II

—¿Por qué mató usted a Jean Bajeux? —preguntó el teniente Wong al Ronco Matías. Matías, oscuramente, intuyó que Yan Bayó debía haber sido el haitiano Musiú. Sonrió ligeramente al darse cuenta que a pesar de todo el negro manco tenía un nombre y un apellido como el resto de la gente. Miró fijamente al funcionario Barniol —que observaba la escena en silencio— y sacó de lo profundo una voz de carraspera y esputo:

—Lo maté por traidor y por hijo de puta —la afirmación contundente fue dicha sin un asomo de resquemor.

—¿Quién te ayudó? —los ojos del teniente Wong habían desaparecido de su cara.

—Nadie —dijo Matías y preguntó con orgullo—: ¿para matar a un negro manco cuántos cree que hacen falta?

—¿Los dos que estaban con usted tuvieron algo que ver? —intervino Barniol con tono grave.

—Nada. Me aguantaron porque eran los que estaban más cerca. Se despertaron con los aullidos de ese negro mono —Matías notó que la saliva se le espesaba. Tenía sed—. ¿Puedo tomar agua? —preguntó abandonando el tono de insolencia. Wong miró a Barniol. Una señal de la cabeza del funcionario bastó para que el teniente lo autorizara.

—Levántese y cójala usted mismo —bebedero de metal a pocos metros. Matías se levantó rápido, Mientras bebía, casi de reojo, observó cómo el teniente y el funcionario Barniol hablaban en voz baja. Regresó a su puesto enjugándose con el brazo los cachetes empapados.

—Señor Matías Morales —el chino había adoptado un tono raro, alejado de la brusquedad de hacía unos segundos; los ojos le habían reaparecido y le brillaban intensamente— ¡así que el famoso “Ronco” Matías —insistió en la enigmática broma—; veremos si además de valiente y decidido —Wong masticó los adjetivos— es también curioso. ¿Es usted curioso? —preguntó con una sonrisita. Matías no supo qué contestar y optó por sonreír con una intensidad que juzgó parecida a la empleada por el teniente.

—¿Ve usted esta pistola? —Wong extrajo de la cartuchera un cuervo negro y grande.

—Sí —el Ronco Matías tragó en seco. La ’45 revoloteaba entre las manos del teniente Wong.

—¿A que usted no sabe lo que hay dentro del cañón de una pistola? —el chino adoptaba una entonación amable, de juego inofensivo. Matías Morales se quedó callado. Cualquier respuesta le parecía estúpida.

—Así que no sabe. Sabe matar a un negro viejo, pero no sabe lo que hay dentro del cañón de una pistola —el Ronco Matías alzó las cejas para subrayar su estupidez, su ignorancia o como le quisiera llamar aquel maldito chino.

—¿Pero es usted curioso? —volvió a preguntar Wong lleno de ansiedad. Matías Morales pensó que lo mejor era decir algo y asintió con una mirada afirmativa.

—¡Así me gusta! La curiosidad es condición de la gente de buena ley. ¿Qué ve usted aquí? —dijo Wong y con un movimiento rápido puso el cañón de la pistola en el ojo derecho de Matías. El Ronco comenzó a temblar.

—¿No ve usted nada? —gritó Wong sin obtener respuesta—. ¡Me cago en diez! ¿Que si no ve nada? —el cañón negro se aplastó contra el globo del ojo. Matías volvió a sentir sed. Otra vez sonó la voz de Wong, pero ahora parecía que salía del fondo de la pistola—. ¿Ves algo? Te pregunto que si ves algo —Matías se sintió más torpe que de costumbre. No podía pensar en nada. El hierro frío le oprimía el ojo derecho y el respaldo de la silla le inmovilizaba la cabeza.

—No veo nada, teniente, le juro que no veo nada.

—Mira bien, so maricón.

—Le juro que no se ve nada.

—¿No ves un negro con la cara destrozada?

—No, teniente, no veo nada.

—Mira bien, coño, mira bien, que allí está. ¿Lo ves?

—Sí, lo veo. Allí está.

—¿Cómo tiene la cara?

—Destrozada, teniente. La tiene destrozada.

—¿Quién fue el maricón que se lo hizo?

—Yo, teniente, yo fui.

—¿No ves nada más?

—No, teniente.

—Mira bien. Mira con cuidado y verás la punta de un plomo, pedazo de hijo de puta.

La presión del balazo le levantó la tapa del cráneo como si hubiesen dinamitado una cueva para abrir un cráter en una montaña. El trallazo de pólvora le quemó los párpados y las cejas. La masa encefálica se adhirió a las superficies más absurdas.

—Teniente —dijo Barniol con voz temblorosa—, mande limpiar todo esto, que se lleven eso y prepáreme un informe sobre los sucesos. Otra cosa: mande a los sospechosos de nuevo a sus galeras.