Al otro lado de la hoguera, Wicca desvió los ojos y respiró aliviada, Brida no había percibido nada. Era una buena discípula, no le gustaría alejarse de la Iniciación aquella noche simplemente por no haber conseguido dar el paso más sencillo de todos: participar de la alegría de los otros.

«Él cuidará de sí mismo.» El Mago tenía años de trabajo y disciplina a sus espaldas. Sabría dominar un sentimiento, por lo menos el tiempo suficiente como para colocar otro sentimiento en su lugar. Lo respetaba por su trabajo y obstinación y sentía cierto recelo de su inmenso poder.

Conversó con algunos invitados más, pero no consiguió alejar la sorpresa por lo que acababa de presenciar. Entonces, aquél era el motivo, el motivo por el que había prestado tanta atención a aquella chica que, al fin y al cabo, era una hechicera igual a todas las otras que habían pasado varias encarnaciones aprendiendo la Tradición de la Luna.

Brida era su Otra Parte.

«Mi instinto femenino está funcionando mal.» Había imaginado todo, menos lo más obvio. Se consoló pensando que el resultado de su curiosidad había sido positivo: era el camino escogido por Dios para que reencontrase a su discípula.