Agradecimientos

Siempre lamento terminar una novela histórica porque escribirlas es el mejor trabajo del mundo y las tareas de investigación es lo más divertido que me cabe imaginar. Abordo cada era histórica con una canasta llena de preguntas: ¿Qué comían? ¿Cómo se vestían? ¿Cómo funciona esa arma? Esta vez mis preguntas me han llevado a iniciar una reconstrucción de la época. Los estudiosos que recrean el mundo clásico han constituido una magnífica fuente para mí al escribir, tanto por los detalles sobre el vestido, el armamento y la comida, como por ser una fuente de inspiración. En ese aspecto quisiera dar las gracias a Craig Sitch y Cheryl Fuhlbohm de Manning Imperial, quienes realizan algunas de las mejores reconstrucciones de la cultura material de la Antigüedad clásica (www.manningimperial.com), así como a Joe Piela de Lonely Mountain Forge por ayudarme a recrear equipo militar con un calendario muy apretado. Debo un largo peán de alabanzas a cuantos eruditos y académicos han contestado pacientemente mis preguntas sobre temas tan diversos como los penachos de los yelmos o la sexualidad antigua, y especialmente al profesor Donald C. Haggis y al profesor James Davidson. También quisiera dar las gracias a Paul McDonnell-Staff, Paul Bardunias y Giannis Kadoglou por su profundo conocimiento y su permanente disposición a contestar preguntas, así como a otras sociedades de todo el mundo, desde España hasta Australia, dedicadas a recrear la Grecia antigua. También quisiera dar las gracias a los amigos que considero mi «cuerpo de arqueros», incluyendo entre otros, a Chris Verwijmeren, Zack Djurica, Matt Heppe (¡también novelista!) y Dariusz Wielec, quienes aportaron la muy necesaria flora y fauna para poblar las escenas de la estepa de Melita, así como para ilustrar Tom Swan.

Gracias sobre todo a los miembros de mi propio grupo, Hoplologia and the Taxeis Plataea, por ser los conejillos de Indias en la experimentación con un sinfín de artículos de la vida cotidiana y las artes marciales, y a Guy Windsor (que escribió The Swordman’s Companion y que actualmente es un espadachín consumado) por sus consejos sobre artes marciales.

Hablando de quienes recrean el mundo antiguo, mi amigo Steven Sandford dibuja los mapas de estos libros, y merece un agradecimiento especial; y mi amiga Rebecca Jordan trabaja incansablemente en el sitio web y en sus diversos derivados online como el Ágora, y merece muchas más alabanzas de las que recibe. Y Dimitri Bondarenko, que ha estado de servicio como soldado británico del siglo XVII y también como hoplita griego y que sigue haciendo ilustraciones para los mapas de estos libros.

Hablando de amigos, tengo una deuda de gratitud con Christine Szego, por sus críticas diarias y el apoyo de su tienda, Bakka Phoenix, en Toronto. ¡Gracias, Christine!

Kineas y su mundo surgieron de mi deseo de escribir un libro que me permitiera abordar temas tan serios como la guerra y la política que forman parte de nuestra vida en la actualidad. Supuso un regreso a la escuela y un regreso a mi primer amor: la historia clásica. También soy un entusiasta confeso de Patrick O’Brian, y quería escribir una serie que me permitiera explorar en profundidad y con rigor todo ese periodo, con las relaciones que definen a los hombres, y a las mujeres, en la guerra; no solo un fragmento. La combinación de historia clásica, filosofía de la guerra y ética del mundo de la areté, dio lugar al volumen que tiene en las manos.

Por el camino conocí al profesor Wallace y al profesor Young, ambos muy eruditos y vinculados desde años atrás a la Universidad de Toronto. El profesor Wallace contestó a todas las preguntas que le hice, proporcionándome un sinfín de fuentes, y presentándome a las laberínticas elucubraciones de Diodoro Sículo, y finalmente a T. Cuyler Young. Cuyler tuvo la amabilidad de iniciarme en el estudio del Imperio persa en tiempos de Alejandro y de debatir la posibilidad de que Alejandro no fuera infalible, ni siquiera de lejos. Deseo expresar mi más profundo agradecimiento a estos dos hombres por su ayuda para recrear el mundo griego del siglo IV a. C., así como la teoría sobre las campañas de Alejandro que sustenta esta serie de novelas. Toda la erudición es suya y cualquier error que haya es, indudablemente, mío. Nunca olvidaré el placer de sentarme en el despacho del profesor Wallace o en la sala de estar de Young, y comer tarta de chocolate mientras debatíamos el mito de invencible que acompaña a Alejandro. Ambos fallecieron poco después de que escribiera este libro, pero ninguno de los libros de la serie Tirano habría sido lo mismo sin ellos. Fueron grandes hombres y grandes académicos, la clase de eruditos que mantienen viva una civilización.

También quisiera dar las gracias al personal del Departamento de Clásicas de la Universidad de Toronto por su constante apoyo, y por reavivar mi adormecido interés por el griego clásico, así como al personal de la biblioteca Toronto Metro Reference Library por su dedicación y apoyo. ¡Las bibliotecas son importantes!

Quisiera agradecer a mis viejos amigos Matt Heppe y Robert Sulentic su apoyo al leer la novela y comentarla, ayudándome a evitar anacronismos. Ambos poseen conocimientos enciclopédicos sobre la historia militar clásica y helenística, y, una vez más, cualquier error es mío.

No podría haber abordado tantos textos griegos sin contar con Perseus Project. Este recurso online, patrocinado por la Tufts University, proporciona acceso online a casi todos los textos clásicos en griego y en inglés. Sin él aún estaría bregando con el segundo verso de Medea, por no mencionar la Ilíada o el Himno a Deméter.

Tengo una deuda de gratitud con mi excelente editor, Bill Massey, de Orion, por la constante atención prestada a estos libros y sus numerosos y necesarios halagos, por su buen humor ante las sentencias del autor y por su apoyo en todas las etapas. También quisiera dar las gracias a mi agente, Shelley Powers, por su indefectible esfuerzo en mi nombre, y por muchas cenas exquisitas, la última de las cuales, celebrada en el único restaurante de cocina griega clásica del mundo, Archeon Gefsis, en Atenas, tuvo como consecuencia la apresurada reescritura de los contenidos culinarios. ¡Gracias, Shelley!

Por último, me gustaría dar las gracias a las musas del Luna Café, que amén de servir café lo hacen siempre de muy buen humor; sin ellas, desde luego, no habría habido libro. Y todo mi agradecimiento, el de una vida entera, para mi esposa Sarah.

Si tiene alguna pregunta o desea saber más o participar (¿le gustaría ser un hoplita en Maratón?), le ruego visite www.hippeis.com.