UNA NOCHE DE SEXO CON EL CAPITÁN GARFIO

Acabo de consultar el catálogo de regalos insólitos de mi suplemento favorito del domingo. El primer artículo es un porta-plátanos. Es una funda de plástico para proteger el fruto. Tiene una especie de muelle en el centro como los martillos de feria. Es de color naranja transparente. Dibuja una leve curva. En el texto leo: «Nunca más tendrás que preocuparte de que el plátano de la merienda salga aplastado de la mochila. Precio: 14,95».

Yo sólo veo un pedazo de vibrador. Consulto con amigos. Todos ven lo mismo que yo. La mamá entrega el almuerzo a su hija para el recreo. Sándwich de mortadela, un zumo de pera y tu plátano blandengue, protegido par su armadura de PVC.

Que no te lo quiten las otras niñas y no se lo dejes a la profesora aunque te lo pida.

Es que me castiga.

Ni por esas.

Me reconforta observar el invento de aspecto fálico cuando pienso que este siglo que nació envuelto en toda clase de malos augurios apocalípticos nos ha dado ya lo mejor que nos podía dar: la normalización del uso y la venta del juguete sexual para las mujeres.

Esta gran buena nueva se debe, en parte, a la venta generalizada de artículos en las farmacias. Ahora en el mismo estante de los preservativos puedes ver lubricantes, cremas estimulantes, pequeñas capsulitas vibradoras. Sí, por favor, todo el pack sabadete splash y una caja de Paracetamol, gracias (que siempre viene bien por el dolor de cabeza, la regla, la resaca y todo lo que duela o moleste aunque no sepas de qué se trata).

Lo cierto es que el papel de estos artículos o complementos del sexo ha sido más propagandístico y liberador que efectivo porque como juguetes sexuales son claramente deficientes. No han traído demasiado placer al mundo, pero han sido el reclamo perfecto para universalizar, por fin, el uso de los kits del sexo. ¡Alabado sea quien tenga que serlo (el de la idea) además de todos los valientes que superaron el pudor y los mostraron por primera vez en sus farmacias, aguerridos y aguerridas benefactores de la modernidad!

Los juguetes sexuales femeninos han salido de los cajones en los últimos años arropados además por una publicidad distinta que, después de haber utilizado el sexo como reclamo y cebo de consumidores, ha aprendido a vender el juego sexual como producto en sí mismo. Desde un desodorante a una tableta de chocolate. Todo puede ser un juguetito, un extra. El sexo es el mejor vendedor de productos varios pero el concepto sexual más tórrido se aleja ahora de la venta de sus propios productos asociados. Por esa razón han cambiado tanto los anuncios de preservativos. Ya no te prometen un intenso placer, entre otras cosas porque ya sabemos todas que no son ellos los que lo pueden garantizar. Y ya no terminan con ese plano de mano de mujer que apaga la luz de la mesilla, fundido a negro y gemido, jadeo, gemido, jadeo, jadeo, gemido largo sobre el logo. Los spots de condones ya no venden satisfacción sino diversión. Da igual que la marca se esfuerce en sacar el preservativo más fino de la historia de los condones, da igual que hayan inventado nuevas tramas, estrías, arrugas, sabores u olores, niveles de elasticidad, seguridad. Lo importante es que el sexo es divertido y que (ahí va la segunda lectura) no usar el condón te puede joder la fiesta. Ésa es la historia.

No cabe duda de que la labor propagandística ha sido fundamental para el avance del juguete sexual y para que conquistara las mesillas. En ella está incluido, evidentemente, el boca a boca que, por fin, se abre con libertad para hablar de tipos de consoladores. Farmacias, anuncios, amigas… sólo son las señales indicativas que llevan ya a miles de mujeres hacia la fábrica del placer y del juego. Un lugar fascinante y redentor: el sex shop para mujeres, mezcla de templo del placer y tienda de barrio.

Cuando tu madre descubre tu primera bala plateada no sabe si es el último stick iluminador de Dior o el tornillo que le falta a esa mesa puré design que te has comprado hace un par de semanas. Tu madre nunca sabrá quién eres. A esa primera reflexión madura habrás llegado sin dificultades. Nos pasa a todas. No te preocupes Lo que no has llegado a pensar es que vivir es compartir y puede ser que un buen consolador o vibrador sea el que os ponga a ti y a tu madre a charlar definitivamente en el mismo plano sin los traumáticos y agotadores cruces del yo, el súper yo y todo eso. Un buen dildo sobre el que chascar y se quitan las tonterías pero rápido. A tu mamá también.

Conocer a las mujeres también es conocer cómo son sus vibradores/consoladores. En un sex shop del siglo XXI podemos encontrar juguetazos más masculinos y representativos del miembro viril como pollas de látex, silicona, falos enormes de diámetros a primera vista dolorosos; y, por otro lado, juguetitos más femeninos que nos recuerdan por sus diseños al juguete infantil clásico. Para quitar hierro al asunto, que no dureza, nada mejor que entrar en la locura de los materiales, las texturas y los colores gominola. Malvas, verdes fosforito, rosa chicle, purpurinas. Cabezas de gusano, ratoncitos vibradores, prepucios de delfín, caritas sonrientes perfiladas en un glande móvil, elefantitos anexos al vibrador para estimular el ano y el clítoris… En definitiva, todo menos un pene de toda la vida. ¡Que eso está muy visto!

¡¡¡¡Niña!!!! ¡¡¡¡¡¡¡¡Apaga el Gusiluz de una vez!!!!!!!!¡¡¡Un poquito más, mamá!!!

Un buen paquete de gominolas puede arreglarte una tarde de domingo. Los animalitos y sus falo-reproducciones también. ¿Por qué muchas mujeres buscan en un vibrador/consolador un amigo más que un macho? Pues probablemente porque no están buscando un sustituto sino algo diferente. Más relacionado con su tiempo. Su secreto. Su pestillo. Su placer.

Las ventas tampoco se decantan hacia tamaños demasiado exagerados. De 18 a 20 centímetros es más que suficiente. La penetración no está tan de moda en el mundo del juguete sexual femenino como los artilugios de estimulación exterior y clitoriana.

¿Y tú qué eres, vaginal o clitoriana? Ponme un par de cada que ya pruebo yo.

Seas como seas, para disfrutar de cada centímetro de ti es importante el entrenamiento. Eso nos lleva de cabeza o todo lo contrario a las bolas chinas. Inmejorables para salir a bailar. Si ves un par de chicas en una pista de baile mirarse y achinarse los ojos entre risitas cómplices, ya lo sabes: las están moviendo. Tanto gimnasio, tanta máquina y tanto descolgamiento de tríceps. Hay que preocuparse un poco más por la tonificación de los músculos de la vagina y dejar de mirarse el abanico que cuelga entre la axila y el codo. Tanto miedo a que cuelgue el pellejo y no te acuerdas de reforzar tu músculo favorito. El que sientes y no ves, el que puede mantenerte joven para siempre. Tu túnel del tiempo.

Está claro que el factor Y si me pillan puede ser determinante en la elección del juguete sexual.

¿Qué preferirías: que la policía de aduanas de cualquier país descubriera en tu maleta un pollón como el mango de un paraguas o una cosita divertida que parece más una piruleta que otra cosa?

No, perdona, no es una grabadora portátil. ¡Alelao!, que te van a colar una bomba cualquier día de éstos.

Ése es, por ejemplo, el sentido de todos los estimuladores que no utilizan la anatomía masculina como modelo sino que perfilan en sus formas las carencias de ésta. Auténticos iconos del diseño, pequeñas comas ovaladas extra-suaves que se adaptan a todas las partes de tu cuerpo, guantes estimulantes a 45.000 pulsaciones por segundo, botones imposibles, marchas interminables. Cada vez más silenciosos. Cada vez más discretos. Lo que quieras. Tú puedes imaginarlo. Otro ya lo habrá inventado.

El inconveniente de estos sofisticados diseños es que la asistenta puede confundirlos y dejarlos en esa mini-cesta que te has inventado para los mandos a distancia (posible cenicero para doce, pieza de cristalería sin sentido, cochecito de madera o cubo para lápices) y luego a ver quién le quita el juguetito al niño cuando corra por la casa como un atleta con tu vibrador como antorcha. Tu vibrador en el Excalextric, tu vibrador luchando con dinosaurios, tu vibrador en el karaoke infantil… ¡El micrófono da vueltas! ¡Qué guay!

Si la asistenta se encuentra un pene de látex clásico sabrá dónde guardarlo pero esa especie de bumerán como un capullo en flor puede acabar en cualquier sitio visible. Tú sabrás qué riesgo prefieres correr. Que tu hijo se lo lleve en la mochila al colé o que la vecina te interrogue sobre el nuevo adorno que se balancea en la estantería. Elige entre llevarte la bronca de la directora del colegio treinta años después o dar un cachete a la vecina cuando se tire a por él. Lo que es el instinto. Puede con todas. Se mira pero no se toca, Paqui. Para ahorrarte problemas lo mejor es explicar a la asistenta que si tu bumerán del placer sale de la mesilla es para volver a ella. Sin escalas más allá de tu entrepierna.

¿Y el hombre y el consolador? ¿Y los hombres y los sex shops de mujeres? ¿Cuál es su relación? ¿Se entienden? ¿Se aceptan? Muchos se sienten profundamente incómodos en este tipo de establecimientos porque en ellos se dan cuenta de que no vale todo, de que hay otros recursos. Llámalos energías alternativas. Se dan de cara con la verdad más cruda: no saben tanto como creían de la sexualidad femenina. Tampoco saben tanto como deberían. Saben más bien poco y se sienten abrumados por la diversidad de las respuestas, por el guantazo de vulnerabilidad al descubrir que se pierden en los tópicos. El enfrentamiento hombre-consolador siempre es tenso, poco amigable. El macho perdido entre un bosque de floridas especies de dildos de colores no puede evitar sentirlos como sustitutos y, por tanto, como seres amenazantes. Sujetos a la comparación se dejan llevar por el miedo futurible del después no voy a gustar y acaban siendo devorados por su propio temor, tendidos bajo una maraña de glandes que se enroscan sobre su cabeza cuadrada de macho atacado.

Si alguna vez el cargador de tu vibrador desaparece misteriosamente de esa cesta que te has inventado esta vez para los cargadores, sospecha del hombre que vive contigo. Una cosa es que te fundas los circuitos de tu juguete porque has decidido que si lo puedes lavar por qué no vas a poder meterlo en el jacuzzi del hotel de Pipa con lo calentita que está el agua, y otra distinta es perder el cargador, tú, que nunca pierdes nada. Una cosa es que después de haberlo sumergido te plantees la peligrosidad de la combinación corriente y agua, y el efecto de la descarga en tu clítoris, y te pongas como una moto, y otra muy distinta es que no tengas opción de reanimar tu juguetito cuando se le acabe la pila. Tú te la juegas en la bañera pero no pierdes los cargadores. Para eso te has inventado una cesta (posible caja de zapatos, macetero de Ikea o ensaladera metálica). Sospecha. Presérvalo del ataque del enemigo. Ocúltalo guardado en su caja o funda junto a su cargador o fuente de energía y, por favor, al hacerlo, sé original. Busca un buen escondite. El cajón de la ropa interior, no. Das para más. Entre los perfumes, no. No eres una cursi. El armario de la cubertería, no. Tampoco hay que ser tan cerda. Dentro de un calcetín, no. Te va a cortar el rollo. En el bolso everyday. Tampoco es eso. Lo mejor es recurrir a la mesilla de toda la vida y su imponente carga de privacidad o que te inventes una tercera cesta para guardarla dentro de tu armario. La cesta de los juguetes donde reunir todos tus muñequitos para que hablen entre ellos y se cuenten sus cosas (posible joyero labrado, antiguo maletín de los vestidos de la Nancy, merendera metálica o portarrollos de ganchillo. Todo menos una bolsa de seda o terciopelo. Que no son pijamas). Norma fundamental: cuida de tus juguetes y no los dejes al alcance de los niños. Si eres buena, quizá, algún día, puedas incluso tener un amigo invisible.

Quizá, incluso, con mucha, mucha suene, ese hombre que vive contigo te pille con tu juguete y, asumida su presencia y entendidos sus beneficios, se sume. Entonces, tendrás además de tu consolador/vibrador para ambos un juguetito vivo entre manos que entre otras muchas ventajas no requiere de cargador.

Pero antes de que te toque esta lotería tiene que producirse el encuentro. ¿Cómo llega una mujer hasta el consolador o el consolador hasta la mujer? ¿Cómo encuentra, por fin, su consuelo? Una buena oportunidad es hacerte un shopping improvisado con amigas, preferiblemente cualquier día después de una comida en la que han caído una cuantas botellitas de vino. Las compras en masa son divertidas, desinhibidoras y muy, muy cachondas. Unen mucho y permiten automáticamente el consejo y la retroalimentación posterior. Un catálogo de juguetes y un montón de amigas para probarlos: ¿hay mejor estudio de mercado? También está la opción de hacer un tupper sex, una compra semi-clandestina por lo de hacerla a domicilio, que puedes planear con unas cuantas amigas o sola. La última opción tiene menos gracia porque te va a sonar a lo de Avón pero sintiéndote una viciosilla.

Ya le he dicho que, aunque huelan bien, éstos son lubricantes con un toque de anestésico para favorecer la penetración anal. No son geles de baño. Lo siento. Ya. ¿Y la crema frío-calor elimina la celulitis? ¿Tendría alguna muestra de sombras de ojos?

¡Cuánto daño hicieron la señorita pepis y la venta por catálogo! Nuestra obligación es erradicar la visita a domicilio en la medida de lo posible. Hay que salir a la calle a buscarse las castañas. Desear lo que temes es parte del juego. Por tanto, el tupper sex es sólo admisible en casos de extrema timidez.

La mejor forma de acudir por primera vez a un sex shop es hacerlo cargada de deseos y problemas, miedos y dudas y sola.

Hola. Tengo más de 40 años y no sé qué es un orgasmo. Tengo cinco hijos y creo que nunca me he corrido.

Cuando esto ocurre, una dependienta-terapeuta sabe que algo empieza. Estas mujeres no recuerdan el placer y por eso buscan un juguete. Tiene que ser secreto. Ya llegará el momento de descubrir, de comentar y experimentar, de intentar seducir a tu pareja, de invitarlo a participar, de probar tu juguetito vivo sin miedo a que se rompa, de hacer de tu dormitorio el más surtido sex shop, tu propio laboratorio de ensayo, el vuestro. Pero, ahora, primero, el momento pestillo. Todo lleva su tiempo. El sexo, más.

Los sex stores de barrio se convierten en esta primera fase en salas de terapia, aulas del sexo, lugares para preguntar, para responder, para curiosear. Algunas de las valientes que, después de haberle dado vueltas durante años, se deciden y acuden a un sex shop no se conocen. Literalmente nunca se han mirado el cono. Jamás se han abierto de piernas frente a un espejo ni se han separado los labios en busca de. Saben cuál es la posición de la vagina porque un día tuvieron que ponerse un tampón. Pero nada más. Pregunta en voz alta: ¿El pis sale por el clítoris? Respuesta en silencio: Tu coño te da miedo, pero eso cambiará.

Si no conocen su mapa geográfico genital, menos aún sabrán sobre recorrerlo con las manos. Si no se han atrevido a observarlo con los ojos, cómo imaginar el superlativo del sentido del tacto.

Las mujeres mayores de 45-50 años y clientas de sex stores, después de asumir su ignorancia corporal, se arrancan a soltar miedos y pudores paulatinamente. El sexo anal parece ser en la escala de los temores el top one. Les parece sucio y les aterrorizan expresiones como tirarse un pedo o cagarse. Llegados a este punto, que no es el punto P, por definición masculino, arranca el aprendizaje de la lubricación y, con suerte, una sabia lección de regalo de una terapeuta-dependienta de sex shop: Ambos sexos tienen culo. Muchas mujeres heterosexuales responden que sus parejas quieren disfrutar del sexo anal pero unidireccionalmente. La terapeuta-dependienta, entonces, puede llegar a mostrarse inquieta y cabreada y añadir Si no está dispuesto a dar su culo, no le des el tuyo. No se lo des hasta que no se lo gane. Así se las gasta un sex shop de mujeres de los que valen la pena. El conocimiento de tu cuerpo también es el reconocimiento de su valor. Tu autoestima debe experimentar una erección previa al orgasmo para encontrar el camino correcto. Después ya llegará, como dice una amiga, el Me corro, Pacorro.

Lo más peligroso, en cualquier caso, es no asumir la propia ignorancia sexual. Si dejamos atrás el espectro de mujeres 40-50 años, el más osado, sin duda, es el de las treintañeras que creen que lo saben todo y que no tienen limitaciones. Las que van sobradas. Pueden ser mucho más conservadoras que sus madres, pero tienen la extraña habilidad de saber echar balones fuera sin que se note ni una pizca. Ir de enteradas y hastiadas de todo. Conservar la curiosidad pero sacrificarla por pereza o por vergüenza. Dejar de buscar. Yo fui a un colegio de monjas. Mira, la M con la A, MA.

La ignorancia de nuestras iguales causa confusión y lástima, pero la ignorancia de otros puede llegar a ser peligrosa. Que a estas alturas un médico pueda decir a un par de lesbianas que no se preocupen por las enfermedades de transmisión sexual es de retirada de carné. Y estas cosas ocurren. Así está el patio y mucho peor la cama. Que alguien dude de que un calentón con desconocido/desconocida sea igual para todo el mundo es tremendo. Un segundo día siempre es un segundo día. Con todo lo que ello pueda acarrear.

Con meteduras de pata de esta envergadura y los ejemplos que nos brinda cualquier sex shop es lícito preguntarse: ¿estamos viviendo realmente una nueva revolución sexual? Los que se dedican a estudiarnos, esos personajes fascinantes que puedes encontrarte en la vida una vez o ninguna, dicen que hay un mayor atrevimiento, una creciente curiosidad y un sentimiento de culpa que pierde fuelle. La curiosidad, al alza; la culpabilidad, en descenso; el pecado, al trastero. Pero ¿eso puede considerarse una revolución con todas sus letras? ¿Se está apoderando totalmente la mujer de su vida sexual? ¿Comprende su poder? O ¿simplemente habla más de ello y con menos miedo?

Las que se atreven a adueñarse de su curiosidad y a utilizarla como un arma que favorezca su placer necesitan tiempo. No va a ser de hoy para mañana. El aprendizaje es lento y el cambio, largo. Pero una vez que empieza a rodar sin temor puede pasar de un salto de la balita vibradora a los juegos de fetichismo duro. Lo más lógico es ir liberándose y permitiéndose cosas. Dejarse intuir.

En el pico de la liberación y el descubrimiento están las citas por Internet, los locales de sexo en vivo y el BDSM (Bondage, Disciplina, Dominación y Sumisión, Sadomasoquismo). La sexualidad extrema o no convencional conquista los portales sin hacer ruido. Unos buenos cardenales pueden ser evidencias de muchas cosas; entre ellas, estigmas de placer. Hay mucha vida privada llena de eso. Mucha, mucha. Corsetería a medida, fetichismo rebuscado, el poder y la sumisión, una barra inglesa en el armario. Y de ahí a la fascinación por la sofisticación mucho más allá de una simple Torture Garden (fiesta del fetichismo) o del gótico oscuro. Hasta donde dé tu imaginación.

Hazlo. Utilízalo. Busca tu capitán Garfio, sea de carne y hueso, glastomer, metal o un dibujo animado. Permítete lo que se te ocurra y lo que no te atrevas a pensar. Date un cariñito. Quiérete. Deja de culparte por sentirte viva. En todo esto de buscar y acercarte a los juguetes sexuales o a su iconografía sólo hay algo que puede no tener gracia principalmente para una misma: el exhibicionismo no calculado de las despedidas de solteras. Ponerse una polla de silicona en la frente que encima se ilumina y lucir un mandil estampado de miles de glandes mientras un séquito de probables amigas canta alguno de los hits en castellano puede ser un momento muy duro en los álbumes de fotos de muchas casas, tantas como gente te vea pasar. Si estás segura de que dos días después no te vas a arrepentir, estupendo, pero reflexiona antes de disfrazarte porque esa noche vas a tener un pedo que te cagas, pero el resto de tu vida, con un poco de suerte, vas a estar principalmente serena. Si te has negado desde el día de su salida al mercado a ponerte un mini-paraguas-diadema multicolor en la cabeza, una visera con ventilador incorporado o unos cascos con soporte para refresco y pajita que rodea el cuello, ¿qué haces con un cubata biberón, cuya tetina es un enorme pene, subida a la fuente de la plaza de tu ciudad ordenando a tus súbditas ¡Chupad, chupad! ante el estupor de tu madrina y sus amigas de parroquia? Siempre habrá alguien que te dirá ¿Te acuerdas de aquel día en que te subiste a la fuente y vomitaste después en tus zapatos de novia? ¿Te acuerdas de lo que dijiste a tu prima cuando la sacudiste con la polla de goma? ¿Te acuerdas de cuando hiciste el estriptis integral y después te pusiste el mandil y te fuiste al polideportivo y te corriste la milla? ¿Te acuerdas?

A las demás no se las ve. Ellas sí van disfrazadas, pero tú eres la reina, la diosa, la que será recordada. La que lleva la banda y la corona. Si tienes suficiente sentido del humor y sobre todo suficiente morro para afrontar lo que los libros puedan decir de ti en los años venideros, sal a la calle y cómete el mundo o lo que se te ponga por delante. Si no, asume una despedida más discreta y, en lugar del atrezzo perecedero, pide a tus amigas que te regalen un buen amiguito multi-marchas que te acompañe en tu mesilla, en tu baño, tras tu pestillo. Disfruta, mírate, tócate y, sobre todo, por favor, no te despidas nunca de nada. Para eso eres la reina, Miss Polla 2008.

No vuelvas a reírte de Paco Rabanne porque pasó el 11 de agosto de 1999 esperando que cayera la nave MIR sobre París si tú también llevas una antena en la cabeza. No te rías de sus predicciones ridículas, sólo siéntete orgullosa de no tener miedo. Te gusten o no las despedidas, quieras experimentar o dormirte en los laureles, visitar un sex shop o construir casas de muñecas, hagas lo que hagas no temas. Las predicciones apocalípticas de la entrada del siglo XXI no se han cumplido. La gran sorpresa de este siglo es que pasamos sus primeros minutos asustados por una u otra cosa, el euro, el avión, la MIR, la secta de al lado, el ordenador, el banco que no abría, los calendarios, el 2, el 0… Pero el día 1 de enero de 2000 fue un día de resaca más y unas semanas después lo único que pudimos comprobar es que la llegada de nuestro querido euro no destrozaría el planeta pero sí nuestros bolsillos a corto plazo.

La normalización del uso y la venta del juguete sexual sí es un fenómeno novedoso y es fruto de la primera década de este nuevo tiempo. La revolución es ver un vibrador con forma de alcachofa y no esconderlo en la cesta de las verduras. Tu propia revolución puede esconderse en una mesilla o decorar tu baño. Acompañarte en el bolso o acaparar tu joyero. Tú eres cien años nuevos. Que el siglo XXI te traiga tu calentamiento particular y el poder de controlarlo a tu antojo. Deshiélate. Del cielo no cayeron ni caerán fuego ni humo. Nadie descenderá para juzgarte.