En los cuentos de hadas las princesas son las guapas y las brujas suelen ser las feas aunque a mí me guste mucho más la madrastra gótica que la propia Blancanieves. Hay guapas buenas y feas malas y con eso, supuestamente, queda cubierto todo el espectro de niñas-futuras-estupendas mujeres. El problema es que en los cuentos nunca estuvo previsto un tercer personaje: el de la fea que quiere ser la guapa y va a una clínica de cirugía estética y sale transformada en algo intermedio. Ya sé que el patito feo se transformó en un hermoso cisne pero fue por sorpresa y por crecimiento natural, no por la intermediación sopesada del propio sujeto. Vamos, que no es el caso. Los cuentos populares no nos prepararon psicológicamente para lo que estamos viendo y no estoy hablando del photoshop. No nos prepararon para entender la uniformización facial en una sociedad educada en el individualismo. Nosotros hemos aprendido jugando al ¿Quién es quién? que ahora tendría que mutar hacia un ¿Quién era quién?
Empieza a resultar difícil distinguir los rasgos de unas y otras víctimas del quirófano. Y ellas no tienen la culpa. Ser hermosa y conservar la juventud no es precisamente un sueño del siglo XXI, pero las opciones de chapa y pintura milagro, sí, y el engaño, también. Eso es lo criticable. Operación ITV: ¿Me pone usted el cuerpo como nuevo? Quíteme lo que me sobra que tengo hambre y quiero volver a comer.
Los milagros no existen.
Hay muchas técnicas aceptables para, con dignidad, mejorar el aspecto de cualquier mujer, pero hay otras absurdas, abrasivas y destructoras, ya no sólo de la arruga sino de la identidad. La arruga no da personalidad, como dicen las anti-bisturí, pero borrar tu cara del mapa y convertirla en una máscara de papel de seda tensada cual piel de tambor tampoco es productivo. Sobre todo porque puedes perder la conciencia de ti misma y no reconocerte ante el espejo. Eso, sumado a que tus amigos no te saluden por la calle porque no sepan que tú eres tú.
Y eso debe de doler.
¿Y las fotos de la infancia y la adolescencia, qué? ¿No las vas a volver ver? ¿Ni a enseñar? ¡Nadie va a reconocerte en la foto de grupo! Tus recuerdos perderán su significado y su coherencia. Aquel paseo en el parque: ¿A quién se parece la niña? A mi madre. A un tío suyo. A U familia de mi abuelo. No, ¡horror! A Úrsula Andrews con 80 años.
Y no ser tú para los demás debe de ser duro, pero no ser tú para ti misma debe de ser lo más cercano a una mala noche de angustia e insomnio. ¿Cómo se vive el proceso de aceptación de un nuevo yo? Es como si, de repente, te sale una hija de 20 años de la cómoda oliendo a almidón o una tía abuela que sabías muerta. Fantasmas, no, por favor, que puedes acabar como Melissa en Falcon Crest. Una empieza por no reconocerse a sí misma y acaba viendo unos doberman en el salón. Si cuando te cortas el pelo necesitas una semana para auto-adivinarte antes de mirarte en el espejo, ¿cómo será encontrarse con otra cara, con otras tetas, con un Picasso?
Hace un par de décadas hubo más de una cara famosa que acabó retorcida por un mal retoque. En aquel momento parecía que algunos cirujanos plásticos jugaban con el rostro de sus pacientes como si fuera un puzle y al colocar las piezas de los ojos se les iba un poco la mano. La sensación era extrañísima. Los ojos se aproximaban o quedaban desnivelados, como en dos pisos distintos. Eso por no hacer referencia a algunos estrabismos exacerbados, que nunca se recuperaron. Eso ya no ocurre con tanta frecuencia y la experiencia acumulada ya no deja entrever con tanta precisión el remiendo de tus propios trocitos. Sin embargo, en la actualidad, el cuadro final, puede, en casos dramáticos, habitualmente fruto de la reincidencia, no corresponder con nada reconocible. ¡Adiós al cubismo estético! ¡Bienvenidos al no sé qué!
La sensación estética ocular actual recuerda mucho más a esa imagen de una película de la década de 1980 en la que un chaval, en un intento agónico de no caer dormido, sujetaba sus párpados con palillos a modo de mini-andamio. Probablemente Pesadilla en Elm Street X. Así son muchos de los ojos con los que nos cruzamos ahora por la calle. Con el lagrimal en un esguince permanente.
¿Cómo caerán en ese caso las lágrimas? ¿Se llorará igual?
Extiende una de las manos hasta el extremo y fíjate en la curva entre pulgar e índice. Extiende un poco más. Esa especie de goma dura y tensa que mantiene tu dedo pulgar unido a sus hermanos se parece mucho al lagrimal de Michael Douglas o Robert Redford. ¿Habrá ahí un pozo de lágrimas? ¿Cuenca al menos para albergar un poco de pena? Seguro que algunos no pueden ni tan siquiera llorar por el destrozo. Entre otras cosas porque, con o sin lágrimas, esos ojos siempre están riendo.
El gesto, esa característica tan importante que gracias al estilismo y el diseño pueden tener el pelo, el vino y un montón de cosas más que no sólo personas…, te puede cambiar y eso significa que, a primera vista, puedes pasar de ser una simpática estupenda a una sorprendida permanente o, mucho peor, a una estirada borde y lejana.
Probablemente a esa tirantez facial se sumará ese retoque que parece que regalan en la clínica. ¡Aumente su pecho y nosotros le amorcillamos los labios gratis! Ya no está claro si hay más silicona al peso en los escotes o en las fauces. La sensación estética es tremenda. De esa tensión que parece partir de sienes y articulación mandibular a la vez, que pone las venitas de los pómulos en aprietos, de los vértices de esos dos finos triángulos que tiran de la cara hacia las orejas, de ahí resurge a lo bestia una explosión de morros con el efecto contrario, como ejerciendo la fuerza opuesta, hacia fuera y hacia delante, hacia el espectador. Aparte de que es un cante porque se ven venir a kilómetros de distancia, además de eso, los labios como dos salchichas playeras de esas que cruzan el horizonte para destrozarte la puesta de sol, rebotan uno contra el otro deformando las palabras y de paso soltando algún escupitajillo. No tienen sentido, aunque los regalaran. Las que se pasan con las bocas están más feas, parece que se pelean cada noche en un callejón y además no pueden defenderse verbalmente porque no se las entiende. Un toquecito para eliminar el código de barras pase pero ese labio superior inmóvil que pierde su depresión central natural en un estiramiento que hace daño sólo al verlo, no. ¿Cómo serán los besos de una bombi del labio siliconado? ¿Se parecerá a darte de bruces con un flotador? ¿O a morrearte con un globo lleno de agua a presión? ¿Y qué pasará con el frío y el calor? ¿Y los helados? ¿Y el café ardiendo? ¿Cuál será la sensibilidad de un labio inflado? ¿Correrán peligro si no atinas con la banderilla de anchoa y guindilla? ¿Correrás peligro si te colocas muy cerca de una barbacoa?
Tantos años peleando con las calenturas y resulta que muchas mujeres creen que el efecto favorece.
Aunque nunca te hayas tratado, puedes intuir cómo se consiguen esos morros, pero ¿y el botox? Lleva su tiempo asimilar lo de que inyectan una toxina que paraliza el músculo, por lo tanto, borra la arruga y evita su pronunciación futura, pero que se pasa el efecto y entonces la cara se te cae, pero, como no quieres que se te caiga, te pones más aunque no sea bueno porque, como es una toxina, como su propia familia indica, pues no debe de ser muy bueno abusar, y entonces hay que descansar y dejar que se elimine pero, claro, se pasa el efecto y hay que salir a la calle y hay que explicar que no es que tengas mala cara es que se está pasando el botox y al final te pinchas antes de tiempo y, bueno, no la eliminas y eso repercute en el efecto de la toxina y vuelta a empezar o a seguir o a acartonarse del todo…
Es, por tanto, un ciclo interminable. Un sufrimiento añadido. Un milagro a la venta.
Pero caduco.
Es muy complicado distinguir con acierto las fases del botox. Lo único claro es que ciertas mujeres conocidas tienen semanas de 45 y semanas de 55. Hay frentes que no se arrugarían ni pasando dúplex en una partida de mus. Si te fijas en los últimos años de Nicole Kidman, ya no la reconoce ni la madre de Tom Cruise. Es otra chica. Hace unos años era espectacular al natural, con sus rizos y su cara ovalada. Ahora parece que vaya a sacar una espada láser u otro invento extraterrestre y te vaya a fulminar de un disparo. Porque, además de estar menos guapa, parece menos contenta.
¿Por qué mujeres tan ricas y tan famosas, aconsejadas por los mejores especialistas y con un grupo de asesores de imagen tan numeroso como un equipo de fútbol, permiten masacres que destruyen prematuramente su belleza?
Ellas, las más hermosas, ¿a quién se querrán parecer?
Las otras mujeres, las que no son referentes estéticos, acuden al cirujano plástico con un collage de papel cuché. Van con el recorte en la mano. La obra es una máscara desproporcionada con los ojos de Angelina Jolie, la boca de Inés Sastre, la nariz de Cate Blanchett, las tetas de Salma Hayek y el cuerpo de Halle Berry.
¿Por cuánto y para cuándo lo puedo tener que es febrero y llega el verano? Soy cirujano, no Dios. ¿Y las orejas de Arwen, la elfa? Es que sale muy guapa en la peli. Claro, señora, porque es un cuento. Cómprese un Mr. Potato y vuelva la semana que viene.
Si después de pasar por el quirófano a esa señora no le piden autógrafos por la calle, ¿presentará una reclamación?
A todos los peligros para la imagen hay que sumar los que conlleva siempre someterse a una intervención quirúrgica y enfrentarte al gran olvidado de la cirugía estética: el dolor.
¿Nadie se ha parado a pensar en que duele un montón?
El paso del infierno del sobrepeso al cielo del vientre plano es un buen ejemplo: el purgatorio de un postoperatorio de una abdominoplastia. Una víctima asegura que lo peor no fue el drenaje, sino que cada dos minutos se hacía pis. Y eso, podéis imaginarlo, debe de escocer y doler. Ahora está encantada pero cada uno de aquellos días lamentó su decisión. Depilarse duele, operarse duele. No hay que olvidarlo. También es verdad que después la mayoría de las que sufren dice que compensa.
Allá cada cual con sus penurias y sus dolores.
La parte más íntima de la cirugía plástica es muy profunda, respira agazapada bajo varias capas de piel. Es más sencillo e instructivo fijarse en lo que sale de ojo, en definitiva, en los estragos de la locura por el bisturí o las toxinas. En esos rasgos que ya comparten miles y miles de mujeres y hombres de todo el mundo. Esos rasgos, que curiosamente, nos orientalizan. El estiramiento hace que, inevitablemente, en la destrucción de la arruga se achine la mirada. Mientras tanto Oriente occidentaliza a sus iconos estéticos y sexuales. El mundo al revés. Otra vez. Es curioso ver cómo el territorio manga y el erotismo hentai no representan para nada a sus creadores y principales consumidores. Ellos venden cómics y películas con personajes de ojos almendrados, tremendas curvas, redondeces y órganos sexuales desmedidos, niñas pechugonas y hombres superdotados. Todo de lo que no pueden presumir según las estadísticas.
Y desde Occidente el abuso del quirófano acaba por convertir los ojitos en dos puñalaítas en un tomate.
Ese abuso, esa distorsión de la realidad, ¿por qué llega a producirse?
Empiezas a quitarte el vello y acabas sin un pelo en el cuerpo. A la cuarta sesión ya te sobran todos. Querías reafirmar el pecho y acabas construyéndote una ensaladera con la que pierdes el equilibrio. El médico no va a ser siempre el culpable aunque, por lo que se ve, más de uno tiene o muy mal gusto o pocos escrúpulos.
Me pregunto cuánta verdad habrá en una consulta de cirugía estética.
Quiero la piel de Natalie Portman. Para eso habría que quitársela a ella y ponérsela a usted.
Excepto en contadas ocasiones los milagros estéticos no existen por mucho oro del Jordán con el que te pringues. Un masaje es un masaje por mucha tailandesa que te esté pisando los omoplatos.
No vas a ser más alta después.
A pesar de la uniformización, el coste y el peligro, el abuso absurdo de la cirugía estética continúa.
¿Habrá alguna artimaña adictiva en los tratamientos o en los postoperatorios para que nunca sea suficiente? ¿Por qué hay quien, por ejemplo, se engancha al aumento de pecho hasta que deja de verse los pies y los del que tiene enfrente? ¿En qué momento se pierde el control y se pasa de estar más mona a ser una mona más de la jaula de las irreconocibles?
Yo no sé cómo ocurre, pero ahí están las miles de mujeres que tienen una gemela quirúrgica por el mundo. Una o unas cuantas. Espejito, espejito, ¿soy la más guapa del reino? No vale echar la culpa a la madrastra y mucho menos al espejo. Tú también has visto con tus propios ojos los desastres de una mala utilización de la cirugía y los tratamientos estéticos. Los vemos a diario en revistas, televisión, cine y en más de un gimnasio de los de a matrícula como mensualidad de hipoteca. Está ahí y es un horror.
Por lo tanto, no te dejes llevar por la locura del remiendo total y no te conviertas en una Frankenstein de golpe. Hazlo poco a poco, prueba, investiga y experimenta sin dejar en algún quirófano los restos de la estupenda mujer que eres. No pierdas nunca la referencia de quién fuiste.
Domina las técnicas que están a tu servicio y no permitas lo contrario.
Si no, llegará el día en que no necesitarás mirarte al espejo porque te podrás ver en la cara de las demás perdidas. Piensa que tu boca y tus ojos nunca volverán a su sitio. No sonreír es chungo pero igual de espantoso es no poder estar triste porque el estiramiento no te lo permite.
Siempre hará viento en tu cara aunque no vivas en Tarifa.
Y eso debe de doler.