Brida se sorprendió por el gran número de automóviles estacionados al lado de la carretera. Las nubes pesadas de la mañana habían sido sustituidas por un cielo claro, donde la puesta de sol mostraba sus últimos rayos; a pesar del frío, aquél era el primer día de primavera.

Ella invocó la protección de los espíritus del bosque y después miró a Lorens. Él repitió las mismas palabras, un poco avergonzado, pero contento de estar allí. Para que continuasen unidos, era necesario que cada uno pisase, de vez en cuando, la realidad del otro. También entre los dos había un puente entre lo visible y lo invisible. La magia estaba presente en todos los actos.

Caminaron rápidamente por el bosque y pronto entraron en el claro. Brida esperaba algo parecido; hombres y mujeres de todas las edades, y probablemente con las profesiones más diversas, estaban reunidos en grupos, conversando entre sí, procurando aparentar que todo aquello pareciera la cosa más natural del mundo. No obstante, estaban tan perplejos como ellos.

—¿Son todos éstos? —Lorens no esperaba aquello.

Brida respondió que no; algunos eran invitados como él. No sabía exactamente quién debía participar; todo sería revelado en el momento adecuado.

Escogieron un rincón y Lorens dejó la mochila en el suelo. Allí dentro estaba el vestido de Brida y tres garrafas de vino; Wicca había recomendado que cada persona, participante o invitada, trajese una. Antes de ir de casa, Lorens había preguntado por el tercer invitado. Brida le mencionó al Mago a quien acostumbraba visitar en las montañas y él no le dio la menor importancia.

—Imagina —oyó a una mujer comentando a su lado—. Imagina si mis amigas supiesen que esta noche estoy en un verdadero Sabbat.

El Sabbat de las hechiceras. La fiesta que había sobrevivido a la sangre, a las hogueras, a la Edad de la Razón al olvido. Lorens procuró sentirse cómodo, diciéndose a sí mismo que allí existían muchas personas en su misma situación. Notó que varios troncos de leña seca estaban apilados en el centro del claro del bosque y sintió un escalofrío.

Wicca estaba en un rincón, conversando con un grupo. Al ver a Brida, fue en seguida a saludarla y a preguntarle si todo iba bien. Ella agradeció la gentileza y le presentó a Lorens.

—Invité también a otra persona —dijo.

Wicca la miró, sorprendida. Pero inmediatamente mostró una amplia sonrisa. Brida tuvo la certeza de que sabía de quién se trataba.

—Me alegra —respondió—. La fiesta también es tuya. Y hace tiempo que no veo a aquel viejo brujo. Quién sabe si ya habrá aprendido algo.

Fue llegando más gente, sin que Brida pudiese distinguir quién era invitado y quién era participante. Media hora después, cuando casi unas cien personas conversaban en voz baja en el claro, Wicca pidió silencio.

—Esto es una ceremonia —dijo—. Pero esta ceremonia es una fiesta. Por favor, ninguna fiesta comienza antes de que las personas llenen sus cálices.

Abrió su garrafa y llenó el vaso de alguien que estaba a su lado. En poco tiempo, las garrafas circulaban y el tono de las voces aumentaba perceptiblemente. Brida no quería beber; aún estaba vivo en su memoria el recuerdo de un hombre, en un campo de trigo, mostrando para ella los templos secretos de la Tradición de la Luna. Además, el invitado que estaba esperando todavía no había llegado.

Lorens, en cambio, estaba mucho más relajado y comenzó a charlar con las personas cercanas.

—¡Es una fiesta! —le dijo, riendo, a Brida. Había venido preparado para cosas de otro mundo y era apenas una fiesta. Mucho más divertida, en verdad, que las fiestas de científicos que estaba obligado a frecuentar.

A una cierta distancia de su grupo había un señor de barba blanca que reconoció como uno de los catedráticos de la Universidad. Permaneció algún tiempo sin saber qué hacer, pero el señor también lo reconoció y, desde donde estaba, levantó el vaso en brindis para él.

Lorens se sintió aliviado; ya no existía la caza a las brujas ni a sus simpatizantes.

—Parece un picnic —Brida oyó decir a alguien. Sí, parecía un picnic y aquello le irritaba. Esperaba algo más ritualista, más próximo a los Sabbats que habían inspirado a Goya, Saint-Saëns, Picasso… Tomó una garrafa que tenía a su lado y también empezó a beber.

Una fiesta. Cruzar el puente entre lo visible y lo invisible a través de una fiesta. A Brida le gustaría mucho ver cómo algo sagrado podía tener lugar en un ambiente tan profano.

La noche caía rápidamente y las personas bebían sin parar. Cuando la oscuridad amenazó con cubrir todo el lugar, algunos de los hombres presentes —sin ningún ritual específico— encendieron la fogata. En el pasado también era así; la hoguera, antes de representar un elemento mágico poderoso, era tan solo una luz. Una luz en torno a la cual las mujeres se reunían para hablar de sus hombres, de sus experiencias mágicas, de los encuentros con los súcubos e íncubos, los temibles demonios sexuales del Medievo. En el pasado, también era así, una fiesta, una inmensa fiesta popular, la celebración alegre de la primavera y de la esperanza, en una época en que ser alegre era desafiar la ley, porque nadie podía divertirse en un mundo hecho sólo para tentar a los débiles. Los señores de la tierra, encerrados en sus castillos sombríos, contemplaban las hogueras en los bosques y se sentían robados; aquellos campesinos querían conocer la felicidad, y quien conoce la felicidad ya no consigue convivir sin rebeldía con la tristeza. Los campesinos podían tener ganas de ser felices todo el año, y entonces todo el sistema político y religioso estaría amenazado.