TRIUNFO Y DOLOR

Al abandonar Royallieu y ahora con su nuevo negocio, la vida de Coco cambió por completo. Atrás quedaban los cafés teatro de Moulins, los hipódromos y la ociosa vida campestre con los excéntricos amigos de Balsan. París fue para ella una auténtica inspiración. De la mano de su nuevo amante se codearía con la alta sociedad, y conocería a personajes del mundo artístico y literario que tendrían una gran influencia en sus creaciones. En 1910, la capital francesa era el epicentro del arte, el buen gusto y el saber vivir. Un punto de encuentro de artistas e intelectuales, pero sobre todo una ciudad cosmopolita donde se generaban las vanguardias artísticas del nuevo siglo. Boy y Coco salían a menudo, iban a la Ópera de París donde triunfaban las obras de Richard Wagner, Ravel y Stravinski. Cenaban en Maxim’s o en el Café de París y asistían a las representaciones de los Ballets Rusos de Diáguilev, con sus electrizantes fantasías y vanguardistas decorados pintados por Picasso que dejaban atónitos al público.

Hasta el estallido de la guerra, aquéllos fueron los años más felices de Coco. Sólo la noticia inesperada de la muerte de su hermana mayor Julie —de cuyo único hijo, André Palasse, se haría cargo— ensombreció el éxito alcanzado. La pérdida de Julie hizo que la diseñadora sintiera la necesidad de ayudar a su hermana Antoinette. A sus veinticinco años, la pequeña de las Chanel no tenía el talento de Coco pero era trabajadora y audaz como ella. En la primavera de 1913, su tía Adrienne y su novio, el barón Nexon, se trasladaron también a vivir a París. De nuevo las tres «hermanas Chanel», como las conocían, volvían a estar juntas, pero ya no eran las jovencitas provincianas e ingenuas de Moulins. Cuando Gabrielle abrió sus nuevas tiendas, Antoinette se quedaría en París al frente del negocio de la rue Cambon, y tía Adrienne la acompañaría a Deauville.

En aquel verano de 1913 la ciudad francesa de Deauville, junto al canal de la Mancha, era un balneario de moda frecuentado por aristócratas, millonarios ociosos y damas de la alta sociedad. En la rue Gontaut-Biron, la más distinguida de la ciudad, Coco abrió una tienda de moda con ayuda de Boy Capel, que estaba convencido de que aquel negocio sería un éxito. En esta ocasión utilizó por primera vez su nombre como marca; en el toldo, en letras negras sobre fondo blanco, se podía leer: Gabrielle Chanel. Aquellos meses estivales fueron clave en su carrera porque pasó del diseño de sombreros al de ropa. Durante sus vacaciones en Deauville, se dio cuenta de que las mujeres paseaban por la playa, a orillas del mar, con vestidos encorsetados y luciendo recargados sombreros de frutas y flores. Para ella y para sus amigas, inventó la ropa deportiva y de baño. Coco, con su silueta estilizada y elegante, fue su mejor maniquí: «Un día me puse un suéter de hombre, porque sí, porque tenía frío. Era en Deauville. Lo ceñí con un pañuelo a la cintura. Nadie reparó en cómo iba vestida pero sin duda me sentaba bien, estaba guapa con él»; así nació su estilo deportivo.

Al inventar la moda sport, Coco liberó el cuerpo de la mujer; era sólo el inicio de su particular revolución y el fin de la belle époque. La diseñadora presentía que llegaba el ocaso de una época en la que se iba a imponer la moda práctica y cómoda: «En 1914 no había ropas sport. Las mujeres asistían a los espectáculos deportivos como señoras de la Edad Media a los torneos. Iban ceñidas hasta muy abajo, sin movilidad en las caderas, en las piernas, en ninguna parte… Como comían demasiado estaban gordas, y como estaban gordas y no lo querían estar, se comprimían. El corsé hacía subir la grasa al pecho, la escondía bajo los vestidos. Al inventar el jersey, liberé el cuerpo, abandoné el cinturón (que no volví a utilizar hasta 1930), creé una silueta nueva; para ajustarse a ella, todas mis clientas adelgazaron, “delgada como Coco”. Las mujeres venían a mi casa a comprar delgadez».

En 1914 estalló la guerra y Boy Capel aconsejó a Coco que se retirara a Deauville: «Muchas mujeres elegantes se habían instalado allí. Pronto no sólo hubo que peinarlas, sino que, al no tener costurera, también vestirlas. Sólo tenía conmigo modistas; las transformé en costureras. La tela escaseaba. Les hice jerséis con suéters bastos, prendas de punto deportivas como las que yo llevaba. Al final de aquel primer verano de la guerra había ganado doscientos mil francos oro…». La antigua mantenida de Balsan se había convertido en una de las primeras empresarias del siglo y muy pronto en una de las mujeres más ricas del país.

Con el comienzo de la guerra en aquel caluroso mes de agosto de 1914, París se quedó casi vacío; se sucedían los atentados y el miedo reinaba en las calles. El gobierno se atrincheró en Burdeos y la vida social se trasladó a las ciudades de veraneo de moda como Deauville y Biarritz. Boy Capel, que había sido movilizado, telegrafió a Coco desde París aconsejándola que no cerrara la tienda. Fue uno de sus mayores aciertos. Las clientas —en su mayoría damas de la buena sociedad parisina cuyos maridos estaban en el frente y huían del asedio alemán— hacían cola frente a su tienda, la única abierta en la ciudad. Todas querían comprar sus últimos modelos, prendas prácticas y ligeras, inspiradas en los uniformes de los mayordomos, los marinos y los mozos de cuadra. Sus chaquetas de punto holgadas por debajo de las caderas y faldas de hilo rectas, blusones de estilo marinero con el cuello desabrochado y sencillos sombreros sin adornos fueron un rotundo éxito. Los vestidos de Coco eran ideales para los nuevos tiempos que se avecinaban, en los que las mujeres ayudaban como voluntarias en los hospitales o en las fábricas de municiones. La guerra, contra todo pronóstico, la favoreció.

A sus treinta años, Coco había conseguido llegar más lejos de lo que nunca imaginó. En una fotografía que se hizo tomar en la playa de Deauville, posa orgullosa con una de sus prendas deportivas en género de punto. Boy Capel seguía animándola y apoyando todas sus iniciativas, pero presentía que por poco tiempo. Un hombre de sus ambiciones políticas y de su fortuna —Boy se había enriquecido aprovisionando a los aliados con sus minas de carbón y fue el consejero favorito del futuro primer ministro Clemenceau— nunca se casaría con una mujer como ella. Le preocupaban sus frecuentes ausencias y los rumores que le llegaban de sus nuevas conquistas femeninas. Pero ella ocultaba su amargura y se centraba en el trabajo.

Cuando a finales de 1914 la situación en el frente se estabilizó, Chanel dejó a una dependienta en su tienda de Deauville y regresó a París con su tía Adrienne y Antoinette. París era una ciudad cansada y triste a causa de la guerra, que trataba de volver a la normalidad. En el verano de 1915, la guerra dio un respiro a Boy y le propuso a Coco pasar unos días en Biarritz. Este exclusivo lugar de veraneo de la costa atlántica, era el último reducto en Francia donde se podía olvidar el horror de la contienda. La gente iba al casino, bailaba hasta el amanecer en los hoteles de lujo o jugaba al golf; trataba de divertirse en una ciudad entregada al ocio y al placer. En aquellos días de descanso, Boy y Coco tuvieron la misma idea: abrir, como en Deauville, una tienda de moda en Biarritz. De nuevo su amante le adelantaría el capital inicial y Coco alquilaría una magnífica villa en la rue Gardères, situada enfrente mismo del casino. Nacía su primera Casa de Alta Costura.

Cuando Coco inauguró su boutique en Biarritz se convirtió en una verdadera diseñadora. Animó a su hermana Antoinette para que la ayudara y ésta llegó desde París con las mejores costureras que trabajaban en el taller de la rue Cambon para formar al nuevo equipo. Coco fue la primera en utilizar el género de punto —hasta entonces exclusivo de las prendas interiores masculinas— en la confección de vestidos y el resultado no se hizo esperar. Fueron días de frenético trabajo para la diseñadora que no paraba de viajar de París a Deauville y Biarritz. La mayor parte de la producción en punto que salía de los talleres de Biarritz iba a parar a España, donde la guerra no había llegado. Sus vestidos en tejido Rodier, cómodos y elegantes, tuvieron una gran acogida entre los miembros de la realeza española. Por aquel entonces, en la tienda se vendían vestidos a siete mil francos y entre sus clientas se encontraban aristócratas y buena parte de la monarquía europea.

En 1916, apenas unos años después de haber abierto su primer negocio en la rue Cambon, Modas Chanel tenía trescientos cincuenta empleados en sus tres tiendas de París, Deauville y Biarritz. Coco había ganado una fortuna durante la guerra y se había convertido en un personaje del que todos hablaban. «Con un jersey negro y diez hileras de perlas, revolucionó la moda», diría de ella Christian Dior. Comenzó a hacerse famosa, y la prestigiosa revista de moda estadounidense Harper’s Bazaar fue la primera en publicar la foto de una de sus creaciones: el vestido camisero. El final de la guerra había dado paso a un nuevo modelo de mujer y Coco, con su especial intuición, supo captar las necesidades de aquella generación de jóvenes que querían olvidar las penurias y romper con el pasado. Mujeres dinámicas y emprendedoras que conducían coches, bailaban y hacían deporte: «Trabajaba para una sociedad nueva. Hasta el momento habíamos vestido a mujeres inútiles, ociosas; mujeres a quienes sus doncellas tenían que poner las medias; a partir de ahora mis clientas eran mujeres activas que necesitaban sentirse cómodas dentro de su vestido y poder recogerse las mangas».

En la cumbre de su carrera, y tras ocho años de relación, Boy Capel le confesó a Coco que se había comprometido con otra mujer y que pronto se casaría con ella. La elegida era una joven aristócrata, viuda de guerra, llamada Diana Lister Wyndham, hija del barón de Ribblesdale. Tenía veinticinco años, era bella, distinguida y pertenecía a una respetable familia de la alta burguesía inglesa. Las ambiciones políticas de Boy le exigían un matrimonio serio y no una relación libre como la que mantenía con Coco. Aunque comprendía que Boy eligiera a una aristócrata y no a una mujer de oscuro pasado como ella, se sintió traicionada. Fue un golpe muy duro pero encajó la noticia con su habitual elegancia. En su interior sabía que su amante seguía enamorado de ella y que no tardaría en regresar a sus brazos.

A pesar del dolor que le causó la ruptura con Boy, Coco nunca hablaría mal de él. Por encima de todo estaba el amor y la amistad que sentía hacia el hombre que había querido con locura. Abandonó discretamente el apartamento que compartían y se instaló en un elegante piso con vistas al Sena. En octubre de 1918, el capitán Arthur Capel se casó con su prometida, y la diseñadora se refugió aún más en el trabajo. La guerra había terminado y París era una ciudad traumatizada cuyos habitantes se enfrentaban al horror de sus muertos. Las heridas tardarían en cicatrizarse pero poco a poco fueron llegando, de todos los rincones del mundo, artistas, intelectuales, y un buen número de expatriados estadounidenses y rusos atraídos por sus aires de libertad. En aquellos «locos años veinte», Coco se convirtió en todo un referente para la mujer moderna.

En verano, Chanel alquiló una casa en las colinas de la zona periférica de Saint Cloud. Era un lugar tranquilo, con un hermoso y aromático jardín desde donde se tenían unas vistas espléndidas de París. Quería olvidar a Boy, pero éste reapareció en su vida. Se sentía desgraciado lejos de ella, y aunque ahora tenía poder y vivía rodeado de lujos, era un esclavo de los convencionalismos sociales. Llevaba una vida totalmente opuesta a la que tuvo con ella. En 1919, Boy y mademoiselle Chanel seguían siendo amantes y cuando él estaba en París solía quedarse a dormir en su casa de Saint Cloud. En aquellos días, Boy le comunicó que su esposa estaba embarazada y que estaba buscando una residencia de invierno en la Riviera para estar más cerca de ella.

En la víspera de Navidad de aquel año de 1919, The New York Times publicó una noticia que iba a golpear muy duro a la diseñadora: «Diplomático muerto en accidente. Niza 24 de diciembre. Arthur Capel, secretario político del Comité de Guerra Interaliado durante la guerra, resultó muerto anoche en un accidente de automóvil cuando se dirigía de París a Montecarlo. El reventón de un neumático provocó la caída del vehículo en la cuneta. El señor Capel era íntimo amigo del primer ministro Lloyd George». Había estado poco antes con ella y viajaba hacia Cannes cuando su coche dio tres vueltas de campana y se prendió fuego. A ella le comunicaron la noticia la misma noche del trágico suceso.

Al día siguiente, en la Navidad más triste que nunca recordara, Coco se trasladó a Montecarlo donde se alojó en casa de la hermana de Boy. No llegó a tiempo para asistir a los funerales, ni siquiera para verle por última vez, pero al día siguiente visitó el lugar de la tragedia. Sentada en un pilón de la carretera, junto al coche destrozado, se quedó un rato en silencio y rompió a llorar. Su muerte la sumió en una profunda tristeza y estuvo a punto de derrumbarse por completo: «Lo perdí todo cuando perdí a Boy Capel. Dejó un vacío dentro de mí que los años no consiguieron llenar. Tenía la impresión de que él seguía protegiéndome desde más allá de su tumba». Coco fue la verdadera viuda de Boy Capel. La esposa de éste, Diana Lister, daría a luz a una niña llamada June, y más tarde se convertiría en la condesa de Westmoreland al casarse de nuevo. Diana, que sentía una gran admiración hacia Chanel, sería una asidua clienta de su tienda de modas.

Tras la muerte de Boy, Coco abandonó su nido de amor en Saint Cloud y se compró una villa —llamada Bel Respiro— en el lujoso barrio de Garches. Mientras se ocupaba de la decoración y la mudanza de su nueva vivienda, recibió otra triste noticia: su hermana Antoniette, que se había casado con un aviador canadiense, murió en Buenos Aires víctima de la epidemia de gripe española. De las tres hermanas Chanel, sólo ella quedaba con vida: «En esta familia nadie ha llegado a los cuarenta —se lamentaba—; no sé cómo he podido escapar a tan fatal destino».

En aquellos difíciles momentos, Chanel conoció en la casa de la actriz Cécile Sorel a la única mujer que ejercería en ella una gran influencia, Misia Sert. «No me gusta el trato con mujeres. Excepto Misia, ninguna me divierte. Son frívolas. Yo soy superficial, pero frívola nunca. Cuanto mayor me hago más superficial soy. Una mujer perfecta fastidia a las mujeres y aburre a los hombres», le confesó a Paul Morand. Apodada «La Reina de París», la hermosa y cautivadora Misia —de origen ruso— se convertiría en su mejor amiga y confidente. Ella la introduciría en el mundo artístico del París de la posguerra. Mecenas, excelente pianista, modelo de Renoir y musa de la vanguardia artística, se casó en terceras nupcias con el pintor catalán Josep Maria Sert, autor de los magníficos murales del hotel Waldorf-Astoria y el Rockefeller Center de Nueva York. De la mano de Misia entablaría amistad con Pablo Picasso, Jean Cocteau, Braque, Satie, Diáguilev —el alma de los Ballets Rusos— y el compositor Igor Stravinski. La admiración que Coco sentía entonces por Misia no tenía límites: «No hay más que escucharla para sentirse inteligente».

Para levantar la moral a su amiga por la muerte de Boy, Misia la invitaba a asistir a fiestas y espectáculos. Mientras su negocio florecía, Coco Chanel, que despertaba gran curiosidad, seguía triunfando en la alta sociedad parisina. Sin ella proponérselo se había convertido en un personaje del que todos hablaban. Por entonces lucía el pelo corto, al estilo garçonne que se puso de moda en los años veinte. En las fotografías se la ve rejuvenecida y bronceada —a partir de 1923 las mujeres comenzaron a tomar el sol— luciendo sus originales creaciones, como el vestido de punto con adornos de piel que se vendía en su boutique y con el que ganó una fortuna. En París, por entonces, si alguien quería ser chic, tenía que ir vestida de Chanel. La diseñadora comenzó a vivir en el hotel Ritz, aunque conservaba su residencia a las afueras de París, en Garches, donde solía invitar a artistas e intelectuales.

Misia se casó en agosto de 1921 con Josep Maria Sert e invitaron a Coco a que los acompañara en su luna de miel a Italia, país que la diseñadora no conocía: «Los Sert me salvaron de la desesperación. Quizá habría valido más que me hubieran abandonado. No hacía más que llorar. Contra mi voluntad me arrastraron a Italia…». Misia ofreció en Venecia una fiesta donde presentó a su amiga a la nobleza europea. En aquella velada, mademoiselle Chanel conoció a Sergei Diáguilev, mecenas y empresario promotor de los Ballets Rusos, quien, al igual que todos sus compatriotas, había tenido que huir de Rusia y rehacer su vida en Europa. La diseñadora sentía una gran admiración hacia el genial director artístico: «Diáguilev era un amigo realmente maravilloso. Me gustaba con su prisa por vivir, con sus pasiones, con sus miserias, tan lejos de su leyenda fastuosa, pasando días sin comer, noches enteras ensayando, horas y horas sentado en una butaca, arruinándose para dar un buen espectáculo». Coco no dudaría en ayudar a su amigo financiando el montaje del ballet, La consagración de la primavera, que inauguraría la temporada de invierno en 1921 en el teatro de los Campos Elíseos de París. Ya en su madurez le diría a Morand: «Yo no salvé los ballets de Diáguilev del naufragio, como se ha dicho. Sergei me hablaba de este ballet como de un escándalo y como de un gran momento histórico… No me arrepiento de los trescientos mil francos que me costó aquello».

En los años veinte, Coco Chanel se codeaba con las figuras más brillantes e influyentes del París artístico de su época. Colaboró con Diáguilev y con Jean Cocteau en el espectáculo Le Train Blue diseñando el vestuario de los actores que lucían ropa deportiva en una ciudad de veraneo junto al mar. Cuando conoció al compositor ruso Igor Stravinski —autor de la partitura de La consagración de la primavera— aún era una mujer vulnerable y no había superado la muerte de Boy. «En el ambiente en el que me movía —diría Coco— sólo me atraía Picasso, pero no estaba libre. Stravinski estaba casado pero me hizo la corte…». Igor no era feliz en su matrimonio y aunque era famoso apenas podía vivir de su trabajo como compositor. Coco, al conocer su precaria situación económica, le prestó su villa de Garches. Entre 1920 y 1922, Stravinski viviría con su esposa y sus hijas en la villa de la diseñadora. Durante ese tiempo, y de manera discreta, Coco e Igor se hicieron amantes. Ella le financiaba algunos conciertos y a cambio disfrutaba de la compañía de un hombre cuyas composiciones para los Ballets Rusos lo habían catapultado a lo más alto de la gloria musical. Pero Igor no pudo ocultar por mucho tiempo que estaba enamorado de una hermosa actriz llamada Vera de Bosset que se convertiría en su segunda esposa. Cuando Coco se enteró puso fin a la relación pero en la distancia seguirían siendo amigos toda la vida.

En la primavera de 1922, Gabrielle conoció en Biarritz al gran duque Dimitri Pavlovitch, primo del zar Nicolás II, cuya participación en el asesinato de Rasputín en 1917 le confería un aire misterioso y romántico. Era un joven soltero, alto y apuesto, de melancólicos ojos verdes y ocho años menor que ella. Coco se sintió atraída por su elegancia, porte aristocrático y timidez. Como acababa de comprar un pequeño Rolls azul, la diseñadora le invitó a pasar una semana con ella en Montecarlo. Así empezó un romance que duró apenas un año pero que influyó en los diseños de Coco. A Dimitri no sólo le daba dinero sino que le invitó a instalarse en su casa de Garches en compañía de su inseparable mayordomo Piotr. El duque, en agradecimiento a su hospitalidad y los detalles que tuvo con él, le regaló las valiosas perlas de los Romanov que había conseguido llevarse de Rusia al escapar de la Revolución. Chanel las copió y lanzó la moda de las largas sartas de perlas falsas y auténticas. Para estar a solas con su amante, y lejos de París donde todos la conocían, Coco compró una bonita finca en la región de Las Landas, junto a la costa. Allí nadaban, paseaban por la playa, tomaban el sol y cenaban junto al mar a la luz de las velas. Por primera vez se tomó dos meses de vacaciones y veía a muy poca gente, aunque estaba al día de todo lo que ocurría en sus tiendas.

La relación con Dimitri y otros miembros de la nobleza rusa residentes en París marcó notablemente los diseños de Coco. Las colecciones de la Casa Chanel de los años 1922, 1923 y 1924 tendrían una gran influencia eslava. Arruinados y sin patria, aquellos aristócratas —duques, condes y príncipes— que llegaron a París huyendo de los bolcheviques en 1917, se vieron obligados a trabajar. En la Casa de Modas Chanel, las vendedoras y las modelos eran en su mayoría bellas y elegantes damas de la nobleza rusa. Cuando el gran duque Dimitri asistía a alguno de los desfiles de Coco, las modelos rusas se paraban para besarle la mano a «Su Majestad». El conde Kutuzov, que había sido gobernador de Crimea y había llegado a París con su esposa y sus dos hijas sin un céntimo, fue portero de la Casa Chanel antes de entrar a trabajar como administrador en la empresa de Coco. «Los rusos me fascinaban. Dentro de cada auvernés hay un oriental escondido: los rusos me revelaron Oriente», diría Coco.

Cuando mademoiselle Chanel cumplió cuarenta años, se trasladó a vivir al número 29 de la rue du Faubourg St. Honoré, dejando su villa de Garches. Su nueva casa era la planta baja de un hermoso palacete, residencia del conde Pillet Will —quien más adelante le alquilaría todo el edificio—, a un paso de la avenue Gabriel donde Coco había compartido su amor con Boy. La diseñadora pidió a Misia y a Sert que la ayudaran a decorar sus enormes salones y luminosas habitaciones que daban a un gran jardín. Coco viviría en esta mansión diez años y allí recibiría al Tout Paris. Aquélla sería una de las casas más distinguidas de la ciudad donde daría maravillosas fiestas que reunían a artistas, escritores, nobles rusos y miembros de la alta sociedad. Como la que ofreció en la Navidad de 1922, y que dio mucho que hablar a los cronistas sociales, no sólo por la calidad del caviar y el champán servidos en abundancia, sino porque entre los invitados se encontraban los personajes más relevantes de la intelectualidad francesa.

En 1934, Coco se trasladó a una suite del hotel Ritz con vistas a la place Vendôme. Era una habitación pequeña —apenas un salón, cuarto de baño y dormitorio— de aire monacal, en comparación con su lujoso apartamento de la rue Cambon. La diseñadora se encontraba tan cómoda en su suite que acabó viviendo allí hasta su muerte en 1971. Con el tiempo se haría traer sus obras de arte más queridas y se rodeó de lacas Coromandel, espejos barrocos, muebles orientales antiguos y algunos de sus objetos fetiche: «El Ritz es como mi hogar. Es el primer hotel donde he vivido. Cuando daba una fiesta en mi apartamento de la rue du Faubourg, después me iba al Ritz a pasar tres días. No soporto el día que sigue a una fiesta. Los criados están de mal humor. Ellos no han sido quienes han dado la fiesta y están cansados. La casa está sucia. Hay que ponerlo todo en orden. De modo que prefería irme».

Si la casa de la rue du Faubourg era el escaparate del éxito social conseguido por Coco, su residencia privada —en el tercer piso del 31 de la rue Cambon— sólo estaba abierta a sus amigos íntimos y a las clientas que gozaban de su simpatía. Éste era su refugio secreto, su taller y su universo. Un apartamento elegante y recargado —situado justo encima de la boutique Chanel— que más parecía un museo lleno de tesoros: paredes ocultas tras biombos chinos Coromandel, muros de libros valiosísimos, muebles estilo Luis XVI, enormes espejos dorados sobre chimeneas de mármol, antigüedades orientales y lámparas de araña. Entre sus objetos más queridos, dos esculturas de moros venecianos —«mis únicos compañeros», afirmaba la diseñadora— y varios leones de mármol de distintos tamaños, en honor a su signo zodiacal Leo. El salón principal estaba presidido por un amplio diván de ante leonado que era su trono y su cama de campaña. Allí recibía a las visitas, trabajaba y descansaba, pero siempre dormía en su suite del Ritz.

Su nueva mudanza coincidió con su ruptura amistosa con Dimitri de quien dio a entender que era un hombre apuesto, pero falto de esencia. Más adelante, cuando los periodistas le preguntaban por la nobleza rusa que había conocido, incluidos los Romanov, diría con franqueza: «Aquellos grandes duques eran todos lo mismo. Tenían un aspecto deslumbrante pero detrás de la apariencia no había nada. Ojos verdes, manos y hombros bien hechos, pero mansos y timoratos. Bebían para sacudirse el miedo de encima… detrás no había nada, sólo vodka y vacío». Dimitri, que buscaba una mujer rica que le mantuviera, acabaría casándose con Autrey Emery, una atractiva heredera estadounidense.

Para celebrar su cuarenta aniversario, la diseñadora lanzó al mercado un perfume, el Chanel N.º 5, que se convertiría en un clásico y la haría millonaria. Con ayuda de Ernest Beaux, propietario de un laboratorio en Grasse, en la Costa Azul, Gabrielle diseñó un perfume que le daría fama internacional. Fue su amante, el duque Dimitri, quien le presentó a este antiguo perfumista de la corte del zar de Rusia, que había pasado su juventud en San Petersburgo. Chanel tenía un olfato excepcional para distinguir las esencias y ella misma le indicó las curiosas combinaciones que se le antojaban. Así nació L’Eau Chanel, un perfume que no se parecía a ningún otro porque combinaba esencias florales naturales —entre ellas el jazmín y la rosa de mayo— con aromas sintéticos. Diseñó un frasco de estilo Art Decó, sobrio y cuadrado, lo que, unido a su desconcertante y original nombre, daría al mundo una lección de modernidad. En 1954, cuando un periodista preguntó a la actriz Marilyn Monroe qué se ponía para dormir y ella respondió «Sólo unas gotas del N.º 5», el perfume de mademoiselle Chanel entró a formar parte de la leyenda.