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CORTEJANDO A GRAN BRETAÑA Y A FRANCIA

Es indudable que los jefes soviéticos veían grandes ventajas en el reconocimiento del Gobierno español como la autoridad legalmente constituida. Sabían que mientras fuera reconocido como tal por Inglaterra y Francia, no sólo se hallaría en posición de llevar la cuestión de la intervención italo-germana a la Liga de las Naciones, sino que podía exigir que, de acuerdo con las normas de derecho internacional aplicable a casos de insurrección contra un gobierno legítimo, se le permitiera adquirir libremente armas en el mercado mundial.[1] Sabían también que si Inglaterra y Francia abandonaban su política de neutralidad, la guerra civil española podría acabar a la larga por transformarse en conflicto en gran escala, conflicto del que Rusia podía permanecer virtualmente al margen hasta que los bandos en pugna acabaran exhaustos, con lo que la Unión Soviética podía convertirse en dueña del continente europeo.[2]

Pero antes de que hubieran transcurrido muchos meses, resultó bien claro que excepto algún desliz ocasional en la neutralidad francesa, tanto Inglaterra como Francia, no obstante los riesgos que para ellas representaba una España bajo el tutelaje de Italia y Alemania,[3] no se iban a apartar de la política de no intervención, seguida desde que se inició el conflicto. Aunque se dice que León Blum, Primer Ministro socialista del Gobierno del Frente Popular en Francia, adoptó una actitud neutral, debido especialmente a la fuerte presión británica,[4] debe resaltarse que también quedó sometido a la presión de algunos ministros radicales de su Gabinete, del presidente de la República,[5] de las fuerzas combinadas de la derecha francesa y del poderoso Partido Radical[6] que representaba un amplio sector de la clase media.

Otra clara prueba de la oposición de los sectores influyentes, tanto en Inglaterra como en Francia, a cualquier compromiso militar que pudiera envolverlas en una guerra con Alemania, fue su hostilidad al pacto franco-soviético de asistencia mutua. Si por una parte, dicha hostilidad apareció bien clara por lo que respecta a un importante sector de la opinión francesa,[7] sin hablar de la antipatía de los círculos oficiales,[8] no menos patentes se hizo en la actitud de los periódicos ingleses de mayor autoridad.

«La opinión inglesa —dijo The Times, portavoz oficioso del Gobierno— no está dispuesta a aceptar… la soberanía de Francia en el terreno de la política extranjera, o admitir responsabilidad por todos los compromisos que haya estado acumulando… en forma de alianzas en el extremo más alejado de Alemania… El pacto franco-soviético no se considera aquí como acontecimiento diplomático ventajoso».[9]

«Francia —escribió Scrutator en el Sunday Times— ha pactado alianzas en la Europa oriental, deseosa de poder; sus motivos siguen siendo el poderío, aun cuando no existe idea de agresión, sino únicamente de defensa. Acertada o equivocadamente —esto último creemos muchos— se ha convencido de que los beneficios a obtener de una alianza con Rusia y la Pequeña Entente pesan más que el riesgo de complicaciones en disputas que en realidad no le interesan. En este aspecto la política francesa no es la nuestra».[10]

«Estos pactos [los tratados franco-soviéticos y checo-soviéticos] —afirmó J. L. Garvin, editor del Observer, influyente portavoz de la opinión conservadora— significan la guerra y no pueden significar otra cosa. Si los apoyamos significan la guerra entre Inglaterra y Alemania y nada más. Si Inglaterra presta su apoyo o patrocina tan fatales instrumentos; si tomamos parte poca o mucha en los mismos; si vamos a situarnos tras de Francia y Checoslovaquia, como aliados potenciales de Rusia y del comunismo contra Alemania, la situación será fatal para la paz y de nada sirve pretender otra cosa. No podemos obrar de dos modos distintos. Si vamos a interferirnos con Alemania del Este, ésta acabará por atacarnos en el Oeste. No es posible ninguna otra cosa».[11]

Si bien tales expresiones de la opinión eran más francas que las declaraciones oficiales, correspondían por otra parte de manera exacta a la actitud del Gobierno Británico, actitud de la que el Kremlin estaba perfectamente enterado. Ciertamente, el temor de que tanto Inglaterra como Francia pudieran llegar a alguna clase de acuerdo con Alemania a expensas de la Europa oriental, estaba firmemente arraigado en Moscú. En una conversación con Joseph E. Davies, embajador estadounidense en Rusia, celebrada en febrero de 1937, el comisario soviético de Asuntos Exteriores, Litvinov, no disimuló su inquietud:

«… no pudo entender —informó Davies al Secretario de Estado— por qué Gran Bretaña no ve con claridad que si Hitler domina a Europa también engullirá a las Islas Británicas. Parecía muy inquieto y temeroso de que hubiera un arreglo de diferencias entre Francia, Inglaterra y Alemania».[12]

Indudablemente, el temor a que el ímpetu del militarismo alemán pudiera ser dirigido a la larga contra el Este antes que contra el Oeste, aumentado por el desengaño por la continua neutralidad de Gran Bretaña y Francia respecto al conflicto español, no obstante la creciente intervención italo-germana,[13] así como la decepción por el fracaso del Gobierno francés en complementar el pacto franco-soviético con algún convenio militar positivo[14] y el rechazo del Frente Popular por el Partido laborista inglés,[15] fueron los factores que impulsaron al Kremlin a redoblar sus esfuerzos en España con vistas a sacar a Inglaterra y Francia de su neutralidad.

A finales de enero de 1937, un jefe del PSUC, Partido Socialista Unificado de Cataluña, controlado por los comunistas, manifestó al Comité Central de su partido con palabras que reflejaban conversaciones con «Pedro», destacado agente de la Internacional Comunista en España,[16] que acababa de volver de Moscú,[17] que «lo esencial en estos momento es buscar la colaboración de las democracias europeas, y en particular la de Inglaterra».[18]

«… en el bloque de potencias democráticas —declaró dos días después en una reunión pública— el factor decisivo no es Francia sino Inglaterra. Resulta esencial para todos los camaradas del partido comprenderlo así, y moderar (sus) consignas en los momentos presentes…

Inglaterra no es un país como Francia. Inglaterra es un país gobernado por el Partido Conservador. Inglaterra es un país de evolución lenta, constantemente preocupado por sus intereses imperiales. Inglaterra es un país de poderosos, de pequeños burgueses, de clase media, profundamente conservadora, que reacciona con gran dificultad…

… se dice que Inglaterra no podría admitir jamás de ninguna manera el triunfo de Alemania en España, porque ello significaría un peligro para sus grandes intereses. Pero debemos saber que los grandes capitalistas ingleses pueden llegar a un acuerdo en cualquier momento con los capitalistas italianos y alemanes si se convencen de que no tienen otra elección respecto a España.

Hemos de ganar, cueste lo que cueste, la neutralidad benévola de este país, si no es que la ayuda directa».[19]

Que ello debía ser conseguido no sólo acentuando las tendencias moderadas iniciadas por los comunistas al estallar la revolución, sino por medios más tangibles, se hizo evidente en una sensacional nota enviada en febrero de 1937 por el Gobierno español a Inglaterra y Francia —indudablemente inspirada por agentes de la Internacional Comunista que actuaban a través de un ministro o diplomático español secretamente a su servicio—,[20] ofreciendo transferir el Marruecos español a aquellas dos potencias, a cambio de la adopción de medidas destinadas a impedir la continuación de la intervención italo-germana.[21] Como este territorio se hallaba en manos del general Franco y por entonces se habían recibido insistentes informes según los cuales Alemania estaba fortificando la costa opuesta a Gibraltar,[22] debió ser evidente para. Moscú que semejante oferta no podía ser hecha a Inglaterra y Francia y aceptada por éstas sin riesgo de precipitar un conflicto internacional, aunque resulta dudoso que la mayoría de miembros del Gobierno español, interesados sólo en la escena española y en asegurarse el apoyo anglo-francés, se dieran cuenta de los amplios objetivos de la política soviética en España, o incluso de la procedencia rusa de aquella propuesta respecto a Marruecos.

Firmada por Alvarez del Vayo, ministro filocomunista de Asuntos Exteriores, la nota decía en parte:

I

1. «El gobierno español desea que la futura política internacional española, en todo aquello que se refiera a Europa Occidental, asuma la forma de una activa colaboración con el Reino Unido o Francia…

2. A este fin, España se hallada dispuesta a tomar en consideración, tanto para su reconstrucción económica, cuanto en sus relaciones militares, aéreas, navales, los intereses de estas dos potencias, hasta cuando ello fuese compatible con sus propios intereses.

3. Del mismo modo España estaría dispuesta a examinar la conveniencia o no de modificar la presente situación en mérito a su posición en África Septentrional (zona española de Marruecos) a condición de que cualquier modificación de tal género no fuese hecha a favor de potencias diferentes del Reino Unido o Francia.

II

… Si estas propuestas que se hacen con un espíritu de plena colaboración internacional, fueran apreciadas en su verdadero valor por los gobiernos británico y francés, dichos gobiernos serían entonces responsables para la adopción de cualesquiera medidas en su mano para impedir la ulterior intervención germánico-italiana, en los asuntos españoles de ahora en adelante, en cuanto que los intereses de la paz, que son sinónimos de los intereses nacionales de las democracias occidentales, exigen la efectiva persecución de tal objetivo.

Sí los sacrificios que el Gobierno español consiente no fueran suficientes para impedir el ulterior aprovisionamiento de municiones y de hombres a los rebeldes por parte de Alemania y de Italia, y si, consecuentemente, el gobierno republicano se viera obligado a combatir contra sus generales rebeldes, ayudados por dos potencias extranjeras, hasta que la victoria no fuese alcanzada, entonces la propuesta anticipada en la parte primera no tendría ningún significado o fundamento, ya que su fin esencial, que es ahorrar ulteriores sufrimientos al pueblo español, quedaría frustrado».[23]

«… el memorándum español aportó la prueba más concluyente del deseo de la República de un entendimiento con Inglaterra y Francia —escribe Álvarez del Vayo—. Aunque en vista de las circunstancias no pudo adoptar la forma de un pacto de asistencia mutua o de alianza, lo fue realmente por lo que respecta a intento y propósito».[24]

Y en un pasaje ulterior declara:

Ninguno de los dos gobiernos recibió favorablemente la iniciativa republicana[25] y la “filtración” internacional por la que el texto del memorándum español fue dado a conocer al público,[26] reveló la existencia de una mano activa entre bastidores que estaba haciendo lo posible para frustrar toda tentativa de ayuda a la causa del Gobierno español…

Aunque el memorándum de febrero fue una declaración oficial de la política extranjera de la República durante la guerra, no debe pensarse que representó el único de nuestros esfuerzos para persuadir a Gran Bretaña y Francia de que adoptaran una actitud más en consonancia con sus propios intereses. Valiéndonos de todos los argumentos pertinentes, mandando informes sobre la actividad italo-germana a ambos gobiernos, entregando propuestas concretas para combatir la amenaza italiana en Mallorca, es decir, por todos los medios a nuestro alcance, procuramos provocar un cambio de actitud de Londres y París.[27]

No pedíamos la luna. No formulábamos ninguna solicitud de ayuda militar. Sólo pedíamos que en estricto acuerdo con la política de no intervención que Gran Bretaña y Francia nos habían impuesto y que por dicha razón debían haber defendido enérgicamente, “España debía ser dejada a los españoles” y que si ambas democracias no se sentían capaces de impedir que Alemania e Italia continuaran interviniendo en España, deberían realizar un reconocimiento honroso del fracaso de su política y restablecer de manera absoluta el derecho a la libertad de comercio. En una palabra, solicitábamos que respetaran las leyes internacionales.

El modo en que los gobiernos inglés y francés ignoraron nuestras advertencias, sugerencias y peticiones, era realmente descorazonador».[28]

No obstante estos desengaños, Rusia continuó reforzando la resistencia de las fuerzas antifranquistas en la obstinada creencia de que Inglaterra y Francia no permitirían un vasallaje italo-germano de España, y más tarde o más temprano se verían forzadas a intervenir en defensa de sus propios intereses, minando o destruyendo el poderío militar de Alemania, antes de que dicha nación pudiera prepararse para una guerra en la Europa oriental.

«(Moscú) —afirmó Stepanov, consejero soviético del Politburó español— tratará por todos los medios de que no la aíslen, de obligar, si no hay más remedio que aceptar la guerra, a las democracias occidentales a que luchen contra Hitler».[29]

«Nosotros queremos que (los Estados democráticos) nos ayuden —declaró José Díaz, secretario general del Partido Comunista español, reflejando la política de Moscú—. Pensamos que defienden su propio interés al ayudarnos; nos esforzamos en hacérselo comprender y solicitamos su ayuda… Sabemos muy bien que los agresores fascistas encuentran en cada país grupos de burguesía que los apoyan, como hacen los conservadores ingleses y los derechistas en Francia; pero la agresión del fascismo se desarrolla de tal manera que el interés nacional mismo, en un país como Francia, por ejemplo, debe convencer a todos los hombres que quieren la libertad y la independencia de su país de la necesidad de oponerse a esta agresión: y no existe hoy otra manera más eficaz de oponerse a ella que la de ayudar concretamente al pueblo de España».[30]

«Moscú trató de hacer por Francia e Inglaterra lo que debió haber hecho por nosotros —declaró Juan Negrín, Primer Ministro durante los últimos dos años de la guerra—. La promesa de ayuda soviética a la República española fue que, a la larga, París y Londres terminarían por despertarse y comprender los riesgos que para ellos significaba una victoria italogermana en España y que se unirían a la URSS para apoyarnos».[31]

Al llegar a este punto es importante anticipar el curso de los acontecimientos para decir que incluso después de la pérdida de Cataluña en febrero de 19:39, unas pocas semanas antes de finalizar la guerra, cuando las tropas antifranquistas se habían visto privadas de la frontera francesa, y la zona de su resistencia quedaba reducida a la parte central y sudoriental de España, Moscú —antes de adoptar la drástica medida de negociar un pacto de no agresión con Alemania, en una última tentativa para volver el poderío militar alemán contra el occidente—[32] seguía aferrado a la creencia, muy disminuida, por cierto, de que Inglaterra y Francia cambiarían su política de neutralidad, y dio instrucciones a los comunistas españoles y al Gobierno de Negrín, dominado por los comunistas, para que continuara la lucha con la esperanza de que los latentes antagonismos entre las potencias occidentales provocaran finalmente un conflicto.[33]

«Es… un error profundo pensar que nada o muy poco tenemos que esperar del extranjero, ya que los países democráticos que han dejado fuese invadida Cataluña por los alemanes e italianos no habrán de ayudarnos ahora que hemos perdido una posición tan importante —declaró el Politburó del Partido Comunista español el 23 de febrero de 1939—. La situación internacional nunca ha sido más inestable que hoy. Además el éxito que los invasores fascistas han obtenido en Cataluña aumenta su audacia, les incita a hacer manifiestos y más claros sus planes de conquista, de rapiña y de guerra, y esto, a su vez, abre los ojos a los que hasta ahora no han querido darse cuenta de la realidad, y aumenta las posibilidades de apoyo directo o indirecto al pueblo español. Está al lado de la República española la Unión Soviética, el potente país que en todo el mundo es el defensor firme de la causa de la libertad, de la justicia y de la paz. El proletariado y las fuerzas sinceramente democráticas de Francia, de Inglaterra, de los Estados Unidos y demás países democráticos han prestado hasta ahora a España una ingente ayuda material y continuarán prestándosela. Lo que no han podido hacer, en parte por falta de unidad y decisión en la lucha, en parte por no haber comprendido aún a fondo la importancia que tiene para ellos mismos una justa solución del problema de España, es cambiar radicalmente, a nuestro favor, la política de sus gobiernos. Pero lo que no se ha obtenido hasta hoy se podrá obtener en el porvenir si aquí se afirma nuestra resistencia.

Por todos estos motivos decimos que resistir no sólo es necesario, sino que es posible, y afirmamos que nuestra resistencia, como ya ha ocurrido en otros momentos en que muchos creían todo perdido… una vez más puede cambiar la situación, permitirá que maduren hechos nuevos, tanto en España como internacionalmente, que redunden en nuestro favor, y nos abrirá la perspectiva de victoria».[34]

Y una vez terminada la guerra civil, Álvarez del Vayo escribió:

«No transcurrió un solo día hasta casi el final, en que no poseyéramos motivos renovados de esperanza acerca de que las democracias occidentales recuperasen el sentido común y restablecieran nuestros derechos a comprar en sus países. Pero siempre nuestras esperanzas resultaron ilusorias».[35]

Pero si tales esperanzas quedaron defraudadas, no fue porque quienes determinaban la política inglesa y francesa estuvieran ciegos a los posibles peligros de una victoria del general Franco o porque considerasen con ligereza el incremento del Poderío alemán. Era porque la perspectiva de su política exterior iba más allá de la situación en España y abrazaba la totalidad de Europa. Si rehusaban oponerse a Alemania en España; si además sacrificaban la independencia de Austria y Checoslovaquia al totalitarismo nazi, así como sus propios intereses económicos en los mencionados países; si finalmente el Gobierno inglés, bajo la dirección del Primer Ministro Neville Chamberlain, estuvo batallando hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial para llegar a un entendimiento con Alemania, entendimiento que hubiera dejado toda la Europa oriental al oeste de la frontera rusa abierta a la penetración alemana,[36] no fue sólo por falta de preparación militar, sino porque el Gobierno sabía que frustrar los propósitos alemanes en aquel tiempo, aunque no condujera a la guerra, debilitaría al régimen nazi y aumentaría la influencia de Rusia en el continente. Quienes moldeaban la política en Inglaterra y Francia deseaban sobre todas las cosas evitar una guerra en occidente hasta que Alemania se hubiera debilitado en el Este. Haber resistido a Alemania antes de que ésta se rompiera los dientes en el suelo ruso, hubiera dejado a la Unión Soviética cómo árbitro del continente, infinitamente más poderosa que si hubiera tenido que soportar el peso principal de la lucha.[37]

La actitud, pues, de las fuerzas dirigentes en Inglaterra y Francia por lo que respecta a la guerra civil española queda determinada no sólo por su hostilidad a los cambios revolucionarios —de los que se daban plenamente cuenta, no obstante los esfuerzos para ocultarlos—, sino por todo el amplio campo de la política exterior. Por ello ninguna tentativa de disimulo y persuasión por parte de sucesivos gobiernos españoles, impulsados principalmente por el Partido Comunista, ni tentativa alguna para frenar la revolución, hubieran podido alterar su política respecto al conflicto español.

De lo dicho en las páginas anteriores no debe deducirse que todos los comunistas españoles, aunque siguieran sin vacilar las directrices del Kremlin,[38] imaginaron que Rusia obraba con propósitos desprovistos de egoísmo al prestar ayuda a la zona antifranquista.

«[Yo] creía sinceramente —escribe Valentín González, más comúnmente conocido como “El Campesino”, importante figura comunista durante la guerra— que el Kremlin nos mandaba sus armas, a sus técnicos militares y políticos, las brigadas internacionales reunidas bajo su dirección como prueba de solidaridad revolucionaria… Sólo después he comprendido que el Kremlin no sirve a los pueblos, sino que se sirve de ellos; que con una perfidia y una hipocresía sin igual, aprovecha al proletariado internacional como una simple masa de maniobra al servicio de sus combinaciones políticas; que so pretexto de revolución universal, lo que quiere es consolidar su contrarrevolución totalitaria y preparar su dominación mundial…»[39]