Mujeres urbanas, madres trabajadoras, solteras ciclotímicas y adolescentes en erupción. En el siglo XXI todas estas mujeres comparten un paso atrás en el difícil viaje que un día describió Darwin. Este nuevo milagro (una decepción a tiempo no tiene por qué ser un desastre) alcanza su cumbre el día en el que la mujer, en una doble pirueta y salto mortal hacia atrás, reconoce abiertamente que ser la madrastra del cuento no le hace feliz, que ser solamente la princesa del cuento tampoco le hace feliz; en definitiva, que no sabe ser feliz, y es posible que no aprenda nunca. Aunque la perspectiva de futuro no sea en ese momento muy alentadora, la mujer, al menos, respirará aliviada. Sabrá por fin qué es ficción y qué, realidad. Las turbinas de su alma femenina arrancarán y sonreirá compasiva al pensar en las horas que ha gastado viendo capítulos de Sexo en Nueva York. Permitirá que la envidia la inunde al pensar en la joven mamá que vive en el primero y que lleva sin dormir tres meses como ella. Llorará sin gimotear, sin histerismos, saboreando cada lágrima tranquila. De repente, en el éxtasis de la clarividencia, se elevará sobre el zapatero de su vestidor y levitará hasta dar con el falso techo de escayola. Le dolerá, pero no más que haber optado por poner cerámica en el suelo de su habitación porque es tendencia. Desde arriba el efecto geométrico será espantoso y mareante. En ese momento entrará en trance.
¿Quién querría vivir sola en lo alto de la torre más alta de la ciudad?
¿Qué mujer desearía vivir enganchada a un espejo mágico que la maltrata psicológicamente?
¿No preferirías que te durmiera cada noche un beso a que, de vez en cuando, uno te despertara?
¿No sería más honesto asumir que no mereces ser hada madrina si puedes traicionar a la princesa?
¿Por qué ser Wendy tiene que ser peor que ser Peter Pan?
Difícilmente podrá remediar el lumbago que la va a postrar en la cama los próximos días. La cerámica, además de ser fea, está fría como placas de hielo. No sabrá cuánto tiempo lleva ahí ni cuando se desmayó, pero se le habrán dormido el muslo derecho y el culo. Coja, muerta de frío y pálida como un fantasma se incorporará y sin poder evitarlo avanzará arrastrando los pies hasta su espejo panorámico. Se le habrá corrido el rímel. Y el relleno de la teta izquierda asomará por la camisa abierta.
El pelo encrespado, prueba de que además de fría la cerámica está húmeda. Pensará que está muy delgada aunque sabe y ha comprobado en varios trabajos de campo que con un poco más de carne se liga el triple. Empezará a entender por qué las mujeres con curvas parecen más felices, pero seguirá sin entender por qué bailan mejor y pueden entonar canciones regionales sin hacer el ridículo. Puede que sea porque su redondez reconforta a los demás.
Al día siguiente irá a buscar la nueva serie que repare el engaño de Carrie, pero no la encontrará porque no existe.
En las pantallas las princesas duermen y las brujas vuelan. En la vida real las princesas sufren trastornos alimentarios y no pegan ojo encerradas en jaulas de oro; las brujas, por su parte, vuelan bajo, a ras de suelo, y tampoco duermen mucho. La culpa por ser quienes son en el cuento las mantiene en vela. La envidia por no ser la otra las consume desde el primer párrafo.
Erase una vez un cuento tan estructurado que acabó por desordenar las mentes de miles de niñas con una ambición capaz de mover montañas de azúcar. Una voluntad suficiente para dar la espalda al flautista en las calles de Hamelin. Una belleza al alcance de cualquier espejo de piedras preciosas. Las niñas que eligieron ser princesas y acabaron siendo brujas. Las mujeres que acabaron siendo brujas y echan pestes sobre las princesas. Ni las unas ni las otras. Todas y ninguna.
No estamos en los cuentos. La identificación es cruel. Por exigente. La frustración de no poder ser tan buena como Blancanieves. El desencanto por no poder ser tan mala como la madrastra. La desesperación por no ser tan hermosa como ninguna de ellas.
Un fin tan lejano como los reinos descritos.
Una vida de cuento ya no es una vida con extra de hadas.
Escribe una historia que te puedas creer. Cuentos sobre mujeres desordenadas, mujeres comilonas, mujeres incapaces de enamorarse, mujeres infieles, mujeres que no sienten nada, mujeres nocturnas, desquiciadas, divertidas, mujeres salidas, mujeres desastre, mujeres cataclismo, terremoto, mujeres huracán, mujeres en guerra…
Bosques de rascacielos. Fiestas Castillo. Escaleras mecánicas en el palacio. Zapatillas de brillantes. Manzanas de ansiolíticos. Caramelos excitantes. Piedritas de chocolate. Días del No cumpleaños. Vestidos transparentes. Resacas de Nunca Jamás. Princesas de la noche. Brujas de los despachos.
Una reunión más y me marcho. Una copa más y me largo. Nunca son las doce en punto.