El Mago vio a un conocido a lo lejos y se disculpó del grupo para ir a hablar con él. Brida estaba eufórica, le gustaba tenerlo a su lado, pero pensó que era mejor dejarlo ir. Su instinto femenino le decía que no era aconsejable que él y Lorens se quedasen mucho tiempo juntos, podían hacerse amigos, y cuando dos hombres están enamorados de la misma mujer, es preferible que se odien a que se hagan amigos. Porque, en este caso, terminaría perdiendo a ambos.
Miró a las personas alrededor de la hoguera y deseó bailar también. Invitó a Lorens, él vaciló un segundo, pero acabó aceptando. Las personas giraban y daban palmas, bebían vino y golpeaban con llaves y ramas los botellones vacíos. Siempre que pasaba delante del Mago, él sonreía y levantaba un brindis. Ella estaba en uno de sus mejores días.
Wicca entró en la rueda. Todos estaban relajados y contentos. Los invitados, antes preocupados con lo que irían a contar, asustados con lo que podían ver, ahora se integraban definitivamente al Espíritu de aquella noche. La primavera había llegado, era preciso celebrar, llenar el alma de fe en los días de sol, olvidar lo más rápidamente posible las tardes grises y las noches de soledad dentro de casa.
Las palmas crecían y ahora Wicca dirigía el ritmo. Era sincopado, constante, todos con los ojos fijos en la hoguera. Nadie sentía ya frío, parecía que el verano ya estaba allí. Las personas en torno de la hoguera empezaron a sacarse los suéteres.
—¡Vamos a cantar! —dijo Wicca. Repitió algunas veces una música simple, compuesta de sólo dos estrofas; al poco tiempo estaban todos cantando con ella. Pocas personas sabían que se trataba de un mantra de hechiceras, donde lo importante era el sonido de las palabras y no su significado. Era un sonido de unión con los Dones y aquéllos que tenían la visión mágica —como el Mago y otros Maestros presentes— podían ver las fibras luminosas de varias personas uniéndose.
Lorens se cansó de bailar y fue a ayudar a los «músicos» con sus garrafas. Otros fueron apartándose de la hoguera, algunos porque estaban cansados, otros porque Wicca les pedía que ayudaran a marcar el ritmo. Sin que nadie —excepto los Iniciados— se diese cuenta de lo que estaba sucediendo, la fiesta comenzaba a penetrar en territorio sagrado. En poco tiempo quedaron en torno a la fogata solamente las mujeres de la Tradición de la Luna y las hechiceras que iban a ser iniciadas.
Incluso los discípulos de Wicca habían dejado de bailar; existía otro ritual, otra fecha para la Iniciación de los hombres. En aquel momento, lo que rodaba en el plano astral directamente encima de la hoguera era la energía femenina, la energía de la transformación. Así había sido desde los tiempos remotos.