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—La transición ha terminado —le dijo el Maestro Cantor a Esste en cuanto se cerró la puerta de la Sala Alta.

—Tenía miedo —confesó Esste con una baja melodía que temblaba—. Riktors Ashen no es tonto. Pero las canciones de Ansset son más fuertes que la sabiduría.

Se sentaron juntos a la fría luz del sol que se filtraba por los postigos de la Sala Alta.

—Ah —cantó Onn, y la melodía estaba llena de amor hacia la Maestra Cantora Esste.

—No me alabes. El don y el poder eran de Ansset.

—Pero la maestra fue Esste. En otras manos Ansset podría haber sido utilizado como herramienta para el poder, para el dinero. O peor, podría haber sido malgastado. Pero en tus manos…

—No, Hermano Onn. El propio Ansset está hecho de amor y lealtad. Hace que los otros deseen lo que él es ya. Es una herramienta que no puede ser utilizada para el mal.

—¿Lo sabrá alguna vez?

—Tal vez; no creo que sospeche todavía el poder de su don. Sería mejor si nunca descubriera lo poco que se parece a los otros Pájaros Cantores. Y en cuanto al último bloqueo en su mente… lo colocamos bien. Nunca lo descubrirá, y por eso nunca aprenderá ni buscará la verdad sobre quién controló la transferencia de la corona.

El Maestro Cantor Onn cantó trémulo los delicados planes tejidos en la mente de un niño de cinco años, de seis, de nueve. Planes que podrían haber sido desbaratados en cualquier momento.

—Pero la tejedora era sabia, y la tela aguantó.

—Mikal el Conquistador aprendió a amar la paz más que a sí mismo —dijo Esste—. Lo mismo hará Riktors Mikal. Eso es suficiente. Hemos cumplido con nuestro deber para la humanidad. Ahora debemos enseñar a otros cantores.

—Sólo las viejas canciones —suspiró el Maestro Cantor Onn.

—No —respondió Esste, con una sonrisa—. Les enseñaremos a cantar la del Pájaro Cantor de Mikal.

—Ansset ya ha cantado esa canción, mejor de lo que podíamos esperar.

—¡Entonces armonizaremos! —susurró Esste cuando salieron lentamente de la Sala Alta. Su risa se convirtió en música mientras bajaban las escaleras.