Durante una semana, Brida se despertó siempre a la hora marcada, trabajó en la firma de exportaciones con la mayor dedicación posible y recibió merecidos elogios del jefe. No perdió ni una sola clase de la Facultad y se interesó por todos los asuntos de todas las revistas que estaban en todos los quioscos. Todo lo que tenía que hacer era no pensar. Cuando, sin querer, se acordaba de que conoció a un Mago en la montaña y a una bruja en la ciudad, las pruebas del próximo semestre y el comentario que cierta amiga había hecho sobre otra amiga, alejaban estos recuerdos.
Llegó el viernes y su novio fue a buscarla a la puerta de la Facultad, para ir al cine. Después, fueron al bar acostumbrado, charlaron sobre la película, los amigos y sobre lo que les había sucedido en sus respectivos trabajos. Encontraron amigos que salían de una fiesta y cenaron con ellos, dando gracias a Dios porque en Dublín siempre hubiese un restaurante abierto.
A las dos de la madrugada los amigos se despidieron, y los dos decidieron ir a casa de ella. En cuanto llegaron, ella puso un disco de Iron Butterfly y sirvió un whisky doble para cada uno. Se quedaron abrazados en el sofá, en silencio y distraídos, mientras él acariciaba sus cabellos y después sus senos.
—Fue una semana de locura —dijo ella, de repente—. Trabajé sin parar, preparé todos los exámenes e hice todas las compras que estaban faltando.
Acabó el disco, y ella se levantó para cambiar la cara.
—¿Sabes, la puerta del armario de la cocina, aquélla que se había despegado? Finalmente conseguí encontrar un momento para llamar a alguien que la arreglase. Y tuve que ir varias veces al Banco. Una para buscar el dinero que papá me envió, otra para depositar cheques de la firma y otra…
Lorens la estaba mirando fijamente.
—¿Por qué me estás mirando? —dijo.
Su tono de voz era agresivo. Aquel hombre frente a ella, siempre quieto, siempre mirando, incapaz de decir algo inteligente, era una situación absurda. No lo necesitaba. No necesitaba a nadie.
—¿Por qué me estás mirando? —insistió.
Pero él no dijo nada. Se levantó también y, con todo cariño, la llevó de vuelta al sofá.
—No escuchas nada de lo que te digo —clamó Brida, desconcertada.
Lorens se apoyó nuevamente en su regazo.
«Las emociones son caballos salvajes.»
—Cuéntame todo —le dijo Lorens, con ternura—. Sabré escuchar y respetar tu decisión. Aunque sea otro hombre. Aunque sea una despedida.
»Estamos juntos desde hace algún tiempo. No te conozco por completo. No sé cómo eres. Pero sé cómo no eres. Y tú no has sido tú durante toda la noche.
Brida tuvo ganas de llorar. Pero ya había gastado muchas lágrimas con noches oscuras, con tarots que hablaban, con bosques encantados. Las emociones eran caballos salvajes, al final no quedaba más que liberarlos.
Se sentó delante de él, recordando que tanto al Mago como a Wicca les gustaba esta posición. Después, sin interrupciones, contó todo lo que había pasado desde su encuentro con el Mago en la montaña. Lorens escuchó en silencio total. Cuando ella mencionó la fotografía, Lorens le preguntó si, en alguno de sus cursos, ella ya había oído hablar de los cátaros.
—Sé que no crees nada de lo que te he contado —respondió—. Crees que fue mi inconsciente, que yo recordé cosas que ya sabía. No, Lorens, nunca había oído hablar de los cátaros antes. Pero sé que tienes explicaciones para todo.
Su mano temblaba, sin que se pudiera controlar. Lorens se levantó, tomó una hoja de papel e hizo dos agujeros, a una distancia de 20 centímetros uno del otro. Colocó la hoja en la mesa, apoyada en la botella de whisky, de modo que quedara vertical.
Después fue hasta la cocina y trajo un tapón de corcho. Se sentó en la cabecera de la mesa y empujó el papel con la botella hacia el otro extremo. A continuación, se puso el tapón en la frente.
—Ven aquí —le dijo.
Brida se levantó. Estaba intentando esconder las manos trémulas, pero él parecía no darle la menor importancia.
—Vamos a imaginar que este tapón es un electrón, una de las pequeñas partículas que componen el átomo, ¿has entendido?
Ella afirmó con la cabeza.
—Pues bien, presta atención. Si tuviese aquí conmigo ciertos aparatos complicadísimos que me permiten dar un «tiro de electrón», y si disparase en dirección a aquella hoja, él pasaría por los dos agujeros al mismo tiempo, ¿lo sabías? Sólo que pasaría por los dos agujeros sin dividirse.
—No me lo creo —dijo ella—. Es imposible.
Lorens cogió la hoja y la tiró a la basura. Después guardó el tapón en el lugar de donde lo había sacado: era una persona muy organizada.
—No lo creas, pero es verdad. Todos los científicos saben esto, aun cuando no consigan explicarlo.
»Yo tampoco creo en nada de lo que me dijiste. Pero sé que es verdad.
Las manos de Brida aún temblaban. Pero ella ya no lloraba ni perdía el control. Todo lo que percibió fue que el efecto del alcohol había pasado completamente. Estaba lúcida, con una lucidez extraña.
—¿Y qué es lo que los científicos hacen ante los misterios de la ciencia?
—Entran en la Noche Oscura, para usar el término que tú me enseñaste. Sabemos que el misterio no nos abandonará nunca, entonces aprendemos a aceptarlo y a convivir con él.
»Pienso que esto está presente en muchas situaciones de la vida. Una madre que educa a un hijo debe sentirse buceando en la Noche Oscura. O un emigrante que va lejos de su patria en busca de trabajo y dinero. Todos creen que sus esfuerzos serán recompensados y que un día van a entender lo que sucedió en el camino y que, en su momento, parecían tan asustados.
»No son las explicaciones las que nos hacen avanzar, es nuestra voluntad de seguir adelante.
Brida sintió de repente un cansancio inmenso. Necesitaba dormir. El sueño era el único reino mágico en el que había conseguido entrar.