Cuando despertó ya había aclarado y un lindo sol coloreaba todo a su alrededor. Tenía un poco de frío, la ropa sucia, pero su alma se sentía feliz. Había pasado una noche entera, sola, en un bosque.
Buscó con los ojos al Mago, aun sabiendo la inutilidad de su gesto. Él debía estar andando por los bosques, procurando «comulgar con Dios», y quizá preguntándose si aquella chica de la noche anterior había tenido el coraje de aprender la primera lección de la Tradición del Sol.
—Aprendí sobre la Noche Oscura —dijo ella al bosque, que ahora estaba silencioso—. Aprendí que la búsqueda de Dios es una Noche Oscura. Que la Fe es una Noche Oscura.
«No fue sorpresa. Cada día del hombre es una Noche Oscura. Nadie sabe lo que va a pasar el próximo minuto, e, incluso así, las personas van hacia adelante. Porque confían. Porque tienen Fe.»
O, quién sabe, porque no perciben el misterio encerrado en el próximo segundo. Pero esto no tenía la menor importancia, lo importante era saber que ella había entendido.
Que cada momento en la vida era un acto de fe. Que podía poblarlo con serpientes y escorpiones, o con una fuerza protectora.
Que la fe no tenía explicaciones. Era una Noche Oscura. Y tan solo cabía a ella aceptarla o no.
Brida miró el reloj y vio que ya se estaba haciendo tarde. Tenía que tomar un autobús, viajar durante tres horas y pensar algunas explicaciones convincentes para dar a su novio; jamás se creería que ella había pasado la noche entera, sola, en un bosque.
—¡Es muy difícil la Tradición del Sol! —le gritó al bosque—. ¡Tengo que ser mi propia Maestra, y no era esto lo que yo esperaba!
Miró hacia la pequeña ciudad, allá abajo, trazó mentalmente su camino por el bosque y empezó a andar. Antes, no obstante, se volvió nuevamente hacia la roca.
—Quiero decir otra cosa —gritó con voz suelta y alegre—. Eres un hombre muy interesante.
Recostado en el tronco de un viejo árbol, el Mago vio cómo la chica se perdía en el bosque. Había escuchado su miedo y oído sus gritos durante la noche. En algún momento llegó a pensar en aproximarse, abrazarla, protegerla de su pavor, decirle que ella no necesitaba aquel tipo de desafío.
Ahora estaba contento de no haberlo hecho. Y orgulloso de que aquella chica; con toda su confusión juvenil, fuese su Otra Parte.