Wicca levantó con las dos manos el vestido de la más joven de las tres mujeres. Hizo un ofrecimiento simbólico a los sacerdotes celtas que asistían a todo, flotando con sus cuerpos astrales sobre los árboles. Después se volvió hacia la joven.

—Levántate —dijo.

Brida se levantó. En su cuerpo desnudo danzaban las sombras de la hoguera. Algún día, otro cuerpo había sido consumido por estas mismas llamas. Pero ese tiempo había terminado.

—Levanta los brazos.

Ella los levantó. Wicca la vistió.

—Estaba desnuda —le dijo al Maestro, cuando él terminó de colocarle el manto azul—. Y no tenía vergüenza.

—Si no fuese por la vergüenza, Dios no habría descubierto que Adán y Eva comieron la manzana.

El Maestro miraba el nacimiento del sol. Parecía distraído pero no lo estaba. Brida lo sabía.

—Jamás tengas vergüenza —continuó él—. Acepta lo que la vida te ofrece y procura beber de las copas que tienes delante. Todos los vinos deben ser bebidos; algunos, apenas un trago; otros, la botella entera.

—¿Cómo puedo distinguir esto?

—Por el sabor. Sólo conoce el vino bueno quien probó el vino amargo.

Wicca giró a Brida y la colocó de cara a la hoguera, mientras pasaba a la Iniciada siguiente. El fuego captaba la energía de su Don, para que pudiese manifestarse definitivamente en ella. En aquel momento, Brida debía estar asistiendo al nacimiento de un sol. Un sol que pasaría a iluminar el resto de su vida.

—Ahora tienes que irte —dijo el Maestro, en cuanto el sol terminó de nacer.

—No tengo miedo de mi Don —respondió Brida—. Sé hacia dónde voy, sé lo que tengo que hacer. Sé que alguien me ayudó.

»Ya estuve aquí antes. Había personas que danzaban y un templo secreto de la Tradición de la Luna.

El Maestro no dijo nada. Se giró hacia ella e hizo una señal con la mano derecha.

—Has sido aceptada. Que tu camino sea de Paz, en los momentos de Paz. Y de Combate, en los momentos de Combate. Jamás confundas un momento con otro.

La figura del Maestro comenzó a disolverse junto con el desierto y con la piedra. Quedó apenas el sol, pero el sol comenzó a confundirse con el propio cielo. Poco a poco el cielo se oscureció y el sol se parecía mucho a las llamas de una hoguera.