensa de los partidos y organizaciones políticas antifascistas, elementos responsables de estas entidades y gentes llenas de buenos deseos, aunque irreflexivas, han sido envueltas por los facciosos en su tenebrosa maraña, abonan y facilitan la tarea del adversario. Tan organizado está el espionaje enemigo entre nosotros que —lo declaro con toda sinceridad— se enredan entre nuestros pies, a manera de reptiles, las intrigas y las pasiones, hasta tal punto que considero llegado el momento de meditar sobre si es que no podremos seguir nuestro camino…
Entre ese pueblo y el Gobierno que dirijo se ha incrustado, maleando muchas conciencias y atontando muy turbias pasiones, todo un tinglado que para mí actúa en contra de nuestra causa de manera consciente e inconsciente. Creo que hay mucho de una y otra cosas. Pero el resultado práctico es el que he dicho ya: que entre los pies de los que deben caminar y están dispuestos a hacerlo al frente del pueblo trabajador y democrático se enredan las serpientes de la traición, de la deslealtad y del espionaje.
No estoy dispuesto a que tal estado de cosas se prolongue una hora más».[49]