El amargo sabor de las preguntas

A mediados de febrero, una semana después del cumpleaños de Liesel, Rosa y ella por fin recibieron una carta detallada de Hans Hubermann. Liesel entró corriendo después de abrir el buzón y se la enseñó a su madre. Rosa se la hizo leer en voz alta y no lograron reprimir la emoción cuando Liesel llegó a lo de la pierna rota. Estaba tan pasmada, que la joven leyó la frase en silencio.

—¿Qué ocurre, Saumensch? —se angustió Rosa.

Liesel la miró, a punto de escapársele un grito. El sargento había cumplido su palabra.

—Vuelve a casa, mamá. ¡Papá vuelve a casa!

Se abrazaron y la carta quedó estrujada entre sus cuerpos. Una pierna rota era algo digno de celebrar.

Barbara Steiner se puso contentísima cuando Liesel anunció la noticia en la puerta de al lado. Le frotó los brazos en señal de felicitación y llamó al resto de la familia. Reunida en la cocina, parecía que la buena nueva de la vuelta a casa de Hans Hubermann había elevado el ánimo de la familia Steiner. Rudy sonrió y se rio, y Liesel comprendió que al menos le ponía empeño; sin embargo, también sintió el amargo sabor de las preguntas en los labios de su amigo.

¿Por qué él?

¿Por qué Hans Hubermann y no Alex Steiner?

En eso tenía razón.