La madre miró a la hija. Le habría gustado que hubiese entendido todo. Pero, en el fondo, creía que Brida vivía en un mundo donde este tipo de amor ya no tenía lugar.

—Jamás dejé de amar a tu padre, ni siquiera un solo día —concluyó—. Él siempre estuvo a mi lado, me dio lo mejor que tenía, y yo quiero estar junto a él hasta el fin de mis días. Pero el corazón es un misterio, y yo jamás voy a entender lo que pasó. Lo que sé es que aquel encuentro me dio más confianza en mí misma, mostrándome que aún era capaz de amar y ser amada, y enseñándome algo que nunca voy a olvidar: cuando encuentres una cosa importante en la vida, no quiere decir que tengas que renunciar a todas las otras.

»A veces todavía me acuerdo de él. Me gustaría saber dónde está, si descubrió lo que buscaba aquella tarde, si está vivo, o si Dios se encargó de cuidar su alma. Sé que no volverá nunca y sólo así pude amarlo con tanta fuerza y con tanta seguridad. Porque no podría jamás perderlo; él se había entregado por completo aquella tarde.

Su madre se levantó.

—Creo que tenemos que ir a casa a terminar tu vestido —dijo.

—Me quedaré un poco más aquí —respondió Brida.

Se aproximó a su hija y la besó con todo cariño.

—Gracias por escucharme. Es la primera vez que cuento esta historia. Siempre tuve miedo de morir con ella y apagarla para siempre de la faz de la Tierra. Ahora tú la guardarás para mí.