Wicca se puso contenta porque la lluvia había parado y las nubes se disiparían antes del anochecer. La Naturaleza tenía que estar de acuerdo con las obras del ser humano.

Todas las medidas estaban tomadas, cada persona había cumplido su papel, no faltaba nada.

Fue hasta el altar e invocó a su Maestro. Le pidió que estuviese presente aquella noche; tres nuevas hechiceras serían iniciadas en los Grandes Misterios y la responsabilidad sobre sus hombros era enorme.

Después, fue a la cocina a preparar el café. Hizo jugo de naranja, tostadas y comió algunas galletas dietéticas. Continuaba aún cuidando su apariencia, sabía lo bonita que era. No precisaba abdicar de su belleza apenas para probar que también era inteligente y capaz.

Mientras revolvía distraída el café, se acordó de un día como éste, muchos años atrás, cuando su Maestro selló su destino con los Grandes Misterios. Por unos instantes, intentó imaginar quién era entonces, cuáles eran sus sueños, qué esperaba de la vida.

«Estoy vieja. Me paso el tiempo recordando el pasado», dijo en voz alta. Acabó el café rápidamente e inició sus preparativos. Aún tenía algo que hacer.

Sabía, sin embargo, que no se estaba volviendo vieja. En su mundo no existía el Tiempo.