«César de Echagüe había horrorizado a todo el mundo con sus largas melenas, con su sonrisa tímida, con el cuidado que ponía en no pisar los infinitos charcos de agua y fango que se interponían en su camino…».
La figura del petimetre que luego demuestra ser un héroe, y que oculta su auténtica personalidad bajo una máscara, tiene un claro precedente literario: La Pimpinela Escarlata, que creó la Baronesa D'Orzy. Las connotaciones hispanas del personaje se hallarán luego en El Zorro, que tuvo rostros cinematográficos tan míticos como el de Tyrone Power. No hubo parecida suerte para El Coyote, que hasta hoy ha sido requerido muchísimas veces por pantallas pequeñas y grandes sin hallar la imagen ni la estampa que merece. Para los que aún esperamos su encarnadura, nunca realizada satisfactoriamente en el cine, están sólo —y bastante— las páginas de Mallorquí. Y soñamos, como Leonor de Acevedo antes de ser su esposa, en «el moderno caballero andante… imaginado como un Cid armado de 'colt' de seis tiros, cargando contra la morería, que en este caso eran los desagradables norteamericanos, que como plaga de langosta caían sobre las ricas tierras de California». Hasta aquí, la cita de la ilusión. Copiemos ahora la cita de la realidad, la que corresponde al capítulo IX de la novela inicial de la serie, primera descripción literaria del personaje de carne y hueso:
«… Un hombre alto, vestido de oscuro, como un charro mejicano: pantalón ajustado, embutido en unas altas botas y sujeto por una ancha faja de seda negra, sobre la cual se veía un cinturón del que pendían dos pistoleras. La izquierda dejaba asomar la culata de un largo 'colt' de seis tiros. La derecha estaba vacía y su inquilino debía ser el que empuñaba el recién llegado…». «La mano que empuñaba el arma iba enguantada en negro; negra, igualmente, era la camisa que se veía bajo la adornada chaquetilla, y negro el antifaz que cubría la parte superior de su rostro, dejando al descubierto los duros ojos…». Y así quedó establecido el mito que nació hace cuarenta años al precio de dos cincuenta pesetas, y que esperamos siga hoy tan vivo como permanece en nosotros… A lo largo de todos sus títulos sucesivos, aquel hacendado que decepcionó como cachorro a quienes esperaban que supiera hacer honor al lema de la familia:
«De valor siempre hizo alarde la casa de los Echagüe».
Vivía peligrosamente su doble personalidad y desgranaba ingenio hasta tal punto que se publicó un número en conmemoración de los cien primeros con «Las filosofías de don César». No descansó El Coyote en su persecución de aquellos desagradables norteamericanos, que fueron definidos como enemigos naturales desde la primera entrega, primer peldaño de la gloriosa escalera de aventuras.
No creo exagerar si afirmo que El Coyote fue el héroe de la literatura popular española más célebre y acertado de todos los que han existido en nuestra época. Y me atrevo a añadir que lo sigue siendo, porque no hubo, no hay, quien le haya verdaderamente sucedido. Quizá se le acercaron en algún momento personajes de comic. —El Inspector Dan, El Guerrero del Antifaz…— y otras célebres criaturas del propio Mallorquí: los «Dos hombres buenos», que tuvieron el beneficio expansivo de la radio, del que no disfrutó El Coyote, inexplicablemente. Pero personaje estrictamente literario —sus incursiones en el cine o en el tebeo no igualaron jamás su gloria novelística, y fueron sólo derivaciones de aquélla— no ha existido otro español en su género que pueda igualársele. Sería frívolo, injusto y nada riguroso prescindir del talento narrativo de Mallorquí al constatar el mérito del personaje, como si no se debiera una cosa a la otra. Es frecuente hoy mitificar criaturas de ficción olvidando a sus padres. No lo haremos nosotros: La experiencia de José Mallorquí en otras muchas novelas, sus conocimientos de un lenguaje eficaz —tradujo a muchos autores famosos de la época— y su comunicativa imaginación, no han de ser colocados a un nivel superior al que le corresponde, pero en absoluto inferior. Si Mallorquí no era Conrad, por supuesto, sí puede medírsele con raseros cercanos a Salgari o Zane Grey, autores populares nada despreciables. Y en cuanto a su paralelismo con Salgari, un trágico final, digno en ambos casos de sus propias novelas, nos convirtió al Mallorquí de los años setenta en un desclasado de su propia fantasía… No ocurrirá lo mismo con su mejor personaje. El Coyote no es capaz de depresiones. Cabalga por encima del bien y del mal.
JUAN TEBAR.