XV

Los presos políticos que se negaban al plan de adoctrinamiento, los “plantados”, como les gustaba llamarse, habían constituido una especie de tribunal de honor para dirimir las querellas entre ellos sin recurrir a las autoridades del penal. Varias veces habían impuesto sanciones morales a los que incurrían en faltas. Entre las dos últimas camas de la galera octava, tres hombres acuclillados —Sabatier, Menocal y Ocaña— escuchaban la defensa que de sí mismo, desesperado, lloroso, hacía Taboada:

—Manolo está equivocado, les juro que está equivocado, yo soy incapaz de una cosa semejante.

El “colorado” Ocaña fijó los espejuelos con los dedos índice y pulgar con el gesto con que invariablemente evidenciaba su escepticismo, clavó la vista en el hematoma que enmarcaba el ojo derecho de Taboada y creyó percibir un poco de compasión por el “mediquito”.

—Todo ha sido una confusión, me acerqué a su cama para despertarle, le toqué el vientre y el pecho, estaba profundamente dormido —una garra de angustia le apretaba las palabras a Taboada; las que escapaban con vida se le atorbellinaban en la boca saltando al exterior desnudas de veracidad.

Sabatier se acarició el diente partido en las penumbras de su boca. Taboada se le antojó un tipejo deleznable, un miserable, un pervertido. Inventarió media docena de adjetivos sin que su lengua abandonara el regodeo. “Debería estar muerto”, pensó mirando inexpresivamente la cara llorosa de Taboada.

—Monolo tuvo una pesadilla y comenzó a pegarme —gritó Taboada.

Menocal recordó el testimonio de Manolo Sánchez:

“El muy sinvergüenza comenzó a tocarme los muslos; yo estaba dormido y no me di cuenta de lo que él hacía, pero cuando se me tiró me desperté y le entré a golpes. Si no me lo quitan lo mato”.

La voz desgarrada de Taboada perforó con cien dardos los recuerdos de Menocal:

¿Quién va a creer que yo soy maricón? Yo no soy maricón, fue una confusión de Manolo.

—¿Por qué fuiste a despertar a Manolo a medianoche? —preguntó Sabatier con un tono de evidente hostilidad. Taboada se pasó la mano por la boca y la barbilla secándose unas gotas de sudor que no existían.

Iba a decirle… algo muy importante —tartamudeó.

¿Por qué a esa hora? —insistió Sabatier.

Porque todos dormían y no quería que nadie se enterase —Taboada palpó amargamente la endeblez de su respuesta.

Menocal volvió a recordar la voz ronca de Manolo Sánchez: “Yo le había notado algo raro desde una vez que estuve enfermo y ese tipo vino a verme: me miró de un modo extraño. Me apretó el vientre mirándome a los ojos de una manera lujuriosa. Yo me sentí medio cortado, pero como parecía hombre no le hice mucho caso. Si no me llega a pasar a mí mismo no lo creo”.

—Pero dice Manolo que tú lo tocaste —Menocal miró con desprecio a Sabatier; era innecesario insistir en el asunto. Taboada dijo que no con la cabeza, moviéndola nerviosamente, y a los pocos segundos con una ráfaga de monosílabos ametralló la afirmación de Sabatier:

—No, no, no, no, no, Manolo Sánchez está equivocado… yo le toqué el vientre no —la palabra se ahogó al salir—… entre los muslos.

—También dice que te le tiraste —Sabatier se regodeaba; Ocaña intervino:

—Si Taboada aceptó someterse al Tribunal no fue para que le ofendiéramos,

sino para que escucháramos su versión.

—Yo digo lo que dijo Manolo Sánchez —contestó irritado Sabatier.

—Pero no es necesario que lo digas —terció Menocal.

—Pero tampoco tengo por qué callarme —insistió Sabatier.

—Sánchez está equivocado, les juro que está equivocado —dijo Taboada tragándose los sollozos.

—Pero ¿te le tiraste o no? —gritó en tono enérgico Sabatier.

—No, no —Taboada bajó la voz como implorándole a Sabatier que hiciera otro tanto—, tal vez tropecé tenía la cabeza inclinada, pero es que Sánchez duerme en la litera intermedia y hay que inclinarse…

—¿Y qué era eso tan importante que tenías que decirle? —casi burlón, volvió a preguntar Sabatier. Taboada, tragando en seco, le echó mano a lo único que se le antojaba convincente:

—A un plan de fuga que Carrillo y Moleón tienen en marcha.

—Eso es mentira —dijo Sabatier, y agregó—: Moleón tiene tifus, se está muriendo.

—No, no, es mentira —Taboada se sintió aliviado—; yo inventé lo del tifus… para que nadie se acercara a su cama. Martínez y Mesa están en el asunto; han sacado del sótano docenas de libras de dinamita y varios metros de cordón detonante. Todo está bajo la cama de Moleón.

Ocaña y Menocal le dieron crédito a lo que oían. Sabatier fingió no dárselo.

—Eso no cambia las cosas; aunque fuera verdad toda esa novela, no tenías por qué ir a la cama de Sánchez a contárselo a medianoche. Lamento decirte —se puso retórico— que me parece más verosímil lo que cuenta Sánchez.

—Entonces, tú crees…

—Sí —el tono era desafiante— creo que eres un enfermo y creo que los de tu calaña deberían estar muertos; y creo que si no lo están deberíamos matarlos…

—¡Cállate, Sabatier! —gritó Ocaña—. Taboada ha sido un compañero leal…

—Un homosexual miserable…

—No ofendas más —gritó también Menocal.

—¡Confiésalo, Taboada! ¡Confiesa que eres homosexual!

—No, no lo soy… estaba nervioso —comenzó a balbucir Taboada—; llevo dos años presos… estaba confundido.

—Cállate, Taboada —dijo Ocaña aguijoneado por una piedad súbita, desconocida.

—¡No, que no se calle, que confiese! ¡Que lo diga todo! —triunfal, berreó Sabatier.

—No vale la pena fingir. No sé lo que me ocurrió. Es verdad lo que dijo Sánchez, pero no entiendo cómo pudo pasar —Taboada sintió que la carga de angustia negra se le enrojecía de vergüenza; su voz entrecortada se embozó en la tristeza—. A pesar de esto yo soy tan hombre como el que más; soy capaz de cualquier sacrificio; estoy dispuesto a hacer lo que quieran; a pagar esto con lo que sea.

—No sigas, Taboada —Menocal sintió ganas de matar a Sabatier, de estrechar a Taboada y de decirle que la hombría no era siempre una cuestión de inclinaciones sexuales no dijo nada más, se conformó con el “no sigas, Taboada” y bajó los ojos.

Sabatier sonrió con un gesto de perdonavidas; golpeó a un tiempo con las dos manos sobre las rodillas y dijo:

—¿No ven? Yo sabía que Sánchez no mentía —Taboada sintió un profundo rencor contra Sabatier.

—Vete, Taboada —suplicó Ocaña—; luego te diré lo que acordemos.