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Después de cantar toda su vida a los niños de la Casa del Canto, Ansset sintió que se libraba de un gran peso. Fue a ver a Rruk a la Sala Alta y trató de explicarle lo que sentía.

—No sabía qué era lo que quería hacer. Pero por eso volví a casa.

—Lo sé —dijo Rruk.

Ansset no se molestaba ya con el Control. Ella había visto todo su interior, toda su vida, ya que le había revelado hasta los lugares más profundos desde el estrado en el gran salón. Ahora no había secretos. Y por eso lloró su alivio durante una hora, y luego permaneció sentado en silencio con ella durante otra hora.

—¿Qué quieres hacer ahora? —le preguntó Rruk—. Ahora ya no hay razón para guardar silencio. Eres libre para vivir como quieres. Haz lo que quieras.

Ansset pensó, pero no durante mucho tiempo.

—No —dijo—. He hecho todo lo que vine a hacer.

—Oh —respondió ella—. ¿Qué más queda? ¿Dónde vas a ir?

—A ninguna parte —dijo él. Y entonces preguntó: ¿He realizado un Trabajo?

—Sí —contestó ella, sabiendo mientras lo hacía que le estaba dando permiso para morir.

—¿He realizado un Trabajo digno de esta sala? —preguntó él.

—Sí —dijo ella de nuevo, aunque a nadie se le había concedido una cosa así antes.

—¿Ahora? —preguntó él.

—Sí —contestó ella, y cuando ya salía de la habitación Ansset empezó a abrir todos los postigos, dejando entrar el frío aire de finales de otoño. Hasta ahora, sólo a los Maestros Cantores de la Sala Alta se les había permitido escoger el momento en que terminaba su trabajo. Pero sería absurdo, pensó Rruk, negar al mayor Pájaro Cantor de todos la muerte que se les concedía a otros mucho menos dignos de tal honor.

Cuando ella salía por la puerta, Ansset le habló.

—Rruk —dijo.

Ella se volvió para mirarle.

—Fuiste la primera en amarme y eres la última.

—Todos te aman —dijo ella, sin molestarse en no llorar.

—Tal vez. Pensaba que moriría y desaparecería del universo, Rruk. Pero gracias a ti ahora todos son mis hijos.

Sonrió y ella consiguió devolverle la sonrisa; corrió de vuelta a la habitación, le abrazó una vez más como si aún fueran niños en vez de un anciano y una anciana que se habían conocido mutuamente demasiado bien y a la vez apenas lo habían hecho. Entonces Rruk se dio la vuelta y se marchó, y cerró la puerta a sus espaldas, y tres días más tarde el frío y el hambre habían hecho su trabajo. Ansset estaba tan preparado para marcharse que nunca había flaqueado, ni había buscado en el último momento el consuelo de las mantas. Murió desnudo sobre la piedra, y Rruk pensó después que nunca había visto a nadie con un aspecto tan cómodo como él, con las rocas presionando su espalda y el viento barriendo sin piedad sobre su cuerpo.

Retrasaron el funeral hasta que pudiera venir el emperador, Efrim, con sus padres, Kyaren y el Mayordomo, los primeros en llegar. Kyaren no lloró, aunque estuvo a punto de hacerlo cuando estuvo a solas con Rruk.

—Sabía que iba a morir, pero nunca pensé que sería tan pronto, sin que le volviera a ver.

Y, rompiendo otra vez los precedentes, aunque romper los tabúes se estaba convirtiendo en algo bastante común en la Casa del Canto, Efrim, Kyaren y el Mayordomo asistieron al funeral y escucharon las canciones; y no lo lamentaron cuando lloraron incontrolablemente por la canción funeraria de Fiimma.

Sin embargo, de todos los habitantes de la Casa del Canto, sólo Rruk asistió al funeral, a excepción de los Sordos, que hicieron el trabajo.

—No es muy conveniente para el canto ver cómo la muerte se lleva a alguien al seno de la tierra —le dijo a Kyaren mientras las dos flanqueaban la tumba—. El polvo se cierra sobre él definitivamente.

Y las dos mujeres, las únicas supervivientes de los que le habían amado en su infancia, permanecieron abrazadas mientras los Sordos arrojaban tierra a la tumba.

—No está muerto —dijo Kyaren—. Nunca será olvidado. Siempre le recordarán.

Pero Rruk sabía que los recuerdos, por amplios que fueran, se oscurecían, y tarde o temprano Ansset sólo sería un nombre perdido en los libros de estudio. Tal vez sus historias sobrevivirían como leyendas, pero una vez más su nombre estaría unido a una vida que apenas era ya la suya: las historias sobre el Pájaro Cantor de Mikal eran ya más grandes que los hechos reales. Más nobles y, por tanto, menos dolorosas.

Sin embargo, parte de Ansset viviría. Nadie sabría que era Ansset. Pero mientras los cantantes y Pájaros Cantores salieran de Tew y recorrieran la galaxia, llevarían con ellos lo que hubieran aprendido de las voces de los cantores de la Casa del Canto. Y ahora una poderosa corriente bajo aquellas voces sería la vida de Ansset, que les había sido entregada irrevocablemente, suya para siempre, eternamente llena de fuerza, belleza, dolor y esperanza.