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LA COLUMNA DE HIERRO

«Hay algunos compañeros que creen que la militarización lo arregla todo y nosotros decimos que no arregla nada. Frente a los cabos, sargentos y oficiales salidos de las academias, completamente inútiles para cuestiones de guerra, presentamos nuestra organización, no aceptamos la estructura miliar».

Así hablaba un delegado de la Columna de Hierro en un Congreso de la CNT en noviembre de 1936.[1]

Ninguna columna fue más cabal representante del espíritu del anarquismo, ninguna columna disintió más vehementemente las inconsistencias entre la teoría y la práctica del movimiento libertario y patentizó una enemistad más acusada contra el Estado que la Columna de Hierro, que ocupaba un sector del frente de Teruel durante los primeros siete meses de la guerra.

«… toda nuestra acción no ha de tender a reforzar el Estado, sino que paso a paso hemos de ir destruyéndolo, hemos de hacer completamente inútil el Gobierno —declaraba el delegado citado arriba—. No aceptamos nada que vaya en contra de nuestras ideas de anarquismo, que ha de ser una realidad, pues no se pueda predicar y hacer lo contrario».[2]

Y al llevar a cabo la revolución social, ninguna otra unidad de milicias anarquistas inspiró más temor entre los campesinos medios y pequeños, terratenientes, comerciantes y tenderos. Reclutada en su mayoría entre los elementos más entusiastas del movimiento libertario, sus tres mil miembros[3] incluían varios centenares de presidiarios del Penal de San Miguel de los Reyes.

«… había que reconocer que tenían que ser puestos en libertad y alguien tenía que afrontar la responsabilidad de llevarlos a los frentes —decía un informe dictado por el Comité de Guerra de la columna—. Nosotros, que siempre hemos culpado a la sociedad de todas sus debilidades, les consideramos como hermanos y con nosotros salieron a poner en juego su vida, y con nosotros lucharon por la libertad. Si las cárceles les habían hecho ser merecedores al desprecio de la sociedad, nosotros les dimos la libertad y la ocasión de rehabilitarse. Quisimos tener con ellos una ayuda y una probabilidad para su regeneración social».[4]

Pero estos expenados llevaron pronto el oprobio a la Columna de Hierro; aunque algunos decidieron abrazar los ideales anarquistas, la inmensa mayoría no eran sino criminales empedernidos que no habían experimentado ningún cambio en el corazón y se habían alistado en la Columna sólo para ver qué podían conseguir de ella, aceptando la etiqueta anarquista como camuflaje.[5]

Aunque la notoriedad que la presencia de estos malhechores dio a la Columna de Hierro creó gran disensión entre su Comité de Guerra y el Comité Regional de la CNT de Valencia,[6] debería subrayarse que la razón más importante de la discordia radicaba en el hecho de que mientras el Comité Regional apoyaba la política adoptada por los líderes nacionales de la CNT y FAI, la columna de Hierro criticaba esa política sobre la base de que la entrada del movimiento libertario en el Gabinete había ayudado a reavivar la autoridad del Estado y había dado más peso a los decretos del Gobierno. Tal censura —acompañada en ocasiones con la amenaza de la fuerza si los puntos de vista de la Columna sobre ciertas materias no eran adoptados—[7] era mortificante para el Comité Regional y explica en gran medida por qué hizo poco o nada por ayudar a la Columna a conseguir hombres y suministros.[8]

Este boicot fue un asunto grave para la Columna de Hierro. Aunque en los primeros meses de la guerra se bastara sola por sus campañas de reclutamiento y por las confiscaciones llevadas a cabo con ayuda de los comités controlados por anarquistas en pueblos y ciudades de la retaguardia,[9] sus llamadas de voluntarios, debido al descenso del fervor revolucionario y al descrédito en que había caído la Columna en los círculos libertarios, fueron disminuyendo en sus resultados, incapaces de proveerla del adecuado número de nuevos reclutas para el relevo de los soldados del frente. Además, los comités estaban siendo sustituidos por órganos regulares de administración en que los elementos más revolucionarios ya no eran la fuerza preponderante. Aún más grave fue el hecho de que el Ministro había decidido no sólo retirar las armas de todas las milicias que se negaran a reorganizarse de conformidad con las normas prescritas,[10] sino decretado, aunque con lenguaje cuidadosamente escogido, que la paga de todos los combatientes —que en el caso de las milicias había sido entregada anteriormente a cada columna en suma global, sin supervisión posterior ni consideración previa a su estructura— sería en lo sucesivo distribuida mediante pagadores ordinarios y sólo en los batallones. Como el decreto no hacia mención alguna de pagadores en las unidades que no habían adoptado el marco militar, era evidente que si la Columna de Hierro seguía aferrada a su estructura miliciana pronto llegaría el momento en que le serían suspendidas las pagas.[11]

A pesar de la pasada intransigencia de la Columna, el Comité de Guerra, mejor informado que los milicianos de la situación precaria de la columna, se dio cuenta ahora de que no era conveniente por más tiempo una postura de inflexibilidad. Sabía que no podría mantenerse contra la presión del Gobierno y la hostilidad de la jefatura de la CNT-FAI, y que tendría que acceder a la forma limitada de militarización abogada por el Comité Nacional de la CNT o quedar sin el apoyo material esencial para su existencia. Pero ¿podría ser sometida la Columna? La inquietud y la desmoralización se extendían[12] y había ya murmuraciones y amenazas entre los espíritus más rebeldes, de que abandonarían el frente si se introducía la militarización, aun en la forma más moderada.

Fue en esta coyuntura, cuando los peligros presionaban sobre la Columna por todos lados, cuando el Comité de Guerra dictó a finales de 1937, un informe significativo para sus miembros.

«Al principio —decía este informe— el Estado era un fantasma al que nadie hacia caso. Las organizaciones obreras encarnadas en la UGT y CNT representaban la única garantía para el pueblo español. La política se puso en juego… y casi sin darse cuenta el fantasma sin vida y sin fuerzas ha resultado nuestra querida Confederación Nacional del Trabajo, pasando su fuerza: y su respeto a reforzar al Estado, siendo tan sólo un apéndice del mismo y un bombero más de la Revolución que tan brillantemente comenzaron las masas laboriosas de las sindicales UGT y CNT.

Fortalecido el Gobierno, comenzó la labor de organización puramente gubernamental y a estas horas se encuentran con un ejército de la forma que son los ejércitos al servicio del Estado, y con unos cuerpos coercitivos a la usanza antigua. Lo mismo que antes, la policía funciona contra los trabajadores que pretenden realizar algo útil en el orden social. Aquellas milicias del pueblo han desaparecido y, en una palabra: se ha estrangulado la Revolución social.

De haber contado con el apoyo del Gobierno e incluso de nuestra organización —hablamos de los Comités responsables— podíamos haber tenido más material, y más hombres estableciendo relevos y permisos, pero al no ocurrir así y al tener que consentir que los compañeros se consumieran meses y meses tras los parapetos, resulta que tanto espíritu de sacrificio ni puede exigirse ni existe, y cada día se presentan tremendos problemas… Reconocemos que el problema interno de la Columna es difícil de resolver. Y antes que ocurra algo grave, antes de que la desmoralización y el cansancio cundan y traigan aparejado un tremendo golpe a lo ya conquistado y sostenido a fuerza de sacrificios sin par, antes de esto, repetimos, hace falta que se busque una fórmula que deje a todos en buen lugar…

Quedando solamente nosotros sin militarizar, en oposición a los acuerdos de la CNT y de la FAI, hemos de quedar no solamente desplazados de la ayuda del Gobierno sino de la organización. Nuestra Columna que con la ayuda debida podía mantener intrínsecos los principios revolucionarios que encuadran con nuestro carácter, resulta que por la carencia, por la ausencia de esa ayuda, hemos de reconocer fracasado nuestro sistema guerrero.

No ignoramos que la inmensa mayoría de compañeros habrán de indignarse contra los culpables de esto, pero queremos también llevar al ánimo de los compañeros que su protesta sería sofocada violentamente por los organismos del Estado. Ya no es posible organizar nada contra él, contra sus parcialidades. Es lo suficientemente fuerte para aplastar cuanto surja contra la trayectoria trazada. Además, los momentos de suma gravedad nos aconsejan acallar en silencio nuestra indignación. Una vez más hemos de erigirnos en Cristos.

Sabemos los inconvenientes que tiene la militarización. No encuadra en nuestro temperamento este sistema, como no encuadra en todos los que siempre hemos tenido un buen concepto de la libertad. Pero también sabemos los inconvenientes que contamos al seguir fuera de la órbita del Ministerio de la Guerra. Triste es reconocerlo, pero sólo quedan dos caminos: Disolución de la Columna o militarización. Todo lo demás será inútil…»[13]

Al final del informe el Comité de Guerra había expresado la esperanza de que la cuestión de la militarización se discutiría en una asamblea de la Columna, que se celebraba en esos días. Pero aunque se debatió la cuestión no se llegó a ninguna decisión. No fue, por tanto, ningún accidente que Nosotros, portavoz de la Columna de Hierro, publicara por este tiempo la entrevista con el secretario del Comité Nacional de la CNT, citada en el último capitulo, en la que se esforzaba en demostrar que la transformación de las columnas milicianas en brigadas mixtas de acuerdo con las proposiciones del Comité Nacional, no implicaría ningún cambio fundamental. Pero ni siquiera esta afirmación modificó la intratabilidad de los más celosos oponentes a la militarización, que constituían la mayoría de los miembros de la columna.

A principios de marzo, sin embargo, las cosas llegaron súbitamente a un punto culminante.

En una Orden ministerial, encaminada particularmente a acelerar la militarización de la Columna de Hierro y que indudablemente había sido redactada después de consultar a los colegas de la CNT-FAI en el Gabinete, Largo Caballero anunció que las fuerzas del frente de Teruel pasarían a depender para todos los efectos, incluso los administrativos, del Ministerio de la Guerra, a partir del primero de abril, y además destinó a José Benedito, comandante de la columna anarcosindicalista Torres-Benedito, a la Sección de Organización del Estado Mayor con el fin de efectuar la reorganización necesaria.[14] Al mismo tiempo la Columna de Hierro recibió la notificación de que el Decreto de 30 de diciembre, disponiendo la distribución de sueldos mediante pagadores de batallón subordinados a la Pagaduría Central, sería impuesto.[15]

Cualquiera que fuese la opinión particular del Comité de Guerra con relación a estos hechos, quedó anegada por la indignación que recorrió la columna. En una asamblea general los hombres se negaron a someterse a la reorganización militar y a las nuevas regulaciones financieras, y un gran número de ellos decidió abandonar el frente en señal de protesta.[16] Temeroso de que este desafío diera al Ministerio de la Guerra un pretexto para el reclutamiento forzoso de los miembros de la columna en el servicio del ejército regular, o que la CNT de Valencia pudiera intentar incorporarlos a otras unidades del movimiento libertario, el Comité de Guerra dictó la siguiente nota cautelosa:

«La Columna de Hierro no se ha disuelto ni piensa hacer tal cosa, como tampoco se ha militarizado. La Columna de Hierro, cumpliendo los acuerdos por todos sus componentes aceptados, pidió el relevo con el fin de descansar y de reorganizarse, y esto es lo que se viene haciendo. En la actualidad sólo quedan por ser relevadas unas tres centurias, efectuado lo cual, se procederá, según se acordó, a celebrar una asamblea de toda la Columna, donde con la seriedad y responsabilidad que siempre hemos tenido se fijará la posición de la Columna y la marcha a seguir por la misma. Así, pues, hasta que esto se realice, ningún compañero debe enrolarse en otras fuerzas organizadas, tales como brigadas o ejército, pues como pertenecientes a una Columna que se encuentra descansando, nadie les puede obligar a ello».[17]

Sin embargo, la Columna de Hierro estaba prácticamente en un estado de desintegración. Los comunistas hubieran sin duda deseado que Largo Caballero alistara inmediatamente a sus miembros en las unidades del ejército regular,[18] pero éste rehuía dar un paso que habría sido mirado por los líderes dela CNT-FAI como precedente peligroso para la independencia de las otras unidades libertarias. De este modo, el Comité de Guerra tuvo un período de descanso en los días anteriores a la asamblea propuesta que iba a determinar el futuro de la columna para ganarse el apoyo de los hombres para la forma restringida de militarización aprobada por el Comité Nacional de la CNT. Estando las cosas en este punto, es significativo que el siguiente artículo escrito por un miembro de la columna apareció en el periódico anarquista Nosotros,[19] portavoz de la Columna de Hierro:

«Soy un fugado de San Miguel de los Reyes, siniestro presidio que levantó la monarquía para enterrar en vida a los que, por no ser cobardes, no se sometieron nunca a las leyes infames que dictaron los poderosos contra los oprimidos. Allá me llevaron como a tantos otros, por lavar una ofensa, por rebelarme contra las humillaciones de que era víctima un pueblo entero, por matar, en fin, a un cacique.

Joven era, y joven soy, ya que ingresé en el presidio a los veintitrés años y he salido, porque los compañeros anarquistas abrieron las puertas, teniendo treinta y cuatro. ¡Once años sujeto al tormento de no ser hombre, de ser una cosa, de ser un número!

Conmigo salieron muchos hombres, igualmente sufridos, igualmente doloridos por los malos tratos recibidos desde el nacer. Unos, al pisar la calle, se fueron por el mundo; otros, nos agrupamos con nuestros libertadores, que nos trataron como amigos y nos quisieron como hermanos. Con éstos, poco a poco, formamos la “Columna de Hierro”; con éstos, a paso acelerado, asaltamos cuarteles y desarmamos a terribles guardias; con éstos, a empujones, echamos a los fascistas hasta las agujas de la sierra en donde se encuentran…

Nadie o casi nadie nos atendió nunca. El estupor burgués al abandonar el presidio ha continuado siendo el estupor de todos, hasta estos momentos, y en lugar de atendernos, de ayudarnos, de auxiliarnos, se nos trató como a forajidos, se nos acusó de incontrolados, porque no sujetamos el ritmo de nuestro vivir que ansiábamos y ansiamos libre, a caprichos estúpidos de algunos que se han sentido, torpe y orgullosamente, amos de los hombres al sentarse en un Ministerio o en un comité, y porque, por los pueblos por donde pasamos, después de haberle arrebatado su posesión al fascista, cambiamos el sistema de vida, aniquilando a los caciques feroces que intranquilizaron la vida de los campesinos, después de robarles, y poniendo la riqueza en manos de los únicos que supieron crearlas: en manos de los trabajadores…

… Y el burgués —hay burgueses de muchas clases y en muchos sitios— tejía, sin parar, con los hilos de la calumnia, la leyenda negra con que nos ha obsequiado, porque al burgués, y únicamente al burgués, han podido y pueden perjudicar nuestras actividades, nuestras rebeldías, y estas ansias locamente incontenibles que llevamos en nuestro corazón de ser libres, como las águilas en las más altas cimas o como los leones en medio de las selvas.

También los hermanos, los que sufrieron con nosotros en campos y talleres, los que fueron vilmente explotados por la burguesía, se hicieron eco de los miedos terribles de ésta y llegaron a creer, porque algunos interesados en ser jefes se lo dijeron, que nosotros, los hombres que luchábamos en la Columna de Hierro, éramos forajidos y desalmados, y un odio, que ha llegado muchas veces a la crueldad y al asesinato fanático, sembró nuestro camino de piedras para que no pudiésemos avanzar contra el fascismo.

Ciertas noches, en esas noches oscuras en que, arma al brazo y oído atento, trataba de penetrar en las profundidades de los campos y en los misterios de las cosas, no tuve más remedio que, como en una pesadilla, levantarme del parapeto, y no para desentumecer mis miembros, que son de acero porque están curtidos en el dolor, sino para empuñar con más rabia el arma, sintiendo ganas de disparar, no sólo contra el enemigo que estaba escondido a cien metros escasos de mi, sino contra el otro, contra el que no veía, contra el que ocultaba a mi lado siendo y aun llamándome compañero, mientras me vendía vilmente, ya que no hay venta más cobarde que la que de la traición se nutre y sentía ganas de llorar y de reír, y de correr por los campos gritando y de atenazar gargantas entre mis dedos de hierro, como cuando rompí entre mis manos la del cacique inmundo, y de hacer saltar, hecho escombros, este mundo miserable en donde es difícil encontrar unos brazos amantes que sequen tu sudor y restañen la sangre de tus heridas cuando, cansado y herido, vuelves de la batalla…

Pero un día —era un día pardo y triste—, por las crestas de la sierra, como viento de nieve que corta las carnes, bajó una noticia: “Hay que militarizarse”. Y entró en mis carnes como fino puñal la noticia, y sufrí, de antemano, las congojas de ahora. Por las noches, en el parapeto, repetía la noticia: “Hay que militarizarse”…

Yo estuve en el cuartel, y allí aprendí a odiar. Yo he estado en el presidio, y allí, en medio del llorar y del sufrir, cosa rara, aprendí a amar, a amar intensamente.

En el cuartel casi estuve a punto de perder mi personalidad, tanto era el rigor con que se me trataba, queriendo imponérseme una disciplina estúpida. En la cárcel, tras mucho luchar, recobré mi personalidad, siendo cada vez más rebelde a toda imposición. Allá aprendí a odiar, de cabo hacia arriba, todas las jerarquías; en la cárcel, en medio del más angustiante dolor, aprendí a querer a los desgraciados, mis hermanos, mientras conservaba puro y limpio el odio a las jerarquías mamado en el cuartel…

Con este criterio, con esta experiencia —experiencia adquirida, porque he bañado mi vida en el dolor— cuando oí que, montañas abajo, venía rodando la orden de militarización, sentí por un momento que mi ser se desplomaba, porque vi claramente que moriría en mí el audaz guerrillero de la Revolución, para continuar viviendo el ser a quien en el cuartel y en la cárcel se podó de todo atributo personal, para caer nuevamente en la cima de la obediencia, en el sonambulismo animal a que conduce la disciplina del cuartel o de la cárcel, ya que ambos son iguales…

Para nosotros jamás hubo relevo ni, lo que ha sido peor todavía, una palabra cariñosa. Unos y otros, fascistas y antifascistas, hasta —¡qué vergüenza hemos sentido!— los nuestros nos han tratado con despego.

No nos han comprendido. O lo que es más trágico en medio de esta tragedia en que hemos vivido, quizá no nos hemos hecho comprender, ya que nosotros, por haber recibido sobre nuestros lomos todos los desprecios y rigores de los que fueron jerarcas en la vida, hemos querido vivir, aun en la guerra, una vida libertaria, y los demás, para su desgracia y la nuestra, han seguido uncidos al carro del Estado…

La Historia, que recoge lo bueno y lo malo que los hombres hacen, hablará un día.

Y esa Historia dirá que la Columna de Hierro fue quizá la única en España que tuvo visión clara de lo que debió ser nuestra Revolución. Dirá también que fue la que más resistencia ofreció a la militarización y dirá, además, que, por resistirse, hubo momentos en que se la abandonó totalmente a su suerte, en pleno frente de batalla, como si seis mil hombres, aguerridos y dispuestos a triunfar o morir, debieran abandonarse al enemigo para ser devorados.

¡Cuántas y cuántas cosas dirá la Historia, y cuántas y cuántas figuras, que se creen gloriosas, serán execradas y maldecidas!

Nuestra resistencia a la militarización estaba fundada en lo que conocíamos de los militares. Nuestra resistencia actual se funda en lo que conocemos actualmente de los militares…

Yo he visto —yo miro siempre a los ojos de los hombres— temblar de rabia o de asco a un oficial cuando al dirigirme a él lo he tuteado, y conozco casos, de ahora, de ahora mismo, en batallones que se llaman proletarios, en que la oficialidad, que ya se olvidó de su origen humilde, no puede permitir —para ello hay castigos terribles— que un miliciano les llame de tú…

Nosotros, en las trincheras, vivíamos felices… Porque ninguno era superior a ninguno. Todos amigos, todos compañeros, todos guerrilleros de la Revolución.

El delegado de grupo o de centuria no nos era impuesto, sino elegido por nosotros, y no se sentía teniente o capitán, sino compañero. Los delegados de los Comités de la Columna no fueron jamás coroneles o generales, sino compañeros. Juntos comíamos, juntos peleábamos, juntos reíamos o maldecíamos…

No sé cómo viviremos ahora. No sé si podremos acostumbrarnos a recibir malas palabras del cabo, del sargento o del teniente. No sé si después de habernos sentido plenamente hombres; podremos sentirnos animales domésticos, que a esto conduce la disciplina y esto representa la militarización…

Pero el momento es grave. Cogidos… en una trampa, debemos salir de ella, escaparnos de ella, lo mejor que podamos, pues de trampas está sembrado todo el campo.

Los militaristas, todos los militaristas —los hay furibundos en nuestro campo— nos han cercado. Ayer fuimos dueños de todo, hoy lo son ellos. El Ejército Popular, que no tiene de popular más que el hecho de formarlo el pueblo, y eso ocurrió siempre, no es del pueblo, es del Gobierno y el Gobierno manda y el Gobierno ordena…

Cogidos entre las mallas militaristas, tenemos dos caminos a seguir: el primero, nos lleva a disgregarnos los que hasta hoy somos compañeros de lucha, deshaciendo la Columna de Hierro; el segundo nos lleva a la militarización…

La Columna, esta Columna de Hierro que desde Valencia a Teruel ha hecho temblar a burgueses y fascistas, no debe deshacerse, sino seguir hasta el fin…

Si deshacemos la Columna, si nos disgregamos, después, obligatoriamente movilizados, tendremos que ir, no con quien digamos, sino con quien se nos ordene y como no somos ni queremos ser animalillos domésticos, posiblemente chocáramos con quiénes no deberíamos chocar: con los que, mal o bien, son nuestros aliados.

La Revolución, nuestra Revolución, esa Revolución proletaria y anárquica, a la cual, desde los primeros días, hemos dado páginas de gloria, nos pide que no abandonemos las armas y que no abandonemos, tampoco, el núcleo compacto que hasta ahora hemos tenido formado, llámese éste como se llame: Columna, División o Batallón».

El 21 de marzo, domingo, día señalado para la celebración de la asamblea que iba a votar sobre el futuro de la Columna de Hierro, fue un día ominoso para todos sus miembros. Durante las semanas precedentes el Comité de Guerra había estado instando la aceptación de la militarización como única alternativa a la disolución, y ahora que las pasiones habían gastado su fuerza y la desintegración amenazaba la columna, era evidente que los proponentes de la militarización estaban seguros del cumplimiento de sus deseos. Los argumentos utilizados por el Comité durante la asamblea en favor de convertir la columna en brigada —que los hombres pertenecían a quintas que estaban siendo movilizadas por el Gobierno; que aun cuando decidieran la desbandada, poco después irían a engrosar una de las fuerzas regulares organizadas por el Estado; que el Ministerio de la Guerra había acordado que los cuatro batallones de la brigada propuesta serían integrados por miembros de la columna y que únicamente la artillería estaría servida por militares—[20] fueron suficientemente poderosos para asegurar el voto favorable de la asamblea.

Unos días después, el Comité de Guerra anunció a los miembros de la Columna de Hierro que la unidad se convertiría en la 83 Brigada del ejército regular.[21]