El antiguo edificio estaba en el centro de la ciudad, en un lugar que hoy en día sólo es frecuentado por turistas en busca del romanticismo del siglo pasado. Brida tuvo que esperar una semana hasta que Wicca decidiera recibirla y ahora se hallaba delante de una construcción grisácea y misteriosa, intentando contener su excitación. Aquel edificio encajaba con el modelo de su búsqueda, era exactamente en un lugar como aquél donde debían vivir las personas que frecuentaban la librería.
El lugar no tenía ascensor. Subió las escaleras lentamente, para no llegar sofocada. Tocó el timbre de la única puerta del tercer piso.
Un perro ladró, desde adentro. Después de algún rato, una mujer delgada, bien vestida y con un aire severo, salió a recibirla.
—Fui yo quien telefoneó —dijo Brida.
Wicca le hizo una señal para que entrase, y Brida se encontró en una sala toda blanca, con obras de arte moderno en las paredes y en las mesas. Cortinas igualmente blancas ayudaban a filtrar la luz del sol; el ambiente estaba dividido en varios planos, distribuyendo con armonía los sofás, la mesa y la biblioteca repleta de libros. Todo parecía decorado con muy buen gusto, y Brida se acordó de ciertas revistas de arquitectura que acostumbraba hojear en los quioscos.
«Debe haber costado muy caro», fue el único pensamiento que se le ocurrió.
Wicca llevó a la recién llegada hasta uno de los ambientes de la inmensa sala, donde había dos sillones de diseño italiano, hechos de cuero y acero. Entre ambos había una mesita baja, de vidrio, con las patas también de acero.
—Eres muy joven —dijo Wicca, finalmente.
No serviría hablar de las bailarinas, etc. Brida permaneció en silencio, esperando el próximo comentario, mientras intentaba imaginar qué hacía un ambiente tan moderno como aquél en un edificio tan antiguo. Su idea romántica de la búsqueda del conocimiento se había disipado nuevamente.
—Él me telefoneó —dijo Wicca; Brida entendió que se estaba refiriendo al librero.
Vine en busca de un Maestro. Quiero recorrer el camino de la magia.
Wicca miró a la chica. Ella, de hecho, poseía un Don. Pero necesitaba saber por qué el Mago de Folk se había interesado tanto por ella. El Don, por sí solo, no era bastante. Si el Mago de Folk fuese un iniciante en la magia, podría haber quedado impresionado por la claridad con que el Don se manifestaba en la chica. Pero él ya había vivido lo suficiente como para aprender que toda y cualquier persona poseía un Don; ya no era sensible a esos ardides.
Levantóse, fue hasta el estante y tomó su baraja preferida.
—¿Sabes echarlas? —preguntó.
Brida balanceó la cabeza afirmativamente. Había hecho algunos cursos, sabía que la baraja en la mano de la mujer era un tarot con sus setenta y ocho cartas. Había aprendido algunas maneras de colocar el tarot y se alegró por tener una oportunidad de mostrar sus conocimientos.
Pero la mujer se quedó con la baraja. Mezcló las cartas, las colocó en la mesita de vidrio con las caras hacia abajo. Se quedó mirándolas en esa posición, completamente desorganizadas, diferente de cualquier método que Brida aprendiera en sus cursos. Después, dijo algunas palabras en una lengua extraña y giró solamente una de las cartas de la mesa.
Era la carta número 23. Un rey de bastos.
—Buena protección —dijo ella—. De un hombre poderoso, fuerte, de cabellos negros.
Su novio no era ni poderoso ni fuerte. Y el Mago tenía los cabellos grisáceos.
—No pienses en su aspecto físico —dijo Wicca, como si estuviese adivinando su pensamiento—. Piensa en tu Otra Parte.
—¿Qué es la Otra Parte? —Brida estaba sorprendida con la mujer. Ella le inspiraba un respeto misterioso, una sensación diferente de la que tuviera con el Mago o con el librero.
Wicca no respondió a la pregunta. Volvió a reunir y barajar las cartas y nuevamente las esparció desordenadamente sobre la mesa —sólo que esta vez con las caras hacia arriba—. La carta que estaba en medio de aquella aparente confusión era la carta número 11. La Fuerza. Una mujer abriendo la boca de un león. Wicca retiró la carta y le pidió que la tomara. Brida la tomó, sin saber bien lo que debía hacer.
Tu lado más fuerte siempre fue mujer en otras encarnaciones —dijo ella.
—¿Qué es la Otra Parte? —insistió Brida. Era la primera vez que desafiaba a aquella mujer. Incluso así, era un desafío lleno de timidez.
Wicca quedó un momento en silencio. Una sospecha pasó por el fondo de su mente: el Mago no había enseñado nada sobre la Otra Parte a aquella chica. «Tonterías», se dijo para sí misma. Y apartó el pensamiento.
—La Otra Parte es lo primero que las personas aprenden cuando quieren seguir la Tradición de la Luna —respondió—. Sólo entendiendo a la Otra Parte es como se entiende que el conocimiento puede ser transmitido a través del tiempo.
Ella iba a explicar. Brida permaneció en silencio, ansiosa.
—Somos eternos, porque somos manifestaciones de Dios —dijo Wicca—. Por eso pasamos por muchas vidas y por muchas muertes, saliendo de un punto que nadie sabe y dirigiéndonos a otro que tampoco conocemos. Acostúmbrate al hecho de que muchas cosas en la magia no son ni serán nunca explicadas. Dios resolvió hacer ciertas cosas de cierta manera, y el porqué hizo esto es un secreto que sólo Él conoce.
«La Noche Oscura de la Fe», pensó Brida. Ella también existía en la Tradición de la Luna.
—El hecho es que esto sucede —continuó Wicca—. Y cuando las personas piensan en la reencarnación, siempre se enfrentan con una pregunta muy difícil: si en el comienzo existían tan pocos seres humanos sobre la faz de la Tierra, y hoy existen tantos, ¿de dónde vienen esas nuevas almas?
Brida estaba con la respiración suspendida. Ya se había hecho esta pregunta a sí misma muchas veces.
—La respuesta es simple —dijo Wicca, después de saborear por algún tiempo la ansiedad de la joven—. En ciertas reencarnaciones, nos dividimos. Así como los cristales y las estrellas, así como las células y las plantas, también nuestras almas se dividen.
Nuestra alma se transforma en dos, estas nuevas almas se transforman en otras dos, y así en algunas generaciones, estamos esparcidos por buena parte de la Tierra.
— ¿Y sólo una de estas partes tiene la conciencia de quién es? —preguntó Brida. Guardaba muchas preguntas, pero quería hacerlas una por una; ésta le parecía la más importante.
—Hacemos parte de lo que los alquimistas llaman el Anima Mundi, el Alma del Mundo —dijo Wicca, sin responder a Brida—. En verdad, si el Anima Mundi se limitara a dividirse, estaría creciendo pero también quedándose cada vez más débil. Por eso, así como nos dividimos, también nos reencontramos. Y este reencuentro se llama Amor. Porque cuando un alma se divide, siempre se divide en una parte masculina y una femenina.
Así está explicado en el libro del Génesis: «El alma de Adán se dividió, y Eva nació de dentro de él».
Wicca se detuvo, de repente, y se quedó mirando la baraja esparcida sobre la mesa.
—Son muchas cartas —continuó— pero forman parte de la misma baraja. Para entender su mensaje las necesitamos a todas, todas son igualmente importantes. Así también son las almas. Los seres humanos están todos interligados, como las cartas de esta baraja. En cada vida tenemos una misteriosa obligación de reencontrar, por lo menos, una de esas Otras Partes. El Amor Mayor, que las separó, se pone contento con el Amor que las vuelve a unir.
—¿Y cómo puedo saber que es mi Otra Parte? —ella consideraba esta pregunta como una de las más importantes que había hecho en toda su vida.
Wicca se rio. Ella también se había preguntado sobre eso, con la misma ansiedad que aquella joven que tenía enfrente. Era posible conocer a la Otra Parte por el brillo en los ojos: así, desde el inicio de los tiempos, las personas reconocían a su verdadero amor. La Tradición de la Luna tenía otro procedimiento: un tipo de visión que mostraba un punto luminoso situado encima del hombro izquierdo de la Otra Parte. Pero todavía no se lo contaría; tal vez ella aprendiese a ver ese punto, tal vez no. En breve tendría la respuesta.
—Corriendo riesgos —le dijo a Brida—. Corriendo el riesgo del fracaso, de las decepciones, de las desilusiones, pero nunca dejando de buscar el Amor. Quien no desista de la búsqueda, vencerá.
Brida recordó que el Mago había dicho algo semejante, al referirse al camino de la magia. «Quizá sea una cosa sola», pensó.
Wicca comenzó a recoger la baraja de la mesa y Brida presintió que el tiempo se estaba agotando. Sin embargo, quedaba otra pregunta por hacer.
—¿Podemos encontrar más de una Otra Parte en cada vida?
«Sí —pensó Wicca con cierta amargura—. Y cuando esto sucede, el corazón queda dividido y el resultado es dolor y sufrimiento. Sí, podemos encontrar tres o cuatro Otras Partes, porque somos muchos y estamos muy dispersos.» La chica estaba haciendo las preguntas certeras, y ella necesitaba evadirlas.
—La esencia de la Creación es una sola —dijo—. Y esta esencia se llama Amor. El Amor es la fuerza que nos reúne otra vez, para condensar la experiencia esparcida en muchas vidas, en muchos lugares del mundo. Somos responsables por la Tierra entera, porque no sabemos dónde están las Otras Partes que fuimos desde el comienzo de los tiempos; si ellas estuvieran bien, también seremos felices. Si estuvieran mal, sufriremos, aunque inconscientemente, una parcela de ese dolor. Pero, sobre todo, somos responsables por reunir nuevamente, por lo menos una vez en cada encarnación, a la Otra Parte que con seguridad se cruzará en nuestro camino. Aunque sea por unos instantes siquiera, porque esos instantes traen un Amor tan intenso que justifica el resto de nuestros días.
El perro ladró en la cocina. Wicca acabó de recoger la baraja de la mesa y miró una vez más a Brida.
—También podemos dejar que nuestra Otra Parte siga adelante, sin aceptarla o siquiera percibirla. Entonces necesitaremos más de una encarnación para encontrarnos con ella. Y, por causa de nuestro egoísmo, seremos condenados al peor suplicio que inventamos para nosotros mismos: la soledad.
Wicca se levantó y acompañó a Brida hasta la puerta.
—No has venido aquí para saber sobre la Otra Parte —dijo, antes de despedirse—. Tú tienes un Don, y después de que sepas de qué Don se trata, quizá pueda enseñarte la Tradición de la Luna.
Brida se sintió una persona especial. Necesitaba sentirse así; aquella mujer inspiraba un respeto que poca gente le había infundido.
—Haré lo posible. Quiero aprender la Tradición de la Luna.
«Porque la Tradición de la Luna no necesita bosques oscuros», pensó.
—Presta atención, jovencita —dijo Wicca con severidad—. Todos los días a partir de hoy, a una misma hora que tú elegirás, quédate sola y abre una baraja de tarot sobre la mesa. Ábrela al azar y no procures entender nada. Limítate a contemplar las cartas. Ellas, a su debido tiempo, te enseñarán todo lo que necesitas saber por el momento.
«Parece la Tradición del Sol; yo de nuevo enseñándome a mí misma», pensó Brida, mientras bajaba las escaleras. Y fue cuando estaba en el autobús, cuando se dio cuenta de que la mujer se había referido a un Don. Pero podrían conversar sobre esto en un próximo encuentro.