Había regresado. Se acordaba de todo: los ruidos, las palmas, la danza, el trance. Se acordaba de haberse quitado la ropa delante de todas aquellas personas y ahora sentía una cierta turbación. Procuró dominar la vergüenza, el miedo, la ansiedad; ellos la acompañarían siempre y tenía que acostumbrarse.

Wicca pidió que las tres iniciadas se colocaran justo en el centro del semicírculo formado por las mujeres. Las hechiceras se dieron las manos y cerraron la rueda.

Cantaron músicas que nadie más osó acompañar; el sonido fluía de labios casi cerrados, creando una vibración extraña, que se tornaba cada vez más aguda, hasta parecer el grito de un pájaro loco. En el futuro también ella sabría cómo pronunciar estos sonidos. Aprendería muchas más cosas, hasta llegar a ser también una Maestra. Entonces, otras mujeres y hombres serían iniciados por ella en la Tradición de la Luna.

Todo esto, no obstante, llegaría a su debido tiempo. Tenía todo el tiempo del mundo, ahora que había reencontrado su destino, tenía a alguien para ayudarla. La Eternidad era suya.

Todas las personas aparecían con colores extraños a su alrededor y Brida quedó un poco desorientada. Prefería el mundo como era antes.

Las hechiceras terminaron de cantar.

—La Iniciación de la Luna está hecha y consumada —dijo Wicca—. El mundo ahora es el campo y vosotras cuidaréis de que la cosecha sea fértil.

—Tengo una sensación extraña —dijo una de las Iniciadas—. No consigo ver bien.

Vosotras estáis viendo el campo de energía que rodea a las personas, el aura, como nosotras la llamamos. Éste es el primer paso en el mundo de los Grandes Misterios. Esta sensación pasará dentro de poco y más tarde ya os enseñaré cómo despertarla de nuevo.

Con un gesto rápido y ágil, tiró su daga ritual al suelo. La daga se clavó en la tierra, el extremo aún balanceándose por la fuerza del impacto.

—La ceremonia ha terminado —dijo.