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EL FRENTE POPULAR

«Nuestra tarea es atraernos a la mayoría del proletariado Y prepararlo para la toma del poder… —declaraba La Pasionaria a finales de 1933—. Ello significa que hemos de concentrar nuestro esfuerzo en la organización de comités de obreros y campesinos y en crear soviets…

… El desarrollo del movimiento revolucionario nos es en extremo favorable. Estamos avanzando por el camino que nos ha sido indicado por la Internacional Comunista y que conduce al establecimiento de un gobierno soviético en España, un gobierno de obreros y campesinos».[1]

Esa política ofrecía un extraño contraste con la practicada dos años más tarde en España. Desde luego, el cambio ocurrido tenía como origen las resoluciones adoptadas por el Séptimo Congreso Mundial de la Internacional Comunista en 1935, iniciando la política del Frente Popular. La causa de esta nueva política estaba en el empeoramiento de las relaciones germano-soviéticas desde la subida de Adolfo Hitler al poder en enero de 1933 y el temor de que el resucitado poderío militar alemán se dirigiera finalmente contra la URSS; mientras sufría los efectos inmediatos de la colectivización forzosa y concentraba todos sus esfuerzos en el fortalecimiento de su sistema político militar, la Unión Soviética tenía cuidado en no ofrecer provocación alguna que pudiera obligarla a un aislamiento permanente del régimen nazi.[2] Izvestiia, órgano del gobierno soviético, declaró a las pocas semanas del nombramiento de Hitler para Canciller del Reich que la URSS era el único Estado que «no abrigaba sentimientos hostiles hacia Alemania, cualesquiera que fuesen la forma y composición del gobierno de dicho país».[3] Pero el acercamiento ruso había sido recibido con frialdad y a finales de 1933 Molotov, presidente del Consejo de los Comisarios del Pueblo, se quejó de que durante el año anterior, los grupos gobernantes de Alemania habían realizado varias tentativas para revisar las relaciones con la Unión Soviética.[4]

Con vistas a buscar salvaguardas contra la amenaza de la expansión alemana y hacer sentir su influencia en las cancillerías de la Europa Occidental, la Unión Soviética abandonó su actitud de hostilidad hacia la Sociedad de Naciones, ingresando en la misma en septiembre de 1934. «Al entrar en la Sociedad de Naciones —dijo el órgano del Comintern, International Press Correspondence—, será posible para la URSS combatir con mayor eficacia una guerra contrarrevolucionaria contra la URSS».[5] Pero a pesar de este paso, la intranquilidad respecto a las intenciones alemanas continuó vigente.

«… La amenaza directa de guerra ha aumentado para la URSS, —declaró Molotov en enero de 1955—. No debemos olvidar que existe actualmente en Europa un partido gobernante que ha proclamado como su tarea histórica el apoderarse de territorios en la Unión Soviética».[6]

Como otra medida para contrarrestar la amenaza alemana a su seguridad, Rusia concluyó con Francia, el día 2 de mayo de 1935, un Pacto de Asistencia Mutua. Sin embargo, este tratado se vio favorecido por los franceses con el fin principal de eliminar todo lazo de unión que aún quedara entre la URSS y Alemania desde el acercamiento germano-ruso iniciado en Rapallo en 1922[7] y acabar con la oposición del Partido Comunista francés al programa de defensa nacional;[8] en realidad no se vio nunca complementado por ningún convenio militar efectivo entre los respectivos estados mayores[9] y desde el principio suscitó muy poco entusiasmo incluso en los círculos gubernamentales.[10] Por ello, Moscú creía muy positivamente en la posibilidad de que el pacto pudiera ser descartado y, debido a ello, se convirtió en tarea primordial para los comunistas franceses el asegurar que Francia haría honor a sus compromisos.

«Nos felicitamos por el pacto franco-soviético —declaró el jefe comunista francés, Vaillant Couturier—, pero como no tenemos confianza alguna en que la burguesía francesa y los cuadros fascistas del ejército francés observen sus cláusulas, debemos actuar en consecuencia. Sabemos que cualesquiera que sean los intereses que impulsan a ciertos círculos políticos franceses hacia un acercamiento con la URSS, los campeones del imperialismo francés odian a la Unión Soviética».[11]

Es cierto, desde luego, que existían, tanto en Francia como en Gran Bretaña, poderosas fuerzas que se oponían a compromisos concluyentes y firmes en la Europa Oriental, que pudieran enzarzar al Occidente en una guerra con Alemania y que parecían dispuestas a apoyar los propósitos expansionistas de la última a expensas de la Unión Soviética.

«En aquellos años de la anteguerra —escribe Summer Welles, que en 1937 ocupó el cargo de Subsecretario de Estado de los Estados Unidos— grandes intereses financieros y comerciales en las democracias occidentales, incluyendo muchos en los Estados Unidos, creían firmemente que la guerra entre la Unión Soviética y la Alemania hitleriana sólo serviría para favorecer sus propios intereses. Mantenían que Rusia sería necesariamente derrotada, y con esta derrota el comunismo quedaría destruido; sostenían también que Alemania quedaría tan debilitada como resultado del conflicto, que durante muchos años a partir de entonces, seria incapaz de amenaza alguna contra el resto del mundo.[12]

Es indudable que los gobernantes de la Europa Occidental veíanse enfrentados a una elección decisiva:

Por un lado podían oponerse y destruir al régimen nazi, mientras fuera débil, dejando a la Unión Soviética libre para incrementar sus recursos, y convertirse con el tiempo y con la ayuda de partidos comunistas aliados, en una gran amenaza para el mundo;[13] por otro lado, podían también, aunque no sin oprobio y extremo peligro para si mismos, permitir que el régimen nazi arrollara a los Estados no totalitarios de la Europa Central y Sub-Oriental, al oeste de la frontera rusa, con la esperanza de que a su tiempo, entrara en colisión con el creciente poderío de la Unión Soviética.[14] Hasta qué punto su actitud hacia Alemania quedaba determinada por dicha esperanza, aparece evidente en palabras de Lord Lloyd, destacado diplomático británico. En su folleto The British Case, escrito poco después del estallido de la guerra en 1939 entre Gran Bretaña y Alemania, y al que se concedió sanción oficial por el prefacio encomiástico de Lord Halifax, secretario de Estado para Asuntos Exteriores, Lord Lloyd escribió:

«Por abominables que sean los métodos (de Hitler), por engañosa que resulte su diplomacia, por intolerante que pueda mostrarse acerca de los derechos de otros pueblos europeos, al menos puede declararse defensor de algo que resulta de interés común para Europa y que, por consiguiente, podía con toda probabilidad proporcionar algún día una base para el entendimiento con otras naciones, igualmente decididas a no sacrificar sus instituciones y costumbres tradicionales en los altares sangrientos de la revolución mundial».[15]

A fin de impedir que las democracias occidentales zanjaran sus diferencias con el Tercer Reich a expensas de Rusia; a fin de garantizar que el pacto franco-soviético de ayuda mutua, no quedara soslayado, y a fin también de concluir alianzas similares con otros países, en especial Gran Bretaña, era esencial para la Unión Soviética que en Europa Occidental fueran elevados al poder gobiernos hostiles a los propósitos alemanes en la Europa Oriental. Con este objetivo a la vista, la directriz del Frente popular quedó formalmente aceptada en el Séptimo Congreso Mundial de la Internacional Comunista celebrado en agosto de 1935.[16] El Congreso decidió que una de las tareas inmediatas de los comunistas de todos los países era la de encuadrar a los campesinos y a la pequeña burguesía urbana dentro de un «amplio frente popular antifascista». Afirmando que «los círculos dominantes de la burguesía inglesa apoyan el rearme alemán[17] con el fin de debilitar la hegemonía de Francia en el continente europeo… y dirigir la agresividad germana contra la Unión Soviética»,[18] el Congreso declaró que la lucha en favor de la paz significaba la mejor oportunidad para crear el más amplio frente unido y que «todos cuantos estuvieran interesados en la consecución de la paz deberían formar parte de este frente». Esto se conseguiría movilizando al pueblo contra «la política de saqueo de los monopolios capitalistas y de los gobiernos burgueses» y contra «el creciente aumento de los impuestos y el alto costo de vida».[19] Aunque el Congreso reafirmó los propósitos de la Internacional Comunista: derrocación revolucionaria del dominio burgués y establecimiento de la dictadura del proletariado en forma de soviets,[20] la política de unión con la clase media no podía sino llevar, más tarde o más temprano, a una tentativa por parte de las varias secciones de la Comintern, para desmentir el pasado revolucionario de aquélla y deshacer las sospechas con que en otros tiempos estuvo considerada.