La entrega

Sí, he visto muchísimas cosas en este mundo. Soy testigo de los peores desastres y trabajo para los peores villanos.

Con todo, también tiene sus momentos.

Existen diversas historias (como ya antes he apuntado, un puñado nada más) que me procuran distracción mientras trabajo, igual que los colores. Las recojo en los lugares más infortunados e inverosímiles y me aseguro de recordarlas mientras me dedico a mis quehaceres. La ladrona de libros es una de esas historias.

Por fin pude hacer algo que llevaba mucho tiempo deseando cuando viajé hasta Sidney y me llevé a Liesel. La dejé en el suelo y, mientras paseábamos por la avenida Anzac, cerca del campo de fútbol, saqué un polvoriento libro negro del bolsillo.

La anciana se quedó muda de asombro.

—¿De verdad es lo que creo que es? —preguntó, cogiéndolo.

Asentí con la cabeza.

Nerviosa, abrió La ladrona de libros y pasó las páginas.

—Es increíble…

A pesar de que el texto se había desvaído, leyó las palabras. Los dedos de su alma acariciaron la historia escrita tanto tiempo atrás, en un sótano de Himmelstrasse.

Se sentó en el bordillo y yo hice lo propio, a su lado.

—¿Lo has leído? —me preguntó, aunque sin mirarme. Tenía los ojos clavados en las palabras.

—Muchas veces.

—¿Lo entendiste?

Se hizo un gran silencio.

Pasaron varios coches en ambas direcciones. Los conducían múltiples Hitlers, Hubermanns, Maxes, asesinos, Dillers y Steiners…

Quise decirle muchas cosas a la ladrona de libros, sobre la belleza y la crueldad, pero ¿qué podía contarle sobre todo eso que ella no supiera? Quise explicarle que no dejo de sobreestimar e infravalorar a la raza humana, que pocas veces me limito únicamente a valorarla. Quise preguntarle cómo un mismo hecho puede ser espléndido y terrible a la vez, y una misma palabra, dura y sublime. Sin embargo, no abrí la boca. Sólo conseguí hablar para confiarle a Liesel Meminger la única verdad que hago mía. Se lo dije a la ladrona de libros, y ahora te lo digo a ti.

ÚLTIMA NOTA DE LA NARRADORA

Los humanos me acechan.