«UNA REPÚBLICA DEMOCRÁTICA Y PARLAMENTARIA DE NUEVO TIPO»
Debería recalcarse que en la raíz de la oposición del Partido Comunista a los planes de la CNT de socialización de la industria radica el hecho no sólo de que la socialización fuese una amenaza a su propio programa de nacionalización, sino que si quería ser eficaz tenía necesidad de chocar con la propiedad de la clase media, con cuyo apoyo contaba el Kremlin para el éxito de su política extranjera. Para contrarrestar este peligro, los comunistas españoles argüían que adelantar la revolución a expensas de la clase media suponía una falta de comprensión política de los trabajadores.
«En los primeros momentos del movimiento insurreccional —declaraba un líder comunista, refiriéndose a Valencia— muchos trabajadores cayeron en la manía de la socialización y las incautaciones creyendo que estábamos en presencia de una revolución social. Casi todas las industrias se socializaron y muchos sindicatos se transformaron en nuevos propietarios. Este afán de “socialización” no sólo alcanzó a las fábricas y los talleres abandonados por los patronos facciosos; ha llegado a no respetar la pequeña propiedad de los patronos liberales y republicanos, incautándose de sus industrias…
¿Por qué han caído los trabajadores en estos errores? En primer lugar, por desconocimiento del momento político en que vivimos, que les lleva a creer que estamos viviendo en plena revolución social».[1]
Y Federico Melchor, miembro del Comité Ejecutivo de la JSU, la Federación de Juventudes Socialistas Unificadas orientada hacia el comunismo, afirmaba:
«No estamos haciendo hoy una revolución social estamos desarrollando una revolución democrática, y en una revolución democrática la economía, la producción… no pueden lanzarse a formas socialistas. Si estamos desarrollando una revolución democrática y decimos que luchamos por una república democrática, ¿cómo en las formas económicas vamos a pretender adoptar soluciones de tipo socialista totalitario?…
El camarada Álvarez del Vayo decía el otro día: “Para triunfar hay que tener una línea política justa”. Nosotros debemos añadir: una línea política justa apoyada en una política económica clara, en una línea económica justa. Estas deformaciones, estas corrientes económicas, estos ensayos que en nuestro país se realizan, no se hacen por casualidad; en el fondo hay toda una educación. Se trata de la deformación ideológica de un amplio sector del movimiento obrero que pretende realizar el desenvolvimiento económico del país sin atemperarse a las etapas que ese desenvolvimiento económico requiere».[2]
En vista de la exultación revolucionaria del momento la posición adoptada por los comunistas era muy difícil de sostener, ya que tenían que enfrentarse no sólo con el movimiento libertario, sino también con los miembros más radicales de la UGT, del Partido Socialista y de la JSU. Ante esta tarea no retrocedían.
«… en los momentos de mayor efervescencia —recordaba Antonio Mije, miembro del Politburó— éramos los comunistas los que no nos sonrojábamos en las tribunas de Madrid, así como en las de toda España, en salir a defender la República democrática. Cuando había quien tenía temor a hablar de la República democrática, los comunistas no teníamos inconveniente en explicar con claridad a impacientes que no comprendían bien la situación y demostrarles que políticamente correspondía defender la República democrática frente al fascismo».[3]
«Luchamos por la República democrática; no nos da ninguna vergüenza decirlo —declaró Santiago Carrillo, Secretario de la JSU, en un discurso pronunciado en la Conferencia Nacional en enero de 1937, en el que bosquejó por primera vez desde la fusión de los movimientos juveniles socialistas y comunistas,[4] la política de la organización unida—. Nosotros, frente al fascismo y frente a los invasores, no luchamos ahora por la revolución socialista. Hay quien dice que nosotros en esta etapa debemos luchar por la revolución socialista, y hay quien dice más: que cuando nosotros declaramos que defendemos la República democrática hacemos una maniobra para engañar, una maniobra para ocultar nuestra verdadera política. Pues bien, camaradas, luchamos por una República democrática y, además, por una República democrática y parlamentaria, y no lo decimos como táctica, ni como maniobra para engañar a la opinión pública española, ni para engañar a las democracias universales. Luchamos sinceramente por la República democrática porque sabemos que si nosotros cometiéramos el error de luchar en estos momentos por la revolución socialista en nuestro país —y aun después de la victoria en mucho tiempo— habríamos dado la victoria al fascismo, habríamos conseguido que sobre nuestra patria no sólo pusieran su pie los vencedores fascistas, sino que al lado de estos invasores posaran su planta también los Gobiernos democrático-burgueses de todo el mundo, que de manera explicita han dicho ya que no tolerarían en las circunstancias actuales de Europa una dictadura del proletariado en nuestro país».[5]
Aunque no existen antecedentes de que ningún Gobierno democrático hiciera tal amenaza, no cabe duda de que el temor de incurrir en la hostilidad abierta de las potencias democráticas ejercía un peso considerable en la masa de la JSU. Sin embargo, el descontento con la política apuntada en la Conferencia no tardó mucho tiempo en manifestarse, pues pocas semanas después fue denunciado por Rafael Fernández, Secretario general de la JSU de Asturias, como «todo menos marxista».[6] Esto era más que una opinión personal. Era la opinión de un número sustancial de socialistas de la JSU, que se sentían traicionados por lo que consideraban giro hacia la derecha, y su pensar queda reflejado con exactitud en la siguiente protesta enviada desde el frente de batalla:
«He leído varias veces, en diferentes periódicos, los discursos que Carrillo ha pronunciado en varias capitales de las que actualmente tenemos en nuestro poder, que la JSU lucha por la república democrática parlamentaria. Creo que Carrillo va completamente equivocado. Yo, joven socialista y revolucionario, lucho por la colectivización de la tierra, las fábricas; en fin, por todas las riquezas e industrias de España, en beneficio de todos los seres y de la Humanidad.
¿Creen Carrillo y quien con él pretende llevar por ese derrotero perjudicial y contrarrevolucionario que en la JSU somos borregos sus militantes? No. Antes que borregos, somos revolucionarios.
¿Qué dirían nuestros camaradas caídos en los campos de batalla si levantaran la cabeza y vieran que la JSU había sido cómplice de haber traicionado la Revolución, por la cual ellos dieron sus vidas? Sólo una cosa: escupirían al rostro de los malhechores que, llamándose militantes de la JSU, han traicionado la Revolución».[7]
Si era difícil para los comunistas convencer a los miembros radicales de la JSU de la corrección de su política, todavía era más difícil convencer al movimiento libertario. Sin embargo, a fin de asegurar el éxito de esta política, era esencial asegurar el asentimiento, si no la aprobación cordial, de este poderoso movimiento. Con esta finalidad a la vista, los representantes de la diplomacia soviética, según Federica Montseny, ministro de Sanidad anarcosindicalista, sostuvieron frecuentes conversaciones con los líderes de la CNT-FAI.
«… los consejos que nos prodigaban eran siempre los mismos. En España había que instaurar una “democracia dirigida” —forma eufemística de bautizar la dictadura—. No era interesante dar la sensación al mundo de que se realizaba una revolución de fondo; debemos evitar despertar el recelo de las potencias democráticas».[8]
Pero cualesquiera que fueran las concesiones políticas a expensas de la revolución que los ministros de la CNT-FAI se sintieran obligados a hacer a la política soviética, con la esperanza de influir en las democracias, no se adhirieron totalmente al slogan comunista de la República democrática,[9] y si al entrar en el Gobierno habían prestado su conformidad a adoptarla, esto fue, según uno de ellos, «para buscar un efecto de fronteras afuera, pero nunca para estrangular las conquistas legítimas realizadas por la clase trabajadora y de tipo revolucionario».[10]
Aún menos que los ministros de la CNT-FAI podía el movimiento libertario en conjunto aceptar el slogan comunista de la República democrática. Esto quedó reflejado claramente en su prensa:
«Los millares de combatientes proletarios que se baten en los frentes de batalla «declaraba el Boletín de Información— no luchan por “la República democrática”. Son proletarios revolucionarios que han tomado las armas para hacer la revolución. Posponer el triunfo de ésta para después ganar la guerra, es debilitar considerablemente las fuerzas combativas del proletariado.
… si queremos levantar el ánimo de nuestros combatientes e Inyectarles entusiasmo revolucionario a las masas antifascistas tenemos que impulsar la revolución con firmeza, liquidar los últimos residuos de la democracia burguesa, socializar la industria y agricultura, al mismo tiempo que creamos los órganos rectores de la nueva situación de acuerdo con los fines revolucionarios del proletariado.
No combatimos, entiéndase bien, por la República democrática, combatimos por el triunfo de la Revolución Proletaria. La revolución y la guerra hoy, en España, son inseparables. Todo lo que se haga en otro sentido es contrarrevolución reformista».[11]
Y CNT exclamaba:
«“Revolución democrática”. “República parlamentaria”. “¡No es el momento de realizar la revolución social!” He aquí unas cuantas consignas dignas de los programas políticos republicanos; pero degradantes para los partidos obreros… Si los Partidos Comunista y Socialista, así como sus juventudes, hicieran honor a sus principios socialistas, se habría dado al traste con “toda la vieja máquina del Estado burgués” (Márx) y con la estructura material de la economía capitalista. Marx y Engels, en el “Manifiesto Comunista”, jamás aludieron a un período de transición de “república democrática y parlamentaría”… Por esto, el marxismo de todos los partidos marxistas españoles es un marxismo que ahora nada tiene de común con el marxismo revolucionario; pero sí muchas afinidades con el revisionismo social demócrata, contra el que Lenin dirigió sus teorías revolucionarias plasmadas en “El Estado y la Revolución”».[12]
Para contrarrestar los embarazosos ataques contra su política en la prensa de la CNT y FAI, los comunistas —que al principio de la guerra civil, como se ha visto ya, habían comparado la revolución que se desarrollaba en España con la revolución democrática burguesa llevada a cabo un siglo antes en Francia—[13] se vieron forzados a modificar su lenguaje para el consumo interno.
«¿De qué nos acusan los camaradas de CNT? —preguntaba Mundo Obrero en respuesta al órgano anarcosindicalista—. Según ellos, nos hemos desviado del camino del marxismo revolucionario. ¿Por qué? Porque defendemos la República democrática… Nos interesa definir el carácter de la República que actualmente tenemos en nuestro país… Primera, el pueblo tiene las armas; es decir, el proletariado, los campesinos y las capas populares tienen todas las armas; segunda los campesinos tienen la tierra; los obreros agrícolas trabajan en colectividad o individualmente los antiguos latifundios, las grandes propiedades, y los arrendatarios tienen su tierra en propiedad; tercera, los obreros tienen el control establecido en todas las industrias; cuarta, los grandes terratenientes, los banqueros, los grandes industriales, los grandes caciques que se sumaron a la sublevación han sido desposeídos de sus propiedades y, por tanto, anulados política y socialmente; quinta, la influencia mayor, la dirección principal en el desarrollo de la revolución democrática la tiene el proletariado unido; sexta, el antiguo Ejército de opresión está destruido y tenemos un nuevo ejército del pueblo. Así, pues, nuestra República es de un tipo especial. Una República democrática y parlamentaria de un contenido social cómo no ha existido nunca y esta República… no puede ser considerada de la misma manera que la República democrática clásica; es decir, que aquellas que han existido y existen donde la democracia es una ficción que se basa en el predominio reaccionario de los grandes explotadores. Sentado esto, precisa que digamos a los compañeros de CNT que no cometemos ninguna abjuración ni contradecimos las doctrinas del marxismo revolucionarlo al defender la democracia y la República. Es Lenin quien nos ha enseñado que lo revolucionario no es dar saltos en el vacío. Es Lenin quien nos ha enseñado que lo revolucionario es tener siempre presente la realidad concreta de una país determinado para aplicar la táctica revolucionarla más conveniente, aquella que conduce de una manera segura al fin».[14]
Y en el Pleno del Comité Central del Partido comunista, celebrado en marzo de 1937, José Díaz, el secretario, declaró:
«Luchamos por la República democrática, por una República democrática y parlamentaria de nuevo tipo y de un profundo contenido social. La lucha que se desarrolla en España no tiene por objetivo el establecimiento de una República democrática como puede serlo la de Francia o la de cualquier otro país capitalista. No; la República democrática por la que nosotros luchamos es otra. Nosotros luchamos por destruir las bases materiales sobre las que se asientan la reacción y el fascismo, pues sin la destrucción de estas bases no puede existir una verdadera democracia política…
Y ahora, yo pregunto: ¿En qué medida han sido destruidas esas bases materiales de la reacción y el fascismo? En todas las provincias en que nosotros dominamos, ya no existen grandes terratenientes; la Iglesia, como fuerza dominadora, tampoco existe; el militarismo también ha desaparecido para no volver; tampoco existen los grandes banqueros, los grandes industriales. Esta es la realidad y la garantía de que estas conquistas no pueden perderse jamás, la tenemos en el hecho de que las armas están en manos del pueblo, del verdadero pueblo antifascista, de los obreros, de los campesinos, de los intelectuales, de los pequeños burgueses, que fueron siempre esclavos de aquellas castas. Esta es la mayor garantía de que lo pasado no podrá volver y precisamente por eso, porque tenemos la garantía de nuestras conquistas no han de malograrse, no debemos perder la cabeza y saltar por encima de la realidad, intentando implantar ensayos de “comunismo libertario”, ya sea ensayos de “socialización” en cualquier fábrica o en cualquiera aldea. Estamos viviendo en España una etapa de desarrollo de la revolución democrática, cuya victoria exige la participación de todas las fuerzas antifascistas y estos ensayos sólo pueden servir para ahuyentar y alejar a estas fuerzas».[15]
Pero los esfuerzos de los comunistas para convencer a sus críticos fueron ineficaces; pues los partidarios del movimiento libertario, en particular su ala extrema, las Juventudes Libertarias, eran en su inmensa mayoría inamoviblemente hostiles a los slogans comunistas, y al revés de la jefatura de la CNT-FAI se hacían cada vez más escépticos en cuanto a que pudiera obtenerse alguna ventaja haciendo concesiones a la opinión extranjera. Alguna insinuación sobre el temple del movimiento puede deducirse de las siguientes citas. En un ataque a la JSU de orientación comunista, que en enero de 1937 había patrocinado oficialmente la causa de la República democrática, Juventud Libre, órgano directivo de las Juventudes Libertarias, declaraba:
«La razón más fuerte que enarbolan las Juventudes Socialistas Unificadas para defender la República democrática y parlamentaria es la necesidad de no hablar de Revolución, para no dificultar nuestra posición ante las democracias europeas. Razón infantil. Las democracias europeas saben de sobra quiénes somos y a dónde vamos irremisiblemente. Saben las democracias europeas, como lo saben los países fascistas que en España la casi totalidad de las tropas que luchan contra el fascismo son revolucionarias, y no dejarán arrebatarse esta magnifica coyuntura para hacer la Revolución por la que tanto han luchado y siguen luchando.
Hablando o sin hablar de República democrática y parlamentaria y de Revolución, las democracias europeas nos ayudarán si les conviene…
… Engañar a nuestros propios soldados que mueren heroicamente en los frentes y a nuestros campesinos que trabajan en la retaguardia con una República democrática y parlamentaria, es traicionar la Revolución hispana…
Tenemos la economía y las armas en nuestras manos. Todo nos pertenece. Todo lo hemos producido. Todo lo estamos defendiendo contra los forajidos fascistas internacionales. Los traidores que intenten arrebatarnos lo que es nuestro deben ser declarados fascistas y fusilados sin compasión».[16]
«… Quien ahora, cuando tenemos las posibilidades de transformar a España socialmente —declaraba J. García Pradas, director de CNT— nos viene con el cuento de que esto no puede parecer bien a la burguesía internacional, nosotros tenemos derecho a llamarle farsante, tenemos derecho a decirle que él no tiene título por su parte para dirigirnos la palabra, desde el momento en que aspira a hacer una revolución con el permiso y la licencia de la burguesía internacional.
Si para evitar que la burguesía internacional choque con nosotros no hemos de hacer la revolución, si hemos de disimular todos nuestros deseos, si hemos de renunciar a ellos ¿para qué están luchando nuestros compañeros? ¿Para qué luchamos todos? ¿Para qué nos hemos lanzado a este combate, a esta guerra a muerte contra el fascismo español y extranjero?»[17]
Y Fragua Social, el órgano de la CNT, decía:
«… precisamente cuando nuestro suelo ha sido sacudido por una tempestad que lo ha renovado todo, por una verdadera Revolución social, salga el Partido Comunista reivindicando una República parlamentaria que ha sido dejada muy atrás por los acontecimientos. Lo que plantea la paradójica situación de que los comunistas sean la extrema derecha de la España leal, la última esperanza de la pequeña burguesía, que ve hundirse su mundo. Porque, por extraño que parezca, son los comunistas el nervio de una propaganda y de una acción que quieren empujarnos hacia atrás, hacia los primeros años de vida de la República burguesa, queriendo ignorar que existe un 19 de julio triunfal y renovador».[18]
Era, naturalmente, incorrecto imputar a los comunistas la intención de retroceder con la revolución a fecha anterior al 19 de julio. A pesar de toda su propaganda para el exterior, no podían volver a los días de la República de 1931 sin restituir la propiedad de los grandes terratenientes e industriales; en otras palabras, sin darles una participación en los asuntos del Estado. Esto habría sido incompatible con los propósitos del Kremlin sobre España, consistentes en controlar su política interior y exterior de conformidad con sus propias necesidades diplomáticas. Al frenar la revolución, el Partido comunista aspiraba no a restaurar la propiedad de los grandes terratenientes e industriales, sino a hallar un apoyo para sí entre las clases medias y utilizarlas en cuanto conviniera a sus propósitos, para neutralizar el poder de los sectores revolucionarios del campo antifranquista. Si ésta era su política en el mundo de la industria y el comercio, no lo era menos en el campo de la agricultura, como se verá en el capitulo siguiente.