Brida continuó ejecutando los rituales que Wicca le había enseñado. Mantenía la vela siempre encendida, danzaba el ruido del mundo. Anotaba en el Libro de las Sombras los encuentros con la hechicera y frecuentaba el bosque sagrado dos veces por semana. Advirtió, para su sorpresa, que ya estaba entendiendo algo de hierbas y plantas.
Pero las voces que Wicca deseaba despertar no aparecían.
Tampoco conseguía ver el punto luminoso.
«Quién sabe si aún no conozco a mi Otra Parte», pensó, con cierto miedo. Éste era el destino de quien conocía la Tradición de la Luna: jamás engañarse sobre el hombre de su vida. Significaba decir que nunca más, a partir del momento en que se transformase en una hechicera de verdad, iba a tener las ilusiones que todas las otras personas tenían en el amor. Significaba sufrir menos, es verdad —tal vez significase incluso no sufrir nada—, porque podía amar todo más intensamente; la Otra Parte era una misión divina en la vida de cada persona. Aun cuando ella tuviese que irse un día, el amor por la Otra Parte —así lo enseñaban las Tradicionesera coronado de gloria, de comprensión y de una nostalgia purificadora.
Pero significaba también que, a partir del momento en que pudiese ver el punto luminoso, no tendría los encantos de la Otra Parte del Amor. Brida pensaba en las muchas veces en que se atormentó de pasión, en las noches que pasó despierta, esperando a alguien que no telefoneaba, en los fines de semana románticos que no resistían a la semana siguiente, en las fiestas con miradas ansiosas en todas direcciones, en la alegría de la conquista sólo para probar que era posible, en la tristeza de la soledad, cuando estaba segura de que el novio de una amiga suya era exactamente el único hombre en el mundo capaz de hacerla feliz. Todo aquello era parte de su mundo y del mundo de todas las personas que conocía. Esto era el amor, y de esta manera las personas buscaban a su Otra Parte desde el comienzo de los tiempos, mirando en los ojos, procurando descubrir el brillo y el deseo. Nunca había dado valor a estas cosas, al contrario, pensaba que era inútil sufrir por alguien, inútil morirse de miedo por no encontrar otra persona con quien compartir su vida. Ahora, cuando podía librarse ya de este miedo, pasó a no estar segura de lo que quería.
«¿Es que realmente quiero ver el punto luminoso?»
Se acordó del Mago, empezó a creer que él tenía razón, y la Tradición del Sol era la única manera correcta de lidiar con el Amor. Pero no podía cambiar de idea ahora; conocía un camino, y tenía que ir hasta el final. Sabía que, si desistía, iba a ser cada vez más difícil hacer cualquier elección en la vida.