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LOS COMUNISTAS DIRIGEN EL GABINETE

Del mismo modo que los dos ministerios que el Partido Comunista tenía en el gobierno no constituían un índice real de la fortaleza de dicho Partido en el país, tampoco daban una indicación verdadera de la influencia que ejercían en los consejos del Gabinete.[1] Ocurría así porque el peso real de los comunistas en el Gobierno no descansaba tanto en las dos carteras que habían conseguido, como en la secreta influencia que ejercían sobre el ministro de Asuntos Exteriores y hombre de confianza de Largo Caballero, Julio Álvarez del Vayo, y sobre el ministro de Hacienda, doctor Juan Negrín. Aunque vicepresidente de la sección madrileña del Partido Socialista y oficialmente socialista de izquierda, Alvarez del Vayo pronto fue considerado por las figuras predominantes de su partido como un comunista de convicción.[2] Partidario de la Unión Soviética y de la política de la Internacional Comunista antes de la guerra civil,[3] había jugado un importante papel, como ya hemos demostrado, en la fusión de los movimientos juveniles socialista y comunista[4] y durante la guerra se adhirió a la campaña comunista en favor de la fusión de los partidos socialista y comunista.[5] Como consejero de confianza del Primer Ministro, no sólo le guiaba en todo lo referente a la política exterior, sino que fue nombrado por él para dirigir el vital Comisariado de Guerra, que determinaba la orientación política de las fuerzas armadas y en dicha organización, según Pedro Checa, miembro del Politburó, Álvarez del Vayo sirvió «escrupulosamente» al Partido Comunista.[6] Estaba también encargado de los nombramientos en la oficina de prensa extranjera que censuraba los despachos de los corresponsales, teniendo en cuenta la opinión exterior.

«Durante los tres meses que fui director de propaganda para los Estados Unidos e Inglaterra, bajo Álvarez del Vayo… recibí instrucciones para no enviar al exterior una sola palabra acerca de la revolución operada en el sistema económico de la España Republicana —escribió Liston Oak—. Ningún corresponsal extranjero en Valencia (sede provisional del Gobierno) podía expresarse libremente acerca de la revolución que habla tenido lugar».[7]

Pero por valiosos que fueran los servicios de Álvarez del Vayo para los comunistas, ayudándoles a realizar su estrategia de infiltración y dominio durante las primeras etapas de la guerra civil, el principal instrumento en llevar dichos planes a la práctica en sus etapas finales fue el doctor Juan Negrín. Partidario al iniciarse el conflicto de la facción centrista anticomunista del Partido Socialista que dirigía Indalecio Prieto,[8] profesor de fisiología en la Facultad madrileña de medicina, ministro de Hacienda en el Gobierno de Largo Caballero, Primer Ministro desde mayo de 1937 a abril de 1938, y Primer Ministro y ministro de Defensa desde abril de 1938 hasta el final de la guerra en marzo de 1939, fue más responsable que ningún otro español del triunfo final de la política comunista.[9] Aunque hombre de confianza de Prieto y recomendado por éste para dirigir el Ministerio de Hacienda en el Gobierno de Largo Caballero,[10] desde mucho antes de acabarse la guerra, Negrín se libertaría, al principio en secreto y luego abiertamente, de los lazos que le ataban al jefe socialista moderado.

Como ministro de Hacienda en la administración de Largo Caballero, Negrín mantuvo constantes y cordiales relaciones con Arthur Stashevsky, oficialmente representante comercial del Gobierno soviético, a quien Stalin, en palabras del general Krivitsky, jefe de la Inteligencia Soviética en la Europa occidental, había asignado la tarea de «manipular las riendas políticas y financieras de la España Republicana».[11] Según Louis Fischer que mantenía relación personal con la mayor parte de los principales rusos en España, el enviado comercial soviético «no sólo convino la compra por parte de España de armas rusas, sino que fue el consejero amistoso de Negrín en muchos problemas económicos».[12] Desde luego parece que fue por sugerencia de Stashevsky que, en octubre de 1936, Negrín embarco más de la mitad de las reservas de oro español con destino a la Unión Soviética.[13] Esta importante transferencia por valor de 578 millones de dólares[14] —llevada a cabo a causa del inminente peligro que se cernía sobre Madrid, así como por la dificultad de comprar armas a otros países, debido al acuerdo de no intervención— obraría inmediatamente en el sentido de que el Gabinete iba a depender en gran parte de la buena voluntad de Moscú, puesto que quedaba privado de toda capacidad de regateo con los agentes soviéticos en España.

Otro factor que pesó considerablemente a favor de la influencia comunista en los asuntos del Gobierno, fue la llegada, en septiembre y octubre de 1936, de consejeros militares y agentes políticos, que ejercieron de hecho, aunque no declaradamente, la autoridad de ministros.[15] Pero el que consiguieran tal influencia no se debió a la existencia en España de fuerzas soviéticas lo suficientemente nutridas como para ejercer coerción sobre el Gobierno.

«Estoy seguro —afirma Indalecio Prieto, ministro de Marina y Aire en el Gabinete y ministro de Defensa después de la caída de Largo Caballero— de que en ningún instante, contando aviadores, técnicos de la industria, consejeros militares, marinos, intérpretes y policías, llegaron a medio millar los rusos en nuestro territorio.[16] Constituían entre ellos el mayor número los aviadores, quienes, de la misma manera que los alemanes e italianos, se relevaban por plazos cortos…[17] Rusia no podía ejercer coacción alguna que derivase de fuerzas militares enviadas a España por ella. Su coacción provenía de haber quedado, a virtud de la conducta de las demás potencias, como nuestra única suministradora de material, y el instrumento coactivo lo constituían el Partido Comunista Español más los comunistas y comunistoides enrolados en otras organizaciones políticas, principalmente en la socialista».[18]

Además, la posición de los comunistas en el Gobierno se veía grandemente fortalecida porel hecho de que podían obtener apoyo, en casos importantes de política doméstica y exterior, de los representantes republicanos y socialistas moderados[19] y de que Largo Caballero, no obstante la presión rusa y la devastación padecida en sus filas, mantuvo relaciones llevaderas con el Partido Comunista durante los primeros meses de su actuación ministerial; ya que por más que se le hubiera provocado en secreto, todavía existía entre ellos un gran margen de acuerdo. En realidad, desde el día en que se formó su Gobierno, adoptó el criterio comunista de que era preciso impresionar al mundo exterior con su moderación. No es que él o los otros miembros no comunistas de su Gabinete se preocuparan de los amplios propósitos de la política rusa. Simplemente confiaban en que al proclamar su respeto hacia las formas legales, Inglaterra y Francia, temerosas de un vasallaje español hacia Italia y Alemania, levantaran finalmente el embargo de armas. Durante una conversación particular, sostenida poco después de aceptar su cargo, Largo Caballero declaró que era necesario «sacrificar el lenguaje revolucionario con el fin de ganarse la amistad de las potencias democráticas».[20] En este respecto se mostró inflexible. «El Gobierno español no combate por el socialismo, sino por la democracia y las formas constitucionales», declaró a una delegación de miembros del Parlamento británico.[21] Y en un comunicado a la prensa extranjera dijo:

«El Gobierno de la República española no tiende a implantar un régimen soviético en España, pese a lo que en algunos sectores extranjeros se haya dicho a tal efecto. El propósito esencial del Gobierno es mantener el régimen parlamentario de la República, tal como fue Instaurado por la Constitución que el pueblo español aceptó libremente».[22]

Demostrativa del interés de su Gabinete por la opinión extranjera, fue la declaración que publicó luego de la primera sesión de aquél. Evitando toda referencia a los profundos cambios revolucionarios que habían tenido lugar o a programa social alguno, decía:

«Primero. Que por su composición se considera representante directo de todas las fuerzas políticas que en los diversos frentes combaten por la subsistencia de la República democrática, contra la cual se alzaron en armas los facciosos…

Segundo. El programa ministerial se cifra esencialmente en el firme propósito de adelantar el triunfo sobre la rebelión, coordinando los esfuerzos del pueblo mediante la debida unidad de acción, a fin de hacerlos más provechosos. A ello se subordinan cualesquiera otros intereses políticos, dando de lado a diferencias ideológicas…

Cuarto. … El Gobierno afirma los sentimientos de amistad de España hacia todas las naciones y su más devota adscripción al Convenio que sirvió de base a la Sociedad de Naciones, esperando que, en justa reciprocidad, nuestro pais obtenga de los demás el mismo respeto que a todos ellos les habrá de guardar…

Sexto. El Gobierno saluda con el mayor entusiasmo a las fuerzas de tierra, mar y aire y a las Milicias populares que defienden la legalidad republicana. Suprema aspiración del Gobierno es hacerse digno de tan heroicos combatientes, cuyos legítimos anhelos de mejora social encontrarán en él un valedor muy decidido».[23]

Como era esencial con vistas a la opinión extranjera que se observaran las fórmulas legales, las Cortes se reunieron el 1.º de octubre, tal como estipulaba la Constitución. En un comentario acerca de ello, el director del órgano comunista Mundo Obrero, escribía:

«Los diputados de la nación, los representantes legales del pueblo, los diputados elegidos por la libre voluntad popular el 16 de febrero, se han reunido esta mañana. El Gobierno ha hecho su presentación al Congreso, como determina la Constitución de la República.

En plena guerra civil, cuando se combate en los frentes para imponer la legalidad republicana y la voluntad popular, el Gobierno obtiene el refrendo de la Cámara. Como representante genuino del pueblo se constituyó y, como tal, ha actuado hasta hoy. Tenía la confianza del jefe del Estado y ahora refuerza su origen legal, su carácter de Gobierno legítimo, con la confianza del Parlamento…

… A un lado, está la República, con los órganos legales que en el marco de la Constitución el pueblo se dio con el triunfo electoral de 16 de febrero. Al otro lado, están los militares traidores, los facinerosos fascistas, los aventureros de toda laya, dentro y fuera de España…

El mundo civilizado ya ha juzgado. Está a nuestro lado en su totalidad. Ayudar a los poderes legítimos de España es un deber que imponen los acuerdos internacionales, las relaciones entre los pueblos civilizados. Ayudar a los facciosos es un crimen de lesa civilización, de lesa humanidad».[24]

Y luego de la siguiente sesión de las Cortes, celebrada en diciembre, el órgano del partido de Izquierda Republicana declaró:

«La legalidad no tiene más que un medio de expresión. Esto es lo que ha venido a demostrar la sesión de ayer del Parlamento de la República… Es también la demostración más elocuente de la continuidad del régimen, republicano y democrático, y de la inquebrantable voluntad del país de no permitir que la legitimidad de su vida pública desaparezca, envuelta en el torbellino de pasiones y apetitos que desencadenaron esta sangrienta guerra civil.

En estos momentos, bien entrados ya los cuatro meses de lucha en que el mundo contempla el esfuerzo singular del pueblo madrileño y del pueblo epañol, la República confirma la existencia de una vida constitucional lozana y vigorosa. Funcionan, teniendo en cuenta las exigencias del día y las circunstancias particulares de un país en guerra, con normalidad todas sus instituciones fundamentales. Ni una sola ha sido superada…[25]

Una vez más, la sesión celebrada por las Cortes de la República deshace todos los argumentos especiosos de quienes, sobre todo fuera de España, gustan de calificar estridentemente al pueblo que lucha en defensa de derechos tan legítimos, que en otros países de mayor solera democrática ya no se alude siquiera a ellos, por ser verdades harto evidentes. España atraviesa hoy por la experiencia de una lucha de consolidación republicana y democrática como las que han vivido hace muchos años otros países.

¿Seria demasiado el pedir a otros Gobiernos que toleran el crimen internacional que en España se está cometiendo con la intervención de Italia y Alemania, que presten atención a lo que esto supone? Frente al enemigo de casa, el pueblo español, triunfante en las elecciones de febrero, hubiera salido triunfante de esta bárbara sublevación en pocos días. Pero frente al aparato militar de Alemania y de Italia no le queda más recurso que exponer su caso ante la opinión mundial con franqueza y con sinceridad.

El mismo Gobierno —o una continuación legítima de aquél—, el mismo parlamento, el mismo Presidente de la República, las mismas instituciones, en definitiva, con las que los países y gobiernos del mundo sostuvieron relaciones amistosas y cordiales hasta el 17 de julio, aparecen hoy, más de cuatro meses después de haber estallado el movimiento faccioso que pretendía poner fin a la legalidad constitucional de España, ejerciendo los mismos poderes y las mismas atribuciones. ¿Es que esto no dice nada? ¿O es que, ante la inexplicable agresión de que han sido objeto, ha perdido el mundo la sensibilidad?»[26]

A fin de asegurarse de que las democracias occidentales continuaran reconociendo al Gobierno republicano como autoridad legalmente constituida, era esencial que Manuel Azaña, presidente de la República, permaneciera en su cargo para sancionar los decretos de aquél y realizar las diversas funciones expresadas en la Constitución. El que pudiera ser persuadido a continuar indefinidamente de este modo, provocaba grandes dudas, no sólo debido a que su hostilidad a la revolución era del dominio publico, sino porque en octubre de 1936 —tres semanas antes del traslado del Gobierno a Valencia, como resultado del amenazador avance enemigo hacia la capital— había decidido establecer su residencia en Barcelona, desde donde se temía pudiese atravesar la frontera de Francia y allí dimitir de la presidencia.[27]

«Los informes que nos llegaban respecto a la actitud del señor Azaña… distaban mucho de ser alentadores —atestigua Álvarez del Vayo—. Temíamos que su habitual pesimismo, exacerbado por el aislamiento, le condujera a adoptar alguna decisión irrevocable».[28]

El estado de ánimo del presidente Manuel Azaña, también era perfectamente conocido en Moscú, y en diciembre de 1936, Stalin, Molotov y Voroshilov, demostrando hasta qué punto apreciaban su utilidad diplomática, transmitieron a Largo Caballero el siguiente consejo:

«Sobre todo, es necesario —le comunicaron por carta— asegurar al gobierno el apoyo de Azaña y de su grupo, haciendo todo lo posible para vencer sus titubeos. Esto es indispensable para impedir que los enemigos de España la consideren como una República comunista».[29]