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LA REVOLUCIÓN ATACA A LA PEQUEÑA BURGUESÍA

Ante la desesperación de millares de artesanos, pequeños fabricantes y negociantes, sus locales y equipos fueron expropiados por los sindicatos de la CNT anarcosindicalista, y con frecuencia también por los sindicatos, un poco menos radicales, de la socialista UGT.[1]

En Madrid, por ejemplo, los sindicatos no sólo se apoderaron de los locales y herramientas de los zapateros, carpinteros y otros productores en pequeña escala, sino que colectivizaron todos los salones de belleza y las barberías, estableciendo idénticos salarios para los antiguos dueños y para sus empleados.[2] En Valencia, ciudad de más de 350 000 habitantes, casi todas las fábricas, grandes y pequeñas, fueron incautadas por la CNT y la UGT,[3] mientras que en la región de Cataluña, donde los anarcosindicalistas ejercieron un dominio casi total durante los primeros meses de la revolución,[4] la colectivización se llevó a cabo de manera tan completa, que comprendía no sólo las grandes fábricas sino hasta las más pequeñas ramas de la artesanía.[5] El movimiento de colectivización fue también impuesto a otros sectores que eran exclusivos de la clase media. En Barcelona, capital de Cataluña, con una población cercana al millón doscientos mil habitantes, los obreros anarcosindicalistas colectivizaron el comercio al por mayor del pescado y los huevos,[6] establecieron un Comité de control en el matadero, y prescindieron de los intermediarios;[7] colectivizaron también el mercado central de frutas y verduras y suprimieron a todos los negociantes y comisionistas, como tales, permitiéndoles, sin embargo, unirse a la colectividad como asalariados.[8] La industria láctea en Barcelona fue también colectivizada. Los anarcosindicalistas eliminaron como antihigiénicas más de cuarenta fábricas de pasteurización, pasteurizaron toda la leche en las nueve restantes, y determinaron suprimir los detallistas, estableciendo cerca de ciento cincuenta tiendas.[9] Muchos detallistas entraron en la colectividad, pero algunos se opusieron: «Pretendían un sueldo mucho más elevado que el de los otros trabajadores de la colectividad, alegando que no podían vivir con el sueldo asignado».[10] En Granollers, uno de los principales mercados de Cataluña y centro de intermediarios antes de la guerra, todos éstos quedaron suprimidos o apartados de las transacciones, no dejando a los campesinos más alternativa que la de vender sus productos a través de los comités locales de abastos formados por la CNT.[11] Y tal fue el caso en innumerables otras localidades de la zona izquierdista.[12] En la región de Valencia, centro de la industria naranjera, para citar otro ejemplo de la invasión por los sindicatos al campo del comercio privado, la CNT puso en marcha una organización para comprar, empacar y exportar la cosecha naranjera, con una red de 270 comités en diferentes pueblos y ciudades, que desplazaron de esta importante industria a varios millares de corredores.[13] En resumen, los sindicatos se entremetieron en los intereses de la clase media dentro de casi todos los terrenos. Detallistas y comerciantes al por mayor, los dueños de hoteles, cafés y bares, los ópticos y médicos, los barberos y panaderos, los zapateros y carpinteros, las modistas y sastres, los ladrilleros y contratistas, para citar sólo unos pocos ejemplos, se vieron apresados de manera implacable por el movimiento colectivizador en innumerables ciudades y pueblos.[14]

Si algunos miembros de la clase media se acomodaron a su nueva situación como empleados, en vez de dueños de sus antiguos negocios, con la callada esperanza de que la fiebre revolucionaria se consumiera a sí misma rápidamente y que sus propiedades les fueran devueltas, pronto se iban a desilusionar; porque pasadas las primeras semanas de expropiaciones en masa carentes de coordinación, algunos sindicatos emprendieron una reorganización sistemática de ramos enteros, cerrando centenares de pequeñas fábricas y concentrando la producción en las que estuvieran provistas de mejor equipo.

«Los pequeños patronos que tengan la cabeza un poco despejada —declaró Solidaridad Obrera, principal órgano anarcosindicalista en España— fácilmente comprenderán que la forma de producir en pequeñas industrias no tiene eficacia. El esfuerzo dividido resta producción; no es lo mismo trabajar en un gran taller, con todos los adelantos de la técnica que trabajar en un tallercito utilizando procedimientos de época del artesanado. Si la orientación que seguimos es la de Procurar acabar con todas las contingencias e inseguridades del régimen capitalista, es indiscutible que tenemos que orientar la producción de forma que asegure el bienestar colectivo. Y el bienestar colectivo sólo lo asegura un trabajo que armonice los intereses de todos los hombres».[15]

De acuerdo con este parecer, los obreros de la CNT llevando consigo a los de la UGT, cerraron más de setenta fundiciones en la región de Cataluña y concentraron su equipo y personal en sólo veinticuatro.[16]

«En éstas —declaró un portavoz de la industria socializada— se ha conseguido olvidar los vicios de aquellos pequeños burgueses, que no se preocuparon de los caracteres técnicos de la industria y hacían de sus talleres centros de la tuberculosis».[17]

En Barcelona, el sindicato de madereros —que ya había instalado comités de control en todos los talleres y fábricas y utilizaba a los antiguos dueños como dirigentes técnicos con el mismo sueldo que los obreros—[18] reorganizó la industria entera, cerrando centenares de talleres y concentrando la producción en las fábricas mayores.[19] En la misma ciudad, la CNT llevó a cabo cambios igualmente radicales en la industria de la tenería, reduciendo setenta fábricas a cuarenta,[20] mientras en la industria del vidrio cien fábricas y almacenes se redujeron a treinta.[21] Aun más drástica fue la reorganización llevada a cabo por la CNT en las barberías y salones de belleza de Barcelona; 905 fueron cerrados y su personal y equipo concentrados en 212 de los mayores, mientras los propietarios desposeídos recibieron el mismo trato, respecto a derechos y deberes, que sus antiguos empleos.[22] Una reorganización similar, o socialización como se la llamó, afectó, por citar sólo unos cuantos ejemplos, a los sastres, las modistas, la industria metalúrgica y la industria del cuero en Valencia,[23] la industria del calzado de Sitges,[24] las industrias del metal y textiles de Alcoy,[25] la industria maderera de Cuenca,[26] la industria ladrillera de Granollers,[27] la industria de tenería de Vich,[28] los panaderos de Barcelona,[29] y los mueblistas de Madrid[30] y Carcagente.[31]

«En todos los pueblos y ciudades de Cataluña, Aragón, Levante y Castilla —escribe un observador que había viajado extensamente por dichas regiones— los pequeños talleres en que se trabajaba mal, bajo condiciones antihigiénicas y antieconómicas, fueron cerrados lo más rápidamente posible. La maquinaria se concentró en varios talleres o, a veces, en uno solo. De este modo, la dirección del trabajo quedó simplificada y la coordinación de los esfuerzos se hizo más efectiva».[32]

Nada tiene de extraño entonces, que al primer choque de estos acontecimientos revolucionarios los productores y negociantes en pequeña escala se considerasen arruinados; porque aun cuando los anarcosindicalistas respetaban la pequeña propiedad, había entre ellos quienes decían claramente que se trataba sólo de una indulgencia temporal mientras durase la guerra: «… desaparecida la actual guerra y ganada la batalla al fascismo —advirtió en Valencia un prominente anarcosindicalista— suprimiremos la pequeña propiedad, sea cual fuera y como fuera, e intensificaremos y totalizaremos la socialización y la colectivización».[33] Desde luego, los anarcosindicalistas alegaban que «la táctica dúctil e inteligente seguida por los trabajadores, atrajo la simpatía de muchos comerciantes e industriales modestos que no tuvieron inconveniente de ninguna especie en convertirse automáticamente en obreros con los mismos derechos y deberes que los demás»,[34] pero sólo en los casos más excepcionales los miembros de la pequeña burguesía acogieron con agrado los cambios revolucionarios,[35] y la buena voluntad que demostraron no podía tomarse como un índice real de lo que verdaderamente sentían. La clase trabajadora estaba armada, era dueña de la situación y la pequeña burguesía no tenía otro recurso que el de doblegarse a la realidad de los acontecimientos.

Sin embargo, los obreros más radicales no se basaron enteramente en la fuerza o en la amenaza de utilizarla para conseguir sus fines. A veces intentaron emplear la persuasión:

«Todos vosotros, propietarios de tiendecitas, vírgenes en la cuestión social, ya que hasta el momento presente sólo habéis leído esquelas y anuncios en “La Vanguardia” —decía un llamamiento dirigido a la pequeña burguesía por la Sección de Alimentación del Sindicato Mercantil (CNT)— a no tardar vais a ser absorbidos por los acontecimientos sociales que renovarán completamente toda la actual estructuración por otra más digna y justiciera, donde no imperará más la explotación del hombre sobre el hombre.

Esa vuestra vida rastrera que habéis llevado a cabo hasta el momento presente, dedicada exclusivamente a vuestro negocio, trabajando doce y catorce horas diarias para vender cuatro miserables coles, dos kilos de arroz y tres litros de aceite, ha de terminar…

A este fin esta Sección de Alimentación os llama para educaros socialmente con la asistencia diaria de este Sindicato, sito en la plaza de Maciá 12, entresuelo, donde con vuestro roce continuo con nuestros camaradas llegaréis a emanciparos social y moralmente de los prejuicios que hasta hoy os han dominado».[36]

Pero la clase media no había hecho proyectos y ahorrado durante años, no había luchado para sobrevivir a la competencia de las grandes empresas, para ver sus esperanzas de independencia arruinadas en un solo día. Si hubiesen esperado algo de la revolución, hubiera sido el verse libres de la competencia y participar en mayor escala en la riqueza del país, pero no la expropiación y un salario de obrero. Incluso antes de que el movimiento de colectivización les hubiera azotado con toda su fuerza, una profunda inquietud se había difundido entre ellos, y fue en vano que los anarcosindicalistas trataran de calmar sus recelos pintándoles el futuro con brillantes colores.

«Ha llegado a nuestros oídos —dijo Solidaridad Obrera en el segundo mes de la revolución— que los sectores de la economía minifundista están profundamente alarmados. Sospechábamos que la zozobra de los primeros días se había esfumado por completo.

Pero se mantiene la desazón del tendero, del comerciante, del pequeño industrial, del artesano y del pequeño campesino. No sienten confianza en las directrices del proletariado…

La mesocracia no va a perder nada con el hundimiento del capital. No duden que ganará con creces. Fíjense, por un instante, en la preocupación diaria que representa para la mayor parte de tenderos y de pequeños industriales el pago de las facturas, de los impuestos y de los alquileres. No pueden hacer frente a los compromisos comerciales…

De manera que cuando desaparezca la propiedad privada y con ella la libertad de comerciar con el producto ajeno habremos librado de una pesadilla a muchos tenderos que viven bajo la constante amenaza del embargo, o bien del desahucio…

No se preocupe la pequeña burguesía. Acérquese al proletariado. Pueden estar convencidos y percatados que cuando se llegue a abolir la propiedad privada y la facultad de comerciar, se implantarán nuevas normas que de ninguna manera serán lesivas para los ciudadanos que se sientan afectados por las medidas sociales.

Alejen de sí la actual preocupación. Cuando se logre abatir el fascismo, ya se podrá avizorar el mañana con mayor optimismo. Pero han de identificarse con el proletariado».[37]