Mientras unos cuantos abducidos por la complicación de su propia existencia aburren a algún confidente, mientras alguien intenta desarrollar la vacuna que no llega, mientras se prepara un nuevo atasco absurdo en el tercer túnel abierto en el mismo tramo de Madrid, mientras el mundo da vueltas, un tercio de la población urbana se sujeta a él tumbada en el suelo, busca su primer anclaje a la tierra, deprime el abdomen hasta dejarlo como una hamaca después de soportar a un alemán cervecero y su siesta, respira de forma controlada y lleva el aire hacia el pecho, abrocha el ombligo a la espalda y todo esto a la vez que aprieta los glúteos, relaja el cuello y lleva los hombros lejos de las orejas. ¿Qué? ¿Cómo se te ha quedado el cuerpo? Si no has practicado nunca pilates, no puedes imaginarlo. En esos momentos de concentración total, necesaria para controlar sincronizadamente ombligo, costillas, entrada de aire y esfínteres, se pone en juego inevitablemente la dignidad del sujeto, sobre todo si es novato/a, tiene tripula y hace unos cuantos años que perdió el control sobre ella. Es fácil que su dignidad postural se tambalee al convertirse en lo más parecido a un atado a sí mismo que intenta dominar no sé qué fuerza externa, atorado por las señales cruzadas que está mandando a su cuerpo y que éste, claro, interpreta como quiere. ¡Respira, nariz! ¡No subas, ombligo! ¿Cómo pongo los hombros lejos de las orejas? ¿Los levanto? ¿Me los quito?
Destruirá, primero, su dignidad postural y, después, la personal, y sin ella cualquier posibilidad de compartir una buena charla sobre pilates, y con ello, la opción de formar un grupo para acudir a clase dos veces por semana a la hora de comer, compartir ducha con los compis, almorzar a la hora del café una ensalada con cuatro hojas de lechuga y pasarlas juntos canutas de hambre. Porque hacer amigos requiere sacrificios y tener dos horas a la semana con plan y peña, ahora que Second Life se impone, es un lujo que aún no somos capaces de apreciar en su magnitud.
Estamos tan cerca de alcanzar el Mad Max de la vida social como de que la nueva reina de los mares sea la medusa. El cambio no es sólo climático, también existe el desierto del contacto, la sequía de la comunicación táctil.
Ésta es una de las razones por las que el pilates arrasa. ¿Conoces La Teoría de los Seis Grados de Separación o Teoría del Mundo Pequeño según la cual cualquier persona está unida a otra por una cadena de intermediarios nunca superior a seis individuos? En aquellos años en que se emitía el programa precursor del freakismo por excelencia That’s Incredible o ¡Esto es… (pausa dramática) increíble!, algo así podía asombrarnos pero ahora esa cadena ha mermado. Tanto que es posible que estemos conectados a cualquier individuo del planeta por una cadenita retorcida de no más de tres practicantes de pilates. La fiebre es desbordante. El boca a boca ha elevado al pilates a lo más alto con un único mensaje, un claming publicitario tan efectivo como: «Ya no me duele la espalda». Que no te duela, te cruja, te doble o te crucifique tu propia espalda, a ti, ciudadana/o de la gran urbe, es tan difícil como respirar aire limpio en el túnel más transitado de la ciudad. La espalda, en estos tiempos de estrés, debe de ser algo así como la pizarra de la frustración en la que escribimos más de mil veces: «No puedo más, no puedo más, no puedo más…». Del dolor de espalda vas de cabeza al relajante muscular, de ahí al ansiolítico y de ahí a lo que venga o… al Pilates. En este último caso, siempre seducida o seducido por el milagro obrado en la espalda de tu amiga, la más quejica de las quejicas (ya tendremos tiempo para el club de las hipocondriacas. Seguro que una hipocondriaca está conectada a cualquier otra hipocondriaca por una cadena medicamentosa de no más de dos hipocondriacas).
Junto a los seductores resultados de pilates están las odas a otras disciplinas que superan el tono muscular para pellizcar nuestras energías. Lo más trendy (si es que todavía se puede decir trendy sin parecer un hortera trasnochado porque los calificativos de «lo más de lo más» duran menos que un caramelo a la puerta de un colegio y, si no, fíjate en guay, fashion y cool, que ahora se te escapan y son lo peor), pues eso, que lo más trendy ya no es hablar de esteroides, roturas fibrilares, carbohidratos o carnitina, es mucho mejor saber de asanas, chacras, reiki y meditación aunque no seas capaz de concentrarte ni leyendo un haiku quinientas veces en una cámara de cristal oxigenada en el fondo de un lago sin peces.
Estas disciplinas y técnicas, al igual que ocurre con el deporte tradicionalmente occidental, son saludables, necesarias y purificantes pero eso no quita que además puedan ser la excusa para tener algo de qué hablar, un lugar adonde ir y algo que hacer. Yo hago mucho deporte. ¿Ah, sí? Dos días a la semana pilates y los sábados yoga. Y tu corazón, bonita, ¿qué tal? ¿Hace cuánto que no lo subes de pulsaciones? Es que eso cansa. Eso va a ser.
Todo son ventajas. Una práctica saludable que no mina la dignidad si no eres demasiado torpona, que te facilita conocer un montón de gente, beneficiosa para los que padecen dolores de espalda y con la que no hace falta echar el bofe en cada clase. Así están las academias a distancia que no dan abasto. Y su hijo ¿qué? ¿No le sacamos provecho? ¿Un cursito de guitarra que tiene mucha salida? Pues va a ser que no porque el niño siempre ha querido ser monitor de pilates, desde que era bien chico. Toma ya. ¿Cuántas guitarras españolas habrán vuelto este año a los almacenes por culpa del pilates? ¿En qué medida se habrá visto afectada nuestra cultura musical-rural por esta fiebre vocacional? ¿Para qué pasar dos meses estudiando un puñado de partituras lolailo y poniendo la cabeza de toda tu familia como un bombo, pudiendo ser monitor de pilates o… de pádel?
Porque ¡ay, mi madre, el pádel! Otro capítulo de sectas inofensivas merece este maravilloso deporte, que puso de moda José María Aznar y que ahora practican sus amigos y sus enemigos a partes iguales. ¿Una pachanguita de fútbol 7 y unas cervecitas? Este fin de semana, no, que tengo campeonato de adosado’s pádel en la urbanización y después barbacoa en el portal 5, bajo B, jardín derecho, seto gordo, niños a la piscina y domingo apañao. Pero ¡¡¡si tú eres sindicalista!!! Sí, sindicalista padelero.
Las pistas de pádel crecen como champiñones en el paisaje urbano. ¿Para qué quieres una zona verde si puedes tener una pista de pádel acristalada? 60 metros cuadrados, dos habitaciones, interior, un aseo, amplias zonas comunes, solárium, gimnasio, carril bici de cuatro kilómetros y pista de pádel. 360.000 euros y ¡ole!
La combinación 1: urbanización, piscina y no tengo nada que hacer en medio de este desierto del extrarradio, y la combinación 2: super-urbanización de lujo, tipo Pleasantville de la que no quiero salir ni por alarma bacteriológica nos conducen inevitablemente a las ladies-pádel. Lo que tiene el mundo lady-pádel, que es un poco barbie-pádel, es la esclavitud del modelito, porque si eres una verdadera lady-pádel, que no una choni-pádel o ma-chirulo-pádel, pues tienes que ir con tu minifalda, enseñando celulitis grado tres y apretando tripa. Vamos, que ser una lady de lo que sea, incluso ser Lady España, nunca ha sido fácil y si no que se lo pregunten a Tita Cervera. Hay que atesorar en la misma medida altivez y sesiones de presoterapia.
Para eso el carácter plebeyo y sobre todo la comodidad de la ropa yogui. Lo ancho para que no se note el michelín ni la celulitis encubierta, y lo cómodo para relajar la tripaza con alegría porque un buen yogui respira sin complejos. A esto suma que sólo por descalzarte después de un día infernal de tacones merece la pena ir y que, en niveles inferiores, el pilates es muy fácil. Por ejemplo, en una clase de step o tienes sentido del ritmo o te pasas una hora entera tropezando con el escalón neumático. Y vuelta a la pérdida de dignidad personal y postural, porque despatarrada en el suelo después de clavar todos los dientes en la tarima flotante no hay quien te salve.
Esfuérzate en no hacer el ridículo porque la cosa está más que complicada. La gran ciudad, aunque pueda parecer lo contrario, anula las posibilidades de contacto. Los campos sociales donde se juega a ser uno en comunidad son grandes salas de moqueta y tatamis, bicis con respaldos, aulas con espejos, música relajante y alguna cancha acristalada de pádel. Por esa razón deben ser mini-deportes, porque corriendo una maratón no se puede hablar con el de al lado, al menos, mucho rato, y si juegas un partido de tenis con una buena solana, entonces sí que sabrás lo que es una rotura de fibras o una deshidratación, al igual que ocurre en todas las disciplinas aeróbicas duras de esas en las que una se cansa, donde los músculos trabajan hasta la extenuación, donde hay agujetas, dolor, sufrimiento y sacrificio.
Nosotras, tú lo sabes, estamos hablando de otra cosa, de hacer amigos, de fantasear, de llenar el tiempo, de intentar controlar la ansiedad que te produce el estrés, de confiar en las energías porque ya no tienes fuerzas ni para sonreír.
El ejercicio físico es un bien común. La calidad de vida en la gran ciudad tiene mucho que ver con el número de árboles, la seguridad en las calles y el transporte público, pero además de sentirnos seguros y atendidos ahora necesitamos sentirnos acompañados. El deporte nos ayuda a sentirnos mejor y sus variaciones para todos los públicos a poder compartirlo. La excusa puede ser la operación biquini o que ya te cansas subiendo el primer tramo de las escaleras. Da igual. Lo importante es lo que encontrarás allá donde vayas sea con tu minifalda de pádel o tu look hippy-chic-enrollada con tu atuendo XXL. Ya lo dijo Roberto Carlos después de desabrochar su ombligo para coger todo el aire limpio del Amazonas:
Yo sólo quiero mirar los campos,
yo sólo quiero cantar mi canto,
pero no quiero cantar sólito,
yo quiero un coro de pajaritos.
Yo quiero tener un millón de amigos…