NACIONALIZACIÓN VERSUS SOCIALIZACIÓN
Si para imponer la voluntad del Gobierno era necesario reconstruir las fuerzas del orden público y disolver los comités revolucionarios que habían asumido funciones pertenecientes anteriormente al Estado, también era necesario, a juicio tanto de los comunistas como de los socialistas y republicanos, romper el poder de los comités revolucionarios en las fábricas colocando las empresas colectivizadas, particularmente en las industrias básicas, bajo el control del Gobierno.[1] La nacionalización, los comunistas lo sabían, permitiría a la autoridad central no sólo organizar la capacidad industrial del campo antifranquista, de acuerdo con las necesidades de la guerra, y controlar la producción y distribución del material bélico, asignado a menudo por los sindicatos a sus propias milicias,[2] sino también debilitar el ala izquierda de la revolución en una de las principales fuentes de poder. Naturalmente no reconocieron abiertamente el motivo político a que obedecía su deseo de nacionalización y defendieron dicha política sólo en los campos militar y económico.[3] En la campaña que sostenían estaban ayudados por el hecho de que la colectivización padecía defectos palpables. En primer lugar, las empresas colectivizadas no se preocupaban de los problemas del aprovisionamiento y distribución de la mano de obra especializada, materias primas y maquinaria de acuerdo con un plan único y racional de producción para las necesidades militares.
«Nos hemos quedado satisfechos con arrojar a los patronos de las fábricas y colocarnos en ellas con los comités de control —declaraba Diego Abad de Santillán, líder en Cataluña de la CNT-FAI—. No ha habido ningún intento de conexión, ninguna coordinación de la economía en forma debida. Hemos trabajado sin planes y sin verdadero conocimiento de lo que estábamos haciendo».[4]
Además, se producían bienes para consumo civil no esenciales e incluso de lujo, simplemente porque rendían altos beneficios, con el derroche consiguiente de materias primas y de esfuerzo humano.[5] Y, finalmente, en algunas empresas había una falta completa de contabilidad y control; los obreros se distribuían como salarios todo lo que recibían procedente de las ventas, sin permitir la renovación de los stocks ni atender la depreciación de capital.[6]
Aunque los comunistas hacían buen uso de estas deficiencias para acelerar su campaña en favor de la nacionalización, la CNT y la FAI, en contra de lo que generalmente se ha creído, también tenían sus propios planes para la coordinación de la producción industrial. A fin de remediar los defectos de la colectivización, así como de allanar las discrepancias en los niveles de vida de los trabajadores en empresas florecientes y empobrecidas, los anarcosindicalistas, aunque opuestos radicalmente a la nacionalización,[7] abogaban por la centralización —socialización como ellos la llaman— bajo el control de los sindicatos, de ramas enteras de la producción.[8] Este era el concepto anarcosindicalista de la socialización, sin intervención estatal, que iba a eliminar los derroches debidos a la competencia y la duplicación, hacer posible la planificación industrial global para las necesidades civiles y militares y detener el crecimiento de tendencias egoístas entre los trabajadores de las empresas colectivizadas más prósperas, utilizando sus beneficios para elevar el nivel de vida de los trabajadores de las fábricas menos favorecidas.[9] Ya en los primeros meses de la guerra los líderes de algunos de los sindicatos locales de la CNT habían emprendido formas limitadas de socialización, confinadas a una rama de la industria en una sola localidad, como la de la ebanistería de Madrid, Barcelona y Carcagente, las de artículos de piel, modistería, sastrería y metal de Valencia, la industria del calzado en Sitges, las industrias textiles y del metal de Alcoy, la de la madera de Cuenca, la industria ladrillera de Granollers, la industria del curtido de Barcelona y Vich, por citar sólo algunos ejemplos.[10] Estas socializaciones parciales no eran consideradas como fines en sí, sino más bien como períodos de transición en la integración de los ramos atomizados de la producción dentro de una economía socialista (es decir, libertaria), bajo el control de los Sindicatos.
Esta obra de socialización, sin embargo, no podía avanzar con la rapidez que los planificadores libertarios deseaban, no sólo porque se encontraron con la oposición de muchas fábricas en posición privilegiada, controlada por los obreros de la UGT, así como por los de la CNT, que no querían sacrificar ninguna de sus ganancias para ayudar a las empresas colectivizadas que tenían menos éxito,[11] sino también porque la dirección de la UGT, socialista, que como el Partido comunista abogaba por el control de las industrias básicas por el gobierno,[12] estaba en oposición a la confiscación de la propiedad de la pequeña burguesía,[13] de la que dependía el planeamiento socialista completo, .de acuerdo con las ideas de los dirigentes de la CNT.[14] Estas actitudes divergentes entre la CNT y la UGT hicieron imposible el establecimiento de una industria coordinada centralmente, ya a través de la socialización o la nacionalización, y perpetuó el estado de caos económico.
De este caos sacaron los comunistas ventajas para adelantar su campaña en favor de la nacionalización de la industria y contra la colectivización y socialización. Refiriéndose a lo que llamaba ensayos prematuros de colectivización y socialización, José Díaz, secretario del Partido Comunista, declaró:
«Si en los primeros momentos, estos ensayos tenían su justificación en el hecho de que los grandes industriales y terratenientes abandonaron las fábricas y los campos, y había necesidad de hacerlos producir, luego ya no fue así… Era natural que entonces los obreros se adueñaran de las fábricas que habían sido abandonadas, para hacerlas producir, fuese como fuese… Repito que esto es explicable, y no lo vamos a censurar… [Pero hoy], cuando existe un Gobierno de Frente Popular, en el que están representadas todas las fuerzas que luchan contra el fascismo, eso no es aconsejable, sino contraproducente. Ahora, hay que ir rápidamente a coordinar la producción, e intensificarla bajo una sola dirección para abastecer de todo lo necesario el frente y a la retaguardia… Lanzarse en esos ensayos prematuros de “socialización” y de “colectivización”, cuando todavía no está decidida la guerra, en momentos en que el enemigo interior, ayudado por el fascismo exterior, ataca fuertemente nuestras posiciones y pone en peligro la suerte de nuestro país, es absurdo y equivale a convertirse en cómplice del enemigo».[15]