El Mago pidió a Brida que cerrara el ritual, ya que era ella quien había comenzado. Brida pronunció las palabras que sabía y él la ayudó. Cuando todas las fórmulas fueron dichas, él abrió el círculo mágico. Se vistieron y se sentaron en el suelo.
—Vámonos de aquí —dijo Brida, después de cierto tiempo. El Mago se levantó y ella hizo lo mismo. No sabía qué decir, estaba turbada, al igual que él. Habían confesado su amor y ahora, como cualquier pareja que atraviesa por esta experiencia, no conseguían mirarse a los ojos.
Fue el Mago quien rompió el silencio.
—Tienes que volver a la ciudad. Sé dónde pedir un taxi.
Brida no sabía si estaba desilusionada o aliviada con el comentario. La sensación de alegría comenzaba a ser sustituida por sensación de malestar y dolor de cabeza. Tenía la seguridad de que sería una pésima compañía aquella noche.
—Está bien —respondió.
Cambiaron otra vez de rumbo y regresaron a la ciudad. Él llamó un taxi desde una cabina telefónica. Después se quedaron sentados en el borde de la acera, mientras esperaban el coche.
—Quiero agradecerte esta noche —dijo ella.
Él no dijo nada.
—No sé si la fiesta del Equinoccio es una fiesta sólo para hechiceras. Pero será un día importante para mí.
—Una fiesta es una fiesta.
—Entonces me gustaría invitarte.
Él hizo un gesto, como quien quiere cambiar de tema. Debía estar pensando en aquel momento lo mismo que ella, qué difícil es separarse de la Otra Parte, una vez que la hemos encontrado. Lo imaginaba volviendo hacia su casa, solo, preguntándose cuándo volvería ella. Ella volvería, porque así lo mandaba su corazón. Sin embargo, la soledad de los bosques es más difícil de soportar que la soledad de las ciudades.
—No sé si el amor surge de repente —continuó Brida—. Pero sé que estoy abierta a él. Preparada para recibirlo.
El taxi llegó. Brida miró una vez más al Mago y sintió que él estaba mucho más joven.
—También estoy preparado para el Amor —fue todo lo que dijo.