Wicca reparó en que tres personas habían olvidado sus botellones vacíos. Tenía que telefonearles y pedir que vinieran a buscarlos.
—Dentro de poco se apagará el fuego —dijo.
Él continuó en silencio. Aún había llamas en la hoguera y tenía los ojos fijos en ellas.
—No me arrepiento de haber estado un día enamorada de ti —continuó Wicca.
—Ni yo —respondió el Mago.
Ella tuvo unas ganas tremendas de hablar sobre la muchacha. Pero permaneció callada. Los ojos del hombre que tenía a su lado inspiraban respeto y sabiduría.
—Qué lástima que yo no sea tu Otra Parte.
Ella retomó el tema.
—Habríamos sido una gran pareja.
Pero el Mago no escuchaba lo que Wicca estaba diciendo. Había un mundo inmenso delante de él y muchas cosas por hacer. Era necesario ayudar a construir el jardín de Dios, era necesario enseñar a las personas a aprender por sí mismas. Iba a encontrar a otras mujeres, enamorarse y vivir intensamente esta encarnación. Aquella noche completaba una etapa en su existencia y una nueva Noche Oscura se extendía ante él. Pero iba a ser una fase más divertida, más alegre y más cercana a todo aquello que había soñado. Lo sabía gracias a las flores, a los bosques, a las chicas que llegan un día dirigidas por la mano de Dios, sin saber que están allí para conseguir que se cumpla el destino. Lo sabía gracias a la Tradición de la Luna y a la Tradición del Sol.