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ANARQUISMO Y GOBIERNO

Los esfuerzos de los comunistas desde el comienzo de la guerra civil para conseguir el apoyo de Inglaterra y Francia y asegurar el reconocimiento continuado, primero del Gobierno Giral y después del de Largo Caballero como autoridad legalmente constituida, no pudo menos de tener un efecto importante en el curso de la revolución. Si estos dos países iban a ser influidos, aun en la menor escala, era evidente que el Gobierno tendría que reconstruir la maquinaria destrozada del Estado, no sobre líneas revolucionarias, sino a imagen de la finada República. Además, para que el Gobierno de Largo Caballero llegara a ser un Gobierno real, y no nominal, tendría que asumir el control de todos los elementos del poder del Estado apropiados por los comités revolucionarios en los primeros días de la guerra civil.[1] Sobre este punto estaban de acuerdo todos los miembros del Gabinete y no puede haber duda de que también lo habrían estado aun sin la necesidad de impresionar a la opinión extranjera.

Pero la labor de reconstruir el poder del Estado no podía emprenderse, o al menos hubiera sido extremadamente difícil de conseguir, sin la participación en el Gobierno del ala extrema izquierda de la revolución, el poderoso movimiento anarcosindicalista o libertario, como se le llamaba más frecuentemente, representado por la CNT (Confederación Nacional del Trabajo) y la FAI (Federación Anarquista Ibérica), su guía ideológica, cuya misión era la de proteger a la CNT de las tendencias desviacionistas[2] y llevar a la CNT a la meta anarquista del comunismo libertario.[3] Aunque había división de opiniones en el Gabinete sobre la conveniencia, desde el punto de vista de la opinión extranjera, de permitir a los libertarios intervenir en el Gobierno,[4] eran indudables las ventajas de hacerles participar en la responsabilidad de las medidas gubernamentales.[5] Pero ¿desearían los propios anarcosindicalistas convertirse en miembros del Gabinete y colaborar en la reconstrucción del Estado? Esto fue discutible.

Radicalmente opuestos al Estado, que consideraban como «la suprema expresión de la autoridad del hombre sobre el hombre, el instrumento más poderoso de la esclavización de los pueblos»,[6] los libertarios eran igualmente opuestos a todo gobierno, tanto de izquierda como de derecha. Según las palabras de Bakunin, el gran anarquista ruso, cuyos escritos ejercieron gran influencia en el movimiento obrero español, el «gobierno del pueblo» propuesto por Marx sería simplemente el mando de una minoría privilegiada sobre la inmensa mayoría de las masas trabajadoras.

«Pero esta minoría, arguyen los marxistas, estaría formada por obreros. Sí, me atrevo a decir; por antiguos obreros, pero desde el momento en que se conviertan en jefes y representantes del pueblo, dejarán de ser proletarios y despreciarán a todos los obreros desde su cima política. De este modo ya no representarían al pueblo; se representarían tan sólo a sí mismos… El que dude esto desconoce absolutamente la naturaleza humana».[7]

Y el anarquista italiano Malatesta, cuya influencia sobre el movimiento libertario español fue apreciable, afirmaba:

«La preocupación primordial de todo gobierno es asegurar su continuación en el poder cualesquiera que sean los hombres que lo forman. Si son malos, desean permanecer en el poder a fin de enriquecerse y satisfacer su anhelo de autoridad: y si son honrados y sinceros creen que es su deber permanecer en el poder para bien del pueblo…

Los anarquistas… no podrían nunca, aunque fuesen lo suficiente fuertes, formar un gobierno sin contradecirse a si mismos y repudiar la totalidad de su doctrina; y si lo formaran, no sería diferente de cualquier otro gobierno, tal vez peor».[8]

El establecimiento de la República española en 1931, siguiente a la caída de la Monarquía y la Dictadura de Berenguer, no hizo que los libertarios modificaran sus principios básicos:

«Todos los gobiernos son detestables y nuestra misión es destruirlos».[9] «Todos los gobiernos… sin excepción, son igualmente malos, igualmente despreciables».[10] «… todo gobierno es liberticida».[11]

«Los trabajadores —escribía un en el momento de la coalición republicano-socialista 1933— han pasado hambre y privaciones mil, con la monarquía, con la dictadura y siguen pasándola hoy con la República. Ayer les fue imposible atender sus más perentorias necesidades y hoy la cosa sigue igual. Los anarquistas podemos hacer estas afirmaciones sin miedo a que ningún obrero nos pueda desmentir y podemos afirmar más. Podemos afirmar que en todo tiempo y bajo no importa qué clase de gobierno, los trabajadores han sido tiranizados y han tenido que sostener cruentas luchas para hacerse respetar un poco el derecho a vivir y gozar después de realizar jornadas de trabajo agotadoras».[12]

Del mismo medo que los libertarios no hacían distinción entre los gobiernos de izquierda y los gobiernos de derecha, tampoco hacían distingos entre los políticos individualmente:

«Para nosotros, todos los políticos son iguales; en demagogia electorera, en escamotear los derechos del pueblo, en afán de notoriedad, en arrivismo, acierto para criticar desde la oposición y en cinismo para justificarse desde el Poder…»[13]

En contraste con otras organizaciones de la clase obrera, la CNT y la FAI huyeron de la actividad parlamentaria.[14] No tenían puestos en los gobiernos centrales o locales, se abstuvieron de nombrar candidatos para el Parlamento y, en las elecciones cruciales de noviembre de 1933 que llevaron al poder a los partidos de la derecha, aconsejaron a sus miembros no votar. «La revolución nuestra no se hace en el Parlamento, sino en la calle», declaraba un mes antes de las elecciones el órgano de la FAI, Tierra y Libertad.[15]

«No nos interesa cambiar de gobierno —escribía entonces Isaac Puente, anarcosindicalista influyente—. Nos importa suprimirlo… El que triunfe, sea derecha o izquierda, será nuestro enemigo, será nuestro encarcelador y nuestro degollador. Será el que tenga a su disposición las porras de Asalto, la oficiosidad de la Policía, los fusiles de la “Benemérita” y la mentalidad del cuerpo de prisiones. El proletariado tendrá exactamente todo lo que tiene hoy: sombra carcelera, espías, hambre, cardenales y verdugones».[16]

Y unos días antes de las elecciones Tierra y Libertad declaraba:

«El voto es la negación de vuestra personalidad. Volved la espalda al que os pida el voto, es vuestro enemigo, quiere encumbrarse a costa de vuestra candidez. Aconsejad a vuestros padres, vuestros hijos, vuestros hermanos, vuestros parientes, amigos, que no voten por ninguna candidatura. Para nosotros todos son iguales, porque igualmente enemigos nuestros son todos los políticos. Ni republicanos, ni monárquicos, ni comunistas, ni socialistas. Tan sinvergüenza es Honorio Maura como Rodrigo Soriano y Barriobero. Tan cínicos y miserables son Largo Caballero y Prieto como Balbontín y su comparsa… Nosotros no necesitamos Gobierno ni Estado. Eso lo necesitan los burgueses para que defiendan sus intereses. Nuestros intereses son únicamente el trabajo, y éste lo defendemos sin necesidad de parlamento… que es un prostíbulo inmundo donde se juega con los intereses del país y los ciudadanos. ¡Romped las candidaturas! ¡Romped las urnas, romped la cabeza a los interventores y a los candidatos!»[17]

Sin embargo, en las elecciones de febrero de 1936, la CNT y la FAl cambiaron su actitud. Mientras se oponían al programa del Frente Popular, que consideraban «un documento de tipo profundamente conservador»,[18] en desarmonía con «el empuje revolucionario que transpiraba la epidermis española»,[19] decidieron no urgir a sus miembros a que se abstuvieran de votar, no sólo porque la coalición de izquierda les prometió una amplia amnistía para millares de presos políticos en caso de victoria,[20] sino porque la repetición de la política abstencionista de 1933 hubiera significado una derrota tan grande para el movimiento libertario como para los partidos adheridos a la coalición del Frente Popular.[21] Pero este cambio de actitud, que aseguró la victoria de la coalición del Frente Popular, no implicaba ningún cambio fundamental de doctrina, y si tenemos en cuenta los antecedentes anarcosindicalistas de hostilidad a todos los gobiernos y a todos los políticos, no era fácil concebir que se unieran al Gabinete de Largo Caballero, cuando habían estado durante muchos años, antes del estallido de la guerra civil, en duelo continuo con el líder socialista y su organización sindical, la Unión General de Trabajadores.