Brida los abrió. Estaba en un desierto y el lugar le parecía muy familiar.

Se acordó que ya había estado allí antes. Con el Mago.

Lo buscó con los ojos, pero no conseguía encontrarlo. Sin embargo, no tenía miedo; se sentía tranquila y feliz. Sabía quién era, la ciudad donde vivía, sabía que en otro lugar del tiempo estaba teniendo lugar una fiesta. Pero nada de eso tenía importancia, porque el paisaje que se le ofrecía era todavía más bonito: las arenas, montañas al fondo y una enorme piedra delante de ella.

—Bienvenida —dijo una voz.

A su lado estaba un señor, con ropas parecidas a las que vestían sus abuelos.

—Soy el Maestro de Wicca. Cuando tú llegues a ser Maestra, tus discípulas vendrán a encontrar a Wicca aquí. Y así en lo sucesivo, hasta que el Alma del Mundo consiga manifestarse.

—Estoy en un ritual de brujas —dijo Brida—. En un Sabbat.

El Maestro rio.

—Has enfrentado tu Camino. Pocas personas tienen el valor de hacerlo. Prefieren seguir un camino que no es el de ellas.

»Todas poseen su Don y no lo quieren ver. Tú lo aceptaste, tu encuentro con el Don es tu encuentro con el Mundo.

—¿Por qué necesito esto?

—Para construir el jardín de Dios.

—Tengo una vida por delante —dijo Brida—. Quiero vivirla como todas las personas la viven. Quiero poder equivocarme. Quiero poder ser egoísta. Tener fallas, ¿me entiende?

El Maestro sonrió. De su mano derecha surgió un manto azul.

—No existe otra forma de estar cerca de las personas sino ser una de ellas.

El escenario a su regreso cambió. Ya no estaba en el desierto, sino en una especie de líquido, donde varias cosas extrañas nadaban.

—Así es la vida —dijo el Maestro—. Equivocarse. Las células se reproducían exactamente igual durante millones de años hasta que una de ellas erraba. Y, a causa de esto, algo era capaz de cambiar en aquella repetición inacabable.

Brida miraba, deslumbrada, el mar. No preguntaba cómo era capaz de respirar allí dentro. Todo lo que conseguía oír era la voz del Maestro, todo lo que conseguía recordar era un viaje muy parecido, que había comenzado en un campo de trigo.

—Fue el error lo que colocó al mudo en marcha —dijo el Maestro—. Jamás tenga miedo de errar.

—Pero Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso.

—Y volverán un día. Conociendo el milagro de los cielos y de los mundos. Dios sabía lo que estaba haciendo cuando llamó la atención de ambos hacia el árbol del Bien y del Mal.

»Si no hubiera querido que los dos comiesen, no habría dicho nada.

—Entonces, ¿por qué lo dijo?

—Para colocar al Universo en movimiento.

El escenario cambió otra vez al desierto con la piedra. Era por la mañana y una luz rosada comenzaba a inundar el horizonte. El Maestro se aproximó a ella con el manto.

—Yo te consagro en este momento. Tu Don es el instrumento de Dios. Que consigas ser una buena herramienta.