Talbo se aproximó. Y de repente, al elevar los ojos hacia él, Loni reparó en que la noche tenía un brillo mágico, como si fuese un día de sol.

«Despierta», decían las Voces.

Pero eran voces diferentes, que ella nunca había escuchado. Sintió a alguien masajeando su muñeca izquierda.

—Vamos, Brida, levántate.

Abrió los ojos y los cerró rápidamente, porque la luz del cielo era muy intensa. La Muerte era algo extraño.

—Abre los ojos —insistió Wicca, una vez más.

Pero ella necesitaba volver al castillo. Un hombre que amaba había salido para buscar al sacerdote. No podía huir así. Él estaba solo y la necesitaba.

—Háblame sobre tu Don.

Wicca no le daba tiempo para pensar. Sabía que ella había participado en algo extraordinario, algo más fuerte que la experiencia del tarot. Pero aun así no le daba tiempo. No entendía y no respetaba sus sentimientos; todo lo que quería era descubrir su Don.

—Háblame de tu Don —repitió Wicca otra vez.

Ella respiró hondo, conteniendo su rabia. Pero no había manera. La mujer continuaría insistiendo hasta que ella le contase algo.

—Fui una mujer enamorada de…

Wicca tapó rápidamente su boca. Después se levantó, hizo algunos gestos extraños en el aire y volvió a mirarla.

—Dios es la palabra. ¡Cuidado! Cuidado con lo que hablas, en cualquier situación o instante de tu vida.

Brida no entendía por qué la otra estaba reaccionando así.

—Dios se manifiesta en todo, pero la palabra es uno de sus medios favoritos de actuar. Porque la palabra es el pensamiento transformado en vibración; estás colocando en el aire, a tu alrededor, aquello que antes era sólo energía. Mucho cuidado con todo lo que digas —continuó Wicca.

»La palabra tiene un poder mayor que muchos rituales.

Brida continuaba sin entender. No tenía otra manera de contar su experiencia que a través de palabras.

—Cuando te referiste a una mujer —continuó Wicca—, tú no fuiste ella. Tú fuiste una parte de ella. Otras personas pueden haber tenido la misma memoria que tú. Brida sentíase robada. Aquella mujer era fuerte y no le gustaría dividirla con nadie más. Además, estaba Talbo.

—Háblame de tu Don —dijo otra vez Wicca. No podía dejar que la chica se quedara deslumbrada con la experiencia. Los viajes en el tiempo generalmente acarreaban muchos problemas.

—Tengo muchas cosas que decir. Y necesito hablar contigo porque nadie más me creerá. Por favor —insistió Brida.

Comenzó a contar todo, desde el momento en que la lluvia goteaba en su rostro. Tenía suerte y no la podía perder: la suerte de estar con alguien que creía en lo extraordinario. Sabía que nadie más la escucharía con el mismo respeto, porque las personas tenían miedo de saber hasta qué punto la vida era mágica; estaban acostumbradas a sus casas, sus empleos, sus expectativas, y si alguien apareciese diciendo que era posible viajar en el tiempo —era posible ver castillos en el Universo, tarots que contaban historias, hombres que caminaban por la noche oscura—, las personas se sentirían robadas por la vida, porque ellas no tenían aquello, la vida de ellas era el día siempre igual, la noche siempre igual, los fines de semana iguales.

Por eso, Brida necesitaba aprovechar aquella oportunidad; si las palabras eran Dios, entonces que quedase registrado en el aire que la rodeaba que ella había viajado hasta el pasado, y se acordaba de cada detalle como si fuese el presente, como si fuese el bosque. Así, cuando más tarde alguien consiguiese probarle que no le había sucedido nada de aquello, cuando el tiempo y el espacio hiciesen que ella misma dudase de todo, cuando, finalmente, ella misma estuviese segura de que aquello no había pasado de ser una ilusión, las palabras de aquella tarde, en el bosque, aún estarían vibrando en el aire y por lo menos una persona, alguien para quien la magia era parte de la vida, sabría que todo sucedió en verdad.

Describió el castillo, los sacerdotes con sus ropas negras y amarillas, la visión del valle con las hogueras encendidas, el marido pensando cosas que ella conseguía captar. Wicca escuchó con paciencia, demostrando interés sólo cuando ella relataba las voces que surgían en la cabeza de Loni. En estos momentos interrumpía y preguntaba si eran voces masculinas o femeninas (eran de ambos sexos), si transmitían algún tipo de emoción, como agresividad o consuelo (no, eran voces impersonales) y si ella podía despertar las voces siempre que lo deseara (no lo sabía, no tuvo tiempo para esto).

—O.K., podemos irnos —dijo Wicca, retirando la túnica y colocándola otra vez dentro del bolso. Brida estaba decepcionada, pensó que iba a recibir algún tipo de elogio. O, como mínimo, una explicación. Pero Wicca se parecía a ciertos médicos, que se quedan mirando al paciente con aire impersonal, más interesados en anotar los síntomas que en entender el dolor y el sufrimiento que esos síntomas causan.